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eran apreciados sus servicios y talentos: todo en él era entusiasmo; todos aclamaban á Zumalacarregui; todos le ofrecian ciegos su voluntad y su vida; todos querian seguirle á todas partes, y le obedecian con fé, le amaban con pasion, y le admiraban con delirio.

Fundado era el prestigio de Zumalacarregui: justa y merecida aquella especie de apoteosis que le rendia el pueblo, que le tributaban sus soldados.

No les faltó á lo que les prometiera: les dió victorias, y con ellas recursos y gloria. Todo lo esperaban de él: el triunfo de la causa carlista no era para ellos problemático: ya no creian necesario más que avanzar para conseguirle.

Zumalacarregui salió disgustado de Segura, y marchó á sitiar á Vergara, intimando la rendicion antes de comenzar el fuego.

El gobernador y los mil hombres que guarnecian la villa, capitularon sin hacer la menor resistencia. Sin duda no esperaban ayuda, y al verse abandonados, no quisieron sufrir una muerte cierta.

Los carlistas fueron así dueños de un rico botin de armas y municiones.

Tambien le recogieron en Eibar, de que igualmente se apoderaron, quedando prisionera de guerra su guarnicion.

Durango tambien cayó en poder de Eraso, despues de abandonarla sus defensores, dejando ciento catorce enfermos en los hospitales, varias piezas de artillería, fusiles, armas, municiones y efectos. Los encargados de la defensa de Durango, fueron sometidos en Bilbao á un consejo de guerra que les condenó á la última pena (1).

La guarnicion de Ochandiano mandada por el marqués de San Gil, quiso igualmente retirarse, pero acudió con presteza Villarreal, que en todos estos triunfos tuvo parte, y la sitió. Dispuesta se hallaba á rendirse á Villarreal la guarnicion, cuando Zumalacarregui, mostrándose émulo del jefe alavés, y queriendo usurparle la gloria de aquella conquista, cor ió á Ochandiano desde Vergara, y haciendo ostentoso alarde de la fuerza, colocó la artillería y embistió á la poblacion, cuando ya iban á capitular. Conoció el jefe liberal la ambiciosa rivalidad de Zuma

(1) No fueron fusilados por faltar la aprobacion de Espartero.

Uno de los presos, estando en Vitoria, pidió servir de soldado en las guerrillas para borrar con su heroismo su falta, y delante del castillo de Guevara terminó su vida, atravesándole un balazo la cabeza.

El coronel don P. A. qu›dó preso en Bilbao en el convento de San Francisco, donde habia un almacen de pólvora y algunas granadas de mano: incendiado un cajon de ellas por tres bombas que arrojaron sobre el edificio, se necesitaron esfuerzos heróicos para evitar una catástrofe, y los empleó tales el citado coronel, que le valió que Espartero mandara quemar la causa y se le pusiera en libertad.

lacarregui y despues de una corta resistencia, manifestó que solo capitularía con Villarreal, como así lo efectuó, contento, en medio de su desgracia, de hallar un militar tan honrado y caballero como, Villarreal.

El innecesario alarde de Zumalacarregui, costó á los carlistas la pérdida del coronel don José Francisco Alzaá, que murió á poco de la herida que recibió en este sitio.

La capitulacion que hizo el marqués de San Gil, fué mal recibida por los liberales, fuertemente criticada, y hasta en una obra inglesa leemos que en un artículo adicional, se cuidó más de sus caballos, que de los urbanos, que fueron enviados á las minas de Barambio, donde casi todos perecieron, escepto unos pocos que se escaparon; pero los caballos del marqués de San Gil volvieron á su noble dueño (1).

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Ya hemos dicho que Zumalacarregui, salió disgustado de Segura, Tanto le afectaron las intrigas de la córte y sus malas pasiones, que marchó decidido á presentar su dimision.

Es imposible deje de reinar la envidia donde tienen su imperio la vanidad y la ambicion. Estos vicios, que abundan en esos círculos que se forman alrededor de los poderosos, empezaron á tener seguro asiento en el que rodeaba á don Carlos «La brillantez de los mayores hechos de armas, decimos en otra parte de esta obra (2), las glorias de la milicia, empañadas eran á veces por ciertos personajes parásitos de la córte; locuaces cortesanos, que en vez de manejar la espada abusaban de la lengua, de ese don divino, haciéndole servir para ocultar la ruindad de sus miserables pasiones.>>

Ofreceremos un ejemplo.

En el sitio de Villafranca, orgulloso justamente Zumalacarregui con el triunfo de Descarga, quedó satisfecho con la rendicion de sus defensores, y creyéndose autorizado como jefe del ejército, capituló con ellos.

(1) «Y have heard it asserted thai this personage, one of the «regulars«, of course, had an additional article attached to the capitulacion, stipulating that his horses were to be given up to him; but not a word was stipulated in favour of the unhappy Nationals, of whom there were above eighty; these unfortunates were sent to the mines of Barambio, werhe, from ill treat ment, and bad usage, they all perished, except a few, who contrived to escape; but the horses of the marquis of Sa. Gil, were restored to their noble master, with full license to bear him wheresoever he bade them which was some consolation,»

Six Years in Biscay, pág 205.

(2) Discurso preliminar, pág. XIII,'

TOMO I.

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Pues este acto fué considerado por los cortesanos como una abrogacion del poder real, como un desacato á la magestad, á la que trataba de humillar, decian, llegando á darle el dictado de Tomás I. Tal se manejó esta intriga, y tales proporciones adquirió, que don Carlos, con tan poca prudencia como tacto, autorizó una real órden censurando su generosidad con los urbanos de Villafranca.

Recibió en Vergara Zumalacarregui esa órden tan incalificable, irritándole, no tanto por su contenido, como por ver en ella las armas de que se valian sus enemigos. Comprendió que no era don Cárlos el autor de una disposicion que tan lejos estaba de esperar, y que tan poco favor hacia á su rey, sino el ministro Villemur, ó más bien un oficial del ministerio, con quien no estaba al corriente.

En este y otros hechos pudo comprender Zumalacarregui la guerra que le hacian sus encubiertos enemigos, desairando sus deseos y provocando su enojo. Sin su noticia siquiera, sacaron de entre los prisioneros dos ó trescientos hombres, con que reforzaron el batallon de Alava, que daba la guardia á don Cárlos. Habia, por otra parte, en Zumalacarregui, una mal entendida rivalidad de provincialismo, y le incomodaban las ventajas que obtenian los alaveses; así es que se creyó doblemente ofendido cuando supo que esto habia sido cosa de Uranga.

Queria Zumalacarregui, y así lo manifestó á don Cárlos, que alejase á Cruz Mayor, único ministro, de todos los negócios, escepto los de guerra, y que le reemplazase Alcudia ú ot a persona, que en su sentir supiese, buscase y hallara los auxilios que necesitaba y pedia diariamente con descontento de los cortesanos, que suponiendo que en cada pueblo que tomaba hallaba recursos bastantes para mantener el ejército, le tildaban de ambicioso, forjando contra él mil calumnias, y presen tándole de contínuo á don Carlos como una calamidad para su causa.

Estos, entre otrcs, fueron los principales motivos que impulsaron á Zumalacarregui á presentar su dimision á los dos ó tres dias de su entrada en Vergara, pretestando segun costumbre, y por miramiento al trono, su falta de salud.

DON CARLOS EN VERGARA.

CLXXXIV.

La toma de Vergara lisonjeó estraordinariamente á don Cárlos, y quiso establecer en ella su cuartel general, estimulándole á ello muchas y poderosas razones.

A las doce y media del 10 de junio, hizo su entrada en la villa con todos los honores soberanos: formáronse las tropas para su recibimien

to; repicaron las campanas; unió su estruendo la artillería, y Zumalacarregui con todo el estado mayor, le escoltó hasta su alojamiento.

Los carlistas celebraron con verdadero entusiasmo este suceso; y los que habian otra vez intentado penetrar por la fuerza en Vergara, y ahora lo hacian con las puertas franqueadas y con tal aparato, no podian menos de lisonjearse al considerar lo que habia mejorado su causa.

Don Carlos estaba tambien satisfecho, y visitó por la tarde á las monjas de la Soledad, asistiendo á la salve que cantaron, y examinando todo el convento.

Por la noche dispuso la municipalidad una iluminacion general.

Una entrevista entre don Cárlos y Zumalacarregui, aquietó á éste; no se volvió á hablar más de la dimision, y se dirigió hácia Durango, y luego á Ochandiano, como ya hemos referido.

Los carlistas no tenian en su alrededor enemigos que combatir, estaban en su mayor apogeo.

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