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partido, éralo de nacionalidad; y preciso es confesarlo, murió en 1814, abandonada por el monarca.

Sin dignidad en el esterior, ni alivio en el régimen opresor y teocrático que inauguró el 4 de mayo, aumentóse el partido liberal, y despues de los inútiles esfuerzos de Porlier, Vidal, Richard, Lacy, Mina y otros, salió de las Cabezas de San Juan la chispa que incendió los hacinados combustibles amontonados en la Península. Tocaba á su fin la insurreccion militar, cuando un levantamiento popular decidió al rey á jurar la Constitucion, ofreciendo marchar el primero por la senda constitucional.

No se ensangrentó con sus enemigos la revolucion. Generosa como sus principios, depuso en las aras de la patria las miserables venganzas á que escitan las pasiones, olvidando sus ilustres mártires.

El nuevo sistema no podia ser grato á la córte, compuesta de los mismos elementos y personas que rodearon al rey seis años antes, y desde luego formaron el núcleo de una nueva y potente reaccion. En vano esponia tan grave situacion el ayuntamiento de Madrid, centinela avanzado de la Constitucion, y que tanto se distinguió en aquella época; en vano lo repetia la prensa, y lo hacia oir la tribuna, y el país lo veia: desoidas sus quejas por respeto á la inviolabilidad del rey, por falta de un ministerio verdaderamente revolucionario, los constitucionales que veian minar la situacion, y la debilidad de los gobernantes, les increpaban su falta de energía, entregándose algunos á escesos reprobados contra el nombre del monarca, escesos que aumentaban el odio de éste y de los suyos al código fundamental, y que debilitaban la accion del gobierno. Casi siempre espedita la del rey,-y tenia buen cuidado de reclamarlo, apurando así á sus consejeros responsables,y empleándola toda en contra de la misma Constitucion que se la garantía, no podia marchar el gobierno. Con tan poderoso enemigo, todos los ministerios se debilitaron, todos se gastaron, se hacia imposible el gobierno constitucional.

Evidenciáronlo posteriores acontecimientos, harto sabidos para ocuparnos de ellos. No dejaremos, sin embargo, de indicar la noble conducta de los liberales en un suceso gravísimo. Pudieron, si no abusar, recoger el fruto de la brillante victoria obtenida el 7 de Julio de 1822; pero era para ellos un sagrado el alcázar real, donde se refugiaron parte de los vencidos en busca del apoyo y proteccion que tenian derecho á esperar del soberano; y ante su presencia, se estrelló generosamente la justa irritacion de los vencedores.

Por respeto al monarca, cuya inviolabilidad consagraba la Constitucion, no se convirtió, como temiera, su régia morada, en teatro de batalla y de carnicería, por él quizás provocada. Tan monárquicos los liberales como constitucionales, no era posible entre nosotros un 10 de Agosto revolucionario.

Alentadas con la debilidad del gobierno las facciones, vióse la España entregada á la anarquía, presa de la guerra civil.

Creóse en 1821 en un rincon del norte de la península, y creció adquiriendo colosales proporciones, una junta, llamada Regencia de Urgel, cuya historia es importante. Su actividad, su constancia y las estraordinarias medidas que adoptó, la dieron un poder soberano. La regencia de Urgel fué la base de la reaccion absolutista: con numerosos agentes en el estranjero, y tratando de igual

TOMO I.

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á igual con las potencias estrañas, contribuyó á preparar el congreso de Verona, la intervencion armada, y las consecuencias naturales que de todo habian de seguirse. Así fué aquella regencia el eslabon que unió el sistema finalizado el 7 de marzo de 1820 y el inaugurado con el manifiesto del rey en el Puerto de Santa María el 1.o de octubre de 1823; porque ella era la personificacion del principio absoluto de derecho divino; y aunque dejó de existir la corporacion como poder, quedó en pié como símbolo, que no fué estraño á la insurreccion de los malcontents en 1827; insurreccion misteriosa para muchos, y que fué el prólogo de la guerra comenzada el año 33.

-Un año antes, el imponente silencio de la España era interrumpido en los aislados conventos de Castilla la Vieja, convertidos en talleres de cartuchos, en las ferruginosas montañas de las Provincias Vascongadas, donde se desentrañaba el hierro para convertirle en armas fratricidas, y en mil y mil sitios retirados de la península, donde se fraguaba el plan del sangriento espectáculo que iba á durar tantos años.

Ni la encomiada guerra de la Vendée, ni cuantas otras civiles hallamos en la historia, pueden compararse con la que vamos á describir. El ser contemporánea, mengua parte de su grandeza: solo el tiempo la dará su celebridad; pero no hemos de aguardarle para que sepan apreciarla sus actores en uno y otro bando, sus apasionados admiradores, los que la han contemplado de lejos, y los pocos que hayan podido ver indiferentes tanta desolacion y estrago, tanta constancia y heroismo de unos y otros combatientes.

Deber es de todo español interesarse al menos por las desgracias de su patria; abrigar en su corazon un sentimiento de religiosa compasion por los desgraciados, y deplorar tanto infortunio, á menudo mitigado por acciones grandes.

Y no es solo este el objeto de nuestra obra: pretendemos que ella sirva de saludable euseñanza á todos los partidos, y que se aprovechen las sublimes lecciones que nos dá, para que, atendiendo á lo pasado, seamos precavidos para el porvenir. Esta es la grande mision de la historia, perenne monumento de los pueblos. Ella nos hace ver además las pasiones que han afligido constantemente á la humanidad, y nos enseña que ellas solas causaron los trastornos de las naciones más poderosas. ¡Triste destino de la sociedad humana, juguete siempre de apasionados sentimientos, de ideas ambiciosas, y de ese loco y necio orgullo en que cifra el hombre su vanidad!....

A la par que se cerraron para Fernando VII las puertas de la vida, se abrieron las del templo de Jano para la España. Gonzalez en Talavera de la Reina, Merino en Castilla, Zabala y Valde-espina en Vizcaya, y Ladron en Navarra, Carnicer y Hervás en el Maestrazgo....., enarbolaron pendones por su hermano Cárlos; y el clarin que llamaba á las armas, conmovió los ánimos, escitó las pasiones, despertó el entusiasmo, dividió á los españoles, y en breve solo hubo liberales y carlistas. Los paisanos de una misma provincia, los naturales de un mismo pueblo, los amigos de una misma vecindad, los hijos de un mismo padre, militaban con encarnizamiento en opuestos bandos. ¿Qué poder era el de una causa que tales trastornos producia; que suscitaba tan ardiente fanatismo? La afeccion de cada uno era sincera: cuando así se dividen los amigos,

los hermanos, los padres y los hijos, no es obra de la seduccion: sino de las convicciones, y estas son hijas del corazon.

Grande era el poder de los opuestos bandos: á ninguno amenguamos. Quizá el que mayor ejército tenia, contaba menos pueblo, considerado numéricamente, y los que no juzguen la pasada guerra como una lucha de poder á poder, yerran lastimosamente, y los que solo miden su fuerza por la de los ejércitos: estos eran la parte ejecutiva, el brazo de un cuerpo poderoso. Y perjudican asimismo el mérito de su propia causa los que disminuyen la fuerza del enemigo; porque cuanto mayor es, es mayor la gloria del vencedor.

Vamos á seguir á doù Cárlos desde su salida á Portugal, hasta su abdicacion. No le abandonaremos en Almeida, en la Guarda, en Evora, á bordo del Donegal, en Inglaterra, y en medio de sus entusiastas defensores en las Provincias Vascongadas. Penetraremos en los importantes secretos que ocasionaron la llamada Espedicion real, que estuvo contemplando veinte y cuatro horas el régio alcázar de Isabel, y se comprenderán entonces profundos misterios, que, por serlo, originaron tantas desgracias. Don Carlos en el campamento, y don Cárlos en su corte, era siempre la personificacion de la causa carlista. No era comunmente su voluntad la que prevalecia; pero á su nombre se prestaba religiosa obediencia.

Al lado de don Cárlos, que es el héroe desgraciado de esta epopeya, sobresale Zumalacarregui, el genio carlista, el vencedor en las Amezcuas, el autor del gran plan de las líneas, el que tuvo hasta la gloria de ser muerto por el plomo enemigo. Al lado de Zumalacarregui está Cabrera, el Viriato de nuestros dias. En el difunto general carlista habia genio; en Cabrera heroismo; aquel medía con acertado ojo escrutador las probabilidades del triunfo; éste ni aun contaba los enemigos; el caudillo de Ormaiztegui confiaba en la inteligencia de sus disposiciones; el de Tortosa en su arrojada valentia. No le negamos por esto dotes intelectuales; no habria adquirido sin ellas la celebridad que hoy disfruta; pero no eran sus cualidades predominantes. Hijo de la fortuna, á ella, á su valor, á su constancia, y á su lealtad debe su gloria. Ya le veremos de soldado en Morella arrojarse al suelo por temor de las balas, y levantarse sonrojado, empuñar un fusil, y conquistar bizarramente el primer ascenso de la milicia. Le admiraremos en sus gloriosos triunfos, y reprobaremos sus horribles escesos. Le contemplaremos combatiendo con el inteligente Oráa en Morella, y con 0-Donnell en la Cénia; y haremos el paralelo del anciano general facultativo con el jóven caudillo, que solo habia estudiado un poco de teología. Verémosle proseguir constante su plan de circunvalar á la córte de Isabel, avanzando hasta Cañete y Beteta sus líneas fortificadas, y le seguiremos á su paso del Ebro para unirse con las fuerzas del conde de España, viéndole pelear en Berga, y derramar dolorosas lágrimas al pisar el territorio francés.

A Zumalacarregui sucede interinamente don Francisco Benito Eraso, que apenas tiene tiempo para reconocer su gente, y la entrega á pocos dias, no al que se ofreció el mando, sino á Moreno, nombrado jefe de E. M. de las fuerzas carlistas, á Moreno, de triste memoria, que indemniza en Huesca y Villar de los Navarros la pérdida de Mendigorría, y que ha hecho cuestionable la gloria ó responsablilidad que le quepa en una y otra jornada.

Eguía, Villarreal, don Sebastian, Uranga, Guergué, Maroto, dirigen más ó ménos tiempo el ejército carlista del Norte: todos dejan recuerdos gloriosos é infortunados, y unos y otros presentan brillantes páginas.

Eguia tiene su historia militar y política; y desde su presentacion el 17 de julio de 1835 en Estella, hasta que cesó en el decanato del consejo supremo de la Guerra, prestó servicios y cometió faltas, siquiera puedan ser estas disculpables.

Villarreal sucede á Eguia en el mando; y sus hechos no son aun conocidos: se le han atribuido culpas que no ha cometido. No sabia ser cortesano; pero era militar.

Sucédele don Sebastian, que se propone triunfar ó morir, desmintiendo á sus próximos antecesores; presenta la batalla en Oriamendi contra el parecer de Moreno, jefe de E. M., y triunfa con nueve batallones, contra los ejércitos aliados para el movimiento convergente; acompaña luego á don Cárlos en la espedicion, y es á su vuelta implícitamente encausado.

Queda Uranga en tanto al frente de las Provincias, y triunfa en Andoain con pocas fuerzas contra,O-Donnell, y cuando el grueso del ejército carlista se presenta en las alturas de Ballecas.

Guergué ofrece más hechos á la historia en Cataluña, que en el país vascongado; y Maroto, uno de los personajes difíciles de nuestra obra, es la personificacion de un nuevo partido, titulado el marotista.

Los fusilamientos de Estella, las revistas de Elgueta y Descarga y otros tan colosales acontecimientos, más ruidosos que bien conocidos, son inseparables de Maroto. Nada prejuzgamos sobre este personaje; es demasiado grave cuanto le concierne para que baste solo una ligera idea. Infalibles documentos pondrán el sello de la verdad á nuestras palabras.

En la imposibilidad de reseñar en este discurso á todos los personajes carlistas y sus hechos, porque unos y otros han sido tantos, solo revistaremos á los que más han descollado.

Don Miguel Gomez, el célebre espedicionario que atraviesa de N. á S. la Península llevando dos ejércitos paralelos, y pelea y triunfa en el campo de Revilla á las veinte y cuatro horas de salir atrevido, y coge abundante botin y prisioneros, que ostenta orgulloso en su entrada en la capital del principado de Asturias, y ocupa luego la de Galicia, á Leon despues y Palencia, que atraviesa Castilla la Nueva venciendo en Bujalaro y aprisionando á Lopez; que descansa en Albacete, parte á Córdoba, de aquí á Cáceres, y penetrando nuevamente en Andalucía, llega hasta el campo de San Roque, confin de la Península, y vuelve á Vizcaya casi con la misma gente con que salió, bien es digno de que se detallen sus hechos, tan acriminados por sus compañeros.

Dignos son tambien los de don Juan Antonio Zaratiegui, alma inteligente de su constante amigo Zumalacarregui, autor de muchos de sus grandes pensamientos, de casi todas sus arengas. Al frente de su lucida division espedicionaria, vésele penetrar en Valladolid y Segovia, llegando hasta las Rozas, sin dejar en pos de su huella desolacion ni amargura. Encerrado en premio de sus servicios, es tan firme en sus principios en el fuerte de Arciniega, como cuando más le lisonjeaba don Cárlos.

A Elío, uniendo á su gallarda y elegante presencia una voluntad de hierro y una constancia indomable en sus principios, verémosle unido á don Sebastian y á Zaratiegui en sus prosperidades y reveses.

A Negri, Batanero, García, Balmaseda..... les seguiremos tambien en sus espediciones. Despues de mostrar su orígen, no callaremos sus buenos ni sus malos hechos.

Merino, el inolvidable cura de Villoviado, terror en otro tiempo de los franceses, y su compañero Cuevillas, ocupan en esta historia el lugar que merecen sus raros y repetidos hechos, y la constante lucha que sostenian en los montes castellanos, ocupando y entreteniendo sin ventaja palpable para el partido liberal á cuatro ó cinco mil hombres de su más lucida gente.

Palillos, Perdiz y demás compañeros de triste celebridad en los montes de Toledo; Forcadell, el Serrador y otros que militaban en el Maestrazgo y Beceite y en los reinos de Aragon, Valencia y Murcia, tienen tambien consagradas notables páginas.

No menos lo son las ocupadas con el último teatro de la guerra carlista en el principado de Cataluña. Sus partidas insubordinadas, su ejército, su junta, todo es casi tan desconocido como el escabroso país donde aconteció. Graves, muy graves sucesos han tenido lugar en este confin de España.

Cataluña por sí sola merecia una historia. La regencia de Urgel, la insurreccion de 1827, la guerra del 33, el asesinato del conde de España!.... ¡De cuántos hechos colosales no ha sido teatro el suelo catalan! En las escabrosidades de Gerona, en las casi nunca holladas montañas de Monserrat, en las sinuosas riberas del Cinca y del Segre, en el temido Bruch, en las llanuras de Tarragona, y aun en la córte, veremos las estraordinarias escenas de un drama grandioso y sangriento, cuyos autores eran dignos herederos de los belicosos catalanes de los pasados tiempos.

-La brillantez de los mayores hechos de armas, las glorias de la milicia, empañadas eran á veces por ciertos personajes, parásitos de la córte, que en vez de manejar la espada abusaban de la lengua, ese don divino, haciéndole servir para manifestar la ruindad de sus miserables pasiones.

Esta es la parte peligrosa del partido carlista, porque es la secreta. Por su colosal trascendencia no puede continuar reservada. Será dolorosa para algunos, saludable para muchos; pero anteponemos el general al interés particular, y nada nos hará enmudecer. Los carlistas, los liberales, la Europa toda, tienen derecho á que se les diga la verdad y la sabrán, arrostrando nosotros todas las consecuencias; nada nos intimida: nos impulsa el deber, el honor, nuestro españolismo y nuestra conciencia.

Si omitiéramos en nuestra obra esta parte interesante, de nada serviria: se ignorarian las causas de los más notables acontecimientos. La espedicion de don Cárlos á Madrid, la de Gomez y otras; los sucesos de Hernani, Estella, Vergara y Vera; las proposiciones hechas á don Cárlos por reconocidos poderes; la pérdida ó la victoria, á veces, de una accion; la conquista ó el abandono de algunos fuertes; el descuido en algun sitio, y otros graves acontecimientos, tendrán una clara y sencilla esplicacion, ya con la copia de un solo documento de pocas líneas, ya reproduciendo una conversacion lacónica, con sus

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