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-La vida es un sueño pasajero, fray Alonso, y sus pompas vanas se convierten en humo, cuando nos acercamos al suplicio.

-La vida, D. Alvaro, es una prueba, y la única felicidad está en la gloria.

El reo y fray Alonso Espina emplearon en cristiana plática las dos leguas que separan á Portillo de Valladolid, y luego que entraron en la ciudad, D. Alvaro empezó á beber la copa de amargura que le tenian preparada sus enemigos, porque le aposentaron aquella noche en la casa de Alonso Perez Vivero, y su esposa, sus hijos y sus criados le recibieron con un coro de insultos y denuestos que pusieron á dura prueba su resignacion.

Terrible fué para D. Alvaro aquella noche. Los sollozos de la esposa y de los hijos de Vivero llegaban á su oido como ecos de la voz de su víctima, y en medio de las sombras se alzaba continuamente con aspecto amenazador el cadaver ensangrentado de Vivero que le llamaba ¡asesino con voz tan fúnebre y sombría que hacia estremecer todo su cuerpo.

Cansado de luchar con tan horrible recuerdo, cerró sus párpados el sueño, pero volvió á aparecer entonces la imágen de Vivero y hasta creyó que su mano fria tocaba su rostro y helaba sus venas. Se despertó estremecido, abrió los ojos y vió en la cabecera de su cama un ser cubierto con negro velo, oyó los gemidos que lanzaba convulsivamente, y hasta creyó que caian en su mano lágrimas que abrasaban como el fuego. Tendió el brazo para apartar el fantasma, pero éste alzó la cabeza, y D. Alvaro lanzó un grito de sorpresa.

-¡Madre mia! dijo D. Alvaro prorumpiendo en amargo llanto.

Hijo mio! esclamó la anciana, porque el fantasma era la desgraciada María Cañete, tu llanto me anuncia que la desgracia me restituye tu cariño.

¡Perdonadme, madre mia, perdonadme!

-¿De qué he de perdonarte? Naciste para ser grande; mi presencia te recordaba tu orígen oscuro, y me rechazó tu orgullo, pero tú me amabás........ Tu orgullo era el que te vendó los ojos para no ver en mí á tu madre, pero ahora eres mi hijo..... la adversidad te quitó la venda.

-Madre mia, me maldijisteis.....

-Dios no oyó mi insensata maldicion, pero ahora te bendigo y me escuchará.

-¿Cómo vinisteis hasta aquí?

-Tu fiel escudero Morales me condujo cuando me separé de tí, despues de nuestra entrevista en Madrigal, à uno de tus castillos. Allí vivia feliz, si puede serlo una madre despreciada por su hijo, pues habia logrado dar mi mano ante Dios à Carrillo, cuando llegó en alas de la fama la noticia de tu desgracia. Partí á Burgos; habias salido ya y todos presagiaban que moririas en el cadalso; vine sin tardanza á Valladolid, y le tendí mis brazos amorosos al verte luchar con un sueño, horrible quizás, porque al despertar me miraste con espanto. -No os separareis mas de mí ¿es cierto?

-Eres D. Alvaro de Luna, condestable de Castilla, grande y admirado aunque vas á subir las gradas del cadalso, y mi presencia podria denigrarte.

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-No; yo tambien soy orgullosa y lo seré para tí ocultando mi nombre.

---Madre mia.... ¡morir ahora que os hubiera amado tanto! -Pronto me amarás elernamente en el cielo.

Los sollozos abogaron la voz de la madre y del hijo, y la luz del nuevo dia los sorprendió abrazados y consolándose con ternura.

Trasladaron á D. Alvaro á casa de Alonso de Estúñiga, donde pasó la segunda noche con fray Alonso de Espina, preparándose á morir como buen cristiano.

Al amanecer oyó misa, comulgó devotamente, comió unas guindas que le sirvieron por haberlas pedido, bebió un poco de vino, y salió de la casa de Estúñiga hacia el cadalso, montado en una mula y cubierto con una capa negra. La multitud era inmensa, pero reinaba en el camino del lugar de la ejecucion un silencio profundo que solo interrumpia el fúnebre doblar de las campanas de los templos y la monótona voz de los pregoneros que decian:

Esta es la justicia que manda hacer el rey nuestro señor á ese cruel tirano é usurpador de la corona real, en pena de sus maldades é deservicios, mandándole degollar por ellos.

Uno de los pregoneros se equivocó al repetir el pregon y en vez de

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deservicios dijo servicios, y el condestable esclamó con serenidad: -¡Dices bien, hijo! por los servicios me pagan así.

La comitiva fúnebre recorrió las calles de Francos y de Costanilla, y llegó á la plaza, en medio de la cual se alzaba un cadalso cubierto de paño. negro donde se veia al verdugo vestido de escarlata manchado con cárdenas gotas de sangre.

El condestable bajó de la mula con firmeza y sin dejar de mirar el crucifijo que estrechaba en sus manos. Subió al tablado con paso seguro, se arrodilló ante la imágen del Salvador, alzó la frente serena y pasó en torno de la plaza una mirada altiva pero no insolente. Llegaron entonces hasta su oido los sollozos de la muchedumbre, y brotó en sus ojos una lágrima de gratitud. Dirigióse entonces à un caballerizo del príncipe, llamado Barrasa, que se ballaba junto á los ballesteros que cercaban el cadalso, y le dijo con voz firme que se oyó á gran distancia en la plaza:

-Barrasa, tú que miras la muerte que me dan, acércate; te ruego que digas al principe mi señor que dé mejor galardon á sus criados que el rey mi señor mandó dar á mí.

El verdugo tomó un cordel para alarle las manos, pero el condestable sacó una cinta que llevaba en el pecho y le dijo:

—No, átame con esto. Te ruego que mires si traes el puñal bien afilado, porque me despaches con presteza.

El ejecutor le mostró su cuchilla, de cuyo buen estado se aseguró D. Alvaro, blandiéndola sobre su propia cabeza.

Mientras el verdugo le ataba con la cinta los pulgares, preguntó: —¿Qué gárfio es ese que hay sobre el madero?

-Está destinado para colgar vuestra cabeza, respondió el verdugo. -Despues que fuere degollado, dijo friamente el condestable, que hagan lo que quieran de mi cuerpo y mi cabeza.

Dijo, se desabrochó el cuello del jubon, oró con los ojos elevados al cielo, se tendió en el tablado, y pocos momentos despues el verdugo alzó la ensangrentada cabeza de D. Alvaro de Luna y la clavó en el gárfio, donde estuvo espuesta durante tres dias.

Así murió el altivo condestable, el que durante treinta años habia sido el verdadero rey de Castilla, y su cadáver permaneció insepulto tres dias con una bandeja de plata á sus piés para recojer limosna.

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