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Los que estaban al alcance de estos antecedentes, auguraban muy mal de sus consecuencias, pues que no podian esplicarse satisfactoriamente la causa de tan significativas disposiciones. Ni por asomo era de esperar que la rebelion imitase al fénix de la fábula; y los liberales esperaban del rey, ya que no prudentes reformas, la conveniente tolerancia. Era, pues, evidente, que faltaba fundado recelo de una nueva revuelta. A pesar de tan pacífica situacion, el conde de España preparaba la escena con el fin de presentar un espectáculo trágico, de horror, parecido á una galería fúnebre de espectros, y que hacia recordar los aciagos dias de las desventuradas Lyon, Marsella y Nantes, durante el reinado del terror, en la vecina Francia.

Perdónenos la memoria del conde de España, perdónennos sus deudos, sus amigos; la historia es un testigo severo, imparcial..... Esponemos con datos, culpamos con pruebas; y cuando dudamos, somos el juez que quiere hallar mejor en el reo un inocente que un culpado. Aun cuando previnieran reales órdenes algunas de las ejecuciones, ¡con qué lujo de crueldad se cumplieron!

Vamos, pues, á descorrer el velo que oculta un cuadro que ya tenemos calificado.

PRISIONES.

LI.

Todo lo tenia ya preparado el conde de España. El silencio de la ciu dad se vió interrumpido con la noticia de que existia una conspiracion para proclamar la Constitucion del año 20, cuyo plan se suponia madurado hasta el punto do que solo faltaba el momento de dar el golpe.

Sin pruebas que acreditasen estas voces, bastaron para difundir el terror en la pacífica Barcelona; y la misma carencia de pruebas era la principal causa del aumento de ese terror que se apoderó de todas las personas, que veian solo un pretesto para nuevas persecuciones, para vengar resentimientos, para ejercer una dictadura que fué más allá de lo que aun los más recelosos creyeron en un principio.

En medio de situacion tan angustiosa, empezaron á ejecutarse prisiones sin cuento, con presencia de interminables listas (1). De veinte, de treinta, de cuarenta en cuarenta, eran conducidos los ciudadanos en el silencio de la noche á la ciudadela, y encerrados en los más lóbregos calabozos. La dulce tranquilidad de la noche solo era alterada por el

(1) Una procedia de un tal Simó, que exaltado y bullicioso en Valencia, y fingiéndose amigo de los liberales emigrados la formo à su capricho, y vendido à Calomarde, al conde de EspaBa y al famoso Cantillon, aun cuando fué aprisionado, sirvió su lista para hacer prisiones.

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llanto de la esposa, el dolor de la madre, ó las angustias de los hijos, de cuyo lado era arrancado el esposo y el padre. En breve pocos fueron los que no contaban en peligro un pariente ó un amigo incomunicados y cargados de hierro, sin siquiera el consuelo de que se les llevara la comida, pues se les obligaba á que la tomasen de la cantina, pagándola á triplicado precio.

No solo no habia pruebas legales de la conspiracion, sino que ni esta existia. Los liberales deseaban naturalmente la vuelta de su sistema, ¿pero este deseo constituye un crímen? Preciso es que dilucidemos aquí, si se debe confundir el conato de una conspiracion con la conspiracion misma, si se debe aplicar todo el rigor de la ley, lo mismo al que tiene el deseo que al que lo ejecuta.

A no ultrajar á Dios, dejando de reconocer el libre albedrío del hombre, debemos respetar la libertad del pensamiento, cuando este es individual, reservado, cualquiera que sea el sistema que rije á una nacion. Si alguno pensaba mejorar su triste situacion política, no hubo esa libre emision del pensamiento, porque no tenemos noticia, por más que la hemos procurado, de que se imprimiese la menor idea que pudiera constituir delito, atendida la clase de gobierno que habia entonces en España, que no podia ser menos tolerante. Enhorabuena se castigue una conspiracion que puede trastornar el órden social y causar desgracias sin cuento, irreparables, en los intereses y en las personas de un pueblo; pero hay derecho para defender siquiera el castigo de un deseo? Si las leyes divinas vuelven la tranquilidad á la alterada conciencia del que la ha perturbado con la sola intencion del pecado, ¿pueden castigar las humanas con el mismo rigor la intencion que la culpa? ¿No valen tanto para la sociedad la moralidad de la conciencia religiosa, como la de la conciencia civil, si nos es permitida esta frase?

Por débil que sea un gobierno, y prescindiendo de que él conspire con sus actos, ¿necesita para la defensa de sus gobernados del verdugo, castigando un mero deseo de mejor estar en los que debe protejer como representante de la Providencia en la tierra? ¿Se gobierna con el suplicio? ¿Se previenen con él las conspiraciones?.... «Más enemigos, >> dice, Guizot, ha hecho la revolucion con el uso de la pena de muerte »en política, que cuantos hubieran podido suscitarle todas las produc>>ciones, todos los raciocinios de una filantropía ilustrada Ꭹ filosófica.»

CINISMO DEL CONDE DE ESPAÑA.-SUPLICIOS.

LII.

Desdeñando el conde de España el sobresalto y la alarma de todo el Principado, creyó deber dirigirle la palabra, pero no con antelacion á sus

decisiones, porque no pareciese como una consulta á la opinion pública, sino precediéndolas, á fin de que sirviera para dar cuenta de ellas, é impusiera el terror con el asombro.

Tan horrible fin se propuso, y consiguió con la especie de proclama que por honor del conde y de nuestra patria, quisiéramos hubiera desaparecido.

Pintaba en ella la situacion próspera en que se hallaba el país, cuando trataron algunos, dice, de reproducir las escenas de 1820, eligiendo por teatro á Barcelona. Descubiertas sus tramas, ha cumplido la autoridad con su deber, y, con arreglo á las leyes y decretos de 17 y 21 de agosto de 1825, han sido juzgados y condenados, siendo lanzados á ln eternidad en la mañana del 19 de noviembre los reos cuyos nombres se espresan al fin (1). Asegura á los catalanes, que en nada se alterará el sistema entonces existente, que los tribunales aplicarán sin contemplacion todo el rigor de las leyes, y que el rey descansa en la fidelidad de sus vasallos.

En el momento de la ejecucion de estos desgraciados, á la vista de su sangre humeante, tuvieron lugar actos tan horribles, que nuestra pluma se resiste á reproducir.

Don José Ortega, uno de los trece fusilados, preferia acabar de una vez sus dias, á sufrir la muerte tan cruel y lenta que le prometian sus padecimientos, y al efecto se hizo una incision en el brazo con un hueso de gallina; pero no produciendo el resultado que apetecia, y sin valor para continuar ejecutando su desesperado intento, desistió de él, y fué á morir al patíbulo.

El estampido del cañon anunció las anteriores ejecuciones.

Los inanimados troncos de las víctimas fueron conducidos por presidiarios á la horca, puesta de antemano en medio de la esplanada, frente á la ciudadela. La sangre, los trozos de sus cráneos se veian con horror derramados por uno y otro lado; y presidiendo este espectáculo, más degradante aun por ciertas particularidades, se hallaba el conde de España.

En cuanto se publicó el escrito de que hemos dado idea, aparecieron

(1) Los siguientes: don José Ortega, coronel graduado; don Juan Antonio Caballero, capitan graduado; don Joaquin Jaques, id. id.; don Joaquin Dominguez Romero, id. id.; Ramon Maestre, sargento 1.; Francisco Vituri, sargento 2.o; Vicente Llorca, cabo 1.o; Antonio Rodriguez, id. id.; don Manuel Coto, empleado en la secretaria del resguardo de rentas; José Ramonet, cabo 1.*; Magin Porta, pintor (a); Domingo Ortega, paisano, y don Francisco Fidalgo, profesor de lenguas vivas.

(a) Este infeliz fué al patibulo para completar el número 13, descabalado por haber comprado su libertad uno de los reos, sustituyéndole en la capilla el desgraciado Porta.

varios impresos, desmintiendo que hubiese en las causas ratificaciones, confrontaciones, ni otro trámite que una simple declaracion, y mucho menos careos ni defensas públicas ni secretas.

No bastaba ir al suplicio: era menester alcanzase la persecucion á las familias de las víctimas, enviando desterradas á las que no iban á presidio, y poniendo pesados grillos hasta á señoras.

El 26 de febrero de 1829 volvió á retumbar el fúnebre estampido del cañon de la ciudadela, esa Bastilla catalana, y á enarbolarse el pendon de la muerte. A poco se vieron pendientes del suplicio los cadáveres de cuatro desgraciados, de los once que acababan de ser lanzados á la eternidad, segun la frase favorita del conde. Aparece el periódico oficial, corren todos con los ojos anegados en lágrimas, y oprimido el corazon con la mortal ansiedad de la incertidumbre, por ver si está el nombre del padre, del hijo, del esposo, del hermano, del amigo..... y leer en él los nombres de las nuevas víctimas, los tenientes coroneles don José Rovira y don Félix Soler (1), Joaquin Villar, José Ramon Nadal, Jaime Clavell, José Medrano, Pedro Pera, Sebastian Puig, Serra y Sanz (a) PepMorcaire, á pesar de tener éste uua real órden para que no se le senten. ciara á muerte.

Tambien dió cuenta el conde de estas nuevas ejecuciones, y continuó el terror y las prisiones, mientras se preparaban otras.

¡Cuán horrorosa era en tanto la situacion de los presos! Sin un ruedo donde dormir, yacian en inmundos calabozos, que se les tapiaba, so pretesto de que unos á otros se hacian señas, obligándoseles á que cada mañana, rodeados de centinelas, hiciesen la limpieza de sus calabozos. Cuanto pudiera humillarlos y hacerles más penosa la existencia, otro tanto se empleaba contra ellos. Más de diez y siete suicidios se contaron. A falta de otro instrumento de muerte, se ahorcaba uno de una sábana; otro se agujereaba el cráneo, dándose golpes con un clavo que habia por casualidad en la pared; un hueso, servia para ahogarse otro, y en fin, ¿con qué otra muerte podia dar más horrible idea de su situacion, aquel que se hizo una incision en la garganta con un pequeño vidrio, y metiendo por ella los dedos, se desgarró las carnes hasta abrirse una brecha suficiente para desangrarse?....

Exagerados, cuando no fabulosos, habiamos creido estos hechos; pero en Madrid residen testigos presenciales: aquí se halla el Excmo. Se

(1) Seducido éste por las promesas del fiscal, ó por su juicio trastornado, salia cada noche con el fiscal y una escolta à r correr las calles en busca de cómplices para salvar su vida. El que tenia la desgracia de ser por el señalado, quedaba inscrito, y era capturado. Acabada esta pesquisa, fué Soler ajusticiado.

ñor Mesina, á quien afeitaron la cabeza, y aquí hay aun quienes lloran la pérdida de sus parientes y amigos, y la ruina de sus familias, y que podriamos citar.

El fatídico cañon, señal del sacrificio, sonó por tercera vez, y al de la fusilería, quedaron cadáveres, don Pedro Mir, Domingo Prats, Lopez, don Antonio de Haro, don Juan Crotet, Mata, Sancho, Latorre y Pando, y Vendrell, cuatro de los cuales fueron segun costumbre, colgados de la horca.

Las escenas del reinado del terror en la época de Robespierre se reproducian en Barcelona; nadie se atrevia á interceder: se cerraron varios establecimientos públicos; escondíanse las personas, no se saludaban en las calles los amigos por no dar lugar á sospechas, y lo intenso del dolor tenia sumidos á los barceloneses en una especie de estúpido ma

rasmo.

El conde de España, para igualar á sus compatriotas cuando les hacia la guerra como vendeano, solo le faltaba haber agujereado los buques que conducian á los presos, y hecho unas cuantas parodias de los matrimonios republicanos (1).

Tantos horrores cansan: la narracion de todos seria interminable. El terror se hizo moda. El mismo fiscal, el inolvidable Cantillon, para atemorizar más á los acusados, tenia enfrente de la mesa, delante de algunos libros que habia en el suelo, y en paraje donde el declarante pudiese verle, un cráneo ó calavera, como pretendiendo indicar al desgraciado la imágen de lo que habia de ser en breve su cabeza.

NUEVAS JUNTAS.

COMPLICES DE LA INSURRECCION.

LIII.

Las sociedades secretas, entre las que se distinguia la ya célebre del Angel estermina lor, contribuyeron poderosamente à la insurreccion de los malcontents.

Estas sociedades, que trabajaban con incansable afan, llegaron á establecer una nueva forma de gobierno, dividiendo la Cataluña en diferentes departamentos. Reuníanse á veces en el castillo de Llinás, cerca de Mataró, y las órdenes que de la sociedad emanaban, se obedecian por sus adeptos con preferencia á las del gobierno legítimo.

En una torre, cerca de Sarriá, habia tambien otra junta, presidida por el párroco de dicha villa.

(1) En prueba de que somos parcos en calificar la feroz conducta del conde de España, véase el notable documento núm. 15, y el autorizado nombre que le suscribe, don Manuel Breton, que ejercia el cargo de teniente rey de la ciudadela de Barcelona.

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