Imágenes de páginas
PDF
EPUB

verificado, y no hacia mucho que habian dado nuevas señales de vida en la de Mina, en la frontera de Francia, aunque sofocada como todas las de igual clase emprendidas en diferentes ocasiones en Tarifa y Málaga. Todas habian sido vencidas en su orígen, lo mismo las constitucionales, que las apostólicas en sentido opuesto, por la mano omnipotente del Rey Fernando. Pero este elemento de fuerza era el solo y único con que contaba el gobierno español.

No era precisa mucha perspicacia para conocer que el dia que este desapareciese en el sepulcro, iba á dejar la España á merced de los sacudimientos encontrados é inevitables que era fuerza padeciese la monarquía á la muerte de su Soberano; en cuyo instante, constituido por la nueva ley de sucesion el trono en minoría, pues ya existia la Princesa Isabel, nacida en octubre de 1830, debia aquel ser combatido por un pretendiente á la sucesion, y agitado por la gran cuestion política nacida de sucesos anteriores que habian ido acumulando por espacio de veinte dos años elementos consecutivos. Ademas, y esto es muy esencial, habia recibido la cuestion política en el estranjero una direccion nueva y de resultados inevitables, por los dos grandes hechos contemporáneos que habian creado una situacion hasta cierto punto análoga en Francia é Inglaterra, despues de la

revolucion de julio en la primera, y de la reforma parlamentaria en la segunda. Hablo de la gran controversia que por mas de cuarenta años se estaba debatiendo en Europa sobre las formas de gobierno que debian prevalecer, es decir, las absolutas ó las constitucionales. Los sucesos indicados habian dado completo triunfo á las últimas en aquellas dos gran– des naciones, avivando así el empeño de otras muy poderosas en sostener los principios de gobierno absoluto y en sofocar las ideas de liberalismo que fermentaban, no solo en Inglaterra y Francia, sino en muchos otros puntos de Europa.

Tal era la situacion inmensamente crítica en que nos pondria la muerte del Rey y la pragmática de marzo de 1830; pues que, variada la ley de sucesion, habia de llegar con evidencia y á dia fijo el tiempo del conflicto y de la pugna, no menos incierta en sus resultados, que complicada en sus incidentes é inte

reses.

El ministro Zea parece imposible que dejase de percibirla con todas sus dificultades, pero la mayor de todas consistia en el modo práctico de resolverla. El carro del Estado iba á caminar por senda estrechísima, llena de inmensos precipicios á uno y otro lado. Preciso era para proceder con acierto tomar en cuenta y analizar sin pasion todas las grandes cau

sas que

habia

que tener presentes, y analizarlas bien para no errar, y errar de una manera muy trascendental.

Errábase en juzgar la España de 1832 por la de 1823, época en que el pais recibió gozoso á los franceses, los llamó amigos, viendo atravesar entre vivas y gritos de alborozo ochenta mil reclutas, los cuales, sin disparar un tiro, recorrieron la España desde el Vidasoa al Guadalete ; lo cual habia costado al primer soldado del siglo, pocos años antes, tantos combates como pueblos tuvo que ocupar; humillando en Bailen por la primera vez, y despues en la Albuera, Arapiles, Talavera y Vitoria, sus águilas invencibles hasta entonces. Se erraba tambien, y no poco, si se atribuia aquel suceso á lo que se decia de defeccion de generales que capitularon con los franceses; porque si en efecto capitularon, fué porque los soldados se les desertaban por batallones, y porque en cuanto alcanzaban sus ojos no veian en los pueblos sino enemigos. No era tampoco un dato suficiente recordar las tentativas abortadas de Manzanares, Torrijos y Mina: la infausta suerte de los dos primeros, y los peligros del último, seguido y buscado por los perros como una fiera entre las asperezas del Pirineo.

A haberse juzgado por tales datos, lógico y muy

lógico fuera decir, la España detesta todo lo que sea constitucionalidad; no quiere nada que tenga aspecto de instituciones llamadas liberales; pues bien, esta consecuencia que tan lógica parecia, los hechos sucesivos han venido á desvirtuarla cuando no á desmentirla; y dígase lo que se quiera, no fuera hoy fácil suprimirlas, ni acaso variarlas.

A partir de tales premisas debia haberse en todo caso conservado en España una opinion pública, activa y determinada, que hubiera continuado su propia accion en la direccion constante de hechos anteriores, pero esto es cabalmente lo que yo no puedo percibir en la historia de los acontecimientos posteriores: lo que se advierte de una manera evidente es en vez de una opinion pública cierta y visible, producto de una verdadera nacionalidad, una nacion inerte que deja siempre actuar en silencio los sucesos, y los juzga despues de verificados; pero cuya accion completamente pasiva ni crea los acontecimientos, ni aun los prepara. La del año 1808 es la sola época en que se observó una opinion nacional uniforme, sostenida durante la guerra de la independencia, pero cuya existencia principal entonces, fué en mi juicio debida á la escitacion del principio religioso movido por el clero, y á la creacion de un ídolo. Este ídolo identificado desde 1808 con las

ideas religiosas y con el principio ardiente en España de independencia contra el estranjero, era Fernando VII, este era el secreto de una inmensa fuerza moral, que si menoscabaron su conducta y sus errores, no por ello pudieron destruirla jamás. Por esto y por esto solo la reaccion de 1823 tomó cierto aspecto de verdaderamente nacional, y tuvo como agentes masas populares, porque se decia que tenian los liberales cautivo al Rey. Fernando y solo Fernando era el elemento verdaderamente fuerte que conservaba viva una nacionalidad. Si aquel Monarca no apagó en 1820 la insurreccion de la isla de Leon fué porque no lo intentó siquiera: y ¿por qué hizo soltar las armas y decapitar á los apostólicos de 1827? porque se tomó el trabajo de intentarlo. Esta es la clave de todo: la persona de Fernando VII, un solo hombre, pero hombre ídolo. Esto debió tomarse en cuenta por los hombres responsables de la suerte del Estado: de existir este hombre á no existir habia la misma diferencia que de ser á no ser; la misma que de haber un elemento de fuerza material y moral inmensas, con el cual todo gobierno bajo cualesquiera formas es bueno, ó al menos es preferible, á no tener ninguno, absolutamente ninguno. Esta es la verdad. Desaparecido el ídolo y su fuerza, convirtióse el bajel del Estado, antes fuer

« AnteriorContinuar »