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positiva y admitida mientras las sociedades humanas posean un resto del instinto de conservación que anima á todo ser, enfrente de las causas que tiendan á destruir su existencia.

Ni cabe sostener que el aumento de la criminalidad, ó sẽ se quiere, la existencia constante de ella en las sociedades humanas sea una razón poderosa contra los sistemas penales seguidos hasta el día. Serán éstos susceptibles de modificación, de hecho lo han sido en el tiempo, y es de esperar que no desmientan, en lo sucesivo, la condición progresiva de la mayor parte de los conocimientos del hombre y de todas las fases de su inteligencia; pero nunca dejarán de existir, como nunca desaparecerá por entero, ni hay sospechas de que por ahora, al menos, en lo más mínimo, se extinga alguna de las especies de la criminalidad, que es la eterna sombra de la vida. social, su seguro é inevitable acompañamiento. No hay derecho á esperar con los actuales ni con otros procedimientos penales que se inventen, aun cuando asintiéramos generosamente á los deseos de la novísima escuela, y practicáramos con resolución sus atrevidas soluciones, dando al olvido á un tiempo mismo la tradición y la Filosofía, que el crimen desaparezca; como no le hay á pensar que el pecado deje de su mano al hombre, apartándole ya, de una vez, de su inflexible dictadura.

Suprimir 6 mutilar el Derecho penal, porque los actos criminales no ceden al embate de las penas, equivaldría á renunciar á otras aplicaciones del poder, cuya eficacia no se descubre á primera vista, aun siendo incontrovertible; equivaldría á abdicar derechos sagrados, á despojarse de armas poderosas, á borrar del libro de la historia todas sus enseñanzas, á ir contra la corriente natural de los acontecimientos sociales, á declarar por ley de todos ellos la guerra.

No hay más remedio: á cada infracción un correctivo á cada delito una pena. A los ataques del malhechor ha de responder el Estado, no como quien pelea, sino como quien juzga, con la tranquilidad estoica que proporciona el cumplimiento del deber.

Y aquí tropezamos de nuevo con el eterno argumento de las escuelas positivas; la estadística, cual si de los datos que ella proporciona pudiera deducirse alguna conclusión defini

tiva. Así, una de las afirmaciones principales del libro que examinamos, es la de la existencia de los criminales incorregibles.

No negamos el hecho. Existen, sí, digan lo que quieran los partidarios de la doctrina correccional, verdaderos aunque escasísimos tipos de malvados incapaces de corrección y de arrepentimiento, seres absolutamente depravados, cuyo corazón no se abrirá jamás á la dulce influencia de un sentimiento generoso, ni cuya inteligencia alcanzará, en momento alguno, la dicha de dar cabida á una idea honrada; para quienes la vida no es otra cosa que una lucha sin término con el bien, y el hombre un espantoso mecanismo de malas artes, un microscomo, en el cual está siempre apagada la única luz que puede hacerle contempiar en toda su soberana hermosura, lo infinito: la luz de la conciencia. Existen, sí, por desgracia del humano linaje, para mengua de nuestra condición y escarnio de las teorías progresivas, los criminales incorregibles, que los novísimos doctores triste y lúgubremente nos retratan en las frías y desoladoras páginas de sus libros; pero constituyendo tan sólo una horrible excepción en la tierra. En la mayor parte de los que tal se nos antojan, hay todavía un principio salvador, un asidero para la esperanza, una fibra desconocida que puede responder al conjuro de una voz simpática, á la perseverancia, á la insistencia cariñosa de un pensamiento redentor. Hay pocas almas completamente entregadas al mal, y muchas que fácilmente aciertan á sacudir su yugo, aun en medio de las más terribles y angustiosas tribulaciones. ¡Cuántas veces no ha bastado un sencillo ejemplo de moralidad, una palabra compasiva, una voluntad medianamente ejercitada en tas sombrías batallas que se libran en lo interior de las conciencias para arrancar su presa al dolor ó al crimen! El mundo moral es semejante al mundo físico, y así como en éste el choque de dos cuerpos, en determinadas condiciones, produce la chispa eléctrica, bien pueden en aquél, del contacto de dos almas y. de dos inteligencias, nacer el bien y la virtud.

No queramos convertir la realidad en algo peor de lo que es en sí misma, ni la excepción en regla. Unos cuantos malvados no lograrán hacer desesperar á la sociedad del arrepentimiento ó de la corrección de la mayoría de los que

sufren el saludable rigor de las leyes. Pensemos que en la mayor parte de los casos el raciocinio de esos escritores fatalistas, como observa un eminente publicista español (1), «reviste los caracteres de una novela, cuyo protagonista, el criminal, niega á Dios, niega la moral, niega el derecho, y en virtud de todas estas negaciones se declara á sí propio incorregible, y no le falta razón para ello. Pero, ¿dónde está la realidad viviente que corresponda á ese tipo? Mucho dudamos que se encuentre fuera de los romances terroríficos de Ponson du Terrail, ó de las Historias extraordinarias de Edgart Poe.»>

Ya notaba Mittermaier que, por regla general, los criminales más terribles, indultados de la pena de muerte, solían llegar, paso tras paso, á un profundo y sincero arrepentimiento, cuando el acto punible había sido en ellos efecto de complejas y extraordinarias circunstancias, que no habían bastado á arrancarles el principio moral latente en su espíritu. Es verdad que en frente de éstos señalaba á esa otra raza de culpables, absolutamente desprovistos de toda idea y de todo sentido moral, que ejecutan el crimen de una manera fría y sistemática, impulsados por el cálculo y el interés, con la esperanza del lucro seguro que ha de proporcionarles su rapiña, y sin el riesgo de la defensa del ofendido, y aun de ejemplares y formidables castigos de la justicia; pero tiene más parte que en otros factores, en su morbosa producción, la insuficiente ó incompleta organización de los establecimientos penitenciarios, la injusta indiferencia de la sociedad ante tan lamentable aspecto de su vida y ciertas inevitables y lastimosas tendencias de la naturaleza hacia el mal, que nunca lograrán extirparse de raíz, siquiera varíen en su modo de ser en cada período de, la historia humana.

Pero repetimos que tales tendencias, aunque parezcan de todo punto subordinadas, viendo la cuestión en cifras redondas, á los fatalismos estadísticos, se mueven siempre dentro de los derroteros de la libertad moral. No hay momento alguno en que no aparezcan sus enégicas solicitaciones. El primer antecedente del mal en el espíritu humano brota tras

(1)

D. Vicente Romero y Girón.-Estudios sobre Derecho penal, pág. 14.

el dolor y la mortificación de la lucha con el bien. Ya es este la educación, la enseñanza del ejemplo, el sentimiento religioso, la advertencia de la autoridad, la instintiva aversión al crimen: nunca, dicho sea en honra de la civilización, se ha` visto el alma del criminal en total desamparo de la necesaria tutela, que sobre los desvalidos ejercen el poder y la sociedad. Por todas partes el culpable de una acción mala ha puesto esto mismo en evidencia, ejecutando el delito en la sombra y manifestando en sus actos, en sus palabras, en sus precauciones, hasta en la extensión de su perversidad y en la forma de hacerle ostensible, el temor al castigo y la justicia y la necesidad de su imposición.

Tampoco la frenologia salva á los delincuentes más ó menos incorregibles, ni á ninguno de los demás; pues sin recordar ahora la vaguedad é inconsistencia de sus datos, sin alegar, por centésima vez, lo contradictorio de las experiencias frenológicas, sin hacer ruborizarse más á sus defensores con la evocación de sus lamentables extravíos y discordancias, de la falibilidad pasmosa de un procedimiento que al verificar sus aplicaciones encuentra el órgano de la estupidez en el cráneo de Laplace, el de la benevolencia, pero no el de la adquisividad en el del sanguinario ladrón Lacenaire y el órgano de la teosofía en la cabeza del carnero; es indudable que no cabe fundar más que conjeturas sobre tales sistemas, ni contraponer, como factor moral deducido de sus enseñanzas, á la libertad del hombre otro obstáculo que el de una predisposición, de todas maneras vencible, y, en la práctica de la justicia, nada que acierte á adquirir ni siquiera una existencia probable, algo que exceda los límites de la sospecha (1).

(1) Los mismos positivistas han rebajado notablemente la importancia de la Frenología, ó si se quiere, dada la aversión que profesan á este nom bre; de la Antropología, er esta parte, en el hecho de privarla de sus antiguas pretensiones de matemática exactitud y reducirla á la categoria de un conjunto de datos inciertos que no bastan á fundar nada fijo ni estable, sirviendo, à lo sumo, para ayudar a otras observaciones de carácter psicológico. Asi concebida no hay inconveniente en admitirla. Todo lo que afirma Ferri en la materia es que el cráneo de dos tipos criminales diflere, al parecer, del cráneo del hombre sano.)

El fatalismo de la frenología, de la herencia y del ambiente social, en puridad, no es más que un simple dato de interés para el sociólogo ó el criminalista. El jurisconsulto, el juez, no pueden ni deben tenerlo en cuenta. Porque hay hechos contradictorios á toda experiencía de esta clase y el Derecho no acepta tan extrañas é incongruentes virtualidades al lado y en contra del único hecho que para él no presenta contradicciones ni sufre menoscabo: la libertad humana. No es igual una enfermedad que un hábito, ó una predisposición, ó un ejemplo vencible. Un Tribunal se detendrá ante la consideración de que entre los ascendientes de un reo, en muchas ó en pocas generaciones hubo algunos ó muchos locos ó epilépticos, para solicitar con interés sobre este particular el juicio de la ciencia; pero ante la consideración de que los padres y abuelos del reo, si fuera posible averiguarlo, hasta las más remotas generaciones, han sido penados, á su vez, por delitos innumerables; ante esa predisposición, ante esa forma de la ley de la herencia, sí que se puede asegurar, sin temor de equivocarse, que no se detiene tribunal alguno en el mundo, aunque el culpable sometido, á su fallo resulte procedente de una estîrpe nefanda; porque sobre la herencia está la libertad, y sobre el ejemplo recibido, y hasta sobre los hábitos arraigados, están la ley moral y la conciencia.

Otro inconveniente ofrece este aspecto de la escuela que combatimos (1), en su inmediata consecuencia, la famosa ley de saturación criminal, y consiste en la imposibilidad de reducir á número, peso y medida los varios y complejos eleméntos de que consta el llamado ambiente social; de constituir con ellos una á modo de perfecta ó aproximada ecuación matemática; de señalar la ley porque se rigen y el equivalente que en

(1) Al examinar Oettingen estas cuestiones hace notar la poquísima confianza que la estadistica le inspíra, la precipitación censurable cón que se sacan de sus cifras consecuencias extremas, formando así un nucleo de afirmaciones dogmáticas sin justificación ni apoyo posible en la realidad y en la experiencia, y lo generalizado de tal tendencia entre gran número de escritores modernos. «La tendencia á deducir, de las estadísticas criminales, enseñanzas acerca de la moralidad ó inmoralidad de las costumbres del pueblo, es general, pero no científica; no es susceptible de empleo en los estudios compa

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