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Nos hemos metido nada menos que en una cuestión de esas que han hecho batallar á los metafísicos idealistas, que despreciando el estudio anatomo-fisiológico del hombre, han atribuído al cerebro lo que ellos quisieron, creando ontologias y abstracciones á su placer, como si el cerebro no pudiera influir para nada en la función de la inteligencia.

Quisiéramos tener espacio suficiente para analizar las teorías de Kant, Krause, Fichte, Hegel y otros acreditados filósofos que discurrieron sobre el particular, pero siempre nos encontramos con la barrera que nos opone la índole de este trabajo, y como no queremos traspasar sus linderos adoptaremos la definición que da de la razón el Dr. Mata en su celebrado Tratado sobre la razón humana.

La razón «es el estado en que el hombre tiene el poder de dirigir por medio de sus facultades intelectuales, reflexivas y sus auxiliares, la realización de los impulsos interiores con arreglo á las leyes del organismo humano». La dirección voluntaria de las acciones humanas, he aquí el carácter más distintivo de la razón.

La voluntad tiene un sentido colectivo y genérico, es sentir deseos y repugnancias, inclinación hacia lo que nos agrada, repulsión á aquello que nos ofende. Es sentida y realizada; cuando queremos ó detestamos una cosa y no podemos manifestarlo, bien porque las reflexiones aconsejan, bien porque causas superiores nos lo impidan, se llama sentida; mas si los sentidos se ponen en acción y dan por resultado la ejecución de aquello que sentimos se la denomina realizada. La primera es fatal, se impone como á la materia las fuerzas fisicoquímicas, no hay libertad en ella; la segunda depende de nosotros, somos sus autores, hay libertad.

Explicada así la razón, con sujeción al criterio de responsabilidad, nada más sencillo que definir la locura diciendo, que es un estado en el cual el hombre no puede dirigir voluntariamente sus acciones.

La razón no es sólo la facultad de discurrir peor ó mejor, la razón es el resultado de un conjunto de facultades en perfecto ejercicio de sus funciones, es un estado del sujeto. Considerada de este modo, conocidas las facultades que la constituyen es como obramos con acierto, es como diagnosticare

mos la locura con arreglo á los adelantos científicos, es, como podremos acertar, con fundado motivo, cuando se trata de una locura, pues admitiendo á la razón como entidad y puramente encargada de las funciones intelectuales, no podríamos explicarnos cómo existen en los Manicomios enfermos, que á pesar de discurrir perfectamente sobre distintas materias con sesudo criterio, son, sin embargo, verdaderos locos, lo que estamos viendo todos los días. Y es porque en estos desgraciados su enfermedad no está precisamente en la manera de discurrir y sí en otras facultades pervertidas y que no dan sensación real al centro perceptivo.

Por ejemplo, un loco ve las llamas de boraz incendio que le cerca; grita, pide auxilio, vocifera, huye, acude gente y no ven nada, no existe el incendio más que en la imaginación del desventurado; él lo vió, pero su imagen fué falsa, mas esta observación de los sentidos motivó una operación intelectual lógica, ceñida á todas las buenas reglas de un raciocinio, porque el gritar, pedir auxilio y huir es lógico en tal situación.

Lo loco, lo absurdo, lo que pugna contra todo raciocinio, es desafiar á las llamas, someterse á ellas, callar ante el peligro.

Otros hay por el contrario, que perciben bien las cosas, pero luego resulta en el juicio de ellos una contradicción grande.

Yo he visto un loco que tenía por su madre gran cariño y veneración, y cuando de ella se le hablaba se ponía furioso y la llenaba de improperios, insultos, etc. He aquí un trastorno en las facultades reflexivas.

Estas cosas, bien distintas en sus apreciaciones, nos obligan á no considerar la locura tan sólo como pretenden los que no atienden más que á determinado orden de fenómenos.

¿Cómo nos explicaríamos si no el hecho que se observa con frecuencia y que es independiente de las facultades intelectuales, caracterizado por una involuntaria aversión á determinados ruidos ó al contacto de objetos diversos hasta el extremo de ocasionar el arrebato, la cólera y las mayores perversiones sensitivas?

El chirrido que produce un cuerpo duro y punzante el ras

par contra un cristal, he visto ocasionar verdaderos ataques nerviosos; el tocar un terciopelo, por ejemplo, determinó á un individuo una convulsión titánica; el silbar delante de una persona producíala siempre el acometimiento, y sin embargo, éstos seres tan sensibles, conocían el mal que iban á ocasionar, pero no podían sustraerse á su efecto, una vez hecho.

Verdaderos locos de las facultades perceptivas conservaban el raciocinio bien, pero no respondían de sus acciones cuando de su mal se trataba. Por esto es poca toda la atención que los Tribunales presten á esta clase de estudios, creyendo que una vez que ellos no pueden apreciar las distintas clases de locura deben confiar en lo que la Medicina les diga: pues no se concibe ser la parte pericial la que en muchas ocasiones quede desairada y la ley se aplique en contra de los principios de la ciencia en detrimento de la equidad y en menoscabo de nuestros grandes intereses.

Esto depende en gran parte de la vaguedad que existe y la oscuridad que encierran los textos de la ley en lo relativo á la locura, y del atraso del Código con relación á los progresos frenopáticos.

En cuanto al primer punto vemos que la ley de las partidas tan pronto le llama loco como desmemoriado, salido de memoria, sin memoria, sin seso, fuera de seso, mudo, sordo de nascencia.

Si nada dejan que desear algunas de las denominaciones empleadas, otras no son exactas ni claras tampoco.

Nuestro Código penal no emplea más que dos palabras para significar la falta de razón: imbécil y loco y cabe la duda si creyó expresar dos enfermedades ó sólo comprendió bajo esta denominación una.

Pudiendo tener la ley dos interpretaciones, la reforma es ya aquí una necesidad, pues si imbécil y loco son sinónimos para la ley, son también genéricos y se expresa de un modo colectivo todas las formas de locura; pero si son voces distintas, si cada una indica una mera forma, todas las demás que existen y no caben dentro de éstas se excluyen terminantemente del beneficio que la ley proporciona á estos desgraciados. Comprendemos que la ley quiere expresar todas las formas de locuras en esas dos: imbecilidad, locura, y que al clasificarlos así

prueba el gran atraso en que se encuentra; pues antiguamente había esa división tan simple como insuficiente menticapti y la furiosi de donde vienen la de men tecato ó imbécil y furioso ó loco.

Si no le es posible al legislador saber todo lo que se escribe, si no puede estar al tanto de los progresos de una especialidad, mal hace, pero evite los males que esto puede acarrear con una expresión amplia, general, que no dé lugar á duda, diga que están exentos de responsabilidad criminal los que no se hallen en el uso de su razón, los que carecen de voluntad, los locos, en una palabra.

Sería muy conveniente que la ley consignara el respeto que se debe al Médico en este asunto, sólo de su competencia, pues si hay casos en los que basta el sentido común para conocerlos, hay otros, los más y los que dan lugar á duda, que sólo el que estudia esta parte de la Medicina los puede diagLosticar con claridad.

Es tan urgente esta reforma que reclamamos, que cesarían los clamores de los frenópatas, y con este silencio no se interrumpiría la marcha majestuosa de la justicia, y no veríamos discutir todos los días la aplicación del Código.

Otra cuestión que merecería respeto para la ley es la locura parcial: pero como ha sido tan debatida y hoy se impugna aún tanto, bueno será tratarla con alguna extensión.

Los jurisconsultos, creyendo ver en el Médico el protector apasionado del hombre, hasta el punto de presumir en él el afán de salvar al criminal y el deseo de sustituir las cárceles con los manicomios, las prisiones celulares con los espaciosos jardines, el penar eterno con la eterna paz y dicha, se pusieron siempre en contra y miraron con prevención todo lo que á la Frenopatía se refiera, desprestigiando nuestros dictámenes con el infundado desprecio y negando las monomanías, los impulsos internos, sin detrimento de todas las facultades, querían un loco todo loco, nada de limitadas enfermedades cerebrales, pero como esto es absurdo, ignorancia pura y completamente erróneo, como hoy la ciencia reclama otro proceder, de aquí la lucha.

El Doctor decía sobre este asunto: Si la mania es una en fermedad, debe ser curada en la plaza de la Grève, es decir, el cadalso era su gran panacea.

Decía otro que si el que mata, roba, incendia, etc., es un enfermo, debe decírsele: no seas enfermo, en vez de no seas asesino, ladrón, incendiario.

Regnault añade: que aunque esa afección existiese, el Juez debía obrar como si no existiera.

Un periodista decía: Si no se le puede matar al monomaniaco como criminal, quítesele del medio como á una fiera dañina,

Los locos son muy perjudiciales, debe librarse á la sociedad de ellos. (Gaceta de Francia.)

En otra nación se va más allá todavía, pues se trata de un desgraciado erótico, los mejores especialistas así lo declaran, y el infeliz muere en el cadalso.

Un joven mata, hiere, destruye, el amor es la causa, su desvarío evidente, cuatro Médicos doctos defienden al acusado como loco, otro Médico no se atreve á negar la enfermedad, un sexto afirma que es responsable, el Tribunal apoya esta opinión, y el culpable pasa, á pesar de la ciencia, á oscura prisión, arrastrando para siempre el grillete del criminal.

La noción más simple de lo justo é injusto rechazan estas exageraciones, y la sociedad desvalida que tiene miembros activos que velan por ella reclama la reforma con imperiosa voz, al fin se hará oir, y entonces la caridad nos aconsejará echar un velo sobre el pasado.

y

Que existen monomanías sin delirio, sin esas manifestaciones claras y terminantes, nadie hoy lo niega dentro del terreno de la ciencia. El célebre Esquirol, á quien tanto deben los pobres locos, esos desgraciados seres que padecen un mal mil veces más triste que la muerte, ya lo había dicho en su celebrado tratado, en el que describe con vivos colores al que padece una enfermedad mental tan limitada que en todo es consciente menos en aquello que se refiere á su dolencia.

El sin par Cervantes, el genio de todos los siglos, en su D. Quijote presenta con sublimes detalles el loco monomaniaco, y bien claro dice que su enfermedad era la locura razonada al manifestarnos que el andante caballero era un hombre cómo los demás, siempre que de libros y aventuras de caballería no se hablara.

Era preciso desfacer entuertos, librar á Princesas encarceladas, para que el buen hidalgo, lanza en ristre y baja la ce

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