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ro de 1510, día de Reyes. La ciudad fué entrada á saco; la presa grande en cautivos, ropas y bienes. Toda la tierra se hubiese entregado llanamente á España, á no estorbarlo Abdurra-Hamel, que, con los suyos, formó un campamento á ocho leguas de Bugía, sobre el río, desde donde tenía en jaque á los invasores, impidiendo el que se desmandasen por los ruedos. Mas tan turbadas y revueltas iban las cosas, que pudo escaparse de la prisión Muley-Abdalla, su competidor y legítimo Rey, y meterse en Bugía, al abrigo de los Españoles. Recibióle el General con grandes muestras de cortesía; que estimaba tener en él, un auxiliar más poderoso, que el más poderoso ejército. Y fué así; porque sus parciales vinieron á la población y vivían en un arrabal en paz con los Cristianos, favoreciéndoles en sus algaras y rebatos.

No se compadecía con el carácter del Conde sufrir resignadamente los alardes de Abdurra-Hamel; pero la cortedad de la tropa, que además había de desmembrarse para la guarda de la ciudad, se los hacía sobrellevar al redopelo. Ocurrió que, aumentándosele las fuerzas con algunas que le enviaron de las Baleares y de Cerdeña, decidió acometer el campo de los enemigos. Al efecto, puso en la vanguardia á Diego de Vera, у á los Coroneles Ávila y Marqués; en la batalla al Coronel Pacheco y á los Capitanes Bonastre y Álvaro de Paredes, cerrando él la marcha con las compañías de Vianelli. En esta orden salió, anocheciendo ya, para caer al alba por cuatro partes sobre los Moros, que no fueron sorprendidos completamente; porque los delanteros, con más codicia que disciplina, acometieron á destiempo 2. Escapó el Rey con otros muchos, habiendo perdido en el asalto de los reales unos 300 hombres y 200 cautivos. Se retiraron con gran botín los Españoles, picada la retaguardia por unos 2.400 Alarbes; pero dispersados por una rociada de los espingarderos, llegaron los expedicionarios felizmente á Bugía, bien que fatigadísimos

1 De diverso modo cuenta la toma de Bugía el Obispo Flechier, en su Vida del Cardenal Cisneros; pero nos ha parecido más seguro acomodarnos á los historiadores españoles.

2 Sandoval supone, que el no haberles sorprendido completamente, se debió al miedo de los delanteros, que gritaron al arma, sin motivo alguno, creyendo que los garrobos eran pabellones. Lo mismo dice Mármol; y en una relación manuscrita de la Biblioteca alta del Escorial, copiada por D. Martin Fernández Navarrete, se lee lo siguiente: Llevaban los escuadrones delanteros Diego de Vera, Capitán del artillería é Samaniego; é como llegasen á unos prados que se hacían como á la entrada de un valle, en la misma entrada había unos árboles, que se llaman garrobos, é como no era bien de dia, pensaron que eran las tiendas de los Moros; y con este pensamiento dan al arma y arremeten todos hacia los garrobos, disparando escopetas; é como se viesen burlados, tomaron por acuerdo de correr todos hasta las tiendas, que estaban de alli cerca de media legua.

de tan áspera jornada. Un doloroso suceso enturbió el placer de la empresa, y fué la muerte del bizarro Conde de Altamira: peleaba en la vanguardia, cuando soltándosele á un soldado el escorpión de la ballesta, le atravesó con la flecha, muriendo á poco, con sentimiento grande del ejército, y más del Cardenal, que en él tenía puestas altísimas esperanzas, y el ánimo de que substituyese al insubordinado Conde de Oliveto.

Grande fué la admiración que tan rápida conquista causó en España 1, y no menor el desaliento que infundió á los Africanos. Aprovechándolo, intimó el Conde á los Argelinos, por medio de un hijo de Alonso Enríquez, diesen parias al Rey y libertad á los cautivos. No osaron resistir la demanda, temerosos de los sucesos de Orán y de Bugía, y en 31 de Enero de 1510 se declararon solemnemente por vasallos de España, como lo habían sido de Fez, sin más imposiciones ni derechos que los que acostumbraban pagar; sin añadirles ni un quibir, ni agraviarlos en cosa alguna. Pasando los Embajadores á la Península, á fin de rendir vasallaje al Rey Católico, le hallaron en Calatayud, camino de Monzón, donde habían de celebrarse las Cortes aragonesas, convocadas para el 20; y en Zaragoza, el 24 de Abril de 1510, ratificóse el convenio por Fernando. El Rey de Túnez, que antes de la toma de Orán y Bugía ofreciera vasallaje, se apresuró á cumplirlo. El 3 de Mayo lo verificó, poniendo al mismo tiempo en libertad á los cautivos, y obligándose, con pactos muy ventajosos para los Cristianos, á dar en reconocimiento del señorío de los Reyes de España, dos caballos y cuatro halcones; y en rehenes, hasta que su hijo Muley Boabdilí tuviera edad para ello, dos personas de cada lugar de su reino. Lo mismo hicieron á los pocos días Tedeliz, Téndoles y Guixar, andando también en tratos para prestar obediencia el Rey de Tremecén 2, al que repugnaba en gran manera el nombre de vasallo y se convenía con el de aliado; pero le redujo al fin el Alcayde de los Donceles, á quien, por librarse de las incesantes cabalgadas con que les destruía la tierra, se sometieron asimismo, los habitadores de Mostagán.

Con tan prósperos sucesos, crecióle el corazón á Pedro Navarro, y ya meditaba nuevas expediciones, cuando se divulgó que iba á Italia, reem

4 El 23 de Enero de 1540 escribió Pedro Mártir al Conde de Tendilla: ¡Oh laude dignum facinus! Nihil jam Hispanis arduum, nihil aggrediuntur incassum, Africam formidine reple

verunt.

2 En la Biblioteca de la Real Academia de la Historia existe impreso en letra gótica el traslado de una carta que se supone escrita por el Rey de Tremecén al Cardenal Cisneros, y que nos parece apócrifa.

plazándole en el mando el Capitán General D. García de Toledo; pero retardándose éste y viendo lo escaso de las provisiones y que la peste picaba en su alojamiento de Bugía, salió el 7 de Junio con rumbo á Trápani, donde se reunió toda la flota, compuesta de 22 galeras, 50 naves de gavia éinfinidad de buques menores, con cerca de 14.000 hombres. El 15 de Julio levó el ancla, y declarado el intento de conquistar á Trípoli, navegó aquella vía, llegando á su puerto el 25 de Julio, día de Santiago. Es Trípoli lugar muy fuerte; cíñele el mar casi por todas partes; un ancho foso lleno de agua le defiende por el itsmo, y tras aquél, cerca torreada y numerosa artillería en los baluartes.

Los Moros, que tenían noticia del pensamiento del Conde, y habían avistado la escuadra el día anterior desde las atalayas, acudieron en tropel para defender la ciudad, y como era gente valerosa, se conjuraron en dejarse primero hacer piezas, que abandonarla á los Cristianos.

Dispuesto el ataque con gran maestría por el Conde, forzó la boca del puerto bajo el fuego del cañón de los defensores, é intentó el desembarco. Los Moros se habían dividido en dos trozos: uno, para defender la ciudad desde los adarves; otro, el istmo que une á Trípoli con tierra firme. Para contrastarlos, el de Oliveto formó igualmente en dos escuadrones á sus tropas; el primero, peleaba contra los que fuera de la ciudad le impedían el desembarque; el segundo, con los de dentro pugnando por arrimar las escalas al muro.

La artillería de las naves ayudaba poderosamente á los Cristianos: ansiosa la tripulación de tomar parte en el asalto, trepó por las peñas de la marina creyendo que dormiría el cuidado, y con buen golpe de escalas, dió la arremetida, divirtiendo á los defensores por aquel sitio.

No aflojaba un punto la furia del combate; pero los Moros que defendían la tierra, á vista de ojos cejaban, y á las dos horas, arrinconados contra los muros, fueron pasados á cuchillo. Donde andaba más herida la pelea, era en la cortina que enlazaba dos torres junto á la puerta de la Victoria y no lejos de la Alcazaba. Trepando por una escala con valor inaudito, el mancebo aragonés Juan Ramírez pudo sentar pié en el adarve. Maltrecho con los golpes, sostúvose, sin embargo, con tal ardimiento, que entretuvo á los Moros, hasta que socorrido por los que le seguían, fueron ganando los baluartes y saltaron dentro de la ciudad. Mas no se desanimaron los defensores: convirtieron cada edificio en una fortaleza; cada calle en un campo de batalla: en las plazas, en las encrucijadas, en las mezquitas, en todas partes, hervía la pelea: no el triunfo, la muerte con venganza era lo único que buscaban. A puntos

llegó el trance, que la gente menuda del ejército, vuelto pié atrás, se refugiaba en las casas. Arrojáronse entonces al mayor riesgo los Capitanes animando á los soldados con la voz y con el ejemplo. Allí murieron de gloriosa muerte, el Almirante de la armada D. Cristobal López Arriaran y otros muchos esclarecidos varones; y tanta fué la insistencia en el ataque, y tanta la obstinación en la defensa, que inútiles por el cansancio Alárabes y Españoles, se remudaban de continuo, y mientras combatían los unos, se sentaban los otros para tomar aliento. Por último, ganados los edificios, los Moros se recogieron á la mezquita mayor, donde se defendieron desesperadamente, hasta que fué entrada por los vencedores sin tomar hombre á vida.

Cinco mil Tripolitanos murieron; fué preso el Xeque al escapar; la ciudad saqueada; sus moradores cautivos; Berbería domada; las costas seguras; el nombre español, terror de África.

La noticia de la toma de Trípoli llegó al Rey, celebrando Cortes en Monzón: los Brazos, en su entusiasmo, concedieron un subsidio de 500.000 libras para proseguir la conquista. No menos deseoso el Rey, apremiaba á D. García, á fin de que partiese á su destino; nublábase el horizonte en Italia, y quería allí al de Oliveto, práctico en el país y acostumbrado á vencer bajo las órdenes del Gran Capitán; ó, según sospecha de algunos, le era molesto ya y causa de inquietudes en África, por su excesivo poder. Entretenía, no obstante, el de Toledo su marcha, con la aprensión de la peste, no del todo apagada en Bugía; y Pedro Navarro, con dobles bríos por el suceso de Trípoli, acariciaba el pensamiento de apoderarse por fuerza de armas del reino de Túnez tributario del de España; que la ambición y la codicia, so color de bien público, ni respetan leyes, ni reconocen fueros.

4 Estaban unos y otros tan cansados que parecía burla su pelea, y se sentaban á descansar unos, mientras los otros peleaban. Mármol, Descripción del Africa.—Sandoval, Historia del Emperador Carlos V.

CAPÍTULO IV.

Determina Pedro Navarro la conquista de los Xerves.-Llega el nuevo General D. García de Toledo.-Pasan á los Xerves.--Proposiciones del Xeque.-Desembarca el ejército y marcha en busca de los Moros. -Sed que sufre.-Muerte de D. García.- Derrota general.-Culpan á Navarro.-Su defensa.—Intenta correr la costa de Africa.-Desembarca Vianelli en los Querquenes. - Su muerte.-Inverna el Conde en la isla de Lampadosa.

Para dar cima á sus propósitos, vista la dilación de D. García de Toledo y que no se le enviaban los caballos que había pedido para la conquista de Túnez, el Conde Pedro Navarro determinó emprender la de los Xerves, y con ocho galeras salió de Trípoli el 10 de Agosto de 1510, á fin de reconocer la isla. Hablamos ya en las parcialidades de ella: Yahya, caudillo de la una, que había logrado sacudir el yugo del Bey de Túnez, y apoderarse de toda la isla, dominaba con el nombre de Xeque. El Conde tuvo con él grandes pláticas, intimándole prestase obediencia al Rey Católico, ya que la oposición á sus fuerzas era imposible; pero no se avinieron, aunque el Moro alegaba que no quería guerras con Españoles, tan bien tratados por él como los naturales. Volvióse el de Oliveto á Trípoli, firme en la idea de la conquista. Ya tenía las tropas á bordo, y solamente esperaba viento bonancible, cuando llegó el General con Diego de Vera, que se le unió en Bugía, y en diez velas unos 4.000 hombres. Reunidos á los 8.000 de Navarro, y con gran copia de vitualla, hicieron rumbo á los Xerves, donde fondearon en la noche del 28 de Agosto.

4 Sandoval supone que Diego de Vera quedó en Bugía: seguimos la relación de Zurita, confirmada por Fernando de Herrera, que en sus Anotaciones á las obras de Garcilaso, dice: Ya en este tiempo había entrado por fuerza el Conde á Tripoli, y D. García, que con 7.000 hombres de guerra había ido á Bugia, viendo que crecía la peste de aquella ciudad, se salió della y dejó 3.000 hombres con parte del armada, y se fué en seguimiento del Conde. Llegando al punto de Trípoli con 13 ó 46 naos gruesas, donde lo halló embarcado con su gente para ir sobre la Isla de los Xerves, distante de Trípoli 35 leguas, fué recibido del Conde con mucha alegria él y otro hermano suyo, y Diego de Vera, Capitán del artillería.» La relación de la Biblioteca alta del Escorial concuerda con las Anotaciones.

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