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ó del lugar: es el documento que acredita su derecho, y por él paga el dueño una peseta. Para entonces tienen ajustados ya dos porqueros; al día siguiente entran éstos en el ejercicio de sus funciones, haciéndose cargo de la piara ó porcada. Desde aquel instante, el ejército porcuno queda dividido en dos legiones; la legión de la montanera y la de los malandares. De éstos se tratará más adelante.

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A los primeros se les hace madrugar con objeto de que tengan más horas útiles; lo mismo en tiempo seco que cuando está el suelo cubierto de nieve, se pone en marcha la porcada al amanecer, hora en que se da la señal con un cuerno ó caracol enorme de ronco sonido, que despierta á los vecinos para que abran la puerta á sus respectivos alojados. Estos, al verse en libertad, no tardan en incorporarse al pelotón, que el porquero tañedor del cuerno y su compañero van dirigiendo por la calle central, empezando por la extremidad del pueblo opuesta al punto á donde se encaminan. En la primera y segunda mañana suele haber alguna dificultad, por lo desusado de la hora; pero ya después, al contrario, esperan impacientes aun antes de que suene el cuerno, alborotando la casa y golpeando la puerta con estrépito para advertir al dueño que ya es hora de que bajen á abrirla. Á los pocos días, ya no se necesita mirar la marca para conocer si pertenecen á la porcada de la montanera: el lustroso pelaje demuestra que no es del gremio de los malandares. Esto, unido á la buena fe de todos y á la lealtad de los porqueros, evita la incorporación de ningún intruso.

Cuando la bellota es menos abundante y haý ove en los aidos (hayales), suelen dirigirse allá las primeras escursiones, antes que caiga mucha nieve, reservando la bellota para la última época, ya por estar más cerca del pueblo, ya por ser ordinariamente más suave é igual el piso, lo cual conviene tener en cuenta por la agilidad que pierde la manada conforme aumenta el tiempo que lleva cebándose. Suelen darse casos de haber cerdos al final de la temporada que no pueden andar de gordos; á lo cual, por otra parte, contribuye la cena que al regreso les tienen preparada en casa, compuesta habitualmente de patatas cocidas en caldero, deshechas y mezcla

das con harina. La montanera termina á fines de Diciembre. Vengamos ahora á los malandares.

Se da este nombre á los cerdos que no han de matarše de momento, y á los cuales, por tanto, no es preciso cebar, sino tan sólo sostener; incluyéndose en ellos también las cerdas destinadas á la cría. De día pasan la vida llena de privaciones, bajo la vigilancia de un porquero, auxiliado por su mujer é hijos, si los tiene; adquiere el compromiso de guardarlos todo el año, mediante una cantidad por cada cerdo, que suele pagarse en centeno. El convenio se hace ante el Ayuntamiento; pero luego satisface cada vecino lo que le corresponde. Siendo cerdas la mayor parte, para negociar con la cría, corre también de cuenta del Ayuntamiento el cuidado de adquirir un verracó de buena raza, que acompaña siempre á la porcada. Del alojamiento del verraco está encargado el alguacil, que no percibe por esta carga remuneración de ninguna clase; pero la manutención es cuenta de todos los vecinos, cada uno de los cuales ha de entregar á dicho funcionario un cuartillo de centeno para el pienso de la noche en el invierno (1).

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Los malandares no son tan madrugadores como los cerdos de montanera; pero salen también á campaña al toque del cuerno. Tropa más insubordinada, alborotadora y levantisca, no falta algún desertor que abandona el campo para volverse á casa, sospechando quizá si dejó de recibir el almuerzo antes de salir de ella por olvido de la dueña. Pasan el día en el monte, en los barbechos, y con preferencia en los lugares encharcadizos, donde existen aguas cenagosas ó estancadas, en las cuales les gusta revolcarse y pasar allí zambullidos ó embadurnados las horas de calor, que les mortifica mucho. Se alimentan de cuanto pueden atrapar, yerbas, raíces, tubérculos, setas, insectos y carne de cualquier animab que encuentren muerto, habiendo ejemplos de no respetar ni aun á los vivos. Poco antes de oscurecer regresan al pueblo, marchando á la cabeza el porquero ó porqueros con largo garrote para impe

(1) En otros pueblos lo tienen por turno los vecinos un año cada uno: las penas que causa el verraco son libres. Otro tanto sucede con el toro padre en las montañas de Reinosa.-J. D.

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dir que ningún impaciente se adelante. Al entrar en el pueblo, les dan larga y escapan disparados en todas direcciones, gruñendo y atropellando cuanto encuentran á su paso, y desesperándose al llegar á casa si no encuentran preparada en el gamellón su frugal, cena, consistente en los despojos de coles, mondaduras de patatas y demás desperdicios de la cocina, mezclados con el agua de fregar y un poco de harina ó salvado. Los malandares van á espigar al monte después de disuelta la montanera; á los pagos ó campos, tan pronto como se levanta la mies; y cuando la bellota del roble basta para los gordos, van aquéllos á los hayales. Y como éstos están lejos del pueblo (algunos á dos leguas), los vecinos, mancomunądamente, construyen en ellos una extensa zahurda de piedra en seco y ramaje, que sirve para pernoctar y de centro de operaciones al revoltoso gremio. También construyen, formando ángulo con la zahurda ó un poco separada de ella, una choza más modesta para el porquero y su familia. Allí pasan el invierno entre la nieve, con gran satisfacción de los dueños, por el gasto, ruido, molestias y cuidados que se evitan. Sucede algún año, aunque pocos, cuando el ove es abundante y el invierno escaso de nieve, que los malandares llegan á la primavera tan gordos como los de montanera: en este caso, se comprende fácilmente que muchos vayan á reforzar la despensa.

Ganado vacuno: boyada.-En la comarca antes deslindada apenas hay proletarios ó pobres de solemnidad, no obstante ser pobres casi todos sus habitantes; no piden limosna, y procuran á fuerza de trabajo allegar los recursos necesarios con que atender á sus escasas necesidades. Todos allí son propietarios, por la división casi atómica de la propiedad: es raro quien tenga más de una yunta; muchos no poseen sino un buey; otros, ninguno. Las mujeres son quienes aran y ejecutan todas las demás faenas agrícolas, más aún que el hombre: éste maneja el hacha ó la azada mejor que el arado. El labrador que no tiene más que un buey, se arregla con otro que se halle en igual caso, y alternan por días. Los que carecen hasta de un buey (ó vaca), obtienen las yuntas que necesitan á cam

bio de trabajo personal, algunas veces gratis, en día festivo; pocas veces, alquiladas ó á jornal.

Fórmase la boyada con todos los bueyes, vacas, novillos y becerros que hay en el pueblo. El boyero obtiene también su plaza por concurso: la adjudica el Ayuntamiento al pretendiente que ofrece más ventajas y garantías (1). Funciona todo el año, auxiliado por un segundo, generalmente hijo suyo. En Mayo ó Junio pernocta la boyada en el campo, hasta que el frío la obliga á volver á casa, generalmente en Octubre ó antes. Los mejores pastos del término se reservan para la boyada.

Las operaciones de arar se hacen siempre que el tiempo lo permite ó está la tierra en sazón, exceptuando la época de la siega. Madrugadores siempre aquellos serranos, no he sabido explicarme el por qué de la costumbre de salir de casa con la yunta lo más pronto á las nueve de la mañana, haga calor ó haga frío, lo mismo cuando los bueyes pernoctan en el monte que cuando pernoctan en casa, y á pesar de lo sensibles que son á la mosca, insecto especial que sólo persigue al ganado vacuno y lo pone furioso. La yunta está trabajando desde dicha hora hasta las cinco en verano, hasta el oscurecer en invierno, sin descansar en las horas de calor más que el tiempo empleado por el gañán (ordinariamente del sexo débil) en apurar su sobria merienda, reducida con pocas excepciones á un pedazo de pan y un poco de tocino, jamón ó chorizo, casi siempre crudos.

Cuando la boyada pernocta en el campo, se pone en movimiento al amanecer, y penetra en las márgenes de los sembrados, donde halla fresca y abundante yerba. Para esta operación, no bastan los boyeros; y por turno, que una vez iniciado nadie necesita nombrar, salen de auxiliares dos ó tres adreros, que así llaman á quienes desempeñan este servicio: suele ser gente menuda y se dirigen á donde va la boyada, ayudando á los boyeros para que los animales no entren en los sembrados.

(1) Se procura que sea un vecino con hijos que puedan ayudarle, pues no basta un solo boyero; ó bien dos hermanos que vivan juntos, á fin de evitar el que por falta de armonía entre ellos sufra perjuicio la boyada ó sea necesaria la destitución.

A las ocho los llevan al pueblo para uncir las yuntas; y á la hora en que éstas regresan, dejando un corto intervalo para que descansen, toca el cuerno el boyero, que es la señal de reunión para volver al campo. Entre tanto, los cerriles (no villos no domados), con las yuntas que dejan de ir á arar algún día, permanecen en el monte al cuidado de uno de los boyeros. En el invierno, la salida de la boyada es por la mañana, y regresa al oscurecer con paso pacífico y solemne, cruzándose por la calle con los chiquillos sin causarles daño; no acontece como con los malandares que, como ya he dicho, atropellan cuanto se opone á su paso.

Ganado caballar: yeguada (1).-Esta frase parece indicar que se va á tratar de yeguas; sin embargo, son éstas pocas y muchos los caballos, todos castrados, y alguna mula, los animales que la componen y van al campo cuidados por un yegüero. Este desempeña su oficio solamente en invierno, alternando, por turno diario, con los demás convecinos que tienen caballerías. Para reunir la yeguada no se toca el cuerno, ni el Ayuntamiento interviene para nada que tenga relación con ella; sin duda porque su existencia no viene de antiguo. Hace algún tiempo, cuando la ganadería trashumante estaba en todo su apogeo, llevaban consigo los pastores, á Extremadura todo el ganado caballar, en su mayoría yeguas, para criar, no dejando en la sierra más que los bueyes al cuidado de la mujer para las labores del campo; pero cuando las merinas fueron en decadencia, sobraban ya pastores; y éstos, en vez de emigrar á Extremadura, se quedaban en su país con sus reduci

(1) En muchos pueblos de la misma y de otras provincias, se llama dula. Se cuida generalmente por adra ó turno entre los vecinos que tienen caballería en la dula, lo mismo que las porcadas, por ser pequeño el pueblo y no poder costear empleado especial. En Gallejones obligó el concejo á que todo vecino guardase la dula ó yeguada, con el objeto de que todos tuviesen al menos un burro, para evitar que molestasen á los demás convecinos pidiéndoles sus caballerías para las más urgentes necesidades, como ir al molino, al mercado, etc.

Otro hecho análogo y no menos curioso. Hace cincuenta años, el concejo de Pesquera de Ebro acordó que todo vecino había de sembrar una cierta cantidad de patatas, las cuales fueron á comprar á Gallejones.-J. D.

TOMO 67

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