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otros hicieron relaciones exageradas y pomposas de la batalla (1), atribuyéndose cada cual la victoria. Aunque despues volvieron á verse ambas escuadras, no mostraron deseos de repetir el combate. Los angloholandeses hicieron rumbo hácia el Océano; el conde de Tolosa dejó doce navíos con gente y artillería cerca de Gibraltar para reforzar al marqués de Villadarias, y dejando tambien las galeras de España en el Puerto de Santa María, se volvió á Tolon, de donde habia partido.

Con mucho ardimiento emprendió el de Villadarias la recuperacion de Gibraltar, para cuya empresa contaba con las tropas que él habia llevado, con los tres mil quinientos hombres y los doce navíos que al mando del baron de Pointy le dejó el conde de Tolosa, con la gente que llevó el marqués de Aytona, y con algunos grandes que concurrieron voluntariamente á la empresa, como el conde de Aguilar, el duque de Osuna, el conde de Pinto y otros. Pero habia el de Darmstad fortificado bien la plaza: habia recibido un refuerzo de dos mil ingleses; echóse encima la estacion lluviosa; las aguas deshacian las trincheras; las enfermedades diezmaban el campamento español; consumíanse inútilmente hombres, caudales y municiones; los oficiales generales reconocian to

(1) Belando, San Felipe, Macanaz, en sus respectivas historias. Las historias de Inglaterra.

Relacion de esta batalla en la Gaceta de Madrid.

dos que era imposible tomar la fortaleza, y sin embargo el de Villadarias escribia siempre al rey que pensaba tomarla en pocos dias. Asi lo creyó Felipe, hasta que con vista del plano de la plaza y obras del sitio, y pesadas las razones del marqués y de los demas generales, se convenció de que estos eran los que discurrian con acierto y aquél el engañado. Mas por consideracion al marqués, y á fin de proceder con mas conocimiento y seguridad, no quiso dar órden para que se levantára el sitio hasta que le reconociera el general francés mariscal de Tessé, que vino por este tiempo á Madrid (7 de noviembre, 1704) á reemplazar el duque de Berwick en el mando superior del ejército.

Era ya principio del año siguiente (1705) cuando el mariscal de Tessé pasó al Campo de Gibraltar á reconocer los cuarteles, y vió los trabajos y fatigas de todo género que durante el invierno habian pasado los sitiadores, y que los sitiados recibian con frecuencia socorros, y que la bahía estaba cuajada de naves enemigas; y aunque conoció la dificultad de la empresa, no quiso abandonarla sin tentar un esfuerzo. Hizo que acudieran de Castilla mas de otros cuatro mil hombres, y se determinó á dar un asalto (7 de febrero) con diez y ocho compañías, las nueve de granaderos. El asalto fué infructuoso, y costó algunas pérdidas. Ya no quedaba mas esperanza que el auxilio de la armada francesa, pero ésta fué en parte dispersada por

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una tempestad, en parte destruida por otra inglesa de cuarenta y ocho navíos que al mando del almirante Lake salió del Támesis á proteger á los de Gibraltar. Todo esto determinó al mariscal de Tessé á levantar el sitio; sitio desastroso, y costosísimo á España, por los muchos hombres y caudales que en él lastimosamente se consumieron; y esta fué, dice con justo dolor un escritor contemporáneo, la primera piedra que se desprendió de esta gran monarquía (1).

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Por el lado de Portugal, viendo el rey don Pedro y el archiduque Cárlos una parte de nuestras tropas distraidas en el sitio de Gibraltar, otras descansando en cuarteles de refresco, y como les hubiese llegado un refuerzo de cuatro mil ingleses, repuestos algun tanto de su aturdimiento anterior, emprendieron las operaciones por la parte de Almeida, é hicieron una tentativa sobre Ciudad-Rodrigo. Pero frustró sus cálculos la habilidad y presteza del duque de Berwick, que se adelantó á aquella ciudad con un cuerpo de ocho mil peones, con los cuales no solo protegió la - plaza, sino que contuvo del otro lado del rio al ejército aliado, no obstante que se componía de treinta mil hombres, entre portugueses, ingleses y holandeses, no haciendo otra cosa el general Fagel que movimientos y evoluciones inciertas, sin atreverse á pa

(1) Belando, Historia civil, de España, tom. I. cap. 31 á 35.San Felipe, Comentarios, A. 1704

1703.-Macanáz, Memorias, capítulo 18.

sar el rio, ni á comprometer una accion, teniendo que retirarse al cabo de tres semanas (8 de octubre, 1704) con el rey y el archiduque. Igual éxito tuvo otra tentativa de los aliados sobre Salvatierra, con lo cual desanimaron de tal modo que tuvieron á bien volverse á Lisboa. Al propio tiempo el marqués de Aytona con la gente que mandaba en Jerez de los Caballeros menudeaba las incursiones en territorio portugués, teniendo el pais en continua alarma, y llevando siempre presa de ganados y no pocos prisioneros (").

En medio del estruendo de las armas no habian cesado las intrigas y las rivalidades palaciegas, influyendo no poco en la marcha del gobierno, y aun de la s operaciones militares. Aprovechó Luis XIV. la salida de Madrid de su nieto Felipe para separar á la princesa de los Ursinos, lo cual dispuso que se ejecutára con tales y tan misteriosas precauciones, como si se tratára de un asunto de que dependiera la suerte de su reino. Las instrucciones que dió á su embajador sobre la manera como habia de comunicar al rey esta resolucion poniéndose antes de acuerdo con el marqués de Rivas y el duque de Berwick; los térmi nos en que escribió al rey y á la reina; las medidas que mandó tomar para que saliera la princesa sin despedirse de su soberana; la órden que recibió la de los Ursinos de emprender inmediatamente el viage

(1) Sucesos acaecidos, etc.- ub. sup.Belaudo, San Felipe, Macanáz, tom. VII.

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Semanario Erudito,

hácia el Mediodía de la Francia, de donde se trasladaria á Roma; la amenaza de que en el caso de resistirse á esta medida retiraria su apoyo y haría la paz abandonando la España á su propia suerte, todo mostraba el decidido empeño del monarca francés, como de quien estaba persuadido, y asi lo decia, de que con el alejamiento de la camarera iban á desaparecer todos los desórdenes, todo el descontento y todos los males de España.

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Separado Felipe de su esposa, no se atrevió á oponer resistencia; la reina calló, devorando el amargo dolor que aquel golpe le causaba; la princesa le recibió con dignidad y con orgullo; obedeciendo el mandamiento, salió de Madrid sin poder ver á la reina (marzo, 1704), y en Vitoria se encontró con el duque de Grammont, que venia á reemplazar en la embajada de Francia al abate Estrées, separado tambien por Luis XIV. Fué nombrada camarera mayor la duquesa viuda de Bejar, una de las cuatro que el monarca francés proponia para sustituir á la de los Ursinos.

Lleno de presuncion, y con no pocas pretensiones de dirigir y gobernar la España, llegó el nuevo embajador à Madrid y se presentó á la reina. Mas no tardó en conocer que la jóven María Luisa, á pesar de su corta edad, tenia sobrado carácter para no ser dócil instrumento de estrañas influencias: desde la primera conferencia comprendió tambien que ni perdo

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