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las destituciones que le obligasen á ejecutar de los caballeros y consejeros que tenía á su servicio. Para llegar á Zaragoza pidió el Rey salvo-conducto, cosa que escandalizó á los de la Union, y lo tuvieron por ofensivo y afrentoso, proclamando que nunca se habia oido que un señor pidiese seguro á sus vasallos. Llegó, por fin, á la ciudad, que presentaba el aspecto de un vasto campamento en vez de una poblacion que, tranquila y pacíficamente, iba á ventilar con toda libertad grandes intereses. Nadie se apeó de su caballo.

Las célebres Córtes de 1347, se celebraron á los pocos dias, y habiendo rogado el Rey á todos que demandasen tales cosas cuales se debian pedir y él las pudiese dar, los de la Union comenzaron por acordar que nadie pudiese hablar en particular con el Rey, sino todos juntos; y á la segunda reunion acudieron todos armados, segun Zurita (1) y Lafuente, por lo cual se suspendió la sesion. Llamado con tal motivo el Justicia mayor, y preguntado qué pensaban hacer los de la Union con ir armados á las Córtes, respondió que habia hablado

(1) Tomo II, pág. 201.

sobre ello á los Infantes, reprendiéndoles de aquello mismo, y le dijeron, excusándose, que era costumbre antigua el venir secretamente armados á las Córtes, no para ningun dañado fin, sino para poder impedir los ruidos y bregas que entre las gentes de los concurrentes se solian seguir. Entonces el Rey hizo publicar un pregon, mandando que en adelante nadie fuese á las Córtes con armas, y que mientras aquellas durasen, recorrerian la ciudad compañías de á pié y de á caballo para mantener el órden, y rodearian el lugar de la Asamblea para que nadie pudiera mover alboroto. Al dia siguiente, como el Monarca se presentase con el arzobispo de Tarragona y otros caballeros catalanes de su Consejo, fué requerido para que los despidiese é hiciese salir, lo cual se votó por todos, y los consejeros catalanes y rosellonenses fueron despedidos de las Cortes y de la casa Real, aunque el Rey lo excusó cuanto pudo, segun Zurita.

Comenzando á tratar de los negocios que interesaban en general al reino, pidieron ante todo, que les confirmase de nuevo uno de los Privilegios de la Union que se concedieron á los aragoneses por el Rey D. Alonso, que dis

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ponia la celebracion anual de Córtes generales en el dia de Todos los Santos, la facultad de nombrar el Consejo del Rey y la entrega de los diez y seis castillos en rehenes á los de la Union. D. Pedro lo contradijo, pretendiendo. que el Privilegio estaba ya revocado por prescripcion, por no haberse usado de él hacia sesenta años, pero despues de haber oido á algunos de sus consejeros, ofreció estar dispuesto á seguir lo que determinase el Justicia de Aragon. Y dice la crónica, que considerando el Rey que estaban todos en esto muy conformes, pidiendo con gran instancia la confirmación del Privilegio y requiriéndole y amenazándole los Infantes, sus hermanos, para que lo hiciese, profiriendo palabras muy desordenadas, y entre otras, que procederian á la eleccion de otro Rey, el Monarca protestó y declaró (1) que por miedo de esto, y forzado y compelido, les concederia la confirmacion y no de su grado y voluntad, porque constase de ello para adelante.

No pararon aquí las insaciables exigencias de la conspiracion, pues hubo de señalar los

(1) ZURITA: Anales, tomo II, pág. 202.

castillos que servirian de rehenes, despidió de su casa y servicio á varios de sus fieles servidores, protestando secretamente que era contra su voluntad, y le designaron otras personas. Reclamaron que confirmase las donacionss que el Rey D. Alonso hizo á la Reina Doña Leonor y á los Infantes D. Fernando y D. Juan. Hicieron dar un pregon mandando salir de la ciudad y de todos los lugares de la Union, en el término de tres dias, á los que no la hubiesen jurado, y si despues mataban á los que se hallaban en este caso no incurriesen por ello en pena alguna. Y exigiéronle que para mayor seguridad les diese en rehenes los principales de su casa, como asi se realizó; pero quedó al servicio del Rey un hombre que por su consejo, prudencia, autoridad y valor, igualó á todos los de su tiempo, D. Bernardo de Cabrera, el cual le dió á entender al Monarca, que aquel hecho era la destruccion del reino y grande afrenta y deshonor de su persona Real.

Atrajo éste al partido del Rey al poderoso D. Lope de Luna y separados algunos ricos hombres de la Union, porque ésta se valía de gente extranjera, recibieron las adhesiones de

otros caballeros valencianos, con todo lo cual se comenzó á formar un núcleo antiunionista respetable; y habiendo un dia acudido á las Córtes para apurar, como dicen los historiadores, la copa del sufrimiento y de las humillaciones, al oir la demanda para acabar con las escasas prerogativas que le habian dejado á la Corona, se levantó airado el Rey y dijo en alta voz al Infante D. Jaime. «¿Cómo, Infante, no os basta ser cabeza de la Union, sino que quereis señalaros por concitador y amotinador del pueblo y nos lo alborotais? Yo os digo que lo haceis malvada y falsamente, y como gran traidor que sois y estamos pronto á sostenerosto, si quereis, con vos cuerpo á cuerpo, cubierto con las armaduras, ó si no, sin salvarnos con la loriga, cuchilla en mano; y os haré decir por vuestra misma boca, que cuanto habeis hecho lo hicisteis desordenadamente, aunque renunciemos para ello á la dignidad Real que tenemos, y á la primogenitura, y hasta absolveros de la fidelidad á que me estais obligado (1)»: El Infante se levantó y dijo volviéndose al Rey «Mu

(1) Crónica de D. Pedro el Ceremonioso, escrita por él mismo y traducida por Bofarull, cap. iv.

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