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Excmo. señor.-A las cuatro de la mañana de hoy he recibido los dos oficios de V. E. de 31 del pasado, fechos en Santa Olalla á las seis de la tarde, con más un pliego para nuestro em bajador, otro para el ministro de la Guerra de S. M. F., y otro para el señor duque de Tercei ra: este último será entregado tan pronto como sea dable, y los demás lo fueron en el acto, con la diferencia de que el rotulado al embajador lo fué al cónsul general, con quien pasé á ver al secretario de la embajada inglesa, y le hicimos saber los deseos del gobierno español concretados en el art. 2.o de las instrucciones que V. E. se sirve trascribirme en uno de sus ya citados oficios. Despues de recibirnos con la mayor finura, y enterado de la pretension, nos preguntó si nuestra reclamacion era oficial y diplomática, y si protestábamos à nombre de la España contra la salida del infante; no se nos ocultó el objeto de tal pregunta, y le contestamos que el escrito presentado no debia considerarse como protesta, porque yo no me hallaba autorizado para hacerla, y el cónsul habia cesado ya en sus funciones, como él no ignoraba. Entonces, dulcificando un poco su contestacion, nos dijo:- Que el infante marcharia esta noche ó por la mañana para Inglaterra, y que desde allí se dirigiria á donde más le convenga, esceptuando la Peninsula, puesto que el tratado de 22 de abril le faculta para ello. Tambien nos dijo que de la embajada de Madrid se habian recibido comunicaciones de este asunto. El infante se halla ya å bordo de un navío inglés; V. E. conoce muy bien el carácter orgulloso de su gobierno y la impotencia en que el ex-cónsul y yo nos hallamos para hacer reclamaciones diplomáticas; sin embargo, siempre subordinado, nada omitiré para mostrar mi agradecimiento à las bondades que me ha dispensado nuestra augusta soberana, y V. E. puede estar seguro de mi eterno agradecimiento por la parte que ha tenido en ellas. Se ha disuelto el ejército del duque de Terceira, y yo creo ya terminada mi comision. Sin embargo, V. E. tendrá la bondad de comu nicarme sus superiores órdenes, bajo sobre del cónsul general, con quien estoy en relaciones, y en tanto llegará à esta capital el duque, y le entregaré en mano propia el pliego que V. E. se ha servido dirigirme con este objeto. - Dios guarde á V. E. muchos años.-Lisboa y junio 2 de 1834, à las cuatro de la tarde. - Excmo. señor. - Ramon Tejeiro. - Excmo. señor general en jefe del ejército de operaciones en Portugal.

NÚM. 59.-Pág. 350.

ESPAÑOLES. ¡Con qué placer me miro en medio de vosotros rodeado de las demostraciones más ingénuas de vuestro amor, despues de haber apurado hasta las heces el cáliz amargo de la espatriacion, merced á las inícuas maquinaciones de los que siempre se declararon enemigos de Dios y de los tronos! Vengo á cumplir con las leyes de la gratitud animado de los mas vehementes deseos de hacer el bien de mis amados vasalos. Mi tierna y constante solicitud se cifrará en procuraros los beneficios de la paz, y las ventajas de un gobierno enérgico pero paternal, tan pronto como con el auxilio del cielo, el valor de mis leales soldados y el apoyo de los augustos monarcas que simpatizan con mis desgracias y me brindan con su cooperacion, logre dar cabo à una lucha desastrosa, que angustia mi corazon y le llena de desconsuelo. Españoles: resuelto à conquistar con la espada lo que de derecho me pertenece, quiero antes agotar todos los recursos de mi soberana clemencia: con la misma satisfaccion con que premiaré el mérito y la fidelidad, sabré olvidar pasados estravíos, si un arrepentimiento sincero acompañado de una prueba positiva de adhesion à mi real persona me aseguran de toda ulterior cond cta. Mi natural benignidad y la firmeza de mi carácter son las garantias que ofrezco para el religioso cumplimiento de mi augusta palabra. Españoles: mostraos dóciles à la voz de la razon y de la justicia: economicemos la sangre española; y con la oliva en la mano, en lugar del cruento laurel, corramos presurosos al fin de males que lloro, y al goce de la felicidad que os prometo. Palacio real de Elizondo á 12 de julio de 1834.-Carlos.

NÚM. 60.-Pág. 350.

SOLDADOS.-Se han cumplido mis deseos: estoy entre vosotros: tiempo ha que ansiaba este momento: conoceis mis constantes esfuerzos para conseguirlo. Mi paternal corazon rebosa cn la más dulce satisfaccion al contemplar vuestros gloriosos hechos, que serán trasmitidos à la más remota posteridad.

Voluntarios y soldados, vuestros sufrimientos, vuestras fatigas, vuestra constancia, vuestro amor à vuestros reyes legítimos, á mi real persona, son la admiracion de todas las naciones que no saben como elogiar vuestra heróica conducta. Marchemos todos, y Yo à vuestra frente á la victoria: ella sí, siempre me es dolorosa por ser sangre española la que se derrama: quiero conservarla, y por lo mismo, acojo desde luego bajo mi régio manto á los seducidos y engañados que dóciles à mi voz, depusieren las armas; más si, lo que no espero, hubiese alguno que insista en su ceguedad, será tratado como rebelde à mi real persona. Tan compasivo con los arrepentidos, seré de inexorable con los contumaces.

Y vosotros fieles y valientes guerreros, reunios todos en derredor de vuestro caudillo, vuestro padre. Reine entre vosotros la disciplina más severa; la más ciega obediencia á vuestros jefes; en ella está la fuerza, y en la fuerza la victoria que Dios prepara á la justicia.

Generales, jefes y oficiales: voluntarios y soldados; estoy agradecido à vuestros servicios relevantes, y no dudeis que sabrá premiarlos vuestro rey.-Carlos.

NÚM. 61. Pág. 350.

Por real órden de 12 del corriente mes se ha dignado el rey N. S. resolver que se imprima y publique nuevamente el real decreto que sigue.

El rey N. S. se ha servido dirigirme el real decreto siguiente.-Privado de la pacífica posesion del trono español por la usurpacion, estoy muy lejos en estos momentos de que mi silencio pueda dar la más mínima sombra de valor á sus actos. Declaro nulos y de ningun efecto sus empréstitos, así como los demás actos; y solo Yo sentado pacíficamente sobre mi solio, sabré pesar aquellos que hayan sido puramente necesarios para la conservacion de la sociedad. Trendréislo entendido así, y dispondréis su publicacion.-Está señalado de la real mano, en Evora Ciudad, á 29 de mayo de 1834.-Joaquin, Obispo de Leon, secretario de Estado y de Despacho universal.

Lo traslado á V. para que por su parte le dé la publicidad conveniente á fin de que llegue à noticia de todos los españoles la espresa voluntad de S. M.

Dios guarde á V. muchos años.--Elizondo 12 de julio de 1834. -El conde de Villemur.

NÚM. 62.—Pág. 350.

Restituido felizmente à los brazos de mis fieles españoles, y bien enterado mi real ánimo de las tristes y desastrosas ocurrencias à que ha dado márgen el empeño de algunos en sostener los pretendidos derechos de mi amada sobrina doña Isabel de Borbon al trono á que soy llamado por la ley fundamental del Estado; deseoso así mismo de poner término à una guerra tan funesta á los intereses públicos como á las fortunas privadas de mis caros vasallos, y compadecido mi paternal corazon de los que por seduccion, por debilidad, ó por ignorancia han tomado las armas contra los valientes defensores de mis legitimos derechos, condescendiendo con los sentimientos de que abunda mi corazon he venido en decretar los artículos siguientes: Artículo 1. Quedan indultados, salvo el derecho de tercero, todos los generales, jefes, oficiales y soldados que en el término de quince dias contados desde la fecha de este mi real decreto para Navarra y provincias Vascongadas, y en el de un mes para las restantes de la Península, depusieren las armas, y reconociendo mis legítimos derechos se presentaren á mí ó á cualesquiera de los generales y jefes, que con gloria de su patria, defienden mi justicia.

Art. 2. A los generales, jefes y oficiales que se acogieren al artículo precedente conservaré los empleos, grados y condecoraciones que hubiesen obtenido antes de la muerte de mi augusto hermano el rey don Fernando VII (Q. E. G. E).

Art. 3. Los indivíduos de la clase de tropa que igualmente se acogieren al articulo 1.° ob

tendrán sus licencias absolutas con sujecion á los nuevos reemplazos del ejército para el tiempo que les faltare de su empeño si no quisieren continuar en mi servicio durante la presente guerra, pero los que continuaren la obtendrán, luego de finalizada, como cumplidos.

Art. 4. Los sargentos y cabos comprendidos en el artículo anterior que terminada la guerra actual continuaren en mi real servicio obten irán el empleo inmediato, y los soldados cuatro años de abono para los premios y retiros.

Art. 5. Hago estensivo el artículo 1.° à todos los jefes, oficiales y tropa de los cuerpos y companías que con los dictados de tiradores de Isabel II, cazadores de montaña, urbanos, peseteros y otros se crearon para sostener armados la usurpacion de mis derechos.

Art. 6. El pasar á mi ejército un jefe ú oficial, sea de la graduacion que fuere, con todo ó parte de la fuerza que mandare, será un mérito estraordinario que premiaré con nuevas gracias. Dado en Elizondo á 12 de julio de 1834.-Yo el rey.

MÚM. 63. Pág. 363.

Excmo. señor: A consecuencia de dos encuentros desgraciados para las armas de S. M., que exageraron el dolor y el patriotismo de los buenos, y las acostumbradas ponderaciones de nuestros enemigos, el pundonor militar del dignísimo general baron de Carondelet le impulsó á solicitar de S. M. que se le formase causa. Así se efectúa. Yo fuí de los primeros á aprobar un acto de delicadeza tan digno de su carácter como de su vida entera; mayormente cuando, respecto al primer encuentro, el de las Peñas de San Fausto, nadie mejor que yo estaba en el caso de juzgar cuán militar y bizarra fué la conducta de dicho jefe, y cuán poco podia ser responsable de una desgracia que, en todo caso, estaria á cargo de otros jefes, à cuyo llamamiento acudió, y cuya cooperacion no encontró el baron, quien por el cortísimo número de su infantería, que no llegaba á novecientos hombres, y por la naturaleza del terreno al cual se reclamó su asistencia (impracticable para la caballería), no pudo hacer más que marchar con todas las precauciones que llevaba, no obstante la absoluta confianza que debia inspirarle el saberse rodeado de las tres divisiones del ejército en el corto radio de una y media legua, y el haber anticipadamente prevenido á los jefes de la marcha y direccion. Repito, que, Ilegando yo propio al lugar del combate, de donde recogí los heridos, dispersos y despojos, é imponiendo á los enemigos por un fuego roto à su retaguardia, me considero más en estado que ningun otro de calificar a quel suceso, y de afirmar y sostener que la conducta de dicho general fué perfectamente militar y bizarra, como lo ha sido toda su carrera.

Respecto al encuentro de Viana, que ha querido llamarse sorpresa, podria decir mucho más, aunque no con la misma autoridad del testimonio, instruido como lo estoy por el conocimiento del terreno, por las relaciones de todos los que asistieron à la jornada, y por el examen de lo ya actuado en la causa que se está formando; pero para no prevenir el juicio del gobierno ni el de nadie en pro ni en contra de los implicados en el proceso, me limitaré por ahora à decir á V. E. que, las cartas interceptadas por mí mismo ȧ Zumalacarregui, de la mano misma de este caudillo enemigo, las cuales obran en el proceso, confirman irrecusable y plenamente que no hubo semejante sorpresa. . . . . . lo que entonces se llamaba pomposamente division de la Rivera, eran dos batallones en esqueleto que, no organizados para la guerra, han hecho mejores servicios que acciones de valor colectivo . . . . . . El general Carondelet no fué obedecido, sus órdenes quedaron sin ejecucion, cuando prescribian à sus subalternos cargar al enemigo. Este es un hecho harto constatado, probado y de notoriedad, conocido al ejército entero. ¿Cómo podria, pues, este general llevar las penas de faltas agenas? . . . . . . tales generales, digo, no tendrian mejor uso que hacer de su faja que echarsela de dogal al cuello. para no sobrevivir à una injusta afrenta y deshonra, cuando se ve premiada ó impune la cobardia, el embuste y la indisciplina.

Hay una consideracion general, un hecho grande que por si solo bastaria á justificar completamente al dignísimo baron de Carondelet, hoy sobre todo, que la razon y el recuerdo de su valor, su patriotismo, sus padecimientos y sus virtudes pueden ya haber recobrado el imperio que solo ejerció en los primeros dias de afliccion pública la buena fé sorprendida por los que cuidan mis de escribir sus propias hazañas que de hacerlas, y lograr aplausos y escusas para su conducta, anticipindose á publicar los hechos como mejor conviene á sus miras é

intereses privados en los diarios públicos. La division que obraba en la Rivera, era evidentemente inferior à su objeto..

El baron de Carondelet, no hizo, por lo tanto, más que sufrir la ley de su situacion. En ella se condujo como un sereno é intrépido militar, como se ha conducido toda su vida; y al anticipar esta opinion, que es la general del ejército, al juicio que pronuncien las leyes, añadiré que nadie menos que el general tiene que temer su fallo.

Pero este momento se prolonga indeterminadamente, por las infinitas dificultades inherentes à una guerra que tienen diseminados é incomunicados al fiscal con los testigos, y á estos entre sí; las diligencias se multiplican y retardan, el término se hace lejano y tal vez imposible: entretanto sufre aquel general, padece su opinion, y la alta clase militar respetable à que pertenece está desairada. Yo dejaria al interesado el cuidado de sus negocios, si no estuviese convencido de la falta que hace tambien su persona en las filas y al frente de la caballería del ejército. En este concepto tan solo me dirijo á V. E. para solicitar que vuelva á su puesto un general cuyo valor y serenidad electrizan su arma, y que no ha cesado de merecer el apre cio de sus subordinados; pero esto sin perjuicio de que siga, se acelere, sustancie y falle su causa: debiendo declarar á V. E. que lo que dejo espuesto en defensa de este jefe es para fundar mi solicitud, y porque cuando pido que vuelva al ejército de mi mando, soy mucho más celoso de la honra de éste que de la de ninguno de sus indivíduos en particular. Y no será tal vez de más probar mi imparcialidad en este desgraciado negocio, manifestando á V. E. que nunca conocí ni hablé con el baron de Carondelet antes de la jornada de San Fausto, al contrario, combatimos siempre en filas opuestas, hasta que la causa de Isabel II nos reunió bajo las mismas banderas; pero testigo de los hechos, amante de la verdad y la justicia, celoso de la disciplina, del crédito y autoridad de los jefes, he cultivado su trato en las pocas ocasiones que le he visto, y luego he adquirido nuevos deseos de que un patriota tan conocido y probado, un sable tan acreditado, no permanezcan por más tiempo oscurecidos é inactivos, cuando todos los brazos se arman en defensa del trono y de la libertad de la nacion.

Por todo lo cual suplico ȧ V. E interponga su influjo con S. M. para que este general vuelva al ejército, para que yo le emplee como mejor convenga á los intereses de la guerra y de la causa nacional, sin perjuicio de estar al resultado de la causa, que él mismo solicitó se le formase, único ejemplo de delicadeza y virtud que han producido muchas posteriores derrotas. Dios guarde á V. E. muchos años.-Cuartel general de Vitoria, 26 de octubre de 1835. -- Escelentísimo señor. - Luis Fernandez de Córdova. Excmo. señor conde de Almodóvar, secretario de Estado y del despacho de la Guerra, etc., etc., etc. Es copia.

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NÚM. 64. Pág. 401.

Proclama de la diputacion foral de Navarra.

Navarros: Repetidas veces mi voz paternal os ha exhortado á retroceder del camino del error á qué os condujeron la seduccion, la fuerza y la ambicion personal de algunos que quieren enriquecerse y medrar á costa de vuestra sangre, y sobre los escombros de nuestra cara y amada patria: la oísteis, pero sin fruto; mi corazon ha sentido amargas aflicciones al veros persistir en vuestro total estravío, y ansiaba llegase un feliz momento para reproducir mis palabras de paz y de atraccion á la senda de vuestro deber, que la lealtad de vuestros abuelos y los fundamentales fueros de estos reinos marcan como signos incontestables. Venturosamente es venido este dia: nuestro paisano, nuestro hermano, el distinguido y valiente general don Francisco Espoz y Mina, se halla al frente del digno ejército de la reina nuestra señora, enviado á nombre de la misma por su augusta madre la reina gobernadora, con la paz en una mano y con la espada en la otra, para hacer una guerra de esterminio à los que desoigan la voz de aquella, y persistan en la obcecacion de despedazar las entrañas de la madre patria, como él mismo acaba de anunciároslo en su franca y enérgica alocucion del dia 4 del corriente.

Seguid la invitacion de amor que como paisano os hace: así lograreis el recobro de la tranquilidad y felicidad que perdisteis; así no vereis en derredor de vosotros el llanto y desolacion de vuestras miseras familias: y en su vez os cercarán los bienes que difunde con mano abun

dante sobre el resto de la monarquía la benéfica, la inmortal, la augusta madre de la reina nuestra señora.

Si ciegos en vuestra obstinacion os empeñais en despreciar mis maternales cuanto justas amonestaciones y las del benemérito general don Francisco Espoz y Mina, de alta nombradia en toda Europa, llorareis vuestra ruina y la de Navarra toda, y por último perecereis victimas de vuestra temeridad y de la espada vengadora del bizarro ejército de Isabel II de Castilla y I de Navarra. Confio en que sabreis aprovecharos de las lecciones de la esperiencia, que hace patente la multiplicacion de vuestros males, y que hareis desaparezca la anarquía en que habeis sumido á la patria, salvándola siquiera de su última destruccion. Pamplona, 8 de noviembre de 1834.-La diputacion de este reino de Navarra.-José María Martinez de Arizala.— Fermin de Gaztan. - José María Vidarte. -José María Recart de Landivar. - Manuel Cruzat.Con acuerdo de S. S. I., José Yanguas y Miranda, secretario interino.

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Pamploneses: Despues de tantos dias de duelo y de desolacion, vuestros males van á tocar á su término. La augusta reina gobernadora se ha servido confiar la direccion en jefe del ejército de operaciones de este reino y Provincias Vascongadas, á nuestro paísano el escelentísimo señor don Francisco Espoz y Mina, y este digno general ha tomado ya el mando.

Testigos sois todos del valor y virtudes de este ilustre caudillo, y las victorias que consiguió su genio en la gloriosa lucha de la independencia, le preparan otras en este mismo suelo, donde entonces cogió tantos laureles.

Pamploneses estraviados: un año de triste y dolorosa esperiencia ha debido desengañaros. La misma guerra desoladora que aflige à este país, demuestra la impotencia de los que la fomentaron y sostienen. Examinad, decid cuales son sus conquistas, señalad sus plazas fuertes, designad un solo punto en donde puedan descansar tranquilos.

Si acaso un conocimiento práctico del terreno les ha libertado hasta ahora de la persecucion, ¿han dejado por eso de sufrir mil y mil privaciones? Una vida errante y siempre agitada; ved aquí cuanto han adelantado los que han sido superiores á las fatigas; pero al mismo tiempo reflexionad cuántos de vuestros hijos han dejado de existir. Vosotros lo sabeis mejor que el ayuntamiento.

Mas ya no pueden contar ni con esa pequeña ventaja, que por todo triunfo solo les ha servido para salvarse en la fuga: la rebelion va à espirar, y la tranquilidad del país será restablecida.

Vosotros sabeis que el general que ha de dirigir las operaciones de la guerra es superior å todos ellos en conocimientos topográficos del país; que sus antiguas y constantes relaciones en el mismo le facilitarán avisos oportunos, de que tal vez han carecido sus antecesores; vosotros sabeis que sus talentos militares, su actividad, su valor, le han adquirido la reputacion de la Europa entera; que sus espediciones han sido siempre un triunfo continuado; vosotros sabeis, en fin, que jamás la victoria se apartó de su lado. Este general, pues, os ha dirigido su voz para ofreceros la paz; la paz, ese don del cielo, sin el que no hay felicidad en la tierra; ¿y rehusareis todavía aceptarla, cuando tan noble y generosamente os la ofrece?

Mas no reflexioneis solo sobre la suerte fatal de vuestros hijos y parientes armados. No: pensad un instante en la vuestra. Contemplad sobre vuestra situacion atentamente. Calculad las desgracias que esperimentais, los perjuicios, las pérdidas que sufris. Centro este pueblo de la circulacion y giro de todo el reino, os veis privados de los beneficios que aseguran vuestro bienestar y el acrecentamiento de vuestras fortunas. El comercio totalmente paralizado, la industria sin ocupacion, todos los talleres desiertos, mil familias sin empleo, otras divididas, los hijos sin su padre, la esposa separada y distante del que siempre debió ser su compañero; tal es el triste cuadro que presenta esta ciudad, tales las consecuencias de una rebelion tan criminal como desesperada é impotente.

Siempre os habeis distinguido, pamploneses, por vuestra sensatez, y nunca más que ahora debeis acreditar que sois sensatos. El buen sentido no puede dejar de convenceros de que la

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