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mar y la montaña, fué atacado varias veces por el general O'Donell, y perdió unos cien hombres.

Al fin y al cabo pudo penetrar Riego en Málaga, cuyo gobernador evacuó la ciudad tan pronto como los pronunciados hicieron su entrada por la calle de la Compañía. Los malagueños recibieron con grandes demostraciones de júbilo á Riego y á sus soldados, iluminaron los frentes de sus casas, repitieron el himno que varios oficiales venian cantando y que tan popular se ha hecho posteriormente en España; pero cuando al dia siguiente se presentaron en los campos de la Trinidad las tropas del general O'Donell, y entrando por la tarde en dos columnas por la calle de la Carretería rompieron el fuego con las tropas pronunciadas en la calle de Alamos y Ancha de la Madre de Dios, aquel vecindario que tanto entusiasmo habia mostrado pocas horas antes por el héroe de las Cabezas, permaneció indiferente espectador de aquella lucha desigual, dejando que la desconfianza del éxito helara sus fogosos instintos patrióticos. Riego tuvo que abandonar la ciudad, y seguramente llenóse su corazon de amargura viendo que un solo malagueño se habia juntado voluntariamente á compartir las glorias y los peligros de aquella gigantesca empresa.

Sin embargo, no eran estas las únicas defecciones que debian atormentar á Riego durante su vida política; la pasion debia ser antes que la muerte.

O'Donell perseguia sin tregua à aquel débil ejército, mermado á un tiempo por los combates, la fatiga, la falta de víveres y la desercion. Cuando llegan los malos dias de una causa, cuando se eclipsa el astro de un hombre, el síntoma mas indubitable de la desgracia es la ingratitud, la tibieza, la defeccion de los antiguos partidarios.

El dia 11 de marzo, cuarenta dias despues de su salida de la isla de Leon, Riego, cuya division se hallaba ya reducida á 300 hombres escasos, vióse obligado á fraccionar su gente en guerrillas, para evitar la persecucion de que era incesante objeto. Por un momento hubo de creer que su causa habia fracasado, y es dudoso averiguar si aquel hombre entusiasta tomó la desesperada resolucion de morir sin deponer las armas, ó trasladarse á un pais estranjero, en cuyo punto aguardara impaciente á que luciese una aurora mas brillante para la causa de la libertad española.

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Pero la Providencia guardaba á Riego para el cumplimiento de mas grandes designios: el héroe de las Cabezas de San Juan habia de pasar sucesivamente por el mas popular de los triunfos y por el mas ignominioso de los suplicios.

III.

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La nacion española babia acogido con júbilo la noticia del pronun ciamiento llevado á cabo por el ejército espedicionario de América; en varios puntos se habia proclamado la Constitucion, reinaba la mayor efervescencia en las capitales, y aun cuando el gobierno no ignoraba la mala suerte que habia cabido á Riego, sin embargo se sentia harto débil para oponerse á la obstinada manifestacion de la opinion pública. El mismo monarca llegó á comprender que cuando un soberano deja de ser la síntesis de la voluntad nacional, libremente manifestada, siente bambolear bajo la presion de su planta el trono que tiene por únicos cimientos la exageracion del derecho de imponer leyes; y Fernando VII, pese á sus absolutistas instintos, hubo de convencerse de que si la lucha se trababa, habia de hallarse el dia del peligro solo y cara á cara con los poderosos enemigos de su mal aventurado sistema de gobierno. En tan críticos momentos, el conde del Abisbal vino á arrojar el peso de su espada en el platillo donde se pesaban los destinos de España. El mismo general que, en julio de 1819, hizo abortar y sufocó la conspiracion constitucional, se pronunció contra el gobierno absoluto en Ocaña, á nueve leguas de Madrid, al frente del regimiento de infantería imperial Alejandro, cuyo mando estaba confiado á D. Enrique O'Donell, hermano del conde. Esta circunstancia hubo de llamar poderosamente la atencion del monarca, pero lo que sin duda contribuyó mas á mover su ánimo, fué la conducta observada por la inmensa mayoría de la Guardia Real, que noliciosa de los sucesos de Ocaña, no escondió su resolucion de formar causa comun con los pronunciados.

El rey tendió la mirada en torno suyo, y encontró tan solo á su lado á unos ministros débiles é incapaces de conjurar la tormenta; era necesario obrar y obrar pronto, porque en los períodos revolucionarios, un dia de dilacion importa muchas veces la destruccion de una dinastía, la desgracia de todo un pueblo.

Por un momento pudo creer Fernando VII que el peligro se alejaria fácilmente, haciendo à la nacion algunas concesiones en sentido liberal, y por decreto de 3 de marzo dió al derecho de representacion una latitud nunca vista en su reinado, por medio de un decreto relativo á la organizacion del consejo de estado, cuya firma debió conmover profundamente el corazon del soberano, tan inclinado al régimen absoluto.

Sin embargo, á la altura en que se encontraba la revolucion española, aquella concesion era un paliativo que no debia producir ningun buen resultado, y tres dias despues, reunido el pueblo con una multitud de oficiales del ejército, restableció la lápida de la Constitucion, y dirigiéndose en tumulto á la casa de la villa, donde se estaba instalando el Ayuntamiento Constitucional mandado reunir por el monarca, exigió de la nueva municipalidad se trasladara á palacio y exigiera al monarca el juramento de fidelidad à la Constitucion del año 12. El Ayuntamiento, con efecto, se trasladó al real alcázar, y Fernando VII accedió á la voluntad del pueblo, y al pié del trono prestó el juramento que se le exigia. No bien cundió la noticia por Madrid, se entregó el pueblo á la alegría que le dominaba por aquel triunfo, y aun cuando no descuidó reiterar su solicitud de que se nombrara una junta provisional de estado, dedicó por de pronto sus atenciones á reparar agravios del pasado régimen; por cuyo medio no solo creia inaugurar dignamente el nuevo, si que tambien desahogaba la bilis que durante muchos años habia amargado su corazon.

En semejantes casos, siempre el pueblo busca una víctima, y el de Madrid tuvo un feliz pensamiento en la eleccion de aquella. Dirigióse fuerte y amenazador á la cárcel de la Inquisicion, puso en libertad á los presos que gemian en sus lóbregos calabozos, destruyó los archivos en que se encontraban causas célebres, por lo espantosas unas, por lo ridículas otras, por las personas procesadas muchas; y borró con su fuerza incontrastable aquellos títulos con que el fanatismo y el

despotismo aunados habian manchado la reputacion de innumerables familias.

Poco despues el tumulto se habia calmado por completo y con general contento se nombró la junta consultiva de estado, compuesta de las personas siguientes: el arzobispo de Toledo cardenal de Borbon, presidente; Queipo obispo de Mechoacan; D. Ignacio de la Pezuela; Lardizabal y el conde de Taboada, antiguos magistrados; D. Bernardo de Borja y Tarrius, antiguo empleado de rentas; D. Vicente Sancho, teniente coronel de ingenieros; Tejada, rico propietario; y el general Ballesteros, el hombre que despues de haber sido destinado para reprimir el pronunciamento de la isla de Leon, tuvo la valentía de decir á Fernando VII que, en el estado en que España se encontraba, no quedaba al monarca otra alternativa que jurar la Constitucion ó resignarse á perder el trono. Esta junta inauguró sus actos proclamando el olvido de los agravios y la completa fraternidad entre todos los españoles.

Posteriormente y á propuesta de la misma, formó el rey el siguiente ministerio: D. Agustin Argüelles, ministro de la Gobernacion; Canga Argüelles de Hacienda, Porcel de Ultramar, Perez de Castro de Estado, el marqués de las Amarillas de la Guerra, y García Herreros de Gracia y Justicia. Estos seis personajes representaban genuinamente el espíritu Constitucional y todos ellos se habian hecho notables durante los acontecimientos del año catorce.

IV.

La revolucion que Riego habia inaugurado en las cabezas de San Juan habia triunfado por completo: el hombre acosado en la montaña y batido sin compasion como una fiera cuyos sanguinarios instintos alarman á toda una comarca, vió cambiada por completo la decoracion del teatro en que se representaba el drama de su azarosa vida. Habiéndose trasladado à Sevilla, vió á los pueblos agolparse á su paso, saludando entusiastas al héroe de la regeneracion española, y en los

oidos en que pocos dias antes silvaban las balas enemigas, resonaba un prolongado grito de ¡Viva la Constitucion! ¡Viva Riego!

Las poblaciones en que se hospadaba le obsequiaban á porfía con bailes, banquetes, músicas é himnos en su honor; triunfal era su marcha, y Riego, constituido en ídolo del pueblo, cuyas cadenas habia sido el primero de romper, pudo mirar, hasta con desprecio, aquellas ovaciones que las antiguas sociedades tributaban á los guerreros que llegaban á Roma cubiertos con la sangre de todo un pueblo. El mérito de Riego consistia en haber libertado á España, lanzando entre el pueblo el primer grito de libertad, rompiendo aquellas ataduras con que los conquistadores de otros siglos sujetaban la fiera y noble independencia de las naciones.

Riego podia gozar y enorgullecerse de su triunfo, que no habia conseguido derramando sangre ó haciendo correr lágrimas; y sin embargo, el corazon del bizarro jóven nunca sintió el mas mínimo impulso de ambicion; nunca sus ojos perdieron la tranquila mirada de la inocencia, serena en medio del vendabal revolucionario, para buscar entre el pueblo que le victoreaba frenético, el baston de mando que se habia caido de las manos de un monarca que confundió los tiempos en su gobierno y el progreso de los pueblos. El alma del mo→ vimiento liberal tuvo siempre en sus lábios palabras de respeto para el monarca juramentado, y encaminó la voluntad de los pueblos hácia Fernando VII constitucional, que se habia enagenado de la de mucha parte de los españoles. La modestia de Riego era quizás la prenda mas segura de su popularidad.

Y con todo, inspiró celos al gobierno, á los hombres cuya autoridad habia él creado, á los que se hallaban muy lejos del peligro cuando Riego veia caer en torno suyo á los pocos soldados que le restaban, diezmados por las tropas del general O'Donnell. ¡La ingratitud! . . . He aquí el premio que comunmente recogen los que, como Riego, crean situaciones de que se apoderan despues ambiciosas individualidades.

Los celos que inspiró Riego no fueron disimulados por mucho tiempo.

El marqués de las Amarillas, ministro de la Guerra, como hemos dicho, empezó por cambiar el nombre al ejército de la isla de Leon,

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