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Los sublevados, en número considerable, se dejaron ver desde muy de mañana, en las fuertes posiciones de la prolongacion de la montaña de Castelvill, al N. O. de Reus, teniendo la osadía de amagar un ataque sobre la poblacion. Munet entonces, como comandante general, dispuso inmediatamente la formacion de tres columnas, que confió, la del centro á Carratalá, la de la izquierda al brigadier Manso, reservándose el mando de la de la derecha. Combinaron un movimiento para arrojar de las alturas á los que las ocupaban; y el acierto por un lado de la ejecucion del plan, y la impericia por el otro, de los enemigos, fueron causa de que estos se vieran envueltos, dispersos y arrollados de sus ventajosísimas posiciones, que fueron débil y malamente defendidas.

Esta accion y sus resultados, incomodaron al conde de España, que no queria se hostilizara aun á los rebeldes, para no enconar los ánimos y tenerlos dispuestos á oir las palabras del rey. Carratalá creia, por el contrario, que las oirian mejor despues de una leccion severa, y aunque los resultados favorecieron al último, no es generalmente la severidad la que hace dócil al enemigo.

Un muerto y tres heridos de las tropas vencedoras. fueron el precio de aquella leccion, que costó más sangre á los que la recibieron.

Publicado el manifiesto del rey del 28, empezaron á acogerse á él una gran parte de los derrotados.

Los encubiertos rebeldes comienzan á trabajar entonces con inusitada actividad; veian perecer su obra y trataban de hacer el último esfuerzo; pero carecian de una cabeza organizadora, de un centro de accion, y venian á ser estériles los sacrificios de las masas.

Conociendo el conde de España que debia oponer á los manejos de sus enemigos, una energía estraordinaria, se propuso caer rápidamente sobre los pueblos más numerosos y más marcados como rebeldes, para dislocar así las gavillas é imponer el órden restableciendo la ley.

Salió con este objeto de Reus el 30, para la villa de la Selva, en cuyo punto se le presentó, el batallon de realistas, que se acogió al indulto en union de otro de su clase y del mismo corregimiento de Tarragona, que hizo causa comun con sus compañeros.

Continuó el conde su marcha por Valls, Villafranca, Martorell y el Bruch, y en todos estos puntos consiguió los mismos favorables resultados que en la Selva.

Ocho dias gastó solamente en este paseo militar, al cabo de los cuales se halló al frente de Manresa, ciudad que abrigaba á la junta superior de la insurreccion, y se consideraba como su principal foco.

ENTRADA DEL CONDE DE ESPAÑA EN MANRESA.

XXXIX.

La aproximacion del conde á Manresa introdujo la consternacion en aquella junta que se abrogaba tan soberano poder. Sin valor para resistir á un número menor de fuerzas de las que pudo presentar el conde, no empleó otro medio de hacer alarde de su superioridad, que el de apelar á una vergonzosa fuga, yendo á ocultar su impotencia en las escondidas montañas de la parte de Berga.

Cierto es que Manresa no ofrecia punto alguno de defensa, como sucede en toda poblacion abierta; pero no impedia esto que se hubiera trasladado la junta á otro sitio con más dignidad que lo hizo. Salió de Manresa, disuelta, humillada y derrotada. Ni los mismos voluntarios realistas de la poblacion la acompañaron.

Ante las tapias de la ciudad, dispuso España que el coronel don Antonio Montenegro con dos oficiales más, se trasladase á la izquierda del camino sobre una altura, para proyectar una batería que debia establecerse, si como era de presumir se hallaba resistencia. Durante esta operacion iban las tropas tomando posiciones. El capitan general se mantenia sobre el camino. A poco se presentó una diputación compuesta de algunos .ndivíduos del ayuntamiento y otras personas de la ciudad.

Sus protestas y las mentidas seguridades que se dieron al conde de España de que no habia un hombre con las armas en la mano, le inspiraron tal confianza, que despues de dictar ciertas disposiciones, se dirigió á la poblacion, 8 de octubre, acompañado de sus ayudantes de campo el marqués de la Lealtad, el conde de Mirasol y don Manuel Lassala.

Siguiendo el conde de España su costumbre religiosa, dirigióse al convento de Santo Domingo, arrodillándose delante del altar mayor para dirigir sus preces al Eterno: preces en las cuales invocaba el conde la proteccion de Dios en las batallas, y ofrecia deponer en sus aras los trofeos de sus fáciles victorias. Todo lo esperaba de la Providencia y confiaba en ella; y en esta ocasion era justo lo hiciese, porque aquella legitimaba con actos visibles su confianza.

A breve rato, se dirigen á la puerta de la iglesia que conducia al claustro y al adelantar algunos pasos hácia el patio, se hallan con un batallon de realistas, que estaba formado y descansando sobre las armas. En una escalera que estaba en el fondo de los arcos correspondientes al frente opuesto de la puerta de la iglesia, habia unos cuantos religio30s apoyados en la barandilla, contemplaudo asomados en aquel balcon, un espectáculo que pocos comprendian.

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Asombrado España de lo que veian sus ojos, y apenas podia comprender su razon, se dirigió súbitamente á los frailes, y haciendo retumbar por aquellas elevadas bóvedas su estentórea voz; «Vds. les dijo, serán las primeras víctimas. Yo no podré contener á los batallones de la Guardia, que vienen ras de mí, cuando vean que se les ha engañado, y que aun hay quien tiene las armas en la mano contra la autoridad soberana del rey. ¡Estos desgraciados van á pagar culpas que no tienen!»> A esta imprecacion inesperada, bajaron los religiosos la cabeza, y subieron la escalera silenciosos.

El capitan general mandó entonces disimuladamente al marqués de la Lealtad, que corriera á traer un batallon de cazadores de la Guardia. Acto continuo, exigió el desarme del de realistas, y su salida del convento. Obedecieron todos atemorizados por la energía de aquel valiente militar, y el capitan Lassala estuvo de centinela en las puertas, para que no volviesen á entrar los paisanos. El conde de Mirasol velaba las armas como un soldado.

Con tan decididos compañeros, nada temia el conde de España. Sus enemigos estaban aturdidos: ni osaron replicarle, ni retardar la obediencia.

En breve tiempo quedó el claustro lleno de fusiles, y tres hombres solos contemplaban aquel inmenso botin de tan fácil, tan brillante y tan repentina victoria. Repetiremos sus nombres; el conde de España, el de Mirasol y don Manuel Lassala.

No se hizo esperar mucho el marqués de la Lealtad con el batallon. Llegan estas fuerzas al convento, sube entonces el conde de España á las habitaciones de los religiosos, y los reprendió ágriamente.

Alojáronse los soldados en las casas, y al llegar el conde á la que le estaba destinada, se presentó el ayuntamiento y el doctor don Magin Pallás, ex-indivíduo de la junta. Suscitóse entonces una fuerte polémica, que dió por resultado la prision de Pallás, que, segun aparecia, fué el autor de la celada dispuesta en el claustro del convento de Santo Domingo. Manifestó luego el ayuntamiento tener preparada la comida con que pensaba obsequiar al capitan general, más dispuso éste que, toda, sin que nadie la tocase, se llevara á la cárcel. Los presos agradecieron la desconfianza más bien que la generosidad del conde.

Posteriormente se formó causa á Pallás, y sentenciado á la última pena, la sufrió, siendo fusilado en Tarragona á las siete y media de la mañana del 18 de noviembre.

La bandera negra y tres cañonazos, anunciaron otras tantas ejecuciones en las personas del citado doctor, de don Miguel Berricart y del teniente coronel don Joaquin la Guardia, de quien aun tenemos que ocuparnos.

Los tres cadáveres ensangrentados permanecieron el resto del dia colgados en la horca.

MARCHA A VICH.-ENTREVISTA CON EL OBISPO.

XL.

Desde Manresa marchó el conde de España al castillo de Cardona, donde depositó un convoy de víveres, y relevó y reforzó su guarnicion.

Al siguiente dia continuaron las tropas su marcha para Berga, en cuyo punto se hallaba Busons. El jefe de E. M. corrió con las compañías de cazadores de vanguardia, dándolas diferentes direcciones para envolver á los rebeldes. Estos trataron de contener á sus perseguidores rompiendo sobre ellos un vivo fuego, y emprendiendo así su retirada al abrigo de las fuertes posiciones que les presentaba el terreno; pero los cazadores les cargan á la bayoneta, obligando al enemigo á dispersarse desordenadamente, abandonando la villa, algunas municiones, equipajes y papeles.

Busons llevaba más de mil quinientos hombres, y Carratalá, temiendo volvieran á reunirse, destacó seguidamente varias partidas en persecucion de los dispersos, consiguiendo así la presentacion de muchos realistas y la libertad de algunos soldados del regimiento de la Reina, que tenian prisioneros

Esta persecucion acertada fué fecunda en utilísimos resultados, y por la sangre y lágrimas que ahorró; pues ocasionando la presentacion de muchos pronunciados, les libró de posteriores padecimientos, al fin de los cuales hallarian, como hallaron otros, una muerte desastrosa.

Reunidas aquella noche todas las fuerzas, siguió el conde de España su victoriosa marcha, y se halló en breve al frente de Vich.

Al aproximarse las tropas á esta poblacion, las dispuso el conde de España en diferentes columnas, y aprovechando una loma, formó una cabeza de columna de caballería que, presentando una masa regular de fuerza, aparentaba la que no tenia la division.

Acompañado de un ayudante de campo, se dirigió el general á la ciudad. A poca distancia de ella se halló con una diputacion que salia á ofrecerle su sumision y respeto. Un canónigo le dirigió la palabra, diciéndole estaba comisionado por el Illmo. señor obispo, para decirle que en su casa tenia preparado el alojamiento y la mesa para sí y para todo su E. M.

El conde de España, quitándose el sombrero, y con los finos modales que le distinguian, le contestó:

- Sírvase V. S. decir al señor Illmo., que los capitanes generales del rey no hacen la primera visita á nadie; que con lo que S. M. me da, tengo bastante para mantenerme, y si algo me hace falta echaré mano de lo de mis ayudantes.

Llamando en el acto su caballo á la izquierda, salió á galope para las columnas, á las cuales dirigió la palabra, manifestando que en un pueblo en que de tal manera se habia faltado á la lealtad debida á S. M., no era justo entrar batiendo marcha española; y mandó que entrasen tocando las cajas las Habas Verdes.

Así se ejecutó con grande satisfaccion de los soldados, que veian lisonjeado su orgullo militar, y se aficionaban más y más con estos actos al conde de España.

Silenciosos vieron los habitantes de Vich desfilar por las calles aquellas tropas, en cuyo semblante se leia la satisfaccion de un triunfo, que tanto apreciaron por conseguirlo con las armas del ridículo. Alojóse el capitan general en la casa preparada para el mariscal de campo don Juan Antonio Munet, y estando en un gabinete le anunciraon la visita del Illmo, señor obispo. Mandó el general salieran á recibirle, y que la mampara del gabinete quedara abierta despues de la entrada de su

ilustrísima.

Quisiéramos el pincel y el genio del divino Apeles para retratar fiel- . mente la interesante escena que solo vamos á describir, con exactitud, sí, pero sin poder dar á los personajes que fueron sus actores el colorido que requeria su situacion, ni pintar en los semblantes de los que estaban de espectadores aquella impaciente ansie lad en que les tenia el presentimiento de lo que podria hacer el conde de España, ya se dejara llevar de la violencia de su carácter, ó ya, valiéndose de su astuto saber, preparara al obispo una ridícula humillacion que ocasionase un ruidoso rompimiento.

Entró, pues, el obispo acompañado de un crecido número de eclesiást cos, que se quedaron á la izquierda de la mampara; á la derecha estaban el general Carratalá, algunos otros jefes, los ayudantes de campo y porcion de oficiales.

Saludáronse cortesmente la dignidad militar y la eclesiástica, y empezaron una conversacion cuyas primeras palabras no pudieron entenderse bien; pero como dijera el obispo en voz clara que no habia podido evitar los males que se habian seguido, repúsole el conde que,

-Mucho era lo que podia haber hecho, siendo así que en su casa y bajo sus auspicios, se habian celebrado las juntas, y se habia nombado á un indivíduo de su clero para ir de vice presidente á la de Manresa, donde se habian atacado los derechos soberanos del rey católico de España, delante de cuya legítima autoridad, los grandes y los pequeños,

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