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rita (1), estaban tan engañados y ciegos con la · pasion de lo que decian ser libertad, cuyo nombre, aunque es muy apacible, siendo desordenada, fué causa de perder grandes repúblicas, que con recelo de que el Rey procediera contra ellos por razon de sus embajadas y demandas de los otros excesos, deliberaron procurarse favor con que se pudieran defender del Rey y de quien les quisiese hacer daño contra el Privilegio y juramento de la Union, enviando embajadores á Roma, Francia, Castilla y moros fronterizos de Valencia para concertar con todos tregua y favor. Estos acuerdos pusieron al reino en tanta turbacion, que estuvo á punto de perderse, y áun hay quien asegura, que se llegó á decidir, se prestase obediencia á Cárlos de Valois hijo del Rey de Francia, á quien el Papa había concedido la investidura del reino.

Terminada la conferencia del Rey con el de Inglaterra, regresó D. Alonso III á Tarazona y estando en ella, fueron presos algunos vecinos principales de esta ciudad contra toda órden y disposicion de Fuero, y despues de confiscarles

(1) Tomo 1, página 316.

sus bienes, les condenó á muerte. Semejante resolucion, que no vacilamos en calificar de imprudente, y el procedimiento y secuestro contra D. Fortuño de Vergua, obispo de Zaragoza, mas dado á las armas y negocios seglares que á la religion, produjo grandes turbaciones y escándalos en el reino, y cuenta la crónica, que durante estas alteraciones hubo algunos encuentros entre los partidarios de ambos bandos y que fueron talados gran parte de los términos de Zaragoza y presos muchos vecinos de esta ciudad y de sus aldeas.

A la vista de estos estragos, el Rey quiso reanudar negociaciones con los de la Union, á que ésta respondió, que si regresaba personalnalmente á Zaragoza y mandaba dar cumplida satisfaccion y enmienda de las muertes y daños que en su reinado se habian hecho contra los Fueros y privilegios jurados por él y por su padre y cumplia con lo que por ellos estaba puesto á conocimiento de la Córte, se hallaban dispuestos á recibir aquellas enmiendas y allí en adelante servirle, como leales vasallos deben servir á buen señor y leal. Añadieron además, que no debia tener en su Consejo ni admitir en la Córte general á los que habian

de

sido leales al Monarca. No accedió el Rey á estas pretensiones y habiendo partido para Cataluña, revocó en secreto en la ciudad de Tarragona las donaciones y mercedes que habia otorgado á varios ricos hombres y á las ciudades de Zaragoza, Valencia y villas de Játiva y Murviedro y otros lugares de este reino que pretendian ser juzgados á Fuero de Aragon. Reprodujéronse las negociaciones entre ambas partes, y los de la Union consignaron por escrito sus pretensiones, en que además de reiterar las antiguas, introducian otras nuevas que subsanasen los últimos agravios recibidos. Pedian principalmente enmienda de los males y daños que los del reino de Valencia habian hecho en Aragon; que se restituyesen los bienes á los vecinos de Tarazona, y se diese satisfaccion de las muertes que se habian ejecutado por mandado del Rey, pues la guerra se habia movido por culpa suya; que de allí en adelante no pudiera matarse ó herirse á ninguno de los de la Jura, sin que precediera sentencia del Justicia de Aragon, con consejo de la Córte reunida en Zaragoza; que esto se había de otorgar en Córte general, congregada en Zaragoza, y jurar todos los ricos hombres y

caballeros y procuradores del reino, que si él ó sus sucesores viniesen contra aquel privile-gio, que de allí adelante pudiesen elegir Rey y ṣeñor, y recibiese y tuviera en su consejo las personas que la Union le nombrase, con cuyo parecer y acuerdo gobernara y administrara los negocios del reino de Aragon y Valencia; que mandase pagar á los mesnaderos su mesnadería del tiempo pasado; y restituyese á D. Fortuño, obispo de Zaragoza, en la pacífica posesion de su obispado. Para seguridad de todo esto, pidieron en rehenes diez y seis castillos, y entre tanto se les entregaban, deberian quedar en rehenes, tambien en su poder, el Príncipe de Salerno y el Infante Don Pedro, y seis ricos hombres, tres catalanes y tres aragoneses, con la condicion, que si los castillos no eran entregados dentro de aquei mes, pudiesen hacer de los rehenes á su libre disposicion, lo que á bien tuviesen.

El Rey D. Alonso III cedió completamente, y á las demandas de la Union contestó, segun Zurita, que las consentiría y otorgaría, y entregó parte de los rehenes, porque aunque los demandas no eran útiles al reino ni honrosas al mismo Rey, tuvo por mayor afrenta y

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dolor las tristes querellas de las gentes que le seguian y decian, que no tenian Rey, pues no les hacia justicia, y juzgó tambien que aquellos privilegios concedidos en tanta discordia de todos los Estados, no podian perseverar, y ellos mismos, si se ponian en uso, serian la mayor venganza y enseñanza de sus inventores, como se vió despues en tiempo de D. Pedro IV, cuando por súplica, conveniencia y escarmiento de todo el reino, se borraron con la ilustre sangre derramada en la batalla de Epila (1).

Al tratar de estos famosos privilegios, cuya dolorosa historia hemos reseñado, no vacilamos en seguir la autorizada opinion del señor Lafuente (2), que reconoce fueron el resultado de la lucha sostenida entre Alonso III y los ricos hombres de Aragon, entre la autoridad Real y la altiva aristocracia aragonesa, lo cual hizo que fuese una verdad el dicho de que en Aragon había tantos reyes cuantos eran los ricos hombres: privilegio exorbitante y desco

(1) ABARCA. Anales de los Reyes de Aragon, tomo 11, cap. 1. núm. 13.

(2) Tomo III, pág. 386.

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