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Estaba prohibida la venta ambulante de afeites para las mujeres, bajo la pena de 60 sueldos, y de ser inutilizados los objetos venales.

A más de éstas, existían varias leyes esencialmente protectoras de la industria del país.

Parece que á la llegada de algún rey ó príncipe á una población importante, era costumbre hacerle algún regalo, que consistía por lo regular en víveres. Así vemos que cuando desembarcó en Colibre la viuda de Maximiliano, hija del emperador Carlos V, los cónsules de Perpiñán le enviaron el 19 de Diciembre de 1581 el regalo de etiqueta, compuesto de 4 cabritos, 2 vacas, 18 cabras, 3 corderos, 50 pares de pollos, 100 de perdices y conejos, una carga de vino moscatel, otra de vino blanco, otra de rancio, 2 cajas de almendras de azúcar y limones en dulce, un bote de miel, turrones, mazapán y bizcochos, una carga de pan, y finalmente, 12 antorchas y una caja de bujías de cera blanca 1.

En otras memorias de 1533 hallo también que al llegar la emperatriz esposa de Carlos V á Cervera en dicho año, el consejo le envió por presente 30 fuentes llenas de los mejores dulces de la tierra 2.

En otros capítulos se ha hablado de los burdeles ó mancebías. Para que se vea bajo qué pie se hallaban montados semejantes establecimientos en este siglo, puede leerse lo que del burdel de Valencia nos dice el cronista de esta ciudad D. Vicente Boix, en curiosos apuntes que aquí se continúan:

«Valencia encerraba dentro de sus muros una de las mancebías más famosas de Europa en aquellos tiempos, reglamentada por el consejo de la ciudad, y autorizada por los fueros.

2

1 Guía del Rosellón, por Henry, pág. 194.

Cataluña defendida de sus émulos, por Ramques, fol. 27 vuelto.

y

»Desde los primeros tiempos de la conquista solían habitar en una misma calle ó barrio los que tenían una misma profesión ó modo de vivir: así muchas de nuestras calles llevan aún los nombres de los oficios establecidos en ellas. El mustazaf procuraba, sin embargo, destinar barrio ó calle separada á los que podían causar incomodidad ó escándalo á los vecinos. Esta es la causa que motivó las órdenes repetidas para que las mujeres de mala vida no estuviesen repartidas por la ciudad y fuesen á habitar la pobla ó casa pública, que era el lugar que tenían destinado, y existía en el espacio que ocupaba el huerto del Partit, junto al de la Beneficencia, entre el muro, el huerto de Ensendra, del conde de Ripalda, las espaldas de las casas de la calle del Portal Nuevo. >>La casa pública ó mancebía no era, sin embargo, un edificio construído por la ciudad, como lo fueron la judería, morería, zapatería, etc., sino todo el sitio que ocupaban las diferentes casas, propias de particulares, que se alquilaban á aquellas mujeres para que las habitasen. En 1392 mandó el consejo de la ciudad cercar de pared y cortar las comunicaciones que conducían á aquel sitio, lo cual tuvo efecto á principios del siglo xv, cerrando el callejón que venía de los Tintes, las entradas por el lado de la muralla y poniendo puerta en la calle del Muret, con lo cual, y la cerca de los huertos que la rodeaban, quedó enteramente cerrada la mancebía, como se deseaba. Para entrada se destinó la puerta colocada en la referida calle del Muret, junto á la cual se hallaba la casita que habitaba el portero. Las calles de la casa pública y la casita del portero eran la única propiedad que tenía la ciudad: todas las casas y huertecitos comprendidos dentro de la cerca pertenecían á particulares, como consta de varias escrituras de aquel tiempo, en las cuales se trasladaba su dominio ta ú otros títulos.

por ven

> Había una especie de inspector, á quien los fueros llaman rey Arlot, que respondía á la autoridad de los excesos que allí se cometían; cuidaba de que la mancebía se cerrase á las diez de la noche, y no se abría hasta cierta hora de la mañana. Acompañaba á las mujeres públicas, los días de fiesta, á alguna iglesia para que oyesen misa, y no permitía la entrada en la casa pública, los mismos días, hasta después de oída la misa. También las acompañaba cuando salían á ver las procesiones ú otras fiestas religiosas ó civiles, en los puntos que de antemano tenían señalados.

» Cada casa de mancebía estaba regida por un hombre, que la legislación foral llamaba hostaler, dependiente del rey Arlot: el hostaler cuidaba de la ropa, comida, asistencia en las enfermedades, etc.; pero de modo que estos hostalers tenían sus casas particulares dentro de la mancebía, aunque sin comunicación interior con ninguna de ellas.

» Las casas eran de un solo piso, con una ventana encima de la puerta, y un huertecito cerrado á las espaldas. Las fachadas estaban casi siempre adornadas con flores ó festones, iluminándolas por las noches con faroles de colores. Así se describe en una memoria de Antonio de Lalain, señor de Montigni, primer conde de Hoostraten, consejero de Carlos I, que acompañó al rey Francisco I de Francia, y visitó esta mancebía durante la estancia que hizo en Valencia aquel monarca, prisionero en la batalla de Pavía, de paso para Madrid.

» Desde el miércoles á sábado santo, ambos inclusives, eran conducidas las mujeres públicas y encerradas en el edificio de alguna cofradía, y después en el convento de monjas de San Gregorio. Si durante estos días se arrepentían ó encontraban persona con quien casarse, las daba la ciudad una cantidad determinada para dote.

» Cuando salían en público llevaban traje blanco, con un delantal azul.

>>No podían ser menores de doce años ni mayores de veinte.

>>El rey Arlot pagaba un médico, que las visitaba diariamente, siendo responsable de cualquier omisión en dar el parte sanitario á la autoridad.

>>Si se encontraba enferma una mujer pública, y el hostaler no hubiera dado parte, era trasladada al hospital; pero los gastos de curación corrían de cuenta del hostaler.

>> Cuando una de estas mujeres desgraciadas deseaba por arrepentimiento dedicarse á una vida honesta y religiosa, pero no lo verificaba, porque á veces no había satisfecho lo que debía al hostaler, la ciudad la hacía libre si tomaba el hábito religioso; pero si quedaba fuera del claustro, la auxiliaba con cierta cantidad para que quedara libre también.

>> Cada hostaler pagaba á la ciudad una cantidad determinada por la industria que ejercía y por cada mujer que tenía de huéspeda.

>> Las barraganas ó mancebas que no vivían en la casa pública eran perseguidas sin distinción por la autoridad. Las que se encontraban prostituídas fuera de la mancebía, eran azotadas públicamente.

>> El síndico del consejo era el encargado de que se cerrase y abriese en las horas señaladas la puerta de la mancebía.

»En las grandes calamidades públicas se cerraba el establecimiento; si alguna faltaba en este tiempo á las disposiciones del consejo, era azotada por el verdugo.

» La casa pública se cerró decididamente en Valencia, á mediados del siglo XVII, por orden de Felipe IV.»

MARINA, COMERCIO, INDUSTRIA Y ARTES.

Poco hay que contar de nuestra marina de guerra en este siglo. Eran ya pasados los tiempos de su esplendor y de sus glorias. En pocas líneas puede consignarse el resumen. Para relatar los hazañosos sucesos de la marina catalana en cualquiera de los siglos pasados, se necesitan volúmenes: basta una página para sus anales en el siglo XVI.

En el año 1506, con motivo del viaje del Rey Católico y de la reina Doña Germana á Nápoles, se aprestó en Barcelona una escuadra, bajo las órdenes del general D. Pedro de Cardona, de la cual formó parte una división de seis galeras y cuatro naves al mando del conceller tercero Pedro de Junyent. Suele decirse que éste fué el último armamento que salió de la capital del Principado.

En 1511 se encuentra aún que Barcelona armó tres galeras, cuyo mando se confió al ciudadano barcelonés Pedro Gener, para ir en auxilio del rey de Nápoles.

En 1515 se habla de una escuadra de nueve galeras, un galeón y una nave, que mandaba D. Luis de Requesens en las costas de Berbería.

Y á esto se reduce todo. El poder naval de los catalanes decayó de tal manera y tan rápidamente, que, según se ha podido ver en el decurso de este libro IX, ya no se habla sino de esfuerzos para recobrar el antiguo esplendor, aunque inútiles por oponerse constantemente á ello la centralización castellana. En 1529 pudieron todavía extraerse de las Atarazanas 20 galeras, restos y reliquias de las grandes armadas; en 1547 se dió licencia á los síndicos de Cataluña para armar una galera en corso contra los berberiscos, que tenían entonces cor

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