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dase que debia darse la Corona del Imperio. El Monarca aragonés se presentó en el Vaticano, donde el Pontífice le esperaba con toda su corte, y tuvo lugar la coronacion con la singularidad de que, segun el cronista Beuter, la corona se construyó de pan centeno para que el Pontífice la colocara por su mano, como así sucedió. La fórmula del juramento era sencillamente de fidelidad á la Iglesia, y al armarle caballero fué cuando se constituyó censatario perpetuo de ella, mediante el privilegio de que cuando los Reyes de Aragon quisieren coronarse, lo pudiesen realizar en la ciudad de Zaragoza por manos del metropolitano, que era entonces el arzobispo de Tarragona.

La concesion del patronazgo y la imposicion del derecho de monedaje, movió á los aragoneses á impedir de hecho lo que el Rey habia intentado, juntándose todos en voz de union, á cuyas exigencias tuvo que ceder el Monarca. Despues de relatar estos hechos, pone el cronista Blancas por nota, que fué costumbre antigua de los Reyes godos de la Península coronarse y ungirse, y que, cuando en España coronaban á sus Reyes en el principio de sus reinados, los ponian sobre un pavés sosteniéndo

los los ricos hombres, cuya ceremonia refieren el padre Mariana y Estéban de Garibay, al describir la coronacion de Cárlos, Rey de Navarra tercero de los de este nombre. El libro antiguo de los Fueros de Sobrarbe, título I, donde se trata cómo se debe levantar Rey en España, y cómo se deben jurar los Fueros, despues de referirse algunas cosas pertenecientes á la coronacion, dice así: «E despues comulgue et al levantar suba sobre su escudo, teniendo los ricos hombres.» D. Prudencio de Sandoval, cronista del Emperador Cárlos V, niega que los Reyes de Aragon se ungieran ni coronaran; pero esta opinion no se funda, como las anteriores, en hechos ciertos y conocidos. Y basta lo expuesto para deducir que la fórmula consabida no resultó ni en tiempos de D. Pedro II el Católico ni en el reinado de D. Jaime I el Conquistador (1).

(1) En la Biblioteca nacional existe un libro en folio titulado La ceremonia de alzar pendones en España por el nuevo Rey, que es un discurso escrito por D. Pedro de Ulloa Golfin y Portocarrero. En los primeros capítulos se trata de la eleccion de los Reyes godos en la ciudad imperial de Toledo y privilegios de ella; del modo de aclamar

Entró á gobernar el reino su hijo y sucesor D. Pedro III, el cual no quiso tomar las insignias reales ni usar el título de Rey hasta que fuese coronado. Tuvo esto lugar, en 1276, ante Córtes reunidas en Zaragoza, donde fué ungido y coronado por manos de D. Bernardo

les y darles la obediencia despues de elegidos, levantándoles en hombros en el clipeo ó escudo de ricos hombres, repitiendo las voces Real, Real, Real, por el Rey D. Fulano, de la ilustracion del Fuero de Sobrarbe, y de la costumbre de la elevacion de los que entraban á reinar, recibida por casi todas las gentes; de la significacion y vestigios de esta costumbre en las Leyes de Partida; de la uncion y solemne coronacion de los Reyes godos, de los del pueblo de Dios y otras naciones; de los de Francia, Sicilia, Jerusalen, Inglaterra y Aragon; cómo la continuaron y observaron muchos de Castilla, y de la razon de haberse dejado de observar esta ceremonia comun á todos los Reyes en ella; cómo á la ceremonia de aclamar los nuevos Reyes en España, elevándolos en el clipeo ó pavés, se siguió la de levantar por ellos los pendones y estandartes reales, repitiendo la voz Real, Real, Real, y de la razon de esta antigua ceremonia conforme era observada en Portugal y despues lo fué por el Rey D. Alfonso, con otros datos sumamente curiosos. En todo este discurso, que es bastante extenso é ilustrado, no se menciona el juramento, cuya fórmula vulgar combatimos, nueva confirmacion de que jamás existió.

Olivella, arzobispo de Tarragona; y cuentan los cronistas, que para no perjudicarse á sí, ni á sus sucesores, y que no pareciese que en recibir la corona de mano del arzobispo aprobaba el reconocimiento prestado por su abuelo, cuando hizo el reino tributario á la Santa Sede, protestó ante algunas personas principales, diciendo que no entendia recibir la Corona de manos del arzobispo en nombre de la Iglesia romana, ni por ella ni contra ella; protesta que repitieron muchos de sus sucesores, siendo muy de notar lo que añade Blancas, al tratar de la jura de este Monarca, de que «no hay duda, sino que juraría la jura acostumbrada y sería jurado por los súbditos, pero particularmente no lo he hallado notado hasta ahora.»

Las desavenencias con la Santa Sede legaron á tal extremo, que desde Orvieto, á 21 de Marzo de 1283, el Papa Martin IV reiteró la excomunion al Rey, sus parciales y favorecedores, privándoles de todos los reinos, señoríos y tierras que poseian, como contumaces y rebeldes, otorgándoselos á cualesquiera católicos que los pudiesen adquirir, y reservándose la facultad de disponer de ellos como señor directo; reserva de que usó con bastante desgra

cia, porque Cárlos, hijo de Felipe, Rey de Francia, á quien el Papa confirió el trono de Aragon en virtud de este pretendido derecho que el Pontificado se arrogaba, fué rechazado desastrosamente en Cataluña. Todo esto obligó á D. Pedro en el mismo año á convocar Córtes en Tarazona para pedir nuevos tributos y servicios con que poder seguir las guerras declaradas, y en estas Córtes comenzó la lucha con el Rey, que al fin sucumbió en ella.

Hiciéronle presente sus agravios y desafueros, reclamándole celebrase Consejo en medio de las Cortes, para tratar de las guerras que afligian al reino, no por causa de moros, sino contra extranjeros. El Rey, segun Zurita (1) respondió, que hasta aquella hora, por sí habia hecho sus haciendas, y que entónces no quería ni habia menester su Consejo, y cuando lo quisiese y hubiese menester lo demandaría. Habida esta respuesta, pidiéronle por merced, que pues no quería su Consejo y él y sus oficiales no les guardaban los Fueros, costumbres, usos y privilegios, ni las franquezas de que gozaban en tiempo del Rey su padre, y

(1) Anales, tomo 1, pág. 264.

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