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tiéndose con mayor teson del que eran acometidos. Esperaban auxilio, no llegaba, y el 19, los soldados, desobedientes á la voz de su jefe, desmintieron en un momento el valor de cinco dias, saliendo por las brechas y entregándose á discrecion.

Todo el tiempo que duró el sitio, dice con verdad uno de los oficiales carlistas que en él se hallaron, estuvo Zumalacarregui dirigiendo en persona el obus, no por vana puerilidad, no por entretenimiento ni por falta de quien lo hiciese, sino por economizar las municiones de que habia siempre grande escasez en su ejército. Sin embargo de haberse apoderado del fuerte sin contraer empeño alguno, trató generosamente á la guarnicion: á los oficiales les dejó sus espadas, equipajes y la libertad de retirarse á Pamplona; al gobernador, además de haberle dispensado una acogida lisonjera, le dió un certificado en que decia que habia cumplido fielmente con su deber; y á la tropa la incorporó, á peticion suya, en las filas carlistas; siendo los artilleros del fuerte de Echarri-Aranaz los primeros soldados que de esta arma hubo en el ejército de don Cárlos.

En aquel sitio fué herido, aunque levemente, en la cabeza, al pasar por una calle el general don Bruno Villarreal. El mismo Zumalacarregui estuvo muy espuesto á perecer por un accidente bien singular. De la informacion que se hizo para conocer el orígen de su riesgo, resultó que los artilleros del fuerte, engañados por las sombras de varios soldados que en medio de la noche giraban de uno á otro lado cerca de una gran fogata, dirigieron la puntería de sus piezas rasantes al ángulo del edificio, tras del cual se ocultaba la hoguera; pero creyéndose que la bala seguiria aquella direccion, dió de lleno sobre el flanco de la casa que estaba al descubierto. Zumalacarregui se hallaba alojado hácia esta parte, y cuando estaba durmiendo, pasó la bala agujereando la pared y casi rasando su cabeza, hasta el punto de quedar su cama cubierta de escombros.

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El Abuelo, en fuerza de lo mucho que trabajó aquel dia, comenzó á mostrar su decrepitud, rajándose por la boca. Con este motivo fué preciso cortarle más de un pié de longitud, y ponerle dos fuertes argollas de hierro para que el mal no pasase adelante. Los soldados, que para distraerse de las fatigas de la guerra suelen aprovechar la cosa más insignificante, tomando de ella ocasion para algun chiste, decian entonces que el Abuelo habia obtenido el grado de teniente coronel en recompensa de los grandes servicios hechos en aquel dia.

Justo es que hagamos en este lugar mencion honorífica del capitan de artillería don Rufino Roman de Trovo, compañero inseparable del tan célebre cañon: Zumalacarregui le animaba diciendo: «Trovo, dia llegará en que haga pinten á vd. junto al cañon.>>

Antes de dejar Zumalacarregui á Echarri-Aranaz, no queriendo que su triunfo causase la desolacion de los infelices cuyas casas se habian incendiado durante el sitio, los hizo llamar á su presencia, y aunque su escasez de metálico era tan grande, mandó darles una cantidad suficiente á enjugar por el pronto sus lágrimas: ¡singular contraste con lo que al propio tiempo hacian!

Al ver la cobarde traicion de los defensores del fuerte, su comandante, cuatro oficiales y el capellan del regimiento de Valladolid, que lo prefirieron todo á faltar á sus banderas, marcharon á Pamplona. Al primero lo arrestó Mina, permitiéndole por hallarse herido permaneciera en su casa, haciendo lo mismo con los demás en el principal.

OLAZAGOITIA.

CLIV.

El triunfo que obtuvo Zumalacarregui en Echarri-Aranaz fué un poderoso estímulo para emprender la conquista del fuerte de Olazagoitia, asentado en el valle de la Borunda, y por cuyo pueblo atraviesa la carretera de Vitoria á Pamplona y otros caminos, lo cual daba á aquel punto una justa importancia, siendo por lo mismo sólidamente fortificado.

Bien lo sabia Zumalacarregui, pero confiaba en su artillería, y en que le diera tiempo el enemigo, y emprendió el sitio, batiendo con decision las nuevas obras del esterior.

Mina, bastante alarmado con la pérdida de Echarri-Aranaz, temió la de Olazagoitia y se dirigió á este fuerte, que abandonó á su aproximacion Zumalacarregui, con el sentimiento de no haber añadido á sus triunfos el que esperaba obtener entonces, sin embargo de que la guarnicion no pensaha imitar á la del fuerte abandonado.

Perdido este punto, disminuyó mucho la importancia de Olazagoitia, é hizo Mina demoler sus fortificaciones, llevándose la guarnicion, que entró con él, como vimos en Pamplona.

Zumalacarregui celebró este acontecimiento, pues si no conquistó el fuerte, consiguió lo que se prometia; esto es, quitar el obstáculo que presentaba á la mayor brevedad y facilidad de sus comunicaciones de Guipúzcoa con Navarra.

PARTIDAS.-ESCUADRON DE LA LEGITIMIDAD.

CLV.

Al volver Mina á Pamplona, llevó profundamente arraigada la conviccion que ya tenia, de no poder acabar con los carlistas; y que, aun

para conservar ascendiente sobre ellos, ya que no pudiera contar con un numeroso ejército para ocupar todo el país, habia que combatirles con el mismo género de guerra con que hacian tanto daño. Por esto destinó columnas á todas partes para contrarestar á las pequeñas de los contrarios, que, como las de Cardeu, Lucus y otros vejaban de contínuo á los liberales.

Pero no servian todos para mandar estas fuerzas, para guiarlas con acierto y no esponerlas á una sorpresa, á una derrota. Así que Jáuregui, don Leon Iriarte y algun otro, eran los únicos para hacer aquella campaña de guerrillas.

Iriarte con un batallon de intrépidos y poco aprensivos navarros, salia contínuamente de Pamplona á recorrer los valles de Orba y Aybar, y la tierra entre Aoiz, Lumbier y Sangüesa, apoderándose, cuando no se les impedia, de los suministros con que estos pueblos contribuian á los carlistas.

Estos por su parte procuraban indemnizarse en unos puntos lo que en otros perdian, y se equilibraban así las pérdidas y las ventajas.

En último resultado los carlistas iban progresando, y por este tiempo completó Zumalacarregui el brillante escuadron que tituló de defensores de la legitimidad, compuesto de oficiales españoles y estranjeros, que se prestaron á servir de simples voluntarios, tales como Arjona, Cabañas, Balmaseda, Freire, el escritor Henninseng, La Torre, Sancho, Moral, Caraza, Quevedo, Soto, Hortelano, Sainz, Sarraminaga, Vial y otros, teniendo por jefe á don Juan Bellengero.

Posteriormente se fué aumentando su número, y todos prestaron servicios importantes: casi todos eran valientes y caballeros.

MANIFIESTO DE LOS CARLISTAS.

CLVI.

Los hechos narrados llamaban la atencion de una manera estraordinaria, y las personas imparciales daban ya á las armas carlistas la importancia que merecian.

Don Carlos, ó más bien Zumalacarregui, conocia lo que ganaba su posicion: se propuso darla á conocer á todos, justificándose á los ojos de la opinion pública, y presentando con negro colorido la conducta del enemigo, y en un boletin estraordinario se publicó una especie de manifiesto, sobrado notable, del cual reproduciremos algunos párrafos, por más que no estemos conformes con su contenido. Les damos un lugar

Томо 1.

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en nuestra obra por útiles y necesarios, como haremos con todos los documentos de su importancia

«Los últimos meses, dice, estériles en acontecimientos militares por la forzada inaccion de las tropas cristinas, han sido fértiles en sucesos que han hecho contrastar más allá de toda ponderacion la conducta de ambos partidos. Zumalacarregui, despues de increibles esfuerzos, llega á organizar (por decirlo así, de la nada) un pequeño tren de artillería, y se dirige contra varias casernas enemigas: contra estos asilos de la tiranía, dentro de los cuales se verifican en el siglo XIX los escesos brutales y las acciones atroces que, sucedidas ó no en los antigos Donjones, han hecho odiosa su memoria y la de su siglo. El general carlista se apodera á viva fuerza de Los Arcos; respeta la desgracia de más de cien heridos; perdona generosamente á la guarnicion; da á elegir partido á todos sus prisioneros; unos se incorporan en nuestras filas, otros son conducidos á los hospitales, llevándolos en hombros los mismos soldados que acaban de vencerlos, y saben que recobrada su salud podrán elegir libremente entre la legitimidad y la usurpacion: otros, en fin, que prefieren la última, marchan escoltados y seguros á las guarniciones más próximas. Estos, presentes el dia de hoy en las banderas enemigas, son una prueba incontestable de la generosidad de sus adversarios, y nosotros tenemos bastante confianza en su honor personal para no recusar su testimonio; digan si hubo capitulacion, digan como fueron tratados y conducidos.

» La caserna encerraba una multitud de efectos de propiedad particular, que fueron en el acto devueltos á sus legítimos dueños, reservando solo los granos pertenecientes al beneficiado de la poblacion, que decidido desde el primer momento por la justa causa, ha querido hacer el sacrificio de su propiedad como antes habia hecho el de su existencia. Así los revolucionarios en la abundancia, y proclamando su respeto á la propiedad, despojan y roban los pueblos. Así el ejército real, falto aun de los objetos mas precisos, cubre solo sus necesidades con los efectos pertenecientes al gobierno usurpador, ó con los que le ofrece el más puro patriotismo.

>>El sitio de Echarri-Aranaz produce resultados del todo semejantes; destruidas las obras esteriores, y aun el cuerpo principal del fuerte, clama la tropa por una pronta rendicion. Enterado Zumalacarregui de la situacion de los cercados, por las declaraciones contestes de más de veinte desertores, hace arbolar la bandera blanca. La guarnicion se precipita inmediatamente por las ruinas del fuerte, y corre á incorporarse á nuestras filas. La oficialidad queda sola, sin capitulacion alguna que la cubriese; pero el general carlista, que habia presentado aquella señal de paz y reconciliacion, se considera obligado á conceder aun mas de lo que se le podria pedir: conservacion de espadas y equipajes, entrega de estos sin ser reconocidos; libertad para marchar al estranjero ó á las plazas enemigas; últimamente, la admision en el ejército real con sus propias graduaciones: todo es concedido á nueve hombres abandonados é indefensos, á nueve hombres que solo podrian alegar en su favor la admision forzada que hacian de una paz ofrecida del modo más

vago, la guerra á muerte que habian hecho, y los actos atroces que, como otros tantos postes de infamia, marcaban el paso de su general al través de Lerin y de Bertizarana.

>> Terminada la espantosa escena de Lecaroz, se dirigió el ejército invasor al valle de Santesteban de Lerin, que debia ser testigo de un suceso aun más horrible.

>> A la aproximacion de las columnas cristinas, debia trasladarse el hospital militar de Ituren; pero el acontecimiento reciente de Los Arcos, y la generosa conducta de Zumalacarregui con los prisioneros enemigos, persuadia á todos los jefes carlistas de que no debiamos recelar ningun mal tratamiento respecto á nuestros heridos; hubo, pues, diferentes pareceres, y aun se creyó conveniente que el hospital permane ciese tranquilo, fiando la suerte de los heridos y enfermos á la generosidad del enemigo: felizmente este dictámen no prevaleció, y quedaron solo en sus lechos de dolor los que no dejaban esperanza de vida. Llega la vanguardia de los vándalos, dirige una compañía al hospital, y encontrando veinte y cuatro moribundos que, recibidos los auxilios de la religion, terminaban en sus brazos la existencia, los arrastra cobarde é inhumanamente, los asesina á bayonetazos, y arroja sus cadáveres mutilados á la calle pública. Frias cenizas de nuestros compañeros y amigos! ¡Ah! Siempre estareis presentes á la memoria de vuestros hermanos de armas. Si vuestra sangre humea delante del Eterno pidiendo venganza contra aquellos indignos asesinos, nosotros seremos los ejecutores de la justicia celestial; pedid al Todopoderoso, vosotros los que perecísteis en defensa de cuanto hay grande y santo sobre la tierra, que nunca nos manchemos los que seguimos el sagrado pendon real con semejantes delitos.

»Al referir los hechos que anteceden, no tratamos de estender una vana é inútil declaracion; queremos trazar una relacion verídica de los sucesos: nosotros la presentamos á los hombres juiciosos de todos los paises; no importa que su opinion personal en nada contribuya al triunfo de nuestra causa; un hombre honrado y generoso desea ser tenido por tal, y vindicarse de las calumnias con que se le ultraja. ¡Oh vos otros los que engañados por relaciones pérfidas habeis visto con horror á los defensores de Cárlos V! Examinad los hechos que anteceden: ¿quereis saber si fueron ó no perdonados los prisioneros y heridos de Los Arcos? Leed la Gaceta de Madrid: ella confiesa que parte de la guarnicion huyó, que el fuerte cayó en nuestras manos, y añade friamente: «El resto de la guarnicion y todos los heridos llegaron á Viana sin no >> vedad. » ¿Quereis certificaros de nuestra conducta en Echarri-Aranaz? Leed la llegada á Pamplona de su gobernador y otros oficiales: los restantes de estos y toda la tropa combaten voluntariamente por Cárlos V. ¿Resistís admitir nuestra relacion acerca del incendio de Lecaroz? Venid á ver sus ruinas calcinadas, venid á ser testigos de la desnudez y la miseria de un centenar de familias. Leed la proclama del mismo Mina de 14 de marzo. ¿No podeis concebir el asesinato á sangre fria de veinte y cuatro moribundos? Las villas de Ituren y Zubieta han sido testigos de este atroz suceso; todos sus habitantes os dirán que se verificó en pleno

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