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En todo el camino fué maldiciendo el Jep, en catalan, á los que le habian vendido, pero sin nombrar personas.

Formóse la causa. Ya hemos hablado de su declaracion.

Ocupósele una cartera con papeles del mayor interés; pero fueron entregados al rey, quien los inutilizó.

Puesto Busons en capilla, en Olot, se negó á confesarse, tuvo la temeridad de dar un bofeton al primer sacerdote que se le presentó, ilenándole además de insultos, culpando á su clase del estado en que se hallaba.

Condoliéndose sus amigos de que muriera impenitente, y sin tributar el debido homenaje á sus religiosas creencias, despues de haber tomado las armas para defenderlas, pudo al fin convencerle don José Rovira, abanderado del regimiento de Zaragoza, 7.o de línea, y Busons murió como cristiano, ya que no como valiente.

Busons era un hombre de mediana estatura, ancha espalda y musculatura pronunciada, revelando el vigor de sus fuerzas. Su mirada tenia cierto aspecto de feroz rudeza, que imponia, y sus modales nada tenian de distinguidos, apareciéndolo menos con su habitual traje de

catalan.

La captura y muerte de Busons fueron ruidosas y dieron lugar á algunos procesos.

El rey la reputó como un servicio de la mayor importancia, y Calomarde ofició á Mirasol dándole las gracias por tan interesante servicio, y mandándole propusiera por su conducto las recompensas que considerase mereciera cada uno de los indivíduos que en él tuvieron parte.

La muerte de Busons no puede disculparla la historia por las circunstancias que la precedieron. Toda la responsabilidad pesa en nuestro concepto, sobre Calomarde. Temeroso de Busons, ó de los papeles que poscia, procuró su captura y su muerte. Nadie menos autorizado que él para proceder así. Dió, sin embargo, con gusto las recompensas, porque recaian sobre un hecho que quitaba á la historia, segun el poco político ministro creia, las pruebas de su no muy honrosa conducta.

Gustaba á Calomarde jugar con los hombres y sus vidas, y como conquistaba con sus adulaciones el efecto del monarca, y le servia en casi todo, reinaba á la par de él, y podriamos añadir que no disponia el rey de su propia voluntad, si se oponia á ella el favorito y astuto ministro. Y cuidado que, al sentar nosotros tan grave hipótesis, tenemos presente más de un hecho concluyente á nuestro favor. Más de una vez mandó Fernando que se le entregaran comunicaciones sin que antes las viese Calomarde, y daba órdenes que no le consultaba, creyendo que las alteraba su ministro irresponsable.

Las personas que tomaron parte en la captura de Busons, cumplie

ron con escesivo celo su cometido, y correspondieron á la confianza en ellas depositada, traspasando los debidos límites.

BALLESTER CORRONS.

XLVIII.

Don Rafael Bosch y Ballester, teniente coronel sin calificacion, jefe de los sublevados en los corregimientos de Mataró y Gerona, que intimó la rendicion del fuerte de Hostalrich, sitiándole, que publicó proclamas, y se batió en Santa Coloma de Farnés y en San Hilario, despues del indulto, fué ejecutado en Tarragona y colgado en la horca, anunciándose su muerte con las señales de costumbre. En el acto fueron quemadas por el verdugo las cuatro banderas cogidas á los sublevados y una gran cantidad de proclamas, y se rompieron ciento treinta espadas, que consideró el conde de España profanadas.

Otro de los insurrectos á quien estaba reservado un gran papel, aunque para él no honroso, fué el canónigo lectoral de Vich, don José Corrons, vice-presidente de la junta de Manresa.

Tratado con una benignidad no usada con sus compañeros, presos como él, por la misma causa, y que terminaron sus dias en el suplicio, llegó Corrons á convertirse de preso en consejero, y á ejercer un notable ascendiente sobre uno de los principales jefes militares de Cataluña.

Tomando el clero como suya la causa de Corrons, le salvó del patíbulo. Más no le bastó esto, y con profunda sagacidad empezó á minar sordamente el terreno donde habian de tener lugar los acontecimientos que más adelante se produjeron.

No tardó Corrons en ejercer tal influencia sobre el conde de España, que sorprendió á cuantos lo conocieron. Hubo más. observóse una variacion disimulada en los sentimientos del conde, sentimientos que desde entonces se retrataban en muchos de sus actos, por más que tratase de disimularles con su astucia profunda. Posteriores sucesos serán la clave de unos hechos que aun no pueden ser esclarecidos.

Debemos probar la criminalidad de Corrons, de suma importancia para facilitar el conocimiento de muchos actos anteriores y osteriores. A la vista la declaracion que prestó en la causa que se le formó, ella sola basta para nuestro propósito. Es indudable que, á oponerse el cabildo de Vich á una rebelion que menoscababa la dignidad real, no hubiera nombrado á su canónigo lectoral miembro de la junta de Manresa, y no contestaria en este caso el señor Corrons, que cuando fué nombrado por la junta corregimental de Vich, ya lo habia sido por su cabildo, y estaba autorizado por éste para separarse de la iglesia. El nombra

miento de la junta fué, pues, una ratificacion del que hizo el cabildo con pleno conocimiento de causa, porque no es verosimil que una corporacion tan entendida ignorase el objeto para que elegia á uno de sus miembros.

El mismo Corrons confiesa se presentó al obispo de Vich, consultándole sobre su nombramiento, y que, por toda respuesta, se encogió de hombros, diciéndole despues, que procurara, sobre todo, que la jente armada no insultase ni atropellase á los pueblos.

Las palabras sobre todo, demuestran que no carecia de antecedentes su ilustrísima; y aunque nos limitásemos á dar crédito á lo que dice Corrons, motivo habia para hacer al obispo cargos gravísimos y fundados.

Prescindiendo de las contradicciones de que adolece la declaracion de Corrons, porque es inconcebible que un eclesiástico de su ilustracion asistiera á una junta ignorando su objeto, y fuera miembro de ella sin estar orientado en su marcha, sin conocer siquiera el fin que se proponia, seria suficiente para probar su criminalidad un oficio fechado el 21 de setiembre que dirigió á Busons, firmándole como vice-presideute, y en el cual le incluia otro de Rafí Vidal, relativo á la llegada de Romagosa, añadiendo, que habia oficiado á Rafi Vidal para que siguiera en sus operaciones militares y hostilidades con toda actividad, hasta nueva órden, para evitar que el enemigo les engañara.

Consta además que se hallaba Corrons en la junta, cuando se acordó, discutió y aprobó la proclama del 4 de octubre.

En el mismo exámen oficial que se hace de la causa, se califica de criminal la conducta de Corrons, y se le trata con la severidad que nosotros no le tratamos. Copiariamos lo que á este propósito se dice del mismo, si no fuera bastante lo que dejamos espuesto, que servirá á la vez de contestacion á los que, con el solo antecedente de algunas relaciones equivocadas, han tratado de convencernos de la inculpabil dad de Corrons, que nos hubiera sido grata por el respeto que profesamos á su clase. Pero ella misma hace resaltar más su criminal conducta, y exige mayor severidad de nuestra parte.

Terminada en el cadalso la vida de casi todos los jefes de la rebelion, quedaron todavía unos trescientos oficiales prisioneros. Inclinábase Calomarde á su fusilamiento; pero hallando resistencia en las autoridades militares de Cataluña, se salvó la vida de número tan crecido de españoles, gracias á los nobles esfuerzos que, con la mayor eficacia, se hicieron cerca del rey, ya en Valencia, y que no pudo neutralizar su primer ministro. Trasladados al presidio de Ceuta, pudo evitarse la más sangrienta de las ejecuciones.

INCIDENTES.

XLIX.

Tocamos al fin de la historia de la insurreccion de 1827. Lugar es este de referir un episodio interesante.

Estando en Vich el conde de España, metió un dia en un saco toda la correspondencia, las delaciones, las pruebas y las causas fenecidas, y vaciándole en una chimenea encendida, quedó reducido todo á pavesas. «Centenares de familias, decia el conde, quedan en salvo..... Las leyes y los tribunales exigirán en vano los datos para perseguirlas..... Cuando alguien reclame antecedentes, se le satisfará diciéndole, que están bien asegurados en el archivo que dejo en Vich..... Mi conciencia me dice que he ahorrado muchas lágrimas, y hecho un bien á la humanidad, despues de prestar al rey un gran servicio. »>

No sabemos que encarecer más, si el acto, ó las palabras con que el conde le acompañó. Pero ¿eran verídicos estos tan puros y nobles sentimientos?.... Si lo eran ¿por qué quemar unas causas para empezar á remover otras, sobre las que se habia echado hacia tiempo en el velo de la amnistía?.... ¿Por qué enjugaba unas lágrimas, para hacer derramar otras á torrentes?.... ¿Por qué destruia el motivo para nuevas prisiones, y henchia luego los calabozos de la ciudadela de Barcelona?... ¿Por qué echaba á tierra el patíbulo, si despues le levantaba en mil partes?.... ¿Por qué evitaba el derramamiento de sangre, y á poco se saciaba en verterla con abundancia?.... ¿Por qué abrió su corazon á la clemencia para cerrarle á los más humanos sentimientos?.... Indicado lo que dejó de hacer, y cuya importancia solo él podria saber, juzguemos lo que hizo. Oprímesenos el corazon al referirlo, y necesitamos para ello tener tranquilo nuestro espíritu, y sosegar los sentimientos de nuestro corazon, sublevados al aspecto del cuadro horrible que se ofrece á nuestros ojos.

Sabido es que los franceses guarnecieron la plaza de Barcelona hasta noviembre de 1827, en que la evacuaron, porque deseó el rey residir algun tiempo en la capital del Principado.

Por duro que fuese á los barceloneses el sacrificio de su amor patrio á la vista de aquellos estranjeros, se resignaban, recordando que á la cordura de los jefes se debia la salvacion de algunos liberales cruelmente perseguidos por la reaccion. Así que la nueva de la marcha de las tropas francesas, si por el momento satisfizo su patriot smo, hizo temer que la ausencia diese aliento á los absolutistas, hasta entonces con

TOMO I.

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tenidos. No fueron vanos sus temores, y no tardaron mucho en justìficarlos las circunstancias.

Al partir el vizconde de Réssel, comandante general de las tropas francesas, dijo al rey: Para mantener la tranquilidad en Barcelona bastan cuatro hombres y un cabo: sus industriosos habitantes, inclinados por naturaleza al trabajo, solo cuidan de aumentar sus utilidades, y les interesa obedecer al gobierno constituido.

El vizconde de Résset hablaba por esperiencia, y tenia razon. Posteriormente ha repetido esta verdad, y la ha demostrado mucho tiempo en el mando un capitan general de Cataluña. El conde de España se propuso, sin embargo, desmentirla, exaspe ando el ánimo de los catalanes, tan sumisos en paz, como fieros en la guerra.

SANGRIENTOS PRELIMINARES.

L.

El conde de España entró en Barcelona al frente de las tropas, y ordenó luego se presentasen inmediatamente en las casas consistoriales cuantos hubiesen pertenecido á la milicia nacional.

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Obedientes se personaron los indivíduos que habian formado los seis batallones.

El objeto de aquella reunion, dijo el conde de España, era saber si alguno conservaba armas, municiones, vestuario, ú otro efecto militar.

Ahora bien, ¿qué temor podian inspirar los ex-milicianos? ¿Podrian promover o fomentar otra rebelion los que se habian prestado voluntariamente á sofocarla, ofreciendo sus vidas y haciendas?.... No; y no era el temor el móvil de sus horribles planes: era otra causa hasta entonces desconocida.

Dejó el rey á Cataluña, y jefe sin trabas de todo el Principado, halló el conde la más activa cooperacion en el gobernador de la plaza, conde de Villemur, ministro despues de don Carlos, y en el subdelegado de policía don José Victor de Oñate. Don Manuel Breton era teniente-rey de la ciudadela. Villemur y Oñate no conocian á los catalanes, y comenzaron tratándoles con dureza, en particular el segundo, que formó una policía secreta de lo más despreciable de la sociedad, y de algunos de los que acababan de ir á presidio por la terminada rebelion. En muchas de las causas formadas, aparecia uno de ellos como delator y otros dos como testigos.

El conde de España se ocupaba al mismo tiempo en elegir fiscales militares de su confianza, nombrando á los señores Chaparro, Cuello, y al inolvidable don Francisco de Paula Cantillon.

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