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importancia personal. Entre las humildes cabañas, como un bandolero en medio de una turba servil, se elevaban esos edificios de piedra maciza, con torres redondas ó polígonas, coronadas de almenas. Una de estas torres, menos gruesa, aunque más elevada, y con ventanas abiertas á los cuatro vientos, estaba destinada para el centinela, que anunciaba la hora de amanecer con el sonido de la campana ó del cuerno, á fin de que los villanos empezasen su faena, ó la aproximacion del enemigo, para que los hombres de armas se dispusiesen á la defensa. Si se cometia un robo ó un homicidio, lanzaban un grito, que debian repetir todos los hombres de vecino en vecino, á fin de que el réo no pudiese encontrar la impunidad en el feudo limítrofe.

> Uníase la naturaleza con el arte para hacer impracticable el acceso de los castillos; y los fosos, antemurales, empalizadas y contrafuertes diseminados en los alrededores; rastrillos, puentes levadizos estrechos y sin pretiles, compuertas suspendidas de cadenas, puertas subterráneas, trampas; en fin, todo aquel sistema de defensa y de emboscadas, debian aterrar á los que tratasen de atacarlos ó de sorprenderlos.

› Cabezas de jabalíes y de lobos ó aguiluchos clavados en las puertas guarnecidas de hierro, cuernos de ciervos y de cabritos en el átrio, indicaban las sanguinarias diversiones del señor. En lo interior todo aparecia dispuesto por el arquitecto, no para la comodidad y el recreo, sino para la seguridad y la fuerza. Armaduras, lanzones, alabardas, mazas ferradas, pendian en medio de los escudos colgados en salones espaciosos y desabrigados, con inmensas chimeneas, en torno de las cuales se reunia la familia para jugar al ajedrez ó á los dados, bordar, beber y oir los cuentos ó las canciones que acompañaban con el laud y la bandurria.

Allí se encontraban las provisiones necesarias, tanto de boca como de guerra, desde la cocina hasta las prisiones, desde el gallinero hasta la armería, desde los archivos hasta las cuadras, reinando en todo un lujo más costoso que delicado. Por todas partes se veian vajillas de plata y copas de oro, chimeneas de doce piés de anchura con morillos macizos para sostener troncos de muchos años, calderas capaces de contener medio ternero, y

asadores en que daba vuelta un jabato entero. Habia enormes mesas con cien cántaros de vino, hornos para cocer á un tiempo cien panes, sartenes de centenares de huevos, bodegas, guardaropas, lecherías, despensas y fruteros que rebosaban de provisiones. No se necesitaba menos para tantos escuderos, halconeros, pajes, conductores, siervos, jardineros, marmitones, mozos de tahona, de botillería, peleteros, porteros, soldados, centinelas, sin contar los amos y sus parientes, los amigos, caballeros, peregrinos y viajeros que permanecian allí el tiempo que querian y se marchaban cargados de regalos; pues el hombre que todos los dias encuentra hombres, se acostumbra á ser indiferente con ellos; y el que vive aislado, experimenta un verdadero placer á la vista y con la compañía de uno de sus semejantes, haciéndose generoso en la hospitalidad.

Por dentro el castillo estaba dividido en varias piezas: unas para las damas ocupadas en poner plumas á las flechas, muescas á los arcos, en preparar los dardos y adornar las cimeras; otras para los operarios que pulian y bruñian espadas, escudos, yelmos, mazas, martillos, lanzones, banderolas, morriones, corazas, brazales, golas, tarjas, paveses y toda clase de armas de hierro, de cobre, de cuerno y de cuero. A veces á la mitad de la comida ó de los juegos se oia el sonido de la campana del atalaya: cundia inmediatamente la voz de alerta; las armas de burla se convertian en armas de veras; corrian á las troneras, á las almenas, á las barbacanas; se alzaban los puentes, se bajaban los rastrillos, se peleaba; y rechazado el ataque, se volvian á sentar á la mesa, y seguian de nuevo los juegos y las conversaciones.

>Como el águila en su nido, vivia allí el feudatario, aislado de todos los que no estaban bajo su dependencia, sin modificar al resto de la sociedad, ni ser modificado por esta. El pueblo que habitaba alrededor de él no era su sangre, como en el patriarcado; no se componia de sus parientes y afines, como en los clanes de Escocia é Irlanda; con él no le ligaba el afecto ni las tradiciones; el noble pasaba la vida solo, sin más compañía que la de su mujer y sus hijos, áspero de genio, receloso, separado de la gente, á quien inspiraba temor, y que le obedecia sin

réplica; ¿qué alta idea no debia concebir de sí mismo, pudiéndolo todo, y esto por su sola facultad, sin más límites interiores ó exteriores que los de su fuerza? Desde niño, el orgullo de su padre y la sumision de los siervos le enseñaban que todo era lícito al señor. Creciendo en medio de esclavos trémulos y despreciados, y de espadachines prontos á ejecutar cuanto les mandase; superior al miedo y á la censura de la opinion pública; ignorante de la vida social, sin que nadie le contradijese jamás, y sin temer la reprension ni las reconvenciones, adquiria una extraña energía de carácter, volviéndose no solamente feroz, pérfido y escandaloso, sino tambien caprichoso y extravagante; y su obstinacion en no querer separarse de sus costumbres le hacia rechazar todo progreso. Sus siervos recibian de él, en lugar de sueldo, el derecho de vejar y tiranizar, nueva gradacion de despotismo que aumentaba cada vez más la distancia entre los habitantes de los castillos y los de la llanura, los cuales concibieron un respeto hereditario á aquel Jefe que todo lo podia, que los salvaba de otros enemigos, al paso que, molestados por el capricho del individuo, que pesaba inmediatamente sobre el individuo, maldecian un poder al que no se atrevian á resistir.

»>La única ocupacion del castellano era fortificar más y más su castillo, robustecer su caballo y reparar su armadura; fiando en esto, y encontrándose invulnerable á los golpes de la multitud, que caia sin defensa herida por los que él le asestaba, adquiria un valor temerario y arrogante. A veces se lanzaba desde su fortaleza para arrebatar al villano su mujer y sus hijos, que se desdeñaba de seducir, y para despojar á los viajeros ó rescatarlos. Pero como aun en los tiempos de turbulencias la batalla y el botin no son más que excepciones de la vida, á menudo estaba ocioso y desprovisto de aquellas ocupaciones regulares que pueden solo llenar la existencia. No habia asuntos públicos que reclamasen su cooperacion; juzgar á sus dependientes era oficio de pronto despacho, por lo mismo que lo desempeñaban de una manera despótica; la administracion era sencilla, pues los campos estaban cultivados por los aldeanos en provecho exclusivo del señor; la industria se hallaba á cargo de los siervos, y las letras estaban abandonadas á los monjes, que recibian de

tiempo en tiempo regalos para que orasen y se dedicasen al estudio. El feudatario debia, pues, buscar en otra parte donde ocupar la actividad que constituye la vida, y de consiguiente tenia que correr aventuras, entregarse á la caza y al saqueo, emprender peregrinaciones, hacer, en fin, todo lo que pudiese arrancarle de aquella ociosidad interminable (1).

Tanto poder, tanta independencia, hacia á los señores feudales, respecto de sus vasallos, despóticos, tiranos y caprichosos, hasta el punto de crear en sus tierras derechos cuya simple narracion nos indigna y horroriza, contrarios á la moral pública, al derecho de gentes, á los sentimientos de la caridad cristiana, y que rebajaban de una manera increible la dignidad del hombre. Eran propiedad del feudatario todas las cosas que se hallaban en sus terrenos, los bienes de los que morian sin hacer testamento, de muerte repentina ó sin confesion, como si estas circunstancias denotasen la segura condenacion del difunto. Esta piedra es más preciosa para mí que las que adornan la diadema del Rey, decia el Vizconde de Leon, en la Bretaña, departamento de Francia, mostrando un escollo cerca de la orilla del mar, porque poseia el inmoral derecho de enriquecerse con la desgracia, apoderándose de todo buque ó persona que el mar arrojaba á sus tierras; infame derecho, que fué anatematizado por la Iglesia católica. El mísero colono veia la caza correr impunemente por sus viñedos á punto de ser vendimiados, ó por sus sembrados en sazon; hasta la tímida liebre le era funesta; y ¡desgraciado si se atrevia á coger ó matar á alguno de aquellos animales! Un Obispo de Auxerre (Francia) hizo crucificar á un infeliz que ha-bia espantado á un pájaro; y Bernabé Visconti, en Italia, obligó á comerse una liebre cruda, con la piel y los huesos, al que la habia matado. Cerca del lago de Ginebra, en Suiza, los vasallos hacian la guardia en los estanques con palos largos, para impedir que las ranas cantasen y que con sus graznidos perturbasen durante la noche el sueño del caballero. Muchísimos ejemplos podríamos presentar á este tenor.

La opresion del pueblo en aquella época iba marchando á la par con la degradacion de los Reyes, lo cual dió lugar á que en (1) Cesar Cantú, edic. Gaspar y Roig, t. I, p. 496 y 497.

un mismo estado se formaran dos naciones distintas ; la una propietaria del terreno, y la otra que no poseia ni un palmo de tierra; una á quien todo estaba permitido, y otra, la más numerosa, para la cual solo habia sufrimientos. El vulgo, sin derechos ni defensa, estaba entregado absolutamente al capricho de los señores feudales; estos dictaban las leyes y las hacian ejecutar; y aquellas leyes arbitrarias solo respetaban al clero y á los que ceñian espada. Así el odio del vulgo al régimen feudal se ha venido trasmitiendo hasta nosotros en esas consejas y cuentos populares, que nos representan, ora algun señor de un castillo arrebatado por los espíritus malignos al tiempo de cometer alguna accion infame, ora vagando en pena su alma al rededor de los lugares testigos de sus violencias y desafueros; sencillas venganzas de la esclavitud popular; pues si á veces el vulgo, como un torrente desbordado y en feroz insurreccion, se lanzaba sobre los castillos, y en el primer ímpetu todo lo incendiaba y arrasaba, bien pronto las espadas de los hombres de armas se blandian sin piedad sobre la multitud inerme, ahogando sus quejas en sangre. Tal era el feudalismo en Francia, Italia, Inglaterra y Alemania.

!

En España, la nobleza de Castilla y de Leon jamás tuvieron la independencia ni las omnímodas facultades que las de los paises antes citados. Cierto es que los nobles, próceres, Obispos y Abades habian alcanzado de los Reyes derechos dominicales y jurisdiccionales; pero jamás los Reyes se desprendieron de la autoridad suprema sobre todos sus súbditos; á su nombre se administraba la justicia; solamente ellos tenian el derecho de acuñar moneda; siempre conservaron el de apoderarse en caso necesario de los castillos y fortalezas de los señores rebeldes, y todos tenian obligacion de asistirle en la guerra. Mucho contribuyeron á mantener semejante predominio las circunstancias especiales en que se encontraba la nacion española. En guerra contínua con los sarracenos, los cristianos españoles se veian en la necesidad de agruparse al rededor de un solo Jefe, para dar más unidad á las operaciones militares. No obstante, nunca faltaron nobles de genio turbulento que, con su arrogancia y ambicion, perturbasen la tranquilidad pública y tiranizasen á los pueblos;

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