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va al campamento de los Moros, les asegura que cansado de trabajar dormía profundamente el destacamento, y les incita á sorprenderlo. Aceptan los Moros, cercan el puesto, caen de rebato sobre los Españoles y los pasan á cuchillo sin defensa: tres solos escaparon de la general matanza, dos cautivos y otro que, lleno de heridas, quedó entre los muertos, y que recogió D. Diego Pacheco, á quien envió el Conde para averiguar la verdad de lo sucedido. Tal fué el remate del Veneciano Vianelli, que tantos servicios había prestado á la Corona de Castilla en las guerras de África 1.

Hondamente afligido con esta desgracia el Conde, siguió el rumbo hacia Lampadosa, pensando destruir toda la ribera, desde los Xerves á Túnez; pero fué el invierno tan áspero, que á su pesar hubo de permanecer casi todo él en la isla. Las guerras de Italia y los posteriores sucesos de su vida de aventuras, hasta morir de tedio ó violentamente en una cárcel 2, le impidieron cumplir su propósito.

A Flechier pone la muerte de Vianelli antes de la derrota de los Xerves; pero contradicenlo nuestros historiadores, haciéndole figurar en aquélla.

El Autor de la Relación de los sucesos de las armas marítimas de España en los años 1510 y 4544, que parece fué testigo presencial y parte en ellos; lo cuenta con algunas diferencias accidentales: por su curiosidad, insertamos la parte que con la muerte de Vianelli se relaciona, en el Apéndice núm. 5.o

2 Paulo Jovio, amigo de Pedro Navarro, dice en el libro VI de sus Elogios: «Que trasladado á la fortaleza de Castel-Novo, en Nápoles, de la que era Gobernador D. Luis Icart, y habiendo venido orden del Emperador para castigar á los Angevinos que le hubiesen deservido; Icart, haciendo detener algún tanto al verdugo, y procurando que la ejecución se dilatase, dió lugar á que Navarro, que estaba moribundo, falleciese de su enfermedad al poco tiempo.» Esta parece la opinión más probable, confirmada por el contemporáneo Juan Ginés de Sepúlveda.

CAPÍTULO V.

Niegan el tributo los Moros.-Sitia el Rey de Túnez á Trípoli.-Sométense de nuevo los tributarios.-Ataques á las plazas de los Portugueses.-Prepárase la armada del Rey Católico.—Socorre á Ceuta y Tánger.-Gonzalo Mariño quebranta la tregua con los Montañeses de Bugia.-Martin Argoté trata de apoderarse de Túnez.-D. Manuel de Portugal toma á Azamor.--Proezas del Capitán Atayde.-Descalabro de los Portugueses en la Mahamora.- Destrucción de la escuadrilla del corsario Solimán.-Horruch Barbarroja sitia á Bugía.-Socórrela D. Miguel de Gurrea.-Asalto de Bugía. -Barbarroja levanta el sitio.

Con la infeliz jornada de los Xerves ensanchóseles el pecho á los Africanos. Los pueblos, que se habían sometido como tributarios, se negaban á seguir satisfaciendo su empeño; que lo otorgado con violencia, fácilmente se rompe. Distinguióse entre todos el Rey de Túnez, que por medio de los Morabitos había predicado la guerra santa, y puesto en armas el reino, ordenó á su Mezuar y al Xeque de los Xerves, que cayesen sobre Trípoli. Á principios de Febrero de 1511 se presentó el Mezuar con gran ejército delante de la plaza, que combatió fuertemente; pero recibieron tanto daño de los nuestros, que levantaron el sitio. Desanimados los Moros de los alrededores, ofrecieron de nuevo á Diego de Vera alzar pendon por el Rey de España y pagarle el tributo como antes.

La nueva de la expedición que se prevenía y las quejas de sus vasallos, hicieron reflexionar al Rey de Tremecén que creyó lo más prudente volver á la pasada obediencia: al efecto, envió al Alcayde MahomadAben-Abedí con varios presentes y halcones para el Rey Católico, muy amante de la cetrería, y concertó con D. Diego de Córdoba, Gobernador de Orán, quedar por aliado y tributario, servirle en la guerra, indemnizar los perjuicios que por su tierra viniesen á los Cristianos, pagar anualmente 13.000 doblas zaenes, reconocer como único puerto de contratación á Orán, donde él pondría Almojarife que cobrase el impuesto sólo á sus vasallos, dar libertad á todos los cautivos y volver las cosas al estado que tenían antes de los sucesos de los Xerves; ejemplo que siguieron Túnez, Mostagán y Argel, y casi todo el litoral africano.

También las posesiones portuguesas se habían resentido de nuestros descalabros. Sobre Arcilla y Saffi, auxiliada por tropas de la isla de la Madera, cayó numerosa morisma, resistida valientemente por el Gober

nador Juan Coutinho y el Capitán Atayde, que después corrió la tierra hasta cerca de Marruecos, con gran reputación suya, si con dudosa utilidad para su patria.

Seguía, mientras, D. Fernando, con ánimo de hacer la guerra en persona, y conociendo lo importante de Trípoli, determinó incorporarla á Sicilia, para que pudiesen los Virreyes acudir al socorro con más facilidad. Nombró por ello Gobernador á D. Jaime Requesens, persona de su confianza; reforzó la guarnición hasta completar 2.500 hombres, y quedó acordado que Trípoli sería una de las estaciones navales del Mediterráneo.

Apercibida la armada y asoldados 1.000 archeros ingleses al mando de Lord Derbi, iban á embarcarse en Málaga, cuando la ruptura de las negociaciones con el Francés y los aprestos contra el Papa Julio II, obligaron al Rey á suspender la marcha. Sin embargo, á mediados de Setiembre, ordenó al Almirante Villamarín reuniese sus galeras á las de Oliveto, que estaban en Nápoles, y publicase nueva expedición contra Infieles.

Pirateaban éstos por las costas de Granada, tenidas al resguardo del Capitán Berenguer del Olmo. En tal sazón, llegaron con alguna fuerza Rodrigo de Bazán, Pero López de Horozco (el Zagal), y el Capitán Hernando de Valdés, con el intento de dar sobre la ría de Tetuán, abrigo seguro de corsarios, y quemarles las fustas que tuviesen.

Aparejaban ya, cuando vino noticia de que el Rey de Fez con todo su poderío rompía contra Ceuta, y variado el intento, marcharon en su socorro. Allí supieron que Tánger estaba en grande aprieto; por lo que, dejando en Ceuta la gente de Marbella, navegaron la vía de aquella plaza, á donde llegaron el 18 de Octubre. Defendíala D. Duarte de Meneses con mucho valor é inteligencia, y convino en el pensamiento de Rodrigo

de Bazán, Pedro López de Horozco, Mossén Juanot de Olms y Mossén Fivaller, Caballeros catalanes, de hacer una fuerte espolonada. Salieron los Españoles, ganaron una de las estancias de los Moros, matáronles mucha gente, y se retiraron con grave riesgo, por no tener otro camino que el de entre la mar y la fortificación, inundado entonces por el creciente del flujo.

Al otro día, los caballos portugueses salieron de la plaza y escaramucearon con gran empeño. Sabido el socorro, al Rey de Féz cayósele el corazón y descercó al punto, volviéndose las galeras españolas á Gibraltar con la gloria de haber auxiliado al de Portugal. Las guerras de Italia entretuvieron á D. Fernando, y la expedición anunciada no tuvo lugar por entonces.

Seguían los Africanos de Bugía en buena paz con los Españoles que mandaba D. José de Bobadilla; relevóle Gonzalo Mariño de Rivera, quien instigado por los Moros de Argel, tributarios de la Corona de España, principió á guerrear sin razón alguna, á los Montañeses de la sierra de Benaljubar, que estaban atreguados, aprisionando traidoramente á los Xeques de Benaljubar y Benagrabín, que bajo la fé de los capítulos iban á comerciar á la ciudad.

Sintiéronse grandemente los Montañeses, predicaron los Morabitos, juntáronse arriba de 20.000 Alarbes, y alzado caudillo Muley-Abdala, acometieron á Bugía, y derribando el arrabal habitado por los Moros, pusieron á la ciudad en grande aprieto. Súpolo el Rey; culpóse á Mariño, y le destituyó del gobierno, enviando en su lugar á D. Ramón Carroz, que dió libertad á los Xeques. Apaciguáronse con ello los Moros; pero recelosos ya de la sinceridad de los Españoles, quedaron amigos aparentes, y enemigos ocultos, hasta que se brindara ocasión propicia de serlo declarados.

En este tiempo había muerto el Rey de Túnez, Muley-Yahya, que encomendó su hijo pequeñuelo al Rey Católico, de quien era tributario, para que le amparase contra el de Tremecén, que aspiraba al trono. Los Tunecíes dividiéronse en bandos, unos en favor del de Tremecén, otros del hijo de Yahya, que, más débil, pensó en entregar á los Cristianos la ciudad para que la defendieran. Parecióle á Martín Argote, Teniente del Marqués de Comares, Gobernador de Orán, sazón oportuna para alzarse con Túnez, so color de defender al huérfano, y tuvo algunos encuentros con los Moros, y trató de introducir en la ciudad 500 soldados; pero desaprobólo el Rey Católico, que creyó indigno de la Majestad arrebatar la herencia del niño confiado á su guarda, y poco conveniente meterse en nuevos intentos, cuando el Francés le amenazaba por Navarra, y en Andalucía apuntaban disensiones.

Por entonces Arcilla y Tánger rechazaron una fuerte acometida, y Saffi la del mismo Rey de Fez en persona. Soberbio con tales sucesos D. Manuel el Afortunado, envió contra Azamor á D. Jaime, Duque de Braganza, con una flota de 400 velas, 6.600 lanzas y 16.000 peones. Defendía la plaza Cide Almanzor, y el Xeque Muley cuidaba del campo con un buen golpe de ejército. Unen ambos sus fuerzas; presentan batalla al Duque; muere Almanzor; dispérsanse los Moros, y el 2 de Setiembre de 1513 ondeaban en los torreones de Azamor las quinas vencedoras. En los siguientes años consiguieron los Portugueses no interrumpidos triunfos; y el Conde de Alcoutín, Gobernador de Ceuta; D. Juan Coutinho, de Ar

cilla; D. Álvaro de Noronha, de Azamor; D. Nuño Mascarenhas, de Saffi, y D. Enrique Meneses, de Tánger, escarmentaron duramente á los ejércitos de Fez y de Marruecos; ayudándoles en todas sus empresas BenYahya, Rey que se titulaba de Marruecos por los Portugueses, y que había acrecentado de tal manera su poder, que sustentaba un ejército de 200.000 peones con 17.000 caballos.

En Daleborg destrozan los Portugueses á un ejército morisco. El Gobernador Atayde se apodera de la fortaleza de Amagor; tala los lugares de la sierra de Jarobo hasta las cercanías de Marruecos, y logra tales ventajas, que puso en ánimo al Rey de Portugal de establecer una colonia en la boca del Medhía ó Mahamora. Con este objeto salieron de Lisboa 8.000 hombres al mando de D. Antonio de Noronha; pero coligados los Príncipes de Fez y Mequínez, cayeron sobre la colonia con 70.000 infantes y 7.000 caballos; tajaron en piezas á 4.000 Portugueses, y arrasaron la fortaleza, recién construida.

Grande era el atrevimiento de los corsarios berberiscos, apoyados por las armadas turcas, que tenían en jaque á todas las de la cristiandad. Para barrer el Mediterráneo, había reunido el Rey Católico la suya, á las órdenes de D. Luis de Requesens, en la Pantalarea. Corrían fines de Julio de 1515, cuando un recio temporal obliga á una nao y á un galeón de la armada á internarse en el mar, y al querer recobrar el puerto, son acometidos por trece fustas del Arraez Solimán, temido corsario que acababa de devastar las costas de Sicilia. Defendióse valerosamente la nao, y al estruendo de la artillería acudieron las galeras, que dieron sobre las fustas, y después de un encarnizado combate, apresaron seis y echaron á pique tres, con muerte de Solimán y de casi 900 Moros.

Guerreaba también en aquellos mares otro famoso Corsario llamado Horruch, tan conocido después con el nombre de Barbarroja, á quien el mucho contrato que con sus naves sostenía en las costas del Reino de Túnez, y la reputación de que gozaba entre los principales de Bugía, habíanle inducido á alzarse con esta plaza.

Ya el año anterior, probando un reconocimiento de los castillos, una bala de cañón le había llevado el brazo, dando nuevo acicate á sus ambiciosas miras, el deseo de venganza. Como amigos reconciliados, odiaban á los Españoles los Moros de Bugía, que olvidando la satisfacción, pero no la ofensa de Mariño, pusiéronse de acuerdo con Horruch. El corsario emboscó su armada, y al caer de la noche metióse por la boca del río, lo remontó, y con sus 1.000 Turcos y muchedumbre de Alárabes del país, cercó los castillos; dirigió su artillería contra el roquero, que guardaba el

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