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sionada y miserable exigencia? ¿Qué consecuencias podria traer el no haber dado de latigazos á aquellas esposas de unos valientes, á aquellas desoladas madres de familia? ¿Temeria la insurreccion de las del pueblo? ¡Cuánto podriamos decir de un acto tan vergonzoso, si no nos repugnase su consideracion! Pero prosigamos.

Los urbanos pidieron cuartel, y se les negó. Irritados entonces, y no temiendo ya por sus esposas é hijos, cuyos lamentos no podian resistir antes, emprendieron de nuevo su defensa con mas ardor, si era posible, defendiéndose todo el dia. Llegada la noche, no podian esperar descanso: era demasiado inminente el peligro que les rodeaba: les molestaba demasiado el humo que les asfixiaba, y sentian un calor abrumante. Tanto padecer se iba haciendo ya insoportable; estaban además, estenuados de fatiga; más no cedieron: el nuevo sol les halló dispuestos á vencer ó morir.

Los desgraciados no contaban con que hasta el mismo terreno se les sublevaba y les combatia; así fué. Se habia calcinado la torre de tal manera, que no era posible permanecer en ella, porque la muerte era segura, y una muerte lenta, horrible, inevitable. En tan crítica situacion prefieren la gloria de morir fusilados, de ser mártires de la libertad, y bajan de la torre, quedando treinta sin vida. Entregados á discrecion, por ser imposible abrirse paso, fueron todos fusilados, acto contínuo.

El nombre de Villafranca resonó con dolor por todos los ámbitos de la Península y los latigazos y los fusilamientos fueron un padron para la causa carlistas.

El gobierno supo en esta ocasion secundar la opinion pública, y mandó en 10 de diciembre se reedificase la iglesia á costa del Estado, se erigiese un monumento para eternizar la memoria de las víctimas liberales, y fuese un comisionado para averiguar quienes habian inhumanamente contribuido á aumentar las desgracias de sus convecinos, para castigar á unos, y premiar á las viudas y huérfanos. La Gobernadora se mostró debidamente generosa.

CORDOVA Y MINA.

CX.

Córdova, por su parte, no dejaba de obrar, procediendo por lo general con tanta cautela como pericia.

A la entrada de Mina marchó á Pamplona, para que Lorenzo se acercase á la frontera á recibir al nuevo jefe. A su llegada presentó Córdova su dimision, fundándose para ello en que habian servido antes distintas causas políticas y aun combatido en cuerpos contrarios.

A tan delicado proceder correspondió Mina no admitiendo su dimision, colmándole de elogios por su conducta en la guerra, mostrándole de contínuo deferencias, y prodigándole las más honrosas muestras de confianza, como el mismo Córdova declara, llegando á tal punto, que era quien le reemplazaba interinamente en el mando del ejército.

Y la merecia por lo acertado de sus operaciones, como las que dieron los resultados de las acciones que ganó el 25 de noviembre en Orbizu y Zúñiga, que refiere Córdova de este modo:

«En las acciones del 25 de noviembre, salia yo de una enfermedad que durante seis dias me tuvo á la muerte, y detenida mi division por esta causa en los Arcos. Me sacaron de la cama para colocarme en una mula, que preferí á la camilla, dispuesta ya para conducirme. A las dos horas de marcha se presentó el enemigo emboscado en una fuerte posicion, que hice atacar, y de la que por tres veces fueron rechazadas. nuestras tropas. Irritado de este suceso, monté á caballo, y no pudiendo por el pronto reanimar el ardor de nuestros soldados, que se abrigaban de un fuego mortífero y á quemaropa, les dije, marchando solo al enemigo, que preferia la muerte á la vergüenza de su afrenta. Electrizados todos con estas pocas palabras, me siguieron con arrojo: la posicion fué tomada y el enemigo batido. Apenas concluimos con el primer ataque, cuando otra columna rebelde se presentó sobre Orbizu, y una tercera vino á atacarme en Zúñiga. Derrotados y perseguidos los rebeldes en todas partes, me apeé á las diez de la noche. La víspera se dudaba de mi vida.»>

VARIOS ENCUENTROS.

CXI.

No sonreia á los demás jefes carlistas la misma suerte que á Zumalacarregui.

En Vizcaya operaba Espartero activamente en combinacion con Iriarte. El 8 de noviembre salió de Bilbao, fué á Llodio en busca de Castor, Sopelana é Ibarrola, que rehuyeron el combate; y empeñado en darles alcance, marchó á Orozco, donde estaban; mas así que supieron su intento, se retiraron á unos caseríos, en los que fueron al fin alcanzados, huyendo á la vista de las guerrillas. Espartero regresó á Orozco, avisando á Iriarte para que acudiese á Barainbio, á fin de obrar de acuerdo contra los carlistas.

Dirigiéronse estos desde Elorrio á unirse con el resto de las fuerzas en Arratia, interceptando el aviso de Espartero, por lo cual se prepararon á atacarle en el mismo Orozco. Le cogian así desprevenido, y separado de Iriarte. Esto era el 9. Espartero, á pesar de la desmembracion de sus fuerzas, aceptó el combate, y para decidirle más pronto y suplir

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en bizarría lo que le faltaba en número, contestó á su horroroso fuego con una carga á la bayoneta, á la voz de Isabel II. Impuso á los carlistas ataque tan brusco, que no pudieron resistir, y cedieron el campo con alguna pérdida. El 10 batió en Arrancudiaga á Castor, haciéndole varios muertos, heridos y prisioneros.

Al dia siguiente se unió Iriarte á su compañero en Llodio, y regresaron ambos á Bilbao, desde donde salieron el 16 otra vez á Llodio, en cuyo punto estaba el eneinigo, que le abandonó á su presencia, dividiéndose para evitar su persecucion, y marchando parte al valle de Arratia, y parte á Arciniega..

Iriarte, que en su anterior marcha á Bilbao batió á las fuerzas de Castor, tuvo aquí un nuevo encuentro con la retaguardia carlista, que marchaba á posesionarse de la Peña Vieja de Orduña. Tambien quiso Espartero tomar parte, mientras aquel por un lado y Linage por otro atacaban á los carlistas; pero estaban estos demasiado próximos á la Peña, y conociendo el intento de Espartero, ocuparon la posicion disputada.

Con estos sucesos, iban consiguiendo, aunque penosamente, los carlistas vizcainos, dominar el país. Ya no corrian como cuando Espartero comenzó la campaña; daban ahora el rostro, y aun provocaban en posiciones donde asentaban sus reales. Impedian la libre circulacion en los caminos, se apoderaban de pequeños convoyes á pesar de que en su custodia tenia el mayor interés Espartero, y se iban acercando á la capital, que era su sueño dorado.

Espartero, corriéndose por Alava, acabó de pasar el mes de noviembre en Vitoria, de donde salió el 1.o de diciembre para Bilbao, custodiando el equipo de sus tropas. El 6 marchó sobre Orozco, que abandonaron los carlistas á su llegada, y se dirigió á las alturas de Saloa y Urigoiti, donde, eligiendo las más ventajosas posiciones, aguardó.

El 7 marchó á Ibarra, y batió en la Peña de Gorbea á los carlistas vizcainos. Dispuso el ataque por distintos puntos, y le emprendió con Iriarte, Olivares y Aznar. Los carlistas resisten valientes, pero cargados con impetu, ceden y abandonan á los liberales tan fuertes posiciones, enseñoreándose Espartero de la Peña de Gorbea, que dió nombre á este encuentro.

No consiguió este triunfo sin pérdidas deplorables, sin abundante derramamiento de sangre, contándose entre los muertos el valiente coronel Olivares.

Espartero fué á Llodio á atender á la curacion de sus heridos.

Sin otros sucesos notables en Vizcaya que el fusilamiento en Marquina, despues de ser sorprendido en los montes de Berriz, del cura beneficiado en Durango, Barreneche, que se habia encargado de la piadosa mision de incendiar algunas casas de liberales, terminó el año 1834.

MINA EN CAMPAÑA.

CXII.

A las alocuciones de Mina siguieron las de la diputacion foral de Navarra, en 8 de noviembre, amonestando á que se oyesen las invitaciones del general, y la del ayuntamiento, el 11, en el propio sentido que la anterior (1).

Mina, acosado de contínuo por todas partes, salió á campaña.

El ejército del Norte, segun un estado firmado por el jefe interino de la plana mayor, don Laureano Sanz, con el visto bueno de Lorenzo, se componia de veinte y tres mil trescientos cincuenta y siete infantes y mil ochenta y nueve caballos. Habia disponibles para los movimientos catorce mil doscientos veinte de los primeros, y setecientos cuatro de los segundos. Mina dice que estaban fatigados, desnudos y abatidos por anteriores reveses.

Los carlistas, por el contrario, estaban envalentonados; y llenos de osadía se acercaban á provocar á Mina á las mismas puertas de la ciudad. Aumentaron su gente con la saca de mozos, y estimularon á los prisioneros á tomar las armas, con los cuales y los pasados formaron algunos batallones, creciendo su prestigio á la par de su fuerza material.

En cuanto salió Mina, sostuvo una pequeña pero reñida accion, el 8 del mes citado, en las inmediaciones de Villaba, y en ella vió el jefe liberal que se las habia con sus paisanos, por lo bien que se sostenian y peleaban. Entonces conoció doblemente que necesitaba más tropas y recursos, de todo lo cual carecia, pues los 4.000,000 que trajo de Bayona, los invirtió en las primeras atenciones. Pedia al gobierno soldados y dinero, y decia: «Desguarnézcanse por un corto tiempo aquellos puntos menos espuestos: cargue toda la fuerza al Norte, que, una vez ahogados aquí, lo demás se deshace como el humo. Así lo he opinado desde un principio y no me he engañado.» Decia además en los dias 10 y 11 al gobierno:

«Cada dia, cada hora, cada momento me veo más apurado: en estos almacenes no hay nada con que poder hacer el servicio; en la tesorería no hay dinero; en la plaza no hay tropas de servicio suficientes, aunque sí muchos oficiales y asistentes que comen el pan sin ganarlo. El ejército que está en movimiento se reduce á dos columnas, que no pue

(1) Véase documentos números 64 y 65.

den atenderá todos los puntos por donde circula y se señorea Zumalacarregui; la tercera en la Ribera, acosada por éste, y yo aquí sin poder moverme ni organizar fuerzas. Son precisas tropas de refresco, y no debe perderse tiempo en su envío.

>>Hasta ahora los facciosos no habian conseguido permanecer en el país de la Ribera por falta de caballería; ya circulan por ella y hacen mansiones en la misma, que quiere decir, que han arreglado una parte de esta, y que por su número y fuerza la creen capaz de entrar en lucha con la nuestra; y es imposible, á vista de esto, que el espíritu público no esté por los facciosos, por más esfuerzos que se hagan en contrario. Ya aquí no hay otro medio para hacerles perder su prestigio, que el de buscarlos á todo trance y destrozarlos, y para lograrlo no hay suficiente fuerza; y repito lo que tengo dicho á V. E., que es urgente, urgentísimo el envío de nuevos y abundantes refuerzos. Hasta el momento no puedo hablar nada del estado de cosas en las demás provincias sublevadas, ni probablemente tendré conocimientos bastantes hasta que personalmente pueda recorrerlas, y no sé cuando esto podrá verificarse, en la escasez de fuerzas de que puedo disponer.>>

El 13 salió Mina de Pamplona á revistar unas tropas cuyo aspecto no le satisfizo, á pesar de los jefes que las mandaban. Su estado era deplorable: vestian de verano: su moralidad era dudosa, y su valor estaba amortiguado. Por esto volvió entristecido el 15 á Pamplona.

Despues de la revista, Córdova marchó hácia Estella en observacion de Zumalacarregui; Lopez á Lerin, con el mismo objeto, y con órden de estar en comunicacion y darse la mano en las operaciones.

Oráa recorria los valles del Baztan, Bertizarana y Santisteban, sorprendiendo en Arañar á varios empleados de la junta carlista de Navarra. Para entregar en Pamplona sus prisioneros, baja á Villaba, y para proveerse de lo que su division necesitaba; ordenándole Mina vaya á Salvatierra á proteger un convoy. Solo para los convoyes se necesitaba un ejército, siendo indispensables, porque con ellos se suministraba al ejército lo necesario, y aun á las poblaciones que se veian de contínuo bloqueadas.

El 4 de diciembre se puso Mina á la cabeza de las tropas siguiendo la direccion que creia llevaba don Carlos y Zumalacarregui. Estos dividieron sus fuerzas, y el general liberal entonces, manda á Oráa que siga á los dos personajes carlistas; á Córdova moverse sobre el Baztan, y él con escasa fuerza pasó á los Alduides á recoger caudales, y volvió con ellos el 7 á Pamplona, dejando acantonada en Villaba una brigada provisional que formó al mando del coronel Ocaña.

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