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mes la reunion, si bien en menor número del que esperaban, por haber imposibilitado las nieves la asistencia de muchos. Al frente de los que acudieron se hallaba el citado Planas, autorizado por don Pedro Queralt, y le acompañaban Vilella, Puigbó, Codina, ex-gobernador de las Medas, Abrés y otros.

En aquella junta de valientes, pero temerosos de su situacion, que, aunque poco lisonjera, no era desesperada, hasta el punto de que desearan morir, tomaron la palabra Vilella y Planas, y para alentar el ánimo de sus compañeros y encender su entusiasmo, les manifestaron que se iba á publicar la Constitucion, por lo que era necesario ganar de mano á los revolucionarios.

Para dar una segura garantía de su propósito, declararon, y era cierto, que hábia á la cabeza personas de dignidad y de carácter, entre las cuales se contaban militares de alta graduacion, y sugetos que habian prestado eminentes servicios en las juntas de las últimas guerras.

Conformes todos, comprometieron su palabra, juraron la insurreccion; y con ese temblor nervioso que produce la impaciencia de una cosa que se teme ó se desea, se retiraron á esperar órdenes en sus respectivos destinos.

El fértil campo de Tarragona se agitaba al mismo tiempo por iguales agentes; en la montaña se sentia el hervor del volcan que abrigaban sus entrañas; leíase en los semblantes de los ampurdaneses la agitacion, la esperanza y la duda; y esta conmocion, estos débiles gritos de alarma, llevaron el vago eco de su ruido hasta los muros de Barcelona, que tambien se alteraba.

Entretanto albergaba esta ciudad á una mujer jóven, célebre por su belleza y por su fanatismo, y á la cual estaba reservado uno de los principales papeles en esta notable insurreccion.

JOSEFINA COMERFORD.

XXIII.

Josefina Comerford es la heroina de quien vamos á ocuparnos. Hija de padres nobles y ricos, nació en Tarifa el año 1798, en esa poblacion donde casi todas las mujeres son hermosas. Quedó huérfana de tierna edad, y pasó á vivir bajo el cuidado y tutela de su tio paterno, el conde de Briás, que abandonó la España en 1808, y se estableció en Irlanda, cuyo católico país halagaba sus creencias religiosas.

Tranquilo en Dublin, cuidaba mucho de la educacion de su sobrina, que iba identificando sus sentimientos con los de los clérigos irlandeses, que formaban la única sociedad que frecuentaba la casa del devoto conde.

TOMO I.

8

Contaba apenas Josefina diez y siete años, y poseía una educacion digna de una princesa. Las lenguas vivas que nos multiplican en la sociedad, le eran tan conocidas como su habla natal, y merced á ellas, pudo familiarizarse con el fantástico autor del Paraiso Perdido, con el poético Pope, con las utopías de Tomás Moor, con la sábia Staël, y con la religiosa epopeya de Chateaubriand. La música, esa sublime inteligencia de las almas sensibles, la poseía en cuanto la era útil para distraer algunos momentos de hastío, despreciando el baile como indigno de la gravedad de su carácter.

De Dublin salió Josefina para Viena, y no creyó invertir mejor el tiempo en la córte austriaca, que cultivando los conocimientos que ya tenia del idioma aleman y de las bellezas de su literatura, siendo su profesor Mr. Michaelowich, que gozaba de merecida reputacion. Enamoróse de la española el polaco, y solo por hacerle renegar de su religion, consentia gustosa Josefina en darle su mano; pero fiel aquel al dogma en que le habian educado sus padres, postergó á sus creencias su pasion.

A los diez y ocho años viajaba Josefina por Italia, y admiraba las hermosas campiñas del Milanesado; la animacion del puerto de Génova; los encantadores jardines de Florencia, y la basílica y monumentos de Roma. Aquí fué donde más se dilató su espíritu y se afirmó su fé, contemplando las grandezas del catolicismo. No repetia con uno de nuestros políticos del siglo pasado: Roma veduti, fede perduta, sino que se fortificaba más su creencia, como se aumentaba el entusiasmo y la fé de los peregrinos al llegar á Jerusalen. Leia la vida de las santas, y soñaba con verse colocada en su catálogo.

Nada habia ya en el mundo que la distrajera: habia muerto su tio y se halló sola la hermosa y rica jóven. Otra con sus ideas religiosas, se hubiera encerrado en un convento; más eran muy estrecho recinto para ella las paredes de un claustro; y la que habia corrido casi toda la Europa, no podia vivir en la clausura. Su altivez y el ardor de su imaginacion jóven, la llamaban á otra escena. Ebria de emociones, empezó á serle molesta su permanencia en Italia. Era española, y deseó volver á su país. Hallóse en breve en España, donde comenzó su vida histórica con la amistad del fraile Marañon.

Radiante de belleza era la juventud de Josefina. Hija graciosa del Mediodía, se veian hermanadas en ella la inquieta vivacidad de la andaluza, con la impasible gravedad de la alemana. Su pelo castaño tenia la bellísima tintura de ese tornasolado que parece satisfacer todos los deseos con la variedad de sus matices; era su frente lustrosa y ancha; sus cejas pobladas formaban un pequeño medio círculo bajo el cual brillaba el azul de sus inquietos ojos; su nariz griega y el carmin de sus labios,

resaltaban en la blancura de su semblante ovalado, como el sonrojado de sus mejillas. Su cabeza siempre erguida sobre su cuello torneado y pequeño, el pecho prominente, su talle esbelto, su andar español y regular estatura. Lo esquisito y delicado de sus modales, lo dulce y agradable de su voz, su porte y femenil donaire inspiraban admiracion, respeto y cariño.

A estas encantadoras cualidades, reunia Josefina un fanatismo religioso que la hacia mirar los actos más reprobados como benéficos á los ojos de Dios, si un eclesiástico los apoyaba. En relaciones con el P. Marañon, fraile que fué destinado al convento de la Trapa en Aragon, sostenido, segun es fama, con los bienes de Josefina, creia, obedeciendo á aquel indigno siervo del Señor, que trocaba el báculo del buen pastor por el puñal del faccioso, no solo ganar la gloria, sino ser venerada despues de su muerte, lo cual le habian pronosticado en sus tiernos años más de una vez los clérigos irlandeses.

En la ilustracion, en el talento de Josefina no puede concebirse aquella vida, sino concediéndola una inocente candidez é ignorancia del mundo, ó una horrible depravacion de costumbres. Pero ¿cómo era posible esta depravacion, atendida su juventud, su esmerada educacion, y sus sentimientos religiosos? ¿Cómo suponer la pura inocencia de su corazon cuando despreciaba las preocupaciones de la sociedad, y poseia tan vastísima instruccion?.... Busquemos entonces en sus preocupaciones, en su talento y en su estraviada religiosidad, la causa de los hechos. que hicieron estraordinaria su vida, que dieron páginas á la historia.

Su despreocupacion la hacia mirar las consideraciones sociales como un fútil pretesto, ó como un velo para encubrir las flaquezas ó las pasiones. Su talento, que la remontaba á una esfera más elevada que la tierra, la presentaba como cosa mezquina la satisfaccion de cualquier deseo terrenal, y su religiosidad era el instrumento de que su amante se valiera para hacer de aquella hermosa jóven el ángel del bien ó del mal. Bastaba presentarla como apreciable á Dios una accion abominable, para que se lanzara á ejecutarla con ese entusiasmo que engendra en las almas jóvenes la íntima conviccion de la bondad de una cosa.

Así estraviaba el fanatismo su talento, así era cruel para la sociedad por ser amante para Dios. ¡ Miserables las criaturas que así comprenden la religion, manantial fecundo de amor y de caridad; venero de duzura, fuente de bondad!.... pero veamos como creia servirla Josefina.

En 1823 siguió á su amigo el P. Marañon, azote de los liberales hasta el punto de ser reprobada su abominable conducta por el mismo Fernando, que le destituyó del empleo de comandante general de la Rioja, devolviéndole á su convento de la Trapa.

En este país se hallaba nuestra heroina en 1825: trasladóse luego á

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Manresa, y á peticion del intendente de policía del Principado, es arrestada y conducida á Barcelona, teniendo la ciudad por cárcel, hasta diciembre del mismo año en que quedó en libertad.

Ni su carácter ni su constancia se doblegaban con los obstáculos; y ni el temor de volverse á ver presa, ni aun el de mayor castigo, la contuvieron en su perseverancia en trabajar por su teocrático partido. Cervera, Manresa y otros puntos eran el foco de la insurreccion, y deseaba Josefina hallarse en él. Su viaje escitaría justas sospechas: para cohonestarle, hace que los doctores de la universidad de la primera poblacion declaren energúmena á una de sus criadas favoritas. Lo consigue, obtiene con este pretesto pasaporte del capitan general de Cataluña, marqués de Campo Sagrado, y pasa á aquella ciudad.

De acuerdo con el vice cancelario Minguel; el presbítero Torrebadella; el P. Barri, de Santo Domingo; el P. rector de Capuchinos; el Rdo. moşen Cristóbal Vila, párroco de Pradell; mosen José Bernié; Grifé, encargado del catastro; el teniente coronel Jordana; el capitan Capdevila, y Fidel Palá, se formó á su invitacion una junta para el levantamiento de la ciudad de Cervera. La misma Josefina ocupaba la silla presidencial, dábase el título de generala, segun es fama, y un eclesiástico que dirigia las sesiones, el de comandante.

Con infatigable celo y con firme perseverancia, vióse á esta nueva heroina superar los mayores obstáculos, y concebir y ejecutar los proyectos más atrevidos. Ella alentaba la constancia de los que la rodeaban, animaba su valor, les comunicaba su actividad, y les ofreció que cuando faltara un jefe para pelear, montaria á caballo con sable en la cintura, y se pondria á la cabeza de sus levantados.

Siempre supeditan los audaces destellos del genio: estos pensamientos que brotaban de la mente de Josefina, pronunciados con varonil aliento, infundian en cuantos la escuchaban el más noble entusiasmo, completa unidad de sentimientos, y el orgullo de no verse postergados por una mujer. Deciden los congregados la insurreccion, juran pelear, y nombran á don José Montaner comandante de las tropas que pudiera reunir en Solsona, á donde marchó, despues de no haber aceptado el nombramiento de gobernador de Manresa, sublevada tambien.

JUNTA DE MANRESA.

XXIV.

Saperes, conocido bajo el pseudónimo del Caragol, estableció en Manresa una junta, que se llamó entonces Superior del Principado. Estaba á la sazon en Berga don José Busons (a) Jep del Estanys, con

trescientos hombres que él mismo habia levantado, los cuales sembraban la consternación á su paso; y por ser el jefe que contaba con mayores y más decididas fuerzas, fué inducido por personas de alto rango para acudir á Manresa á organizar las operaciones.

Al llegar á dicha ciudad, se halló de presidente de su junta, compuesta del vice-presidente don José Corrons, canónigo lectoral de la santa iglesia de Vich, y de los vocales don José Quinquer, domero de la iglesia de Manresa; Llopart, vice-domero; Fr. Francisco de Asís Vinader; don Magin Pallás, médico, y don Bernardo Seumartí; siendo secretarios don Juan Comas y don José Rancés (1).

Esta junta se instaló en casa de Caragol, por un simple recado. Sus primeras reuniones fueron desconcertadas, y solo la presencia de algunos clérigos, y la de Busons despues, dieron cierto carácter de formalidad á sus deliberaciones. Pasaron oficios á todos los corregimientos para la formacion de corregimentales y recaudo de intereses, á fin de evitar las dilapidaciones y robos que hubo, sin que por esto dejaran algunos cabecillas de apropiarse las cantidades que exigian á los acaudalados liberales del país, por precio de su rescate.

La junta de Manresa comenzó á abrogarse un poder soberano. Dirigíanse á ella las quejas, los partes de las operaciones, y de cuantos actos dimanaban de sus subordinados, que lo eran la mayor parte ó todos los jefes insurrectos, y los que ocultamente los patrocinaban, á pesar de estar ejerciendo elevados cargos por órden del rey.

La junta, para cubrir las inmensas atenciones que tenia á su cargo, cobraba las contribuciones personal, del catastro y real, imponia multas, y ejercia esos actos de arbitrariedad que suele emplear la insurreccion.

Esa junta, centro de la rebelion, se autorizó á sí misma para gobernar el Principado: separóse de la obediencia del rey, destituyendo á sus empleados, disponiendo de los fondos públicos, y escitando á otras provincias á secundar sus actos, como lo pretendió con esperanzas de éxito en Córdoba, en cuya ciudad se reimprimieron algunas de las proclamas dadas en Manresa, que conoceremos más adelante.

Uno de los notables acontecimientos que arroja el proceso de esta sublevacion, es la parte que en ella tuvieron altas dignidades eclesiásticas. El mismo Busons dice en su declaracion, que entre los indivíduos que le instaron para el levantamiento, los habia de todas clases; militares, hacendados, religiosos de casi todos los conventos, sacerdotes de la mayor parte de los pueblos, y varios obispos.

(1) Véase documento, núm. 7.

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