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ESPAÑOLES.

RAFAEL DEL RIEGO.

I.

Si algun nombre hay popular en España, es sin duda el de Riego. Convertido por la posteridad en símbolo y héroe de la libertad constitucional, cada vez que ei pueblo sufre alguno de esos sacudimientos que cambian de faz la política del estado, la memoria de Riego hiere la imajinacion de todos, y los corazones se electrizan á la simple audicion del himno que lleva su nombre.

Y sin embargo, estamos por decir que la mayor parte de los que pronuncian aquel nombre, la inmensa generalidad de los que talarean aquel himno, el mas popular sin duda de todos los cantos populares y patrióticos de Europa; no conocen á punto fijo ni las hazañas ni las desdichas del hombre à quien victorean. Algunos tienen noticia de que Riego fué el alma de una revolucion constitucional y que pereció mas tarde, víctima de la reaccion absolutista.

¿Basta esto para glorificar á un hombre ante la conciencia de los pueblos ?

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No basta; es menester que los ídolos tengan un pedestal mas sólique la mera opinion de la generalidad, es indispensable que antes de hacer un héroe se conozcan sus hazañas; la glorificacion debe ser consecuencia de la virtud probada. Los pueblos no están dispensados

de tener lójica, pero tienen derecho á que se les faciliten los medios necesarios para ser consecuentes.

Poco se ha popularizado en España la vida de Riego, y menester era que fuese referida al pueblo, si la epopeya no habia de degenerar en cuento, si la historia no habia de perder con el tiempo su carácter de verdad y adquirir el incierto color de tradicion.

Vamos pues á bosquejar la situacion de España y á trazar la série de acontecimientos en que tuvo participacion el general Riego, ese ejemplo vivo de la verdad de la sentencia que dice, que en los períodos revolucionarios, el Capitólio se halla á un solo paso de la Roca Tarpeya. Apesar de lo cual, y de que esta sentencia es barto sabida de aquellos héroes que han recibido de Dios el don, falal muchas veces, de descollar por cima del vulgo de las gentes; únicamente en esos períodos críticos de las sociedades, brolan por lo comun esos héroes de la abnegacion patriótica, puntos luminosos, astros que disipan las tinieblas de un período histórico, que mancharia las crónicas de un pais, si los mas grandes confesores, apóstoles y mártires de una causa no aparecieran en las épocas de mayor persecucion. ¿Acaso la tiranía de Diocleciano no fué orígen de una de las mas brillantes faces del cristianismo?

Rafael del Riego, oficial oscuro del ejército español, se conquistó un triunfo envidiable, merced á las circunstancias políticas de la época en que vivió; el comandante cuyo nombre jamás habia resonado produciendo emocion alguna en el corazon de los hispanos, acabó por significar en nuestra patria lo que Guillermo Tell en Suiza; y cual si escrito estuviera que el término natural de los redentores de los pueblos haya de ser el Golgotha afrentoso, Riego desde la cumbre de sus dignidades descendió al mas ignominioso de los suplicios; su misma popularidad escitó la envidia y embotó la clemencia de sus jueces; y en Madrid, Jerusalen para el hombre de las Cabezas de San Juan, encontró palmas y dogales, triunfos y cadalsos.

Cuando en 1820 estallaron los movimientos de la isla de Leon, se encontraba España trabajada por cuantos elementos heterogéneos pueden producir una escision general. Hacia mucho tiempo que los partidos trabajaban sordamente para aniquilarse en su dia, y el rey Fernando VII, que habia sido recibido con entusiasmo por los espa

ñoles despues de la guerra de la independencia, el rey Fernando VII que obtuvo el epiteto de el deseado, timbre de gloria para un monarca; el rey Fernando VII, decimos, luchaba entre los instintos de su persona y la voluntad de su pueblo, del pueblo español que le habia guardado incólume su trono á fuerza de prodigar sin escrúpulo şu generosa sangre, pero que en ausencia del monarca habia aprendido algunas nociones de libertad, mayormente despues de promulgada la Constitucion del año 12. Y no era por cierto exijencia inconsiderada de un pueblo que regalaba un trono á un rey, solicitar de este rey un gobierno mas liberalizado, una palabra empeñada solemnemente de no volver a incurrir en los defectos y errores de otros tiempos, tiempos pasados y separados de los presentes por un mar de sangre, derramada durante seis años en una lucha que se llamó de la Indepen dencia, y que en pos de la victoria corria peligro de haberse de titular la guerra del servilismo.

El pueblo queria pactar de nuevo con el soberano que de nuevo se imponia; porque seamos francos, el trono de San Fernando dejó de existir el mismo dia en que se sentó en él José I; y en tanto que los españoles se batian denodados para recobrar su emancipacion de un soberano estranjero; en tanto que en Gerona y Zaragoza, en Tarragona y en Ciudad Rodrigo morian los españoles à millares de toda suerte de muertes horribles & donde estaba el nieto de Pelayo? ¿qué brazo de príncipe borbónico se estendió bácia el trono español, huérfano de soberano? ¿Quien era rey de España despues que Bonaparte hubo dicho: no lo es Fernando VII, y el pueblo español habia contestado: no lo será José I?

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Los derechos del monarca emigrado residian en el amor de sus súbditos á la terminacion de la guerra: verdad es que los derechos basados en el amor tienen, para nosotros al menos, mucha mas esque los emanados del nacimiento ó de la fuerza. Fernando VII fué ingrato, muy ingrato con los españoles: sea cual fuere su modo de pensar, sean cuales fueren los sentimientos que le animaban respecto de su pueblo ; ello es que sus mas ciegos defensores no podrán destruir dos argumentos dirigidos contra el soberano, á saber: el monarca que restablece el absolutismo entre un pueblo que se da á sí mismo una Constitucion, mientras sacrifica por aquel monarca sus

tesoros y la vida de sus mejores hijos, es un ingrato; el monarca que jura una Constitucion y quebranta luego sus juramentos, que á medida de su capricho, luchando entre sus instintos y el poder de las circunstancias, se hace alternativamente liberal ó absolutista, amigo ó verdugo de este ó de aquel partido; es un perjuro.

Malos consejeros rodearon al rey, se nos dirá es muy fácil, como lo era tambien que el rey hubiera oido las voces del pueblo que bien claramente manifestó sus aspiraciones. En Fernando VII pudo haber existido quizás la idea de que toda concesion hecha á la voluntad nacional debia redundar en menoscabo de las prerogativas réjias; pero al soberano de un estado no le es, cuando menos, lícito ignorar el siglo en que vive, en que reina. ¿Acaso durante su larga emigracion á Francia, no oyó referir nunca la historia de los desaciertos de Luis XV, tan terriblemente espiados por Luis XVI?

Entre la nacion, pues, y el soberano existia una lucha de principios, una contradiccion de aspiraciones; mas por de pronto el absolutismo se erigió en gobierno, la venganza de algunos malos españoles se estableció en tribunal ejecutivo, y las sombras de los generales Lacy, Porlier, Richard, y otras víctimas, vagaban errantes pidiendo una reparacion de sus sentencias, pronunciadas y ejecutadas contra lo mas respetable del derecho natural y del derecho social, el derecho de defensa.

Si tan triste era de una parte la situacion política de España, no era mucho mas agradable la económica. El tesoro estaba exausto; emilíase inconsideradamente papel moneda, y el crédito, este último aunque poderoso recurso de los estados, era nulo, despues que el gobierno habia puesto de relieve la falta de buena fe con que eludia los pagos de los intereses de la deuda nacional.

La ignorancia y la imprudencia se encargaban de asesorar al absolutismo. ¿Cómo se pretende en tales casos, que toda sublevacion encaminada á derribar lo existente, no en personas sino en principios, deje de encontrar eco en los agobiados pueblos ?... Y he aquí como una vez mas las circunstancias crearon á un héroe, à Riego, que fué el alma, la representacion de una situacion nueva, creada por los desaciertos de sus propios enemigos. Triunfó al fin y al cabo en la lucha el partido absolutista, y Riego pasó á aumentar el número de los

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