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la correspondiente copia, firmada por mí y autorizada con el sello de mis armas, y refrendada por mi secretario de Estado.-Nápoles, 18 de mayo de 1833.-Fernando.-Antonio Statela (1).»

NÚM. 26. Pág. 155.

Ceremonial de la jura de la princesa Isabel.

La iglesia donde debia celebrarse la augusta ceremonia (el monasterio de San Gerónimo del Prado) se hallaba magnífica y vistosamente colgada de raso de varios colores con increible profusion de adornos de oro, y ocupaba el crucero un tablado de riquísima alfombra. En el mismo crucero y al lado del evangelio, se habia destinado una tribuna para las serenísimas señoras infantas, y el cuerpo de la iglesia, seis tribunas bajas y cuatro altas, para los personajes convidados á presenciar el acto solemne, entre los cuales se distinguian en las primeras del primer piso, al lado de la epistola, al señor presidente del Consejo y secretario del Despacho: y en la de enfrente los Excmos. señores embajadores y ministros estranjeros. A las diez y media las músicas y marchas marciales, cuyo alegre estruendo se confundia en el aire con innumerables vivas SS. MM., intérpretes del júbilo universal, anunciaron la proximidad de los augustos soberanos: poco despues se vió entrar efectivamente la comitiva por la puerta del presbiterio, en la forma siguiente: abrian la marcha cuatro porteros de cámara, con el aposentador de palacio y dos alcaldes de casa y córte. Seguian los gentiles hombres de boca y casa, que fueron á colocarse en pié detrás del sitio destinado para los grandes de España: los procuradores de las ciudades y villas, que tomaron puesto en unos bancos situados en ambos lados á lo largo del cuerpo de la iglesia, dejando desocupadas las cabeceras de dichos bancos: la del lado de la epistola para los grandes de España y títulos, y la del evangelio para los prelados, escepto los procuradores de la ciudad de Toledo, que tomaron asiento en un banco travesero al fin de todos: siguieron los títulos nombrados por S. M. para el acto de la jura, los que se colocaron en el sitio que dejamos indicado: cuatro maceros de las reales caballerizas, que se situaron al pié de las gradas del tablado: los grandes de España, quienes ocuparon la indicada cabecera del banco de la derecha: los cuatro reyes de armas, que permanecieron en pié en el tablado á los lados de las gradas: el Excmo. señor duque de Frias, conde de Oropesa, con el estoque real desnudo y levantado, colocándose despues S. E. á la derecha del suntoso trono erigido en el lado de la epístola: los Sermos. señores infantes, que ocuparon cuatro sillones dispuestos á la izquierda del trono, en el órden siguiente: el más inmediato à SS. MM., para el Sermo. señor don Francisco de Paula Antonio: el segundo y el tercero para los hijos mayores de S. A. R. el serenísimo señor don Francisco de Asís María, y el Sermo. señor don Enrique María Fernando, y el cuarto para el Sermo. señor don Sebastian Gabriel, que ya habia regresado de su viaje. Llevaban sus altezas el uniforme de gran gala de capitan general de los reales ejércitos, siendo de notar que esta fué la primera ocasion en que lo vistieron los augustos hijos del Sermo. Sr. infante don Francisco de Paula. En el órden de la marcha precedian inmediatamente los serenísimos señores infantes á los reyes nuestros señores, y á la serenísima señora princesa doña Maria Isabel Luisa, á quien llevaba de la mano su escelsa madre y acompañaba el aya de cámara que ha lactado à S. A.: tomaron asiento SS. MM. y A. en tres régios sillones debajo del dosel. Vestia el rey nuestro señor el uniforme de gran gala de capitan general de los reales ejércitos; constituia el traje de la reina nuestra señora un rico vestido blanco, bordado y listado de hojuelas brocado de oro, y un manto de córte de raso verde manzana, profusamente guarnecido de perlas. Dificilmente pudiéramos dar una idea de la magnificencia, del brillo deslumbrador del régio aderezo que completaba el adorno de S. M.: la augusta princesa llevaba un vestido de raso blanco, sumamente sencillo y apropiado à su inocente edad, con la banda de María Luisa; tenia el pelo levantado y recogido con suma gracia, por medio de una elegante y rica peineta de brillantes. Contrastaba singularmente con tan magníficas galas la gentil saya montañesa de

(1) El embajador de Nápoles en Madrid, comunicó esta protesta á nuestro gobier no el 20 de junio.

la ama de S. A. Seguian á SS. MM. el capitan de guardias, el mayordomo mayor de la reina nuestra señora, la camarera mayor de palacio y damas, entre las cuales iba la Excma. señora marquesa de Santa Cruz, aya de la serenísima señora princesa; los eminentisimos señores cardenales, que tomaron asiento delante de los bancos de los muy reverendos arzobispos y reverendos obispos, situados en el tablado del lado del evangelio; los embajadores que se dirigieron á la tribuna que les estaba destinada; los gentiles-hombres de cámara que pasaron á tomar asiento entre los grandes, y finalmente, los caballeros guardias de la real persona.

Más arriba de los bancos de los prelados estaban los asientos de los señores ministros del Consejo y Cámara, y secretario de ella: detr ́s estaban de pié los escribanos mayores del reino, y entre los prelados y Consejo los señores mayordomos de semana, tambien en pié. Al lado de la epístola y á la derecha del trono, hallábase revestido el muy reverendo patriarca celebrante, asistido por los capellanes de honor que debieron servir de pontifical, y detrás, en bancos rasos, los demás capellanes.

A la derecha del señor conde de Oropesa estaba el Excmo. señor mayordomo mayor, marqués de San Martin, y en sus lugares inmediatos à las sillas de las personas reales, el capitan de guardias, camarera mayor de palacio y damas de la reina nuestra señora; el aposentador de palacio ocupaba el lugar que le correspondia inmediato al trono.

A la llegada de los reyes nuestros señores, rompió un hermoso conjunto de voces é instrumentos, dándose principio á la misa pontifical, y asistió à SS. MM. el muy reverendo arzobispo de Granada á la confesion evangélica y paz. Concluida la misa, y haciendo genuflexion al altar y reverencia á SS. MM., se retiró el prelado celebrante con báculo y mitra 1 lado de la epistola á desnudarse y ponerse de pluvial: en seg ida entonó el muy reverendo patriarca el himno Veni creator, que se cantó con suma perfeccion por la música de la real capilla.

Concluido éste, se retiraron SS. MM. y A. R. por un cuarto de hora, durante el cual dispusieron los ayudas de oratorio delante del altar de frente à la iglesia, una silla para el muy reverendo patriarca, nombrado por S. M. para recibir el juramento: una mesa cubierta, con un misal abierto y un crucifijo encima, y una almohada, en fin, al pié, para arrodillarse los que habian de jurar. T mbien bajaron entonces los muy reverendos arzobispos y reverendos obispos, del banco del tablado en que habian permanecido durante la misa, y pasaron á ocupar la cabecera del banco de los procuradores à Córtes, de que hemos hecho mencion.

Dispuesto todo de este modo, y habiendo regresado SS. MM. y A., un rey de armas leyó en alta voz la fórmula de práctica, llamando la atencion de los asistentes para oir la fórmula de juramento.

A continuacion, el camarista de Castilla más antiguo, teniendo à su izquierda al secretario de la Cámara y à la de ésta los escribanos mayores de Córtes, y colocados todos cerca de la barandilla, frente à SS. MM. en la parte del evangelio, leyó la citada escritura, despues de la cual se retiró á su sitio. Luego el serenísimo señor infante don Francisco de Paula Antonio, llamado por el rey de armas, despues de hacer reverencia al altar y á SS. MM., pasó acompañado del maestro de ceremonias à arrodillarse delante de la mesa del muy reverendo patriarca, y poniendo la mano derecha encima del crucifijo y los evangelios, prestó el juramento. Seguidamente se arrodilló S. A. delante del rey nuestro señor, y puestas las manos dentro de las de S. M., hizo el pleito homenaje, dando palabra de cumplir lo contenido en la escritura. Besó luego la real mano, y S. M. le echó los brazos al cuello, y besando despues la mano à la reina nuestra señora y á la serenísima señora princesa, volvió S. A. R. à su silla. Este mismo órden observaron los serenísimos señores infantes don Francisco de Asís María, don Enrique María Fernando y don Sebastian Gabriel, tanto en el acto del juramento, como en el del pleito homenaje. Mientras juraron SS. AA. RR., estuvieron en pié los embajadores, prelados, grandes, títulos, procuradores á Córtes y ministros del Consejo y Cámara.

Hecho el juramento y pleito-homenaje por SS. AA., se retiró el muy reverendo arzobispo de Granada á su puesto, y el maestro de ceremonias puso entonces sobre la mesa otro libro de evangelios y otros crucifijos, retirando los que habian servido á los serenisimos señores infantes.

El rey de armas llamó despues al duque dé Medinaceli, nombrado por S. M. para recibir de todos el pleito-homenaje, quien se colocó en seguida á la izquierda del celebrante.

Llamó luego el rey de armas al Excmo. cardenal arzobispo de Sevilla, el cual, hechas las debidas reverencias, se arrodilló delante de la mesa, hizo el juramento, y pasó á prestar de

pié el homenaje en manos del referido duque de Medinaceli, restituyéndose à su lugar despues de haber besado la mano á SS. MM. y á la serenisima señora princesa.

Todos los demás prelados ejecutaron uno á uno lo mismo que el anterior: fueron llamados los grandes por el rey de armas, y subieron de dos en dos, y guardando en todo el órden referido.

Siguieron los títulos, y despues los procuradores de Córtes; pero subiendo primero à competencia los de Burgos y Toledo, dijo S. M.: «Jure Burgos, pues Toledo jurará cuando se lo >> mande.» Pidieron reverentemente unos y otros al rey nuestro señor que se les diese por testimonio, y S. M. lo acordó.

Fueron llamados los mayordomos de SS. MM., y principiando los mayordomos mayores, cada uno separadamente, siguieron los de semana de dos en dos, observando el ceremonial anterior. Despues de todos, mandó el rey que jurasen y prestaran homenaje los diputados de Toledo.

En seguida juró y prestó el pleito-homenaje el conde de Oropesa duque de Frias, quien dejó en manos del primer caballerizo de S. M., marqués de Sotomayor, el estoque real, y le volvió á tomar concluido aquel acto.

Despues juró el duque de Medinaceli, y prestó homenaje en manos de SS. MM. y A., y se restituyó á su sitio.

El rey de armas llamó en seguida al Excmo. señor cardenal arzobispo de Sevilla para tomar juramento al muy reverendo patriarca. Vistiendo su eminentísima la capa pluvial, ocupó el puesto del muy reverendo patriarca; y éste, habiéndose desnudado de ella, prestó en sus manos el juramento, é hizo pleito-homenaje en las del duque de Medinaceli, y besó las manos de SS. MM. y A., tomando despues asiento en una silla que se colocó delante del banco donde estuvieron los prelados en el presbiterio.

Terminado el acto, el secretario de la Cámara, acompañado de los escribanos mayores de Córtes, y puesto entre ellos, haciendo las reverencias acostumbradas, preguntó en alta voz á S. M. si aceptaba el juramento y pleito-homenaje hecho en favor de S. A. serenísima; si pedía que los escribanos de Córtes lo diesen así por testimonio, y si mandaba que á los prelados, grandes y títulos que estaban ausentes se les recibiese el mismo juramento y pleito-homenaje, à que se sirvió responder 8. M. que sí lo aceptaba, pedia y mandaba.

Retirados los tres, se presentaron en el mismo lugar los procuradores de Burgos, y haciendo las reverencias debidas, felicitó el más antiguo à S. M., en nombre del reino, por la jura de S. A. R. la serenísima señora princesa doña María Isabel Luisa, como heredera de la corona, suplicando se mandase dar á las ciudades y villas un testimonio autorizado de tan solemne acto, à lo que S. M. se dignó acceder.

Finalizado todo, entonó el Te-Deum el eminentisimo cardenal arzobispo de Sevilla, y lo siguió hasta concluir la música de la capilía real. Despues dijo su eminentísima las oraciones, y habiendo dado la bendicion solemne, se retiró al lado de la epistola para desnudarse, sentándose entretanto SS. MM. y A. como los demás concurrentes. En seguida se restituyeron á su cámara los reyes, acompañados de la misma comitiva por el órden en que entraron en la iglesia, y en medio de los vivas y aclamaciones con que saludaron à sus amados soberanos y ȧ su primogénita, los fieles habitantes que en torno de la iglesia habian esperado tan fausto momento.

NÚM. 27.-Pág. 170.

Manifiesto.

«Sumergida en el más profundo dolor por la súbita pérdida de mi augusto esposo y soberano, solo una obligacion sagrada, á que deben ceder todos los sentimientos del corazon, pudiera hacerme interrumpir el silencio que exigen la sorpresa cruel y la intensidad de mi pesar. La espectacion que escita siempre un nuevo reinado, crece más con la incertidumbre sobre la administracion pública en la menor edad del monarca: para disipar esta incertidumbre y precaver la inquietud y estravío que produce en los ánimos, he creido de mi deber anticipar á conjeturas y adivinaciones infundadas, la firme y franca manifestacion de los principios

que he de seguir constantemente en el gobierno de que estoy encargada por la última voluntad del rey, mi augusto esposo, durante la minoría de la reina mi muy cara hija doña Isabel.

>>La religion y la monarquía, primeros elementos de vida para la España, serán respetadas, protegidas, mantenidas por mí en todo su vigor y pureza. El pueblo español tiene en su innato celo por la fé y el culto de sus padres la más completa seguridad de que nadie osará mandarle sin respetar los objetos sacrosantos de su creencia y adoracion; mi corazon se complace en cooperar, en presidir á este celo de una nacion eminentemente católica, en asegurarla de que la religion inmaculada que profesamos, su doctrina, sus templos y sus ministros serán el primero y más grato cuidado de mi gobierno.

»Tengo la más íntima satisfaccion de que sea un deber para mí conserver intacto el depósito de la autoridad real que se me ha confiado. Yo mantendré religiosamente la forma y las leyes fundamentales de la monarquía, sin admitir innovaciones peligrosas, aunque halagüeñas en su principio, probadas ya sobradamente por nuestra desgracia. La mejor forma de gobierno para el país, es aquella á que esti acostumbrado. Un poder estable y compacto, fundado en las leyes antiguas, respetado por la costumbre, consagrado por los siglos, es el instrumento más poderoso para obrar el bien de los pueblos, que no se consigue debilitando la autoridad, combatiendo las ideas. las habitudes y las instituciones establecidas, contrariando los intereses y las esperanzas actuales para crear nuevas ambiciones y exigencias, concitando las pasiones del pueblo, poniendo en lucha ó en sobresalto á los indivíduos, y á la sociedad entera en convulsion. Yo trasladaré el cetro de las Españas à manos de la reina, à quien le ha dado el rey, integro, sin menoscabo ni detrimento como la ley misma se lo ha dado.

>>Mas no por eso dejaré estadiza y sin culto esta preciosa posesion que le espera. Conozco los males que ha traido al pueblo la serie de calamidades, y me afanaré por aliviarlos: no ignoro y procuraré estudiar mejor los vicios que el tiempo y los hombres han introducido en los varios ramos de la administracion pública, y me esforzaré para corregirlos. Las reformas administrativas, únicas que producen inmediatamente la prosperidad y la dicha, que son el solo bien, de un valor positivo para el pueblo, serán la materia permanente de mis desvelos. Yo los dedicaré muy especialmente á la disminucion de las cargas que sea compatible con la seguridad del Estado y las urgencias del servicio, á la recta y pronta administracion de justicia, á la seguridad de las personas y de los bienes, al fomento de todos los orígenes de la riqueza. >>Para esta grande empresa de hacer la ventura de España, necesito y espero la cooperacion unánime, la union de voluntad y conatos de todos los españoles. Todos son hijos de la patria, interesados igualmente en su bien. No quiero saber opiniones pasadas: no quiero oir palabras ni susurros presentes: no admito como servicios ni merecimientos, influencias y manejos oscuros, ni alardes interesados de fidelidad y adhesion. Ni el nombre de la reina y el mio sou la divisa de una parcialidad, sino la bandera tutelar de la nacion; mi amor, mi proteccion y mi cuidado son todo de todos los españoles.

>>Guardaré inviolablemente los pactos contraidos con otros estados, y respetaré la independencia de todos: solo reclamaré de ellos la recíproca fidelidad y respeto que se debe á España por justicia y por correspondencia.

>>Si los españoles unidos concurren al logro de mis propósitos y el cielo bendice nuestros esfuerzos, yo entregaré un dia esta gran nacion recobrada de sus dolencias à mi augusta hija. para que complete la obra de mi felicidad, y estienda y perpetúe el aura de gloria y de amor que circunde en los fastos de España el ilustre nombre de Isabel.

>>En el Palacio de Madrid, á 4 de octubre de 1833. Firmado. Yo la reina Gobernadora.»

NÚM 28.-177.

Proclama de Verástegui.

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Vitoria, 7 de octubre de 1833.

ALAVESES.-Ha llegado por fin aquel dia tan deseado por los buenos como terrible para los malos: aquel dia, que con tan justos motivos presagiaron vuestros corazones al ver que elimpio sistema abolido por vuestras armas, comenzaba á renacer de entre sus mismas cenizas:

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pero dia en que la perâdia liberal ha de ser esterminada para siempre del suelo español. Si, magnánimos y esforzados alaveses: sobrado fundamento teniais, cuando al tiempo de la restauracion del órden y de la justicia deciais arrebatados de un celo patrio: no ha terminado aun en nuestra patria la tiranía de los perfidos españoles, indignos à la verdad de este nombre; no han desaparecido de nuestro suelo aquellos segundos vándalos, que por más de tres años han hollado sacrilegamente nuestra santa religion, han tenido cautivo à nuestro monarca, y han abolido nuestros fueros y libertades patrias: Duevamente maquinan para perdernos.

Si, verdad es, no os engañásteis cuando en aquella época, aunque victoriosos sobre las ruinas de este sistema destructor, que corriendo las naciones como una nube desoladora, las infesta de una fiebre maligna, que consume el cuerpo de la sociedad europea; no considerȧndoos seguros y libres de sus pérfidas maquinaciones, os ofrecísteis con heroismo para ser los primeros elementos de una nueva milicia, que siendo la protectora del altar, á la par que defensora de los tronos, tiene por divisa la fidelidad, en contrapeso de la rebelion que caracteriza á vuestros enemigos.

Demasiado fundados fueron entonces vuestros recelos de que algun dia tendríais que pelear con los mismos que entonces cobardes, rendian sus armas à vuestro valor; y sobradamente han sido despues comprobados estos temores con una esperiencia que si bien ha sido gloriosa para vuestras armas, ha sido igualmente funesta para los erremigos de vuestra patria; pero congratulaos y daos el parabien porque ha llegado el dia tan deseado, que hará desaparecer para siempre los corrompidos elementos de nuestra ruina.

De ninguna necesidad considero el recordaros las heróicas y brillantes acciones con las que al paso que habeis merecido el aprecio y la estimacion de todos los buenos, habeis esterminado de nuestro suelo à los enemigos de todo el órden social: pero no puedo ocultaros en esta ocasion que aunque la faccion que perseguísteis es impotente à la par de vuestro esfuerzo, hoy, no obstante, constituida en posicion adecuada para ocultar sus planes, toma vuestra misma forma, y usurpando capciosamente las voces que en realidad proscribe, se aumenta más y más para labrar con seguridad nuestra total ruina. A favor de una ratera, pero refinada intriga, que son sus armas favoritas, se ha ingerido hasta en el mismo trono del monarca, y violando su poder legislativo, aquella ley fundamental y primordial de sucesion, que siendo la más conforme al órden que el autor de la naturaleza instituyó en sus criaturas, ha dado tantos grados de gloria y esplendor á esta heróica nacion, ha escluido de la inmediata sucesion à la corona al legítimo heredero y digno sucesor por sus virtudes del trono de San Fernando. Pero no era esto lo bastante para que la faccion impía solidase las bases de su revolucion; era preciso buscar un medio que la autorizase para mandar en nombre de la autoridad real; y siendo á propósito la menor edad de una tierna niña, ha puesto en sus manos el cetro de esta vasta monarquía. Para esto ha sido necesario alejar del trono à un príncipe, cuyas régias cualidades confirman el incontestable derecho que le asiste al trono de las Españas, y ha consumado su perfidia, espulsando de estos reinos al mejor de los Borbones, privando por consiguiente á los buenos españoles de las lisonjeras esperanzas que habian concebido del feliz reinado de un príncipe escelso, cuya vida pública y privada suministra sobrados antecedentes para esperar dias de ventura y felicidad. No le será difícil penetrar los inicuos planes y perversos designios de esta intriga al que conoce la malignidad de sus agentes; su execracion contra el Dios Santo; la proscripcion del sacerdocio divino; la abolicion de las ceremonias santas; la libertad de pensar; la inmoralidad; el desenfreno de todas las pasiones; las venganzas; los robos; los asesinatos; la impunidad de los delitos, que de algun modo pueden servir para dislocar el órden social; la abolicion de nuestros fueros y privilegios, y la c.utividad eterna de nuestras libertades patrias; en una nalabra la destruccion de los altares y la ruina de los tronos que el Sumo Hacedor tiene establecidos para bien de la humanidad; tales son sin disputa los verdaderos designios de la faccion revolucionaria, y tal es el estado fatal y el abismo de males en que esta vil canalla pretende precipitar á nuestra amada patria.

Reflexionad, compatriotas amados, la clase de males que esta impia faccion nos prepara: fijad vuestra vista en el cuadro lastimoso que necesariamente debe presentar nuestra patria, y llamando en vuestro auxilio al invicto patrono que el cielo deputó á esta heróica nacion, corred en auxilio de ese principe augusto, de ese principe esclarecido, modelo de todas las virtudes, que ha de librar á España de la tiranía de los nuevos Faraones. Desde el lugar del des

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