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dro en Mesina de regreso de Catana (24 de octubre), encontróse con un religioso de la órden de predicadores, Fr. Simon de Lentiri, encargado de decirle de parte de Cárlos, rey de Nápoles, que habiendo invadido la Sicilia y robádole sin derecho ni provocacion sus tierras, estaba dispuesto á convencerle de ello en combate singular, poniendo por juez de su pleito la espada. Este inopinado desafio del de Anjou, que tan célebre se hizo en la historia por sus circunstancias y consecuencias, no era acaso solamente ni un rasgo de valor ni un arranque de odio, era tal vez al propio tiempo un cálculo y un pensamiento político. Cárlos no se contemplaba seguro en la Calabria, donde el descontento y el espíritu de rebelion fermentaba y se agitaba sordamente, y conveníale arrojar de allí al aragonés con un pretesto honroso. Discurria tambien que no pudiendo el rey de Aragon dejar de admitir el reto, que pensaba se realizase lejos de allí, por una parte aquello mismo envolvia en sí la necesidad de una tregua, por otra los mismos sicilianos dirian: «Y ¿qué rey es este que así nos deja y así compromete nuestra suerte por aventurarlo todo al tra ce y éxito incierto de un combate personal?» Y esto produciria naturalmente general disgusto contra el de Aragon, y tal vez un levantamiento de reaccion en la Sicilia. La idea, pues, de Cárlos era un artificio diabólico de una cabeza no vulgar. Hízole decir don Pedro que no era negocio aquel para tratado por medio

de un fraile, y en su vista le envió Cárlos los principales señores de su reino con órden de que no le hablasen sino en plena corte y á presencia de todos. Llegados estos mensageros á Mesina, y congregada la corte de don Pedro, le dijeron en pública asamblea: Rey de Aragon, el Rey Carlos nos envia á deciros que sois un desleal, porque habeis entrado en su reino sin declararle la guerra.- Decid á vuestro señor, contestó el de Aragon ardiendo en cólera, que hoy mismo irán mis mensageros á responder en sus barbas á la acusacion que os habeis atrevido á pronunciar en las nuestras: retiráos.

Retiráronse estos, y no habian pasado seis horas cuando los enviados del aragonés surcaban ya las olas en direccion de Reggio. Puestos allí á presencia de Cárlos, sin otro saludo, le dijeron: «Rey Cárlos, » nuestro señor el rey de Aragon nos envia á pre» guntaros si es cierto que habeis dado órden á vues» tros mensageros para proferir las palabras que hoy >> han pronunciado delante de él.-No solo es verdad, respondió Cárlos, sino que quiero que de mi propia » boca sepa el rey de Aragon, sepais vosotros y el mun» do entero, que yo les he ordenado las palabras que >> » habian de decir, y que ahora las repito á vuestra pre>> sencia.-Pues nosotros os decimos de parte de nues»tro señor el rey de Aragon, que mentís como un be»> llaco, que él en nada ha faltado á la lealtad; os de>> cimos en su nombre que quien ha faltado habeis si

» do vos, cuando vinisteis á atacar al rey Manfredo y »> asesinásteis al rey Conradino; y si lo negais, os lo » hará confesar cuerpo á cuerpo. Y aunque reco» noce vuestro valor y sabe que sois un brioso y › esforzado caballero, os da á elegir las armas, pues»to que sois más anciano que él. Y si esto no os con» viene, os combatirá diez contra diez, cincuen a con» tra cincuenta, ó ciento contra ciento.-Barones, con» testó Cárlos, mis enviados os acompañarán hoy mis»>mo, y sabrán de boca del rey de Aragon s es cierto lo que nos cabais de decir de su parte, y si es así, que jure ante mis e..viados, por la fé de rey y sobre »los cuatro evangelios, que no se retractará nunca de »lo que ha dicho: despues regresad con ellos, y yo » haré el propio juramento ante vosotros. Un dia me »basta para escoger entre los tres partidos que me Dofrece, y cualquiera que elija, le sostendré como >bueno. Luego acordaremos él y yo ante qué soberano habremos de combatirnos, designaremos el lugar de la batalla, y tomaremos el más breve plazo »posible para la pelea.-Convenimos en todo, con>>testaron los de don Pedro (1).» Despues de muchas y

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(1) Equivócase Mariana cuando dice: Enviole el de Aragon à desafiar (á Carlos) con un rey de armas Ausque más adelante aña de: Asi lo cuentan los historiadores franceses: los aragoneses, al contrario, afirman que primero fué desafiado el rey don Pedro del francés. Nadie ignora ya que la

iniciativa del reto partió del rey Carlos: en esto convienen el aragonés Muntaner, y despues de él Zurita, los franceses Martenne y Durand, y los italianos Neocastro y Malaspina, y consta ademas por la copia de una carta de Carlos que se conserva en los archivos generales de Francia.

recíprocas embajadas, concertáronse los dos príncipes en que el combate seria de ciento contra ciento; designaron por árbitro al rey Eduardo de Inglaterra, y por lugar para la batalla á Burdeos, capital de Guiena y Gascuña, y terreno neutral, como perteneciente entonces á aquel monarca. Los dos juraron y firmaron solemnemente la carta de duelo (30 de diciembre, 1282), y con ellos cuarenta principales barones por cada parte (1), (!).

En el principio de estas negociaciones habia significado el francés al de Aragon que le parecia conveniente hubiese una tregua hasta salir de aquel reto, á lo cual contestó el aragonés «que no queria paz ni »regua con él, que le buscaria y le haria todo el da»ño que pudiese, de presente y de futuro, y que tam"poco esperaba de él otra cosa; que tuviese entendido »que le alacaria en Calabria cuando le pareciese, y »que si queria, no habia necesidad de molestarse en »ir á Burdeos para batirse. En efecto, á los pocos dias, y en el silencio de la noche, despachó quince galeras con cinco mil almogávares hácia la Cat na (2). Todo el mundo dormia cuando ellos llegaron; la mayor parte de las tropas que guarnecian el lugar fueron pasadas á cuchillo, las demas huyeron, y los almogávares recogieron no poco dinero y despojos. Desde

(1) Reymer pone los nombres de los cuarenta aragoneses que suscribieron. Fæder. tom. II.

(2) En el reiro de Nápoles, Calabria Ulterior.

allí se derramaron estos terribles soldados por los bosques de la comarca de Reggio, anidando, segun la espresion feliz del historiador, como aves de rapiña, para caer en bandadas y grupos sobre los ganados y sobre las pequeñas aldeas, llegando á veces en sus audaces correrías hasta los muros mismos de Reggio, donde se hallaba el rey Cárlos. Al fin, terminado el año 1282, tan fecundo en sucesos, abandonó Cárlos aquella ciudad para ir á buscar cerca del papa Clemente y del rey de Francia Felipe el Atrevido, su sobrino, ayuda y consejos. Tan luego como Cárlos salió de Reggio, fué llamado á ella el rey de Aragon, donde se repitieron con él los obsequios de Palermo y de Mesina, (14 de febrero, 1283). Desde allí, internándose con sus almogávares en el pais, no dejaba reposar en parte alguna al príncipe de Salerno, hijo de Cárlos, que habia quedado gobernando la Calabria, y no habia guarnicion francesa que se contemplára segura. Llegaron los aragoneses, dice Muntaner, á infundir tal terror, que el solo grito de ¡Aragon! equivalia á la mitad del triunfo. Así multitud de villas y lugares de Calabria se entregaron al rey don Pedro y recibieron guarnicion aragonesa, hasta el punto de poder dar el condado de Módica, que se componia de catorce villas, al francés Enrique de Clermont, que por una ofensa recibida del de Anjou se pasó al servicio del aragonés.

Habia el rey don Pedro encomendado á Juan de

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