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de una para cada diez pueblos. Habria provincias que solamente tendrian milicianos en cuatro puntos, como Guadalajara; que solo les tendrian en dos, como Búrgos y Soria, y aun las habria como Santander y Segovia, que únicamente verian urbanos en la capital, y en cortísimo número. La estensa provincia de Lérida, casi un tercio de la superficie de Cataluña, no podia aspirar más que á noventa y dos milicianos; el montuoso principado de Asturias estaria reducido á ciento setenta y seis, y la fronteriza provincia de Orense no podria oponer á los carlistas más que cuarenta y ocho hombres armados, todo conforme al regla

mento.

La anatomía que hizo del reglamento el periódico que dirigia y empujaba las ideas, no podia menos de influir en la opinion pública y en el gobierno, que se ponía en ridículo con su poco meditadas disposiciones. Contestar á tales argumentos era imposible: la prensa estrechaba cada vez más al gabinete, le batia en brecha con tan certeros disparos, tuvo al fin éste que capitular, porque hubiera sido temerario y necio el resistir. Se alteró el reglamento á pocos dias; engrosáronse las filas de la milicia, y en breve se contaron más de doscientos mil indivíduos, de los que no pudieron armarse sino la tercera parte. Merced en muchas partes al patriotismo, se adquirió el armamento necesario, y pronto fué una fuerza respetable aquella milicia bisoña, de hombres en gran parte de arraigo, que conquistaron laureles tan gloriosos como los de Gandesa, Peralta, Vergara, Betea, y tantos otros en ambas Castillas, en el Mediodía y Oriente de España, en Cataluña, y en todas partes, en fin, donde tuvo enemigos que combatir.

Temia el gobierno armar al pueblo, y ninguna medida, sin embargo, produjo más benéficos resultados á la causa de la reina. Sustituyendo á la tropa en las guarniciones, haciendo un servicio activo y penoso, no eran solo los defensores de sus hogares, los que mantenian la tranquilidad, eran los soldados de la patria que derramaban sin tasa su sangre en mil combates, eran los destinados á inmortalizar á Cenicero Ꭹ Peralta, á Villafranca y San Pedor, á Zaragoza y á Bilbao.

El pueblo armado mientras no intervino en la marcha del gobierno, mientras se limitó á su intento, fué el más firme sosten de la causa liberal; como lo habia sido del absolutismo el pueblo que armó.

MARTINEZ DE LA ROSA Y EL ESTATUTO REAL.

CXXII.

Parapetado Zea en la resistencia, representante fiel del difunto monarca, vivo en él, y abrumado con la responsabilidad de sus desacier

tos, forzosa era su caida, y cayó. Político estacionario, padeció un grave error: se obstinó en no ver más que una cuestion de sucesion, donde no habia más que una cuestion de principios: creyó, iluso, que la hija de Fernando tenia en su legitimidad suficiente fuerza, y que no necesitaba ni del apoyo ni del concurso de la España liberal; y se opuso á transigir siquiera con ella, sin atreverse tampoco á romper lanzas, temeroso de sus brios. Nada, empero, justificaba su opinion presuntuosa; y Zea viño abajo con el despotismo ilustrado que queria entronizar, y que ambos partidos rechazaban. Los absolutistas no podian ver el ilustrado, y los liberales odiaban el despotismo.

El error de Zea era tanto más grave cuanto que aislaba al trono, y le presentaba indefenso á los golpes de sus enemigos. Sin estar ligados precisamente como la causa lo está al efecto, la pragmática-sancion y la rehabilitacion del partido de las reformas eran ya dos hechos para siempre ligados é inseparables. El derecho de Isabel era legítimo, pero necesitaba el apoyo de los unos para triunfar de la oposicion que los otros le hacian. Concíbese que se combata á un partido oponiéndole otro partido; pero pretender, como el miope Zea, combatir á uno y otro á la vez, sin un tercero, que no existia en el país, es inconcebible é indisculpable.

Y la falsa posicion de Zea era tanto más difícil de conservar, cuanto que se precipitaban y complicaban los acontecimientos, tomando un carácter peligroso, que no podia dominar su impotencia. Crecia de dia en dia su impopularidad, y en vano trató en sùs últimos momentos de mostrar una energía que no estaba en su corazon, y que debia producir un efecto contrario al que se propuso, por arbitraria. Los destierros, y la supresion de los periódicos, únicas medidas que discurrió su pequeñez, le atrajeron el ridículo, poniendo de manifiesto su impotencia. Sitiado y estrechado cada dia más de cerca por adversarios encontrados, igualmente exasperados; atado por sí mismo de piés y manos, y condenado á la inmovilidad, vióse al fin aislado; y el mismo consejo de regencia, que nada tenia de avanzado, acabó por repudiarle, uniéndose al partido constitucional, que reclamaba incesantemente las garantías políticas á que tenia derecho por su decision y sacrificios. Dos capitanes generales, como hemos visto, dieron el último golpe á la fortaleza desmantelada.

Solo Zea en su alejamiento de unos y otros, y aislado en medio del impetuoso embate de la mar que habia embravecido, debia caer, y cayó cuando peligraba su persona, mostrando sentir la pérdida de una autoridad de que ninguna ventaja sacaba, y que con mucho menos motivo cualquiera se habria anticipado á abdicar. Cayó en nombre de esas instituciones que rehusó tenaz al deseo de los necesarios defensores de la

legitimidad, y que habian llegado á ser la única salvacion, la condicion esencial y absoluta de la monarquía en la hija de Fernando. Dejó, pues, el ministerio por segunda vez. Habíasele quitado Fernando la primera por demasiado liberal, Cristina le despedia ahora á propuesta del Consejo de gobierno porque no lo era bastante. Entonces tuvo por sucesor á uno de los más decididos absolutistas de España, á un enemigo irreconciliable de la libertad, al miembro más intolerante del gobierno provisional de la fé en 1823, al duque del Infantado. ¿Y quién le sucede ahora? Un ex-ministro constitucional, un diputado en las Córtes de ambas épocas, un hombre que habia espiado en los presidios de Africa el crímen de haber devuelto á la nacion los derechos de que habia sido despojada tres siglos hacia por un abuso de poder. El progreso iba ya envuelto en la sola antítesis de ambos nombres.

La pragmática empezaba á producir sus consecuencias, y desde la desaparicion de Zea, puede decirse que comienza de lleno la revolucion. El destierro de Calomarde y la entrada de Zea no fueron en el fondo más que una intriga palaciega. La salida de Zea y el llamamiento á Martinez de la Rosa, eran la primera victoria de los liberales. Martinez de la Rosa en el ministerio era la doble rehabilitacion de dos épocas, era la reprobacion del absolutismo, era la convocacion de las Córtes.

Y las Córtes fueron convocadas. ¿Pero lo fueron como deseaban, ó esperaban los que por ellas arrostraban todo género de peligros? En vez de contestar manifestando desde luego nuestra opinion, reseñaremos los antecedentes y circunstancias del que sin duda era llamado como una garantía de satisfacer esta exigencia apremiante.

Cuando Cádiz nombró diputados á Córtes entre los españoles refugiados en sus murallas, Martinez habia sido designado para representar á la provincia de Granada, ocupada por las tropas francesas. Su juventud, su independencia, su ardiente liberalismo, y hasta su acento andaluz, le hicieron desde luego muy bien quisto entre los refugiados. Trasladadas las Córtes á Madrid de resultas de los triunfos decisivos de las armas inglesas y españolas, mostróse tribuno vehemente y apasionado de los principios liberales proclamados en Cádiz. Confinóle el rey á un presidio de Africa, y este rigor, no merecido, escitó en su favor simpatías hasta de los que no eran amigos suyos, y le valió una honrosa popularidad. Los sucesos de 1820 le arrancaron de su confinamiento y le volvieron al congreso, donde se dió á conocer por su tendencia á otro sistema menos democrático, inspirando en 1822 bastante confianza al rey para encargarle el timon de los negocios. Cinco meses despues le arrojó de su puesto el triunfo del 7 de julio, y la diputacion permanente le acusó de haber faltado á su deber. En la memoria que publicó de aquellos acontecimientos, vióse claro su intento de sustituir por medio

Томо 1.

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de un golpe de estado la Constitucion, demasiado popular á sus ojos, por una carta con dos cámaras.

La reaccion del 23 fué más clemente por esta causa con él que lo fué la del 14, porque ni aun fué desterrado de la Península. Voluntariamente, y nosotros creemos que por el bien parecer, pasó á Italia y á París, donde cultivó las letras, de que nunca debió haberse apartado. En este alejamiento, Martinez de la Rosa permaneció estraño á todas las tentativas de los verdaderos emigrados; y cuando le pareció haber representado tal cual el papel de proscrito, regresó de los primeros á su patria. Tal era el hombre que, entre los que se habian propuesto á la Goberdora por diferentes conductos, la fuerza de las cosas llamaba al gobierno de la nacion. Como quiera, su advenimiento al ministerio era un gran paso. Así fué considerado; y fué, por tanto, bien recibido. Pero apenas le fué confiada en tutela la revolucion naciente, todos echaron de ver que el ayo del nuevo Hércules, era más idóneo, y parecia más dispuesto á enervar al robusto infante en mantillas, que á desarrollar sus fuerzas: fué, en efecto, el dragon mitológico enviado por la envidia para ahogar en su cuna al futuro vencedor de la hidra de las cien cabezas.

Zea habia caido por haberse negado á convocar las Córtes: Martinez de la Rosa ocupó su puesto con la condicion sino qua non de convocarlas. Cualesquiera que fuesen sus secretas inclinaciones, no le era dado dejar de hacerlo; era preexistente el pensamiento de la convocacion. Escogido para llevarle á cabo, no era más que el instrumento de una necesidad. Pero ¿en qué términos iba á restaurar el antiguo derecho nacional?

Hombre contemporizador, y de cuasi medidas, Martinez de la Rosa no podia proceder sino por compromiso, y por compromiso procedió. Desafecto á la Constitucion democrática de 1812, que llevaba su nombre, no era probable la desenterrase, y no la desenterró. Dejóla dormir en paz. Pero si bien no se aguardaba su íntegro restablecimiento, veíase imposible la resurreccion de los tres brazos, por más que subsistian la nobleza y el clero, privilegios de casta y desigualdades legales. Multitud de intereses se hallaban ya dislocados, cien prerogativas allanadas, y no pocas preocupaciones por tierra. Esta forma no habria correspondido ni á los intereses ni á las ideas, ni habria acallado las pasiones. El repetido ensayo, además, de otro sistema, y los adelantos de la ciencia política, condenaban el antiguo de la monarquía, que no habria podido resistir los primeros albores de aquellos dias si de nuevo se le hubiese vuelto á la vida.

Aguardaba el público la solucion del problema. Pasaba el tiempo, y comenzó la impaciencia. Por espacio de tres meses trabajó el ministerio

en su grande obra política. Semejante á los sacerdotes de Egipto, el Sanhedrin ministerial se recogió en el fondo del santuario, rodeóse de silencio y de soledad, rehusando admitir á los pro fanos á la iniciacion de sus misterios antes del dia que prefijó en su mente. Llegó, por fin, ese gran dia: una mañana de abril el mon te Sinaí hizo resonar sus trompetas, y las nuevas tablas cayeron de las nubes sobre la cabeza de Israel. El moderno decálogo hubo por nombre Estatuto Real.

Pero antes de ocuparnos del Estatulo Real, reseñaremos los antecedentes de su formacion, y por ellos se podrá formar del mismo juicio prévio.

El mismo Burgos, alma, sin duda, de aquel ministerio, como lo ha~ bia sido del anterior, y tenia que serlo, por su capacidad y su voluntad de hierro, en cuantos tuviere parte, nos lo dice en sus Anales. «Era necesario mudar de sistema. Desconocia Zea el estado de la opinion. La animadversion general, sostenida por una prensa, que ni la censura, ni el rigor contra los escritores turbulentos bastaban á contener; la falta de tropas para precaver ó reprimir un movimiento insurreccional, y la poca confianza que inspiraban aquellas de que hubiera podido disponerse en la ocasion; los sentimientos conocidos de los más de los jefes militares; la tendencia constante, en fin, del consejo de gobierno, todo impedia que se continuase marchando como hasta entonces; todo indicaba là necesidad de suplir con medios morales la falta de los medios materiales, y de que el gobierno dirigiese un movimiento que, contrariado por más tiempo, debia saltar por encima de todos los obstáculos y arrastrar en su marcha al gobierno mismo.>>

He aquí lo que pensaba sobre la necesidad de la reforma el individuo del ministerio que, sin la presidencia, que nadie tenia, y que segregó de la secretaría de Estado, por no ser ya la primera, y «por el temor de que, recayendo en Martinez, se resintiese la marcha de la administracion,» le dirigia, y á quien la opinion no tenia por liberal; el que propuso á Martinez de la Rosa, y venció la resistencia de la regente al nombramiento de Garelly, ex-ministro tambien constitucional, conociendo la necesidad de dar consistencia al gabinete.

«Insistiendo el consejo de gobierno, dice á este propósito, sobre la urgencia de reunir las Cortes, proclamaba la necesidad de dar á España un nuevo régimen político. ¿Era posible oponerse á esta indicacion, que, en lo principal, se apoyaba sobre el tenor esplícito de leyes nunca derogadas, y en lo accesorio, sobre las exigencias de una opinion, que se presentaba con las apariencias de unánime? Dado caso que esta no fuese tal ¿habia algun medio natural de reprimirla, ni otro medio legal de conocerla que el de reunir la nacion en Córtes? Y si esto debia hacerse no era preciso nombrar para el nuevo ministerio hombres que fuesen bien vistos de los que habian prevocado esta variacion, y que inspirándoles confianza por sus antecedentes, no se viesen atajados en su nueva

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