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aristocracia, nunca satisfecha de dádivas y privilegios. Las continuas revueltas que afligian al país terminaban casi siempre con detrimento de la autoridad Real, que, no pudiendo resistir á cada momento, tenía que ceder frecuentemente á las imposiciones de los ricos hombres. Cada uno de éstos era un verdadero rey, y á pesar de la intrepidez y valor de Monarcas como Jaime I el Conquistador, tuvieron que deponer la dignidad Real á los piés de las hermandades, convertidas por la nobleza en escabel de sus insaciables ambiciones.

El espíritu religioso se desarrollaba bajo una nueva forma, destinada á influir y á dar nueva fisonomía al sentimiento religioso de los españoles. No se consideraba bastante para el triunfo de la fe combatir á los infieles con las armas en España y en Palestina, y á la austeridad monástica de San Benito y del Cister, á la actividad bélica de las Órdenes militares, y á la peregrinacion armada de los cruzados, se agregó la creacion de iglesias y comunidades, que tanto impulso recibiera durante el reinado de D. Jaime I, donde se refugió el saber y la ciencia que tan poderosamente había de contribuir más tarde á la civilizacion de

este pueblo. Las comunidades de los frailes de la Merced, que ostentaban el hábito blanco con el escudo de las antiguas armas de los Condes de Barcelona, fueron aprobadas y confir madas por los Pontífices; y, como dice el señor Lafuente, refiriéndose á los Anales y Crónicas de Aragon, sintióse muy inmediatamente la influencia de algunas de estas nuevas milicias espirituales, llamadas á ejercerla cada vez mayor en España con el trascurso de los tiempos. Sin embargo, á pesar del establecimiento de la antigua Inquisicion en Cataluña, la historia de D. Jaime I el Conquistador presenta dos hechos que sirven para apreciar cuán poco influia en su tiempo el poder eclesiástico. Es el primero, el propósito que abrigó dicho Monarca de asistir al segundo Concilio general de Lyon, una de las Asambleas más numerosas y más interesantes de la cristiandad, convocada en tiempo del Papa Gregorio X, quien hizo en ella á D. Jaime un recibimiento tan honorífico como suntuoso. Tan extraordinarias consideraciones alentaron al Rey D. Jaime á solicitar su coronacion ante una Asamblea que se componía de quinientos obispos, setenta abades y hasta mil dignidades eclesiásticas, y si bien el

Papa Gregorio se mostró benévolo á este deseo, fijó como condicion, que primero ratificase el feudo y tributo que su padre Pedro II había ofrecido dar á la Iglesia al tiempo de su coronacion, pagando lo que desde aquel tiempo debía á la Sede apostólica. Desagradó al Monarca aragonés esta indicacion, y con gran energía y dignidad envió á decir al Papa, que habiendo él servido tanto á la Iglesia romana y á la cristiandad, más razon fuera que el Pontífice le dispensase á él gracias y mercedes, que pedirle cosas que eran tan en perjuicio de la libertad de sus reinos, de los cuales, en lo temporal no tenía que hacer reconocimiento á ningun Príncipe de la tierra; que él y los Reyes sus mayores los habian ganado de los infieles derramando su sangre; «que no había ido á la corte romana para hacerse tributario, sino para eximirse más, y que mejor quería volver sin recibir la corona que con ella, con tanto perjuicio y disminucion de su preeminencia Real» (1). Este lenguaje, tan distinto del que el Monarca aragonés usaba con sus ricos homes, indica bien claramente la escasa influen

(1) Zurita. Anal., lib. 3. cap. 87.

cia del poder eclesiástico en esta época, y si no bastara, lo evidenciaría el hecho que apunta Rainald en sus Anales Eclesiásticos, y que el P. Mariana ha referido con bastante extension, y es, que habiendo el obispo de Gerona, su director, revelado al Papa Inocencio IV lo que bajo el secreto de la confesion le había confiado D. Jaime acerca de la palabra de casamiento que había dado á doña Teresa Gil de Vidaura, con quien traía pleito en Roma, el Monarca mandó arrancar la lengua al obispo, por cuyo acto de inhumanidad el Pontífice excomulgó al Rey y puso entredicho al reino. La influencia, pues, de la Iglesia, que fué decisiva durante la Monarquía goda, apénas se dejaba sentir en Áragon durante la época de la reconquista.

Segun los Fragmentos del obispo Vidal de Canellas, citados por los historiadores, aragoneses, las grandes divisiones de hombres en Aragon, al principio del siglo XIII, eran los infanzones y hombres de servicio, llamados signi. Los infanzones se subdividian en hermúneos que estaban libres de todo tributo ó carga sin deber, ni por necesidad ni por servidumbre, pagar nada á nadie ni al Rey, y en infanzones

de carta. A la vez los hermúneos se fraccionaban en barones ó sean ricos hombres, mesnaderos, caballeros y simples infanzones. Los hombres de servicio se subdividian en ciudadanos ó burguenses, villanos ó pagenses (hoy payeses en catalán) y en villanos llamados de parada. Al determinar lo que en Aragon se entendia por ricos hombres, nos encontramos con una variedad de opiniones de las cuales se desprende, que este título, que comenzó á conocerse en Aragon despues del siglo xã, no quedó abolido hasta los principios del siglo XVI, pues contra la opinion de Zurita, Blancas y Sessé, los Sres. Marichalar y Manrique han visto usado oficialmente este título en las actas originales de las Cortes de Zaragoza de 1502, al hacer la convocatoria y en los poderes. Prescindiendo de las etimologías arbitrarias que consignan algunos cronistas como Beuter y Morales, encuéntrase la definicion del rico hombre en la Ley 6. tit. 9. Part. 2., que despues de declarar, que-cabeza del reino llamaron los sabios al Rey é á los omes nobles del reino pusieron como miembros, añade: «E nobles son llamados en dos maneras; ó por linaje ó por bondad. E como quier que el linaje es noble cosa,

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