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llan sus flamantes hipótesis, ni más ni menos aclaradas ó robustecidas con los datos de la experiencia, que pudieran es-tarlo las de los metafísicos á priori. Confúndase, una vez más,, en el campo especulativo, la psicología con la fisiología, la inteligencia con las fuerzas físicas, la variedad de los seres con la unidad de la sustancia, las leyes que rigen á la naturaleza. con las que gobiernan el espíritu, Dios con el mundo, la filosofía con la mecánica, la zoología con la historia; en esta eterna obsorción hacia el materialismo, que penosamente cumple el pensamiento moderno, hiriendo con su hacha demoledora las más preciadas conquistas del espíritu, y entonando su fúnebre y monótona endecha, como medrosa ave solitaria, sobre las ruinas; pero en el momento de abandonar este desierto para lanzarse á los azares de la propaganda activa, detenga un instante la nueva secta su corriente destructora ante la evidencia del imposible que quiere realizar.

¡No! Las sociedades humanas no podrán jamás renunciar á la creencia en la libertad, porque la libertad es un hecho de conciencia en la vida individual, y una realidad incontrovertible en la historia. Su conciencia le dice á cada hombre que es libre por idéntico modo cuando realiza actos aislados que cuando se impone un plan ó un sistema, en relación con los demás, ó acepta el sacrificio y el martirio; que es más libre cuanto más se desliga de los vínculos de este elemento envolvente que llamamos materia, y más se extiende por la esfera purísima del pensamiento. ¿Qué hierofante positivista me convencerá á mí de que no soy absolutamente libre al poner mis actos en concordancia con mis ideas, al trazar estas líneas sobre el papel, al imponerme una privación determinada, al fijar las pautas y derroteros de mi conducta futura? Si es ilusión de la conciencia, como opina Ferri, ¿por qué se ve prácticamente confirmada, hasta en el momento en que la libertad cede y la voluntad se humilla, con la convicción que al espíritu domina de la posibilidad de superar el obstáculo mediante un esfuerzo voluntario? ¿Qué significa el remordimiento sino el convencimiento íntimo de la libertad? Ni ¿en qué ilusión ha de consistir el fenómeno opuesto de la satisfacción interior, que arranca precisamente de una acción contraria á los ins

tintos y pasiones, realizada también por la voluntad? Una cosa es que el hombre sea libre por el mero hecho de existir, y otra muy diferente que sus actos aparezcan siempre dotados de la misma fuerza expontánea. Libertad es ante todo dominio del espíritu sobre el cuerpo, tendencia al bien, aplicación de las ideas á los actos, régimen, gobierno; pero no excluye la contradicción fundada en una elección errónea ó mala, porque en cualquier instante es posible, como dice Ahrens, interrumpir la serie actual de las ac ciones y tomando por guía las ideas de lo verdadero, de lo bello y de lo justo, comenzar una serie distinta de pensamientos, sentimientos, deseos y aun toda una nueva vida, si la fuerza de la razón es bastante grande para cambiar completamente los motivos que nos inspiran.» (1).

La preexistencia fatal de motivos indicada por Ferri, de absoluta conformidad con las enseñanzas deterministas, podrá ser cierta, y es claro que estamos ya completamente en plena hipótesis ó conjetura; de hecho resulta que el hombre obra siempre por un motivo; el irascible, abandonándose á las sujestiones de su pasión predominante, el perezoso obedeciendo tal vez á exigencias de su temperamento, etc.; pero nadie duda de que aun dado el supuesto del motivo, quera verificar soluciones contrarias (venciendo unas veces á la pasión, y dejándose otras vencer por ella), y en este caso volvemos á preguntar; ¿es ilusión la facultad de dirigirnos á nosotros mismos? Y en todo caso, ¿se podrá dejar de imputar al hombre un acto de que hubiera prescindido tan sólo con quererlo? ¿Qué hay aquí sino el germen, el embrión, la primera noción de la responsabilidad? El moralista, y, por ende, el legislador, consideran al hombre tal como es en la realidad, y de nada sirve decirles que el delito brotará indefectiblemente en un determinado ambiente social, si sabe que su anónimo autor pudo cometerlo ó no co meterlo, é intenta precisamente castigar ó corregir en él el principio impulsor de su dañada voluntad. Aun dentro del or den universal las acciones humanas, cuanto más vigorosamente se acentúan por el genio de una personalidad ilustre, más libres parecen, y las grandes figuras de la historia, que fueron

(1) «Cours de Droit naturel».-pág. 113.

órgano de sus leyes, brillarán eternamente en el zénit de la libertad individual.

Carece, pues, de fundamento toda la argumentación de Ferri contra la libertad, basada en la incompatibilidad de ésta con las leyes sociales demostradas por los datos estadísticos, y bien pudieron no equivocarse Quetelet, al afirmar que con la misma regularidad con que el hombre paga su tributo al Estado y á la naturaleza, lo paga á las cárceles y á los presidios, y Bukle, al someter á la estadística hasta las simples distracciones, cuando comprobaba el caso, verdaderamente curioso, de hallarse en los buzones de correos de Inglaterra el mismo número de cartas sin sello, reproducido anualmente; porque aparte de las inexactitudes y variaciones que fácilmente se registrarían tomando períodos un poco extensos de tiempo, sin confiar ciegamente en el resultado casual de otros menores, y prescindiendo igualmente de la importancia de tales variaciones, no desconocida por el mismo Ferri al conceder que existen fluctuaciones en la criminalidad anual de cada país, y al hablar de la criminalidad legal, aparente y real; la existencia de leyes sólo implica la de propiedades ó facultades idénticas, empleadas por el hombre con una rectitud y una regularidad, que siendo, en la apariencia, análoga á la que impera en la naturaleza, es, en realidad, producto de la libérrima acción de aquél (1).

Para el legislador y para el Derecho no puede haber duda. Al hecho evidente, incontrastable, al dato de experiencia de la libertad, tienen que responder con la sanción constante de la responsabilidad y de la imputabilidad, que sin aquélla no se explica ni se justifica, á no ser apelando á esta sentencia brutal de Stuar-Mill, «con ó sin libre albedrío, la pena es justa, en aquella medida que hace falta para alcanzar el objeto legítimo de la sociedad, ni más ni menos que es justo matar á una fiera para salvarse.» Á eso queda, en puridad, reducida la moral de los positivistas contemporáneos.

De aquí el empeño tenaz de Ferri de negar, al par de la libertad humana, todo valor ético ó moral al delito, sin comprender que la medida y la necesidad del castigo consiste en la per

(1) Azcárate, Estudios filosóficos y políticos, pág. 38.

versidad demostrada por el culpable, verdadero punto de partida del Derecho penal, que sin él debiera quedar reducido, en buena lógica, á un sistema preventivo como el que se usa para librar á la sociedad de los locos; de todo punto inútil en esta originalísima aplicación, que ningún escritor de la nueva escuela se ha atrevido á defender hasta ahora, por no incurrir en el absurdo de intentar curar con simples disposiciones previsoras, un síntoma ya manifiesto y acaso grave. Y he aquí cómo los positivistas encerrados en un círculo vicioso, condenados á la durísima alternativa de dejar á la sociedad sin defensa, entregada al brazo secular de los malhechores, para que hagan de ella á su talante, ó de imponer castigos á desgraciados que carecen de mala intención y no son libres, ni por ende responsables; optan por este último recurso, invocando las mismas razones que cierta señora, nada blanda de entrañas, al parecer, que forma en las filas del positivismo, invocaba en el prólogo al Origen de las especies de Darwin. Decía así Mad. Clemencia Royer: «La ley de la selección natural, aplicada á la humanidad, demuestra con sorpresa, con dolor, cuán falsas han sido hasta ahora, no sólo nuestras leyes políticas y civiles, sino nuestra moral religiosa. Descúbrese uno de los vicios menos frecuentes, pero no menos graves. Tal es la caridad imprudente . y ciega, en la que nuestra era cristiana ha buscado siempre el ideal de la virtud social, por más que su consecuencia directa fuese empeorar y multiplicar en la raza humana los males á que aspira á poner remedio. ¿Qué resulta de esta protección absurda concedida exclusivamente á los débiles, á los achacosos, á los incurables, á los malos, en fin, á todos los desgraciados de la naturaleza? Resulta que los malos tienden á perpetuarse indefinidamente.»>

Dado semejante criterio sería lógico aprovechar el cálculo del autor de I nuovi orizzonti, que afirma que la pena de muerte valdría sólo como medio de selección artificial, si se aplicara con resolución, exterminando en Italia á 1.500 individuos cada año, para librar al resto de la nación de su influencia contagiosa. No negaremos que Ferri se vale de la imposibilidad de practicar este remedio para argumentar, con aire de triunfo, contra la pena de muerte, que ejecutada en

otras proporciones menos alarmante es ineficaz, en su sentir pero sí que tales escrúpulos sean sinceros en los partidarios de la selección y de la lucha por la existencia, que más bien debieran declararse, sin rebozo, mantenedores del piadoso socialismo espartano, y, cual procedía la austera república rival de Atenas con los niños que nacían contrahechos ó con los ilotas inútiles, condenar á muerte, dejándose de contemplaciones, aras de las sombrías deidades positivistas, á todos los criminales incorregibles.

en

Ferri habla de la temibilidad de éstos; la temibilidad reside en la perversidad, en la mala intención demostrada en el delito; la del loco no hay que tenerla en cuenta, ni existe ni se debe apreciar, á no renovar las horribles aplicaciones del antiguo adagio, el loco por la pena es cuerdo; luego si se excluye como quiere Ferri el vital elemento de la intención, inspirador de la penalidad en todo pueblo culto, la temibilidad no puede ser alegada, en buenos principios, ó es, poco más ó menos, igual en el animal irracional y en la criatura inteligente, en el libre y en el esclavo, en el sano y en el enfermo, en el cuerdo y en el loco.

El pensamiento del ilustre escritor italiano servirá para construir, como intenta, una dinámica defensiva, una clínica social, tal vez un sistema de resistencia uniforme, bárbaro y rudamente arbitrario; para erigir una verdadera ciencia ni un Derecho penal, no sirve.

Porque el Estado, al organizar y dirigir sus poderes y funciones, no puede prescindir de la moral ni de la justicia, ni contentarse con emplear meros resortes materiales, ni mucho menos convertirse en equivalente de la fatalidad inexorable ó sumarse con las fuerzas ciegas de la naturaleza. Otra es la corriente de ideas y otras las doctrinas que vienen, desde la primera aparición histórica de la organización social, impul-. sando la formación y el desarrollo del Estado. Personalidad ó entidad moral; llámese, como le llamamos de buen grado nos otros, institución superior tutelar, central, del organismo social, ó llámese, si se quiere, órgano único, exclusivo, y por en de, limitado de la realización del Derecho; sea mera institución de policía, cual pretendía cierta desacreditada escuela, ó media

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