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político del Estado, y en Aragon más quizá que en alguna otra region de España. Mezcla aquí sin duda la plebe de aquellos primeros naturales del país, ó semi-salvajes en la montaña, ó casi romanos ya, pero siempre tratados como vasallos, de la hez de erupcion septentrional en sus varias razas y de los moros bereberes ó árabes, que se iban poco a poco sojuzgando; sin instruccion alguna, ni noticia acaso de derechos ó leyes, y sin el estímulo que prestan para amar la libertad, la dignidad del corazon y la alteza del pensamiento, aquellos villanos feroces ó pecheros de Aragon y Castilla, podian ménos que los de ningun pueblo extraño, á la sazon', hacer peso alguno en la balanza de los hechos políticos y de las revoluciones sociales. El Monarca y los valientes que por serlo llegaban á ricos en el bárbaro comercio de las armas, único floreciente en tal tiempo, estaban así sólos, frente á frente, y el triunfo de ordinario debía ser de los más fuertes. La mayor obra de habilidad o valor que realizaron algunos de los primeros Monarcas aragoneses, fué dominar estas circunstancias y sobreponerse transitoriamente, á los contrarios elementos con que tenía que luchar á

cada paso su Gobierno (1). Los pueblos y los individuos obedecen todos á la voz de su tiempo y ¡dichosos los que saben oirla con discrecion, y no sacrifican de lo pasado, sino lo que es inevitable para abrir paso á los nuevos intereses!

Asi se observa en la Monarquía aragonesa, como en todas las demás, que al sacudir su primitiva rudeza y templarse y reforzarse en las cumbres del Pirineo, se facilitan y suavizan las relaciones entre el Monarca, la nobleza, el estado llano, y hasta los mismos vasallos feudales; y la Constitucion antigua, modificándose primero en su espíritu íntimo, viene despues á cambiar de forma, como satisfaccion natural á un nuevo órden de cosas.

No seremos nosotros, ciertamente, los que pretendamos juzgar por una ley única las libertades en las naciones, ni el poder en los Gobiernos, por más que reconozcamos que en el fondo de los pueblos de la península, existía una gran tendencia á la unidad, fomentada por el poder Real, favorable siempre á esta

(1) CANOVAS, Estudios literarios, tomo II, página 507.

tendencia, contradicha constantemente por diversos intereses de raza y de nacionalidad. El deseo de la nacionalidad comun se contrariaba constantemente por la vida particular y aislada de cada reino, y fueron necesarios muchos siglos de lucha para llegar á la situacion en que nos encontramos. Dentro de cada reino se respetaba la autonomía de los diversos elementos que le componian, y Valencia misma, áun despues de conquistada á los moros, quedó formando un reino aparte con organizacion propia y gobierno separado; y cuando habian de celebrarse Córtes, «cada provincia, decía Blancas (1), procede distinta y separadamente de la otra, porque cada una tiene sus leyes, fueros y manera de gobierno muy diversa; y tambien la es la que se tiene en el modo de proceder en Córtes.» Fuera de la persona del Monarca, nada había de comun entre los Estados que componian la Corona de Aragon.

El estado político y social de este reino, siguió en su desarrollo las mismas leyes y vicisitudes que el de los demás reinos de España

(1) Modo de proceder en Córtes, folio 5.o

y áun de Europa. Una nobleza territorial con grandes privilegios y riquezas; un clero poderoso é influyente; una clase media organizada y armada en los Concejos y ciudades; y un pueblo rural, vejado y oprimido, contra la calificacion de libre que se permite hacer el Sr. Balaguer en su último discurso, y al frente de todos estos elementos sociales, un Monarca que los preside y dirige con una política tan igual y constante en todos ellos, que parece nacida necesariamente, como así era la verdad, del natural incremento y` progreso de aquellas influencias.

En todas las naciones se ve aparecer en períodos casi paralelos é iguales la Monarquía feudal, las Asambleas nacionales, compuestas al principio de la nobleza y del clero, y aumentadas despues con los representantes de los Comunes y ciudades; en todos se ve fraccionada la autoridad suprema por el espíritu de localidad y por los exorbitantes derechos y pretensiones de los Señores y de los Concejos, y en todas, finalmente, presenta unas mismas fases y vicisitudes la lucha constante entre el poder central y los poderes locales, entre el Monarca y los Señoríos. La unidad en este

punto de la Edad Media, es un hecho sorprendente pero admirable (1).

Aunque la nobleza de Aragon nació, como las restantes de España, de los elementos aristocráticos de la nacion goda, y tuvo desde el principio de la reconquista gran poder é influencia, disfrutaba una organizacion política y militar, que constituia un cuerpo sólido y compacto, en que con los estrechos lazos de sus intereses recíprocos, estaban unidos todos sus miembros desde el rico hombre de natura, hasta el último infanzon é hidalgo. Les pertenecia el gobierno de todas las villas y ciudades de realengo, y en caso de guerra, el Rey no contaba con más fuerza que la de la nobleza. Grandes é ilimitados privilegios se habian arrogado los nobles, y hasta podian hacer la guerra al Rey, devolviéndole antes los feudos que de él tenian, y gozaban del derecho de hacérsela entre sí, previo el debido desafiamiento. De aquí su organizacion como clase política y su preponderancia en el Estado, donde tenía la representacion de dos de los cuatro brazos de

(1) MARQUÉS DE PIDAL, Historia de las alteraciones de Aragon, tomo 1, pág. 22..

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