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bre él presentadas por cada parte contendiente, y el público sea el juez que sentencie el proceso que le ofrecemos.

Dicen las Memorias de Mina, hablando del hecho de Lecaroz.-«¿Y á qué se redujo esta prueba, que tanto ha disonado en muchos oidos? Se ha pensado sin duda que se ha pasado á cuchillo la quinta parte de hombres, mujeres y niños de una grande poblacion, sin tener cuenta que Mina no es hombre que á sangre fria haga derramar la de sus enemigos. Se quintaron en efecto solo los hombres que se hallaron en el pueblo, y resultaron siete, que segun la disposición del general, debian ser pasados por las armas: No se hubiera hecho en ello más que usar de justas represalias: el pueblo de Lecaroz por su localidad era el más á propósito para hacer mal desde allí á la guarnicion de Elizondo; todo su vecindario estaba notado como el más adicto á don Cárlos de todos los de aquella circunferencia; todo él se ocupaba en servicios de los facciosos y principalmente en el espionaje; sus burlas á la guarnicion del fuerte de Elizondo eran contínuas; era el depósito de los proyectiles y toda clase de municiones de guerra de los facciosos, y acaso por sus delaciones, fueron sacrificados al furor de estos varios de los confidentes del general Mina encargados de llevar comunicaciones, y en muy pocos dias ocurrió en aquellos mismos momentos que asesinaron á cinco de estos servidores del gobierno de la reina. ¿Y podia mirarse esto con indiferencia por el general? ¿No debia vengar á estas víctimas? ¿No debia presentar ninguna garantía á los que con el mejor celo y con el inminente riesgo que se ve, se esponian á desempeñar delicados encargos de confidencia? ¿Todo debia ser permitido á los facciosos, y nada al ejército leal, llegados ciertos casos?

>>Sin embargo, Mina, queriendo economizar la sangre aun de sus propios enemigos, mandó que solos tres de los siete quintados fuesen pasados por las armas, y á los otros cuatro los destinó al descubrimiento de los cañones con que los facciosos batian dias antes el fuerte de Elizondo; y á pesar de que su ayuda no fué de grande utilidad en las diligencias, descubiertos y recogidos que fueron dos morteros y un obús por los tiradores de Isabel II, ayudados de otros montañeses, dejó á los cuatro referidos de Lecaroz en entera libertad; por manera que todo el grande espanto y asombro que el hecho de Lecaroz ha causado lejos del sitio, está reducido á tres vecinos fusilados, cuya pena tenia merecida todo el vecindario, y á la quema de una veintena de casas entre todas las que componen su poblacion desparramada, y que por cálculo-pues no tenemos a mano ningun libro ni otro documento que nos dé un estado exacto-juzgamos será de ciento treinta á ciento cuarenta. Y este hecho, sin tener cuenta con los antecedentes que quedan referidos, ha sido bastante para que el general Mina haya perdido, en la opinion de algunos señores, todo el mérito de los sacrificios que ha hecho por la causa de la reina; ha bastado para que no se tuviera cuenta ninguna ni con la accion de Larrainzar, que le precedia de dos dias, tan ventajosa para las armas de la reina, ni con el balazo que el general en jefe recibió en ellas ni con la libertad del fuerte de Elizondo y de la brigada provisional, que estaban próximos á caer en poder de los facciosos; ni con lo que sufrió en Elizondo mismo por resultado de sus fatigas, pues que

le atacó tan fuertemente su mal, que se temió de su vida; ni con los inmensos felices resultados que preparó aquella disposicion: todo se olvidó en un momento, y ya desde él no se pensó más que en separarle del mando y presentarle al mundo como un hombre indigno de él, como una fiera. Pero el engaño y la mentira consiguen triunfos muy efímeros; la verdad se hace siempre lugar: si hay quien dude de nuestro relato, manifieste sus dudas con algun fundamento, y estamos seguros de que le dejaremos plenamente satisfecho con nuestra respuesta.

»Miras más estensas tuvo Mina en la disposicion respectíva á Lecaroz que las mezquinas de los que ven las cosas de lejos y no conocen tal vez ni lo que traen entre sus manos. Dió un grande aparato en su publicidad á la quema de veinte casas y la muerte de tres hombres con objeto de economizar sangre en la guerra y de acabarla hiriendo á su contrario por sus propios filos. Esta medida tuvo más de política que de militar, y con ella sola hizo perder mucha fuerza moral à Zumalacarregui y á sus facciosos.

» En efecto, desde el dia inmediato empezó ya á picar la desercion las filas rebeldes, y sus desertores aumentaban las de los leales; otros jóvenes se presentaban voluntariamente á tomar partido en las banderas de Isabel II, y otros que, por su estado ó por su posicion, no podian obligarse á un servicio activo de campaña, se apresuraban á inscribirse en la milicia urbana para el servicio pasivo, y pedian armas: se veia á los pueblos cambiar enteramente de espíritu, y creyendo segura la constante permanencia allí de una division del ejército, las autoridades locales se prestaban sin repugnancia á surtir de víveres á la tropa; en fin, el suceso de Lecaroz, tan vituperado por los hombres de bufete de la córte, incapaces de conocer su valor ni de estar al alcance de sus consecuencias, los habria producido tan favorables é incesantes en pocos dias, que nada creeriamos aventurar si avanzásemos la proposición de que á la vuelta de poquísimo tiempo ya los facciosos no volverian á pisar ni el valle del Baztan ni muchos otros de sus confinantes, porque el país todo se habria armado contra ellos. Ya de esto tuvo una muestra el general Mina en la celeridad con que uno de los encargados de reunir hombres del país, don Norberto Goyeneche, habia filiado el competente número para formar un batallon; era notable igualmente el aumento de reclutas en las otras comisiones dadas en el propio Baztan; y finalmente lo comprueba el pedido de armas y vestuarios que hacia el brigadier Oráa, encargado de la direccion de la guerra en aquel país y de su administracion: de manera que el general en jefe calculando sobre estos datos, contaba haber hecho perder á la faccion dentro del mes de mayo toda esperanza de pensar en el Baztan.»>

Don Juan Antonio Zaratiegui en la vida militar y políica de Zumalacarregui dice:

«Exasperado Mina con la embestida pasada de Zumalacarregui; indignado de que el Baztan por sí solo fuese un foco donde nacian incidentes capaces de absorber por entero su atencion, sin poder subyugarlos con todas sus guarniciones y la contínua asistencia de un crecido número de sus fuerzas, aburrido hasta el estremo con el frecuente ensa

Томо 1.

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yo de obuses y morteros que los carlistas hacian diariamente contra los fuertes de Elizondo; creyó que mientras no les privase del material, las dosgracias irian adelante, y sus guarniciones todas estaban en inminente peligro. Mina, aleccionado por la esperiencia, sabia que el llevar un tren de batir, cualquiera que él fuese, bueno ó malo, grande ó pequeño, es empresa difícil en un país como el Baztan, aun cuando lo condujesen con las carretas de bueyes propias de la tierra. No podia ignorar tampoco la dificultad con que los carlistas habian fundido las piezas; por lo mismo, lo que le interesaba era saber, no donde estas se hacian, sino donde se ocultaban las nuevas con que Reina se habia presentado hacia pocos momentos delante de Elizondo. Para saber tan importante noticia, recurrió Mina á uno de los medios más terribles de averiguacion. En la suposicion de que los habitantes del pueblo de Lecaroz tan cercanos á Elizondo, serian sabedores del lugar donde se hallaban ocultas las piezas, acordó por primera providencia poner presos á todos los varones; y no satisfaciendo estos como él queria, á las preguntas que les hizo, los mandó sortear y pasar por las armas. Y como si con esto no quedase llena la medida de su crueldad, ordenó además se pusiera fuego á toda la poblacion: acuerdo digno del incendiario de Castelfullit, de cuya ingratitud y dureza de corazon no debia esperar otra recompensa aquel leal país, su patria', que tanto habia contribuido á encumbrarle sacándole de la clase más ínfima del pueblo.

»No fueron suficientes para arrancar el secreto á los moradores de Lecaroz, si es que le sabian, ni la fria crueldad de Mina, ni los grandes ejemplos de terror que estaba dando, puesto que prefirieron el martirio. Otros medios y diligencias proporcionaron al fin á Mina el descubrir donde estaban las piezas, y hallándose este lugar tan cerca, pronto las tuvo en su poder. Pero ni aun estos trofeos con que de contado regresó ufano á Pamplona, bastaron para sostenerle en el mando, pues el gobierno habia visto ya en las operaciones de estos últimos dias, y especialmente en el suceso de Lecaroz, que Mina no era el hombre que le convenia, porque lejos de contrarestar en el espíritu público el ascendiente de Zumalacarregui, le daba todos los dias nuevo valor y consis tencia con su bárbaro proceder.»>

Y por último, en un boletin estraordinario de los carlistas, especie de manifiesto, de que nos ocuparemos más adelante, se lee este párrafo:

«Con efecto, en el espacio de tiempo trascurrido desde la toma de Los Arcos á la de Echarri-Aranaz, las columnas enemigas penetraron en el Baztan y socorrieron á Elizondo. La poblacion de Lecaroz, próxima á este último punto, habia servido de canton á dos de nuestros batallones, y Mina creyó, sin razon alguna (como lo ha justificado la esperien cia), que se hallaban en su jurisdiccion las piezas de artillería últimamente fundidas: exige, pues, del ayuntamiento las entregase, y asesina á los indivíduos que lo componian porque dejaron de satisfacerle descubriendo un secreto que no sabian: destruye el pueblo entero, y á la luz de sus edificios devorados por el incendio, oficia á todos los pueblos comarcanos amenazándoles con la misma suerte si no cumplian en el acto sus órdenes. En vano el cañon carlista bate los muros de Echarri-Ara

naz, en vano su guarnicion reclama el socorro que le era debido; el adalid de los cristinos continúa sus pesquisas en los montes desiertos, fusila ó aterra á los paisanos desarmados, y conduce con aire de triunfo á Pamplona tres malas piezas de artillería, cuyo descubrimiento le ha costado tantos crímenes, al propio tiempo que Zumalacarregui se apoderaba en Echarri de otras tres, destruyendo con gloria su caserna.»

TOMA DE LOS ARCOS.

CXLVIII.

Bullia en la mente de Zumalacarregui atacar el punto fortificado de Los Arcos, sin embargo de que su situacion topográfica le facilitaba prontos socorros; pero procurando alejar á las columnas auxiliadoras y fatigándolas, podia aprovecharse una ocasion.

Despues de la accion en el puente de Arquijas el 5 de febrero, marchó rápidamente Zumalacarregui contra Elizondo, y obligó á su contrario á trasladarse al Baztan. Regresó entonces Zumalacarregui, por creer el momento oportuno, y dispuso el 22 que el primer batallon de Navarra, dirigido per Iturralde, tomase el pueblo de Los Arcos, y con el brigadier de artillería don Joaquin Montenegro, reconociesen las fortificaciones, disponiendo las obras necesarias á su ataque.

A la mañana siguiente se trasladó Zumalacarregui á la Poblacion con su estado mayor, algunos batallones y el vicario general del ejército don Juan Echevarría, que conocedor del terreno suministró acertadas noticias.

A las ocho de la mañana, despues de construida una batería en la altura del castillo, se rompió el fuego sobre las casas fuertes. Estas, como todas las fortificaciones que habian construido los liberales desde que empezó la guerra, eran débiles para tan poderosa arma, pues nunca creyeron llegara á poseerla el ejército carlista; y si bien parecia algun tanto mezquino su tren de batir, era, sin embargo, más que suficiente para abrir brechas y deshacer murallas, que hubieran resistido al continuado fuego de fusilería de todos los carlistas.

Algunas de las principales casas, el castillo y el hospital eran los puntos que más resistencia ofrecian, y estaban defendidos por unos quinientos soldados, que debian confiar más en su valor que en las tapias tras las cuales se guarecian.

A poco de comenzar el carlista sus certeros disparos, abrió brecha en la casa de Aizcorbe; mas los liberales reemplazaron con sus pechos el vacío de la pared, y al muro de tierra opusieron el de bayonetas. Pero fuera poco sostenido ó muy valerosamente atacado, lo arrolló todo el carlista, y se hizo dueño de aquella casa y despues de otras, que hasta

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cerca del anochecer dominaba ya en cinco de ellas, replegándose de una en otra los defensores, que se guarecieron al fin en el hospital.

Los carlistas al mismo tiempo adelantaban su batería á medio tiro de fusil, y continuaban haciendo un fuego terrible con el obus, demostrando así con tal resolucion el empeño que tenian de conseguir una completa victoria.

Considerado como principal punto el hospital, encargó Zumalacarregui á don Juan O-Donnell y á don Carlos Vargas le tomasen. Despues de varios derribos llegaron á su pared maestra, cuya operacion tuvieron. que suspender porque empezaron los sitiados á arrojar granadas de mano, oponiendo una resis encia tan tenaz, que obligó á los sitiadores á evacuar el edificio en que se hallaban, y del que trasladaron en aquellos críticos momentos, para no dejarle perecer entre los escombros, á un oficial de la reina herido.

A las cinco de la tarde impaciente ya Zumalacarregui, dispuso que en el momento que hubiese brecha abierta se asaltase la casa fuerte, y á la vez el hospital; pero declinaba el dia, y para imposibilitar las operaciones se desencadenó un terrible huracan con fuertes aguaceros, y se cerró la noche.

Tales inconvenientes aguijoneaban más y más el deseo del caudillo carlista, que solo desistió por el pronto. Mientras llegaba el dia preparaba los medios de conseguir su empeño, y como un elemento más de combate, hizo arrojar al foso del fuerte grandes haces de paja para incendiar al dia siguiente el edificio, ó si esto no se conseguia para sofocar á sus defensores con el humo insufrible de las guindillas que mezcló con la paja, y en grande abundancia, porque no escasean en el país.

Los defensores del fuerte, que comprendian lo apurado de su situacion y la inutilidad de sus esfuerzos, veian claramente que iban á perecer, y que su desesperada defensa lograria solo prolongar su agonía. Aumentábala el crecido número de enfermos y heridos que habia en el hospital, á los cuales sacrificaban con su resistencia. Dudando, pues, como proceder, decidióse al fin salvarse la guarnicion. Se ahorraban así víctimas, y se tenia al menos la esperanza de que, sin saña ni muchas víctimas que vengar los carlistas, no sacrificarian á los que yacian en el hospital, que en último caso eran en número inferior á la guarnicion; si bien cumpliendo con anteriores órdenes, los defensores de Los Arcos debieron haber seguido el ejemplo de otros valientes, y sepultadose entre las ruinas de las paredes encomendadas á su defensa.

Decidida la fuga, la emprendieron ocultándola con las tinieblas de la noche, y por una puerta escusada salieron al campo, ayudándoles el temporal. Sin detenerse tomaron el camino de Lerin, dejando en Los Arcos los centinelas, que continuaron recorriendo la palabra.

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