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posible mantener el secreto sobre el extrañamiento, pues el 16 de Agosto se sabía ya en Chuquisaca haberse ejecutado la medida en las tres provincias de Paraguay, Tucumán y Río de la Plata. Dos fueron los pareceres, diametralmente opuestos entre sí. El primero, que se habían de sorprender los Jesuítas, y al punto se habían de sacar de las Misiones. El segundo, que nada se había de hacer en el asunto, que no fuese conforme al parecer y determinación de los Padres; pues de lo contrario se arriesgaba el éxito, y podía haber lugar á las más graves consecuencias, atento el amor que los indios profesaban á los misioneros, y las condiciones guerreras de que estaban dotados. No faltaron quienes reclamaran de este parecer; pero, en efecto, se procedió conforme á él, y se vió, dice el P. Peramás (1), un espectáculo al que quizá no se le hallaba precedente alguno en la historia: el de un hombre que de su voluntad enseñe á otros el modo de arrojarle ignominiosamente de su casa á padecer innumerables calamidades, y que los guie en toda la ejecución» (2).

Presentóse, pues, el Comisionado en San Javier, que era el primer pueblo que se ofrecía al paso, y donde residía el P. Procurador de las Misiones, estando allí á la sazón haciendo la visita el P. Superior José Rodríguez. Conducido por éste con el Cura del pueblo y su Compañero áun aposento de

(1) PERÁMÁS: Ioannes Messner, § xxxii, pág. 196. (2) Ibid.

la casa para obsequiarle, sin saber aún á lo que venía, hizo el Jefe entrar á cuatro de sus Oficiales, y pidió al Superior que jurase obedecer á las órdenes que tenía que intimarle de parte del Rey. Lo cual hizo Martínez, no porque dudase de la obediencia de los Padres, que tenía bien experimentada, sino porque nadie pudiese acusarle de haber omitido las formalidades prescritas 6 mayormente conducentes; que no todos los que iban con él eran de sus mismos sentimientos. Respondió el Superior que no había necesidad de juramento; pues bien sabía él, habiendo morado en aquellos pueblos con su tropa, cuánta era la fidelidad que siempre habían tenido y tenían actualmente al Rey, sin que pudiera explicarse de otro modo lo que habían hecho á costa de tantas fatigas, padecimientos y aun muertes, hasta reducir aquellas naciones, á las cuales no podían entrar antes los españoles, y traerlas al servicio de Dios y á la obediencia del Rey, dilatando así el imperio de España. Convino el Comisario en que no había necesidad de jurar; é intimada la orden de extrañamiento, únicamente exigió á los Padres que nada dijeran á los indios, hasta que, preparados poco á poco los ánimos, se les pudiese notificar el decreto del Rey sin peligro de alborotos (1).

(1) PERAMÁS: Ioannes Messner, § xxxiv.—El Sr. RenéMORENO (Catálogo del Archivo de Mojos y Chiquitos, segunda parte, § vi, pág. 315. Ed. Santiago de Chile, 1888) narra el hecho de este modo: «Llegado Martínez el 1.o de

Tratóse luego de determinar el modo como se lograría el intento. Y lo que los Padres aconsejaron fué que á los pueblos donde no había habido guarnición, no convenía que se enviase tropa, sino solo un Oficial acompañado de un Padre Jesuíta, porque esto no les podía llamar la atención, estando los neófitos enterados desde tiempos atrás, de que el censo de las familias para señalar el tributo se hacía delante de un Comisionado real. Pero á los pueblos donde ya había estado acampada la tropa, podían ir soldados; porque los naturales pensarían que no iban más que á lo que habían ido el año anterior.

He aquí cómo se verificó la expulsión en Santiago, uno de los pueblos más lejanos, distante más

Septiembre de 1767 á San Javier, Procuraduría general entonces, y llave de entrada á estas Misiones, el 4 en la madrugada hizo rodear calladamente con tropa el colegio de los Jesuítas. Residía allí en aquel momento el Superior general de Chiquitos, Don Josef Rodríguez y cuatro misioneros más. La campana que llamaba á la Comunidad sonó, y al punto fueron pareciendo los Padres. El P. Procurador Don Antonio Priego, entrando primero al locutorio donde aguardaban los Comisarios del Teniente coronel Martínez, apagó un candil que traía en la mano, y dijo: ¿Se trata del extrañamiento de todos los Jesuítas de los dominios del Rey? Prevenidos estamos ya los de estas Misiones, y prontos á obedecer.» Esta descripción, aunque resulta más dramática, no parece que sea exacta. No era al Procurador de las Misiones á quien tocaba expresar su obediencia, sino al Superior. Por otra parte, entre el testimonio del P. Peramás, que tomó sus datos de boca

de 100 leguas de San Javier. Era Cura de aquel pueblo el P. Narciso Patzi, y Compañero el Padre José Peleyá. Escribió á los dos misioneros el Superior P. José Rodríguez la novedad que había con el mandato del Rey, y que por tanto preparasen la partida sin dar nada á entender, imponiéndoles precepto de santa obediencia de que nada dijesen á los indios del destierro á que estaban condenados. Con qué sentimiento recibirían tal noticia, ya se deja presumir, y más cuando, si bien podían tratar de ello entre sí para consolarse en algún modo ó tomar providencias, no lo podían hacer con los indios. Y así, aunque el amor de sus neófitos, á los cuales acababan de agregar 200 familias, les arrancaba á veces lágrimas de los ojos, era preciso enjugarlas forzadamente en público, y

de los mismos misioneros que intervinieron en el acto, y el escritor que, registrando los documentos ciento y más años después, halla que faltan hasta los Autos pertenecientes á la intimación (RENÉ-MORENO: ibid., pág. 512), y que se ve obligado á suplirlo con otros documentos sueltos y probablemente con algunas analogías que pudieron intervenir en todas las ejecuciones ó estaban prescritas como normas para los casos ordinarios en la instrucción del extrañamiento, no puede ser dudosa la elección. Por eso, aunque podía haber sucedido que los misioneros de Chiquitos hubiesen tenido noticia de que se preparaba la expulsión, se ha preferido al tratar del hecho como fué en realidad, el relato del P. Peramás, que dice que no la tenían: ignari penitus quid sibi illi vellent, et quantum mali apportarent. (loannes Messner, § xxxiv.) Yotro tanto se ha hecho en cuanto á las demás circunstancias.

llorar sólo en secreto, por no descubrir lo que tan apretadamente se les mandaba tener oculto. Por su parte el Comisario Martínez había ordenado al Capitán Jaime Gutierrez, que acompañado del Padre Jesuíta Joaquín Camaño, estaba comisionado para hacerse cargo de Santiago, que levantase en secreto el inventario de los haberes del pueblo, y acabado, se trasladase al siguiente pueblo, llevándose consigo uno de los dos sacerdotes que en cada uno había, que era el plan aconsejado por los Padres, para que así pudiera ir ejecutándose sin ruido el decreto de extrañamiento.

Cuando ya los dos enviados se aproximaban al pueblo, dieron á los indios noticia de su llegada los PP. Patzi y Peleyá, significándoles que, pues aquél era un ministro muy autorizado del Rey, convenía hacerle recibimiento solemne. Prevínose, por tanto, una fiesta de regocijo para recibir al que les llevaba motivos de tanta tristeza. Tomaron los indios con empeño la insinuación de sus pastores. A la entrada del pueblo estaban aguardando á los huéspedes los niños divididos en dos cuadrillas, cada una con su jefe al frente. Seguían á laş hileras de niños otras dos de jóvenes, y en medio de ellos cantaban los músicos y tañían sus instrumentos de flautas, trompas y otros; y todos iban, según su estilo, adornados de plumas de vistosos colores arregladas con prolijo arte. Los hombres á caballo en compañía de los cabildantes y de los PP. Patzi y Peleyá, salieron á encontrar á Gutiérrez fuera y á alguna distancia de la pobla

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