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quistó mucha gloria. Su division peleó sola con casi todo el grueso del ejército carlista, en desventajosa posicion, falta de municiones, y con numerosos heridos.

En Zúñiga se le unió Gurrea, y ofició á Córdova esperando sus órdenes.

Zumalacarregui se retiró á Orviso, desesperándole la falta de muni

ciones.

Córdova habia emprendido su retirada al anochecer á Los Arcos.

Oráa calculó su pérdida en un oficial y quince indivíduos de tropa muertos dos jefes, trece oficiales y ciento treinta y dos soldados heridos y contusos.

Zumalacarregui fija la suya en diez y siete muertos y ciento nueve heridos, atribuyendo al contrario ciento cincuenta de los primeros y mil de los segundos. Nosotros hemos hallado unas quinientas bajas en ambos combatientes; quinientos españoles que derramaron su sangre en aquellos campos, ya otra vez enrojecidos con ella.

ANTECEDENTES SOBRE LAS ANTERIORES BATALLAS.

CXVIII.

No puede culparse á Zumalacarregui por haber presentado la batalla de Mendaza; creia á los jefes liberales divididos por la discordia, con escasa fuerza disponible, que era esta el nervio principal del ejército, y que siendo derrotada, podia llevar á cabo el plan que ya bullia en su imaginacion, y se disponia á realizar, de pasar inmediatamente con sus tropas vencedoras el Ebro, penetrar en Castilla, y presentar á don Cárlos ante las débiles tapias de Madrid. En el camino no habia fuerzas que se le opusieran con éxito, y cuando las de Vizcaya, Guipúzcoa y aun Alava supieran el movimiento, ya les llevaria una ventaja considerable, y habria, si no conseguido el triunfo de la causa, producido al menos en la contraria graves conflictos, y aumentado el número de sus filas, sus recursos y su fuerza moral.

Tales fueron los motivos que le indujeron á presentar la accion de Mendaza, cuyo resultado no podia preveer, porque le decidió la grave falta que cometió Iturralde al presentar á la vista los cuatro batallones que debió haber tenido ocultos, lo cual descubrió á Oráa que guiaba la vanguardia, el plan de Zumalacarregui, y le contrarestó victoriosamente.

Córdova, despues de empeñada esta accion, mandó á Oráa se retirase; pero éste, que conocia mejor que su jóven jefe la importancia de lo que allí se disputaba, desobedeció la órden, siguió peleando, y triunfó.

Las cinco horas que duró el combate de Mendaza, y los cuatrocientos hombres que en él perdió el carlista, demostraron que la guerra civil habia adquirido ya una grande importancia, que la hacia digna de atraer sobre ella no solo las miradas de la España toda y los desvelos del gobierno, sino la atencion de la Europa.

La batalla de Arquijas, que tiñó tambien aquellos campos, fué un testimonio más de lo que ya valian los carlistas, y que demostró á Mina que se las habia con sus antiguos compañeros de armas en la guerra de glorioso recuerdo; con sus paisanos, que sabian pelear, y vencer 6 morir.

Si algun laurel conquistó en esta jornada el ejército liberal, pertenece á Oráa y á sus tropas.

Córdova, al distribuir las divisiones para emprender el combate, dijo á Oráa estas magníficas palabras, que revelan su brillante imaginacion y su bizarro empeño:- Punto de reunion, el campo del carlista; el de retirada, la eternidad. Oráa pasando sobre los cadáveres de sus propios compañeros, y hollando los de sus enemigos, acudió al sitio de la cita. Córdova no estaba allí: hacia horas que se habia retirado á Los Arcos, y su posicion no habia sido seguramente tan crítica como la de Oráa.

PROVOCACIONES DE LOS CARLISTAS.

CXIX.

Al dia siguiente de la batalla de Arquijas, Sagastibelza con el quinto y octavo de Navarra, soldados bisoños en lo general', se batia con la guarnicion de Elizondo, sosteniendo por algun tiempo un combate empeñado, en el que esperimentó la pérdida de unos treinta hombres entre muertos y heridos, pues tuvo la desventaja de que peleaban los liberales con artillería.

Pocos dias despues, en Guipúzcoa, el coronel don Bernardo Iturriaga, de acuerdo con la diputacion de guerra de la provincia, provocó á la guarnicion de San Sebastian, que hizo una salida hasta cerca de la Herrera, donde se batió con los carlistas, dejando en su poder tres prisioneros, que Iturriaga mandó fusilar al instante.

En Vizcaya, su comandante general don Miguel Gomez, sostuvo tambien un porfiado encuentro con las fuerzas del coronel Salcedo, y algunas otras que en el intervalo de la lucha se le unieron. Era el ánimo del carlista apoderarse del convoy que Salcedo conducia, pero tuvo tiempo para ponerle en salvo, y pudo con los refuerzos que recibió, hacer que los vizcainos volvieran á sus acantonamientos, habiéndose causado mútuamente alguna pérdida.

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Don Carlos, acampado en las Amezcoas, pasó en ellas alegremente la Natividad, recibiendo felicitaciones por el suceso de Arquijas. El 27 pernoctó en Lizarraga, el 28 en Huarte-Araquil, el 29 en Oderiz y el 30 se dirigió por Astiz, Alli y Lecumberri á Huici.

DESCANSO Y PREPARATIVOS DE ZUMALACARREGUI.

CXX.

Zumalacarregui, al ver que las tropas liberales se replegaron á las grandes poblaciones, dividió las suyas por batallones y fué á acompañar á don Cárlos; pues la nieve que cubria las montañas y la disposicion de las fuerzas liberales, hacian necesaria y daban á entender una tregua en las operaciones.

Pasadas las Pascuas al lado de don Carlos, se cansó Zumalacarregui de la inaccion, dejó la Amezcoa, y se dispuso á marchar sobre Guipúzcoa, y caer por sorpresa en el camino de Tolosa á Vitoria, con el objeto de batir á Jáuregui, que era quien frecuentaba mucho aquel paso.

En efecto, el 31 de diciembre apareció en Villarreal de Zumarraga, donde le dejaremos, por dejarnos el año, preparando la accion de Ormaiztegui, pueblo que le viera nacer, y cuyo suelo iba á empaparse en sangre de españoles.

Mina, en tanto, estaba casi reducido á la inaccion. En cuanto hacia alguna salida, se empeoraba su salud; dirigia, por lo tanto, la guerra desde Pamplona, atendiendo especialmente á la conduccion de los convoyes, de acuerdo con Lorenzo, Ocaña y otros.

Mina era sin duda de los jefes que mejor comprendian aquella guerra; pero no estaba en su mano terminarla.

NUEVA POLÍTICA DEL GABINETE. --- CREACION DE LA MILICIA URBANA.

CXXI.

Más de una vez hemos citado en el curso de este tomo las esposiciones de Llauder y Quesada (1), diciendo que ejercieron una poderosa influencia en la política del Estado, por la razon con que esponian y la fuerza en que se apoyaban.

Enhorabuena que secundaran la opinion pública; no por eso se justifican de la coaccion que ejercian, siquiera se atendiese solo á la posi

(1) Véanse los documentos número 67 y 68.

cion de sus autores. Si tan populares eran sus ideas-lo cual es cierto,fuera su firma una de tantas, fuese el pueblo el que espusiera los males que se seguian al país con la torcida marcha del gobierno, y el medio de conjurarlos. Más, acaso, por lo necesarios que se hacian los esponentes en tan críticas circunstancias, que por la hoga que alcanzaban entonces las medidas que proponian, fué preciso contemporizar. Cedió la corona, y la modificacion del gabinete fué una de las inmediatas consecuencias de lo manifestado por los capitanes generales de Cataluña y Castilla la Vieja con escesiva claridad y atrevimiento.

La reforma del ministerio satisfizo algun tanto los deseos de los liberales, é infundió nuevos temores á los absolutistas.

Martinez de la Rosa, si bien tenia ligado su nombre con el código liberal, no era ya para sus partidarios el jóven y entusiasta patriota que en la primera época constitucional anhelaba con tanto ardor las reformas que el país necesitaba para estirpar los errores que tenian sujeta á la España al carro del retroceso y de la ignorancia. En la segunda época, no satisfizo á los liberales su proceder-ni podia satisfacerles,-y no sufrió la persecucion ni el ostracismo que sus compañeros.

Poner ahora á Martinez de la Rosa al frente del gobierno, era, sin embargo, una notable variacion en la política, porque al fin no era absolutista; mas no eran las circunstancias de la nacion para que la ri giese un hombre irresoluto en política, aunque con el valor personal suficiente para arrostrar sereno los mayores peligros. Los liberales, el pueblo que sabia pensar, el cual suele ver más claro que los hombres de Estado, conocia que necesitaba España ministros que, comprendiendo lo crítico de la situacion que se atravesaba, se adelantaran al deseo general, y le guiaran por el buen camino, como debe hacer todo gobierno previsor y sabio que conoce las necesidades de un país. Pero, ó no las comprendió el nuestro, ó temió en demasía las consecuencias de mayor ensanche al voto público, y el resultado fué el que se esperaba.

La insurreccion estalló en algunas grandes poblaciones, y la misma heterogeneidad de los motines demostró le incierto de la política ministerial.

En Barcelona y Sevilla se permitieron los alzados punibles escesos; y en Salamanca y Madrid los carlistas. En las dos primeras ciudades se pidieron reformas: habíanles enseñado el camino Quesada y Llauder, si bien en otra forma; pero al pueblo, como á todo el que tiene la fuerza, le es más fácil hacer uso de esta que de su inteligencia, porque así le han enseñado, porque así ha aprendido en la escuela de largos reinados.

En Salamanca se convirtieron los frailes en alborotadores á pedradas; y en Madrid, el populacho del estremo de la calle de Toledo y de la

calle de la Paloma, proclamó á Cárlos V, haciéndose fuerte en una casa, que llamaban su castillo.

Resultado de estos motines fueron algunas víctimas, el descrédito del gobierno, ir en aumento la zozobra de los ánimos, la violencia de las pasiones, el encarnizamiento de la guerra, y el estado crítico de la nacion.

En vano se creyó remediarle con la creacion de la milicia urbana el 15 de febrero; era, es verdad, la satisfaccion de una exigencia; pero á medias, porque fueron tantas las restricciones, que tuvieron que limitarse luego, pues la mayoría de los que pedian las armas, deseaban derramar su sangre por la reina, lo cual no harian con tanta resolucion las personas de arraigo y fortuna, que trocaban penosamente las comodidades de su gabinete por los camarotes de un cuerpo de guardia. La multitud pobre, artesana ó labriega, que apenas estaba interesada en la conservacion del órden por lo que hacia á su propiedad, era, sin embargo, la que habia de prestar importantes servicios en la guerra, la que se habia de trocar en soldados voluntarios, y formar el núcleo de una oficialidad valiente y entusiasta.

Prescindiendo de los requisitos que se exigian para ser miliciano, se limitó su alistamiento á una plaza por cada cien almas, y se prohibió tuviesen milicia los pueblos de menos de setecientos vecinos. Los periódicos mataron este reglamento, apellidándole del 1 por 100; y el Boletin de Comercio, tan acreditado é influyente en la opinion, que llegó á contar setenta y seis mil suscritores, domostró matemáticamente que quedarian sin milicia diez y siete mil ochocientos veinte y ocho pueblos, y que en los seiscientos diez y nueve restantos solo podrian contarse cuarenta y dos mil doscientos treinta y un milicianos. Las circunstancias locales de nuestras provincias hacian resaltar más lo absurdo del réglamento, pues mientras en Andalucía los habitantes aglomerados en pocos pueblos, tendrian una milicia numerosa, Asturias y Galicia, más poblados, apenas tendrian milicia, por pequeño el vecindario de sus muchísimos pueblos. En algunas provincias se darian la mano las compañías de unos y otros pueblos; y en países montuosos, donde precisamente era más necesaria la fuerza para evitar las sorpresas de los carlistas, habria espacios de veinte y más leguas sin encontrar un pueblo con milicia urbana. No la habria desde Leon á Oviedo, ni desde esta ciudad á Mondoñedo. La provincia de Toledo, con menos de trescientos mil habitantes, contaria más de mil doscientos urbanos, y para conservar el órden entre millon y medio de gallegos no podrian formarse setecientos milicianos. Murcia, con solos setenta y seis pueblos tendria dos mil ciento quince, y para las mil trescientas cincuenta y una poblaciones de la provincia de Leon, no llegarian á ciento veinte las plazas, menos

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