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en un principio se inició un período de retroceso, bien pronto recobróse el terreno perdido,

y la esclavitud tan dura, tan terrible entre los antiguos, á pesar de los paliativos de los últi mos legisladores romanos, segun la opinion del Sr. Gil Maestre, fué endulzándose poco a poco á hasta trasformarse en servidumbre. Los hombres de ciencia concluyeron por dominar en los Consejos de los Monarcas. El espíritu independienté de los germanos se comunicó á los vencidos. La propiedad adquirió más regulares formas, desapareciendo cuanto tenía de odioso la administracion romana, y segun dice San Isidoro y con él otros escritores, «los pueblos querian mejor vivir pobres bajo el yugo de los bárbaros, que poderosos y sujetos á los tributos gravísimos de los romanos.>>

El pueblo visigodo, sobre cuyo orígen y hábitos tanto han escrito los eruditos y tanto resta por averiguar, modificó al entrar en España sus costumbres, y adoptó muchas de los vencidos. El clero, que en aquella época desempeñaba una mision civilizadora, contribuyó en alto grado al progreso de la sociedad hispano-goda; conquistó á los Reyes para que secundasen sus propósitos; guardó en sus san

tuarios el tesoro de las ciencias; perpetuó el conocimiento del derecho romano; y agotó, para templar la rudeza del pueblo vencido, todo el prestigio que rodeaba en aquellos apartados tiempos al Cristianismo.

Cúpole la honra de recopilar las costumbres godas á Eurico, por más que el texto de este Código, segun la opinion de los Sres. Marichalar y Manrique, con la cual estamos conformes, esté revelando por su carácter generál, que debió obligar tambien á los hispano-romanos, tarea que terminó despues Alarico mandando publicar la Lex romana. Despues comenzó á realizarse el trabajo de asimilacion entre vencedores y vencidos, hasta que segun la respetable opinion del Sr. Lafuente, Leovigildo, el monarca poderoso que tomó de los romános el esplendor de la corte y el brillo de los atributos de la majestad, pasó por cima de la Ley casándose con una española, tendencia á la union que las leyes no podian ya contener, y Recaredo, que se propuso uniformar los dos pueblos por la fe, promulgó leyes nuevas, que mandó fuesen obligatorias para las dos naciones.

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Tácito habla extensamente de la celebridad

de las asambleas de los germanos tenidas de noche en medio de los bosques para resolver todos los puntos graves é importantes de la gobernacion del país, y aunque esta institucion ó costumbre se pudo modificar, no se perdió del todo, cuando aquellos pueblos abandonaron su patria nativa y buscaron otra que les fuese más agradable, á este lado del Rhin y del Danubio. No podía olvidarse un hábito tan natural en la gente de guerra, y la historia de los Francos, que no fueron más que una reunion de tribus germánicas, confirma ‘esta idea que ha dado orígen á la denominacion de campos de Marzo y de Mayo, tan repetidos en la historia. Ignórase que esta costumbre se guardara en la tribu ni en el imperio godo, pues segun afirman los Sres. Pacheco y Puente Apezechea, jamás ni en la Tracia ni en la Yliria, ni sobre las dos vertientes del Pirineo, se reunieron en asamblea los hombres libres de aquella nacion. Sabemos que eran elegidos los Reyes, aunque ignoramos cómo esto se verificaba: de ninguna otra reunion tenemos noticia, y bien debiéramos tenerla, si por ventura las hubiese habido. No se puede decir aquí, como dice Tácito, de majoribus omnes; porque

semejante acuerdo no se verificó nunca, al ménos con las formas solemnes y deliberativas con que lo acostumbraban los germanos. La monarquía goda en su primer período hasta Teodoredo, y en su segundo período hasta la muerte de Leovigildo, fué completamente ilimitada y absoluta; desde Recaredo en adelante, los Concilios y el poder episcopal, sino de derecho, de hecho la limitaron. Miéntras fué nómada y arriana, los Reyes ejercieron un completo y omnímodo poder, sin más correctivo que los movimientos anárquicos y el puñal de las conjuraciones. En la última época del Estado, convertidos ya sus jefes al catoli cismo, por más que ninguna ley concedió autoridad temporal á la Iglesia, es cierto que los Monarcas se la dejaron tomar; y que depusieron su corona y entregaron su cetro en manos de aquellas orgullosas asambleas, tan célebres en nuestros antiguos anales.

En una obra de todos bien conocida, ha consignado el Sr. Marqués de Pidal, que es hoy una verdad importante, admitida sin contradiccion en las ciencias históricas, que las naciones europeas en que se verificó la singular amalgama del elemento romano con el

germánico bajo la civilizadora influencia del catolicismo, presentan grandes puntos de analogía y semejanza en el desarrollo de las fuerzas sociales y en la organizacion política que fueron sucesivamente adoptando. En todas ellas se ve una nobleza territorial con grandes privilegios y riqueza; un clero poderoso é influyente; una clase media organizada y armada en los concejos y ciudades; y un pueblo rural vejado y oprimido; y al frente de todos estos elementos sociales, un Monarca que los preside y dirige con una política tan igual y constante en todos ellos, que parece nacida necesariamente, como así era la verdad, del natural incremento y progreso de aquellas influencias. En todas estas naciones se ve aparecer en períodos casi paralelos é iguales la Monarquía feudal, las Asambleas nacionales, compuestas al principio de la nobleza y el clero, y aumentadas despues con los representantes de los comunes y ciudades; en todas se ve fraccionada la autoridad suprema por el espíritu de localidad y por los exorbitantes derechos y pretensiones de los señores y de los Concejos, y en todas, finalmente. presenta unas mismas fases y vicisitudes la lucha constante entre el

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