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puerto, y lo tomó en breve, librándose algunos de la guarnición, que con el teniente Alcayde, al verlo perdido, se arrojaron al mar, y á nado pudieron acogerse en el castillo grande. Mandaba en la plaza el valiente Carroz, que avisó al Rey su peligro, y la imposibilidad de resistir largo tiempo el empuje de los sitiadores. Escaso de fuerza, abandonó las casas, refugiándose en el castillo, que fué atacado con furia increible. No vagaban un momento los Turcos; con sus tiros destruyeron muchos de los torreones, cegando el foso con los escombros y faginas. En tal aprieto, apareció la armada del Virrey de Mallorca, D. Miguel de Gurrea, Señor del honor de Gurrea, con 3.000 hombres y escasas provisiones, que en tres noches entraron en el fuerte. Temieron los nuestros acometer las estancias del Turco, y el Turco ser acometido, replegándose por ello al alcázar que dominaba la población. Algunos días pasaron observándose; crecía la penuria entre los Españoles; llegó al extremo la necesidad, y tuvieron por acertado reembarcar á la mitad de la gente, y aun así perecieran de hambre, á no ser por una nave llena de bastimentos que envió el Rey desde Cerdeña.

Disminuidos los defensores, á la fama del sitio allegábanse diariamente multitud de Moros, y con el refuerzo, tal le creció el ánimo á Barbarroja, que determinó salir de sus líneas. Con cañones gruesos, en menos de diez días abrió en el fuerte una brecha de hasta 100 varas que podía entrarse á pié llano.

La guarnición reparaba lo batido con gran constancia, á ejemplo de los Capitanes que no huían trabajo alguno. Tal acercaron los Turcos los aproches, que pudieron entender los nuestros el día del asalto; y aunque no eran más de 1.500 hombres y grande el ejército sitiador, lo esperaban impacientes.

El 26 de Noviembre, al estruendo de la trompetería y los atabales, acometieron los Turcos por cinco partes: los Españoles recibiéronles con firmeza, y resistieron con increible constancia. Aunque el asalto había empezado al amanecer, y estaban rendidos de fatiga; tan bien lo hicieron la artillería y los espingarderos y ballesteros, que muertos muchos se retrajeron los asaltantes.

El Vizcaino Machín de la Rentería, con una fuerte espolonada, acabó de desalojarlos, y con otra al día siguiente, logró enclavarles los cañones. Horruch, visto el estado de los suyos, levantó el cerco, abandonó el castillo roquero y atravesó el río, sirviéndole de puente sus mismas fustas y galeotas.

CAPÍTULO VI.

Los piratas berberiscos.-El Rey Católico fortifica el Peñón de Argel.-Los Barbarrojas.— Muerte de D. Fernando el Católico.-D. Alonso de Granada triunfa de los corsarios.Barbarroja es proclamado Rey de Argel.-Expedición desgraciada de Diego de Vera.Apoderase Barbarroja, del Reino de Tremecén. -Aben-Chemin se refugia en Orán.—Sale contra Horruch Barbarroja, á quien socorre su hermano Queredin.-D. Martin de Argote derrota á los Turcos.-Muerte de Horruch Barbarroja. —Queredin es proclamado Soberano de Argel.-Se declara vasallo del Gran Turco.-Sitio de Arcilla. -Muerte del Cardenal Cisneros.

No nos parece fuera de propósito hablar, aunque sea brevemente, de los piratas africanos que, á las órdenes últimamente de los Barbarrojas, se mantuvieron contra las fuerzas colosales del imperio español.

La primera vez que suenan en la historia, es en el año 172 imperando Marco Aurelio. En groseros cárabos atraviesan el Estrecho, saquean las costas bética y lusitana y ponen sitio á Singilia : acuden de todos los puntos los Imperiales; les derrotan en varios encuentros; libra Galo Maximiano á la ciudad sitiada, y vuelven los piratas á sus guaridas con grueso botín y no pocos cautivos. Tito Vario Clemente, con un buen número de Españoles, les persigue hasta las costas de Tánger para que, obligados á defender su tierra, no pensasen en nuevas invasiones.

Se apoderan los Vándalos, de África, y su Rey Genserico devasta por un sistema de corsos organizados todas las costas de España é Italia; pero destruido el Reino de los Vándalos por Belisario, desaparecen los piratas.

Dueños los Berberiscos de la Península, á medida que conquistada por los naturales, eran expulsados al Africa; empleaban todos sus esfuerzos en destruir las marinas, sosteniendo los particulares de las dos naciones una especie de guerra santa perpetua.

Los pueblos de la Corona de Aragón fronteros de Berbería, que sacudieron antes el yugo muslímico, eran especialmente las víctimas, y en vano se fatigaban las galeras reales en busca de enemigos invisibles

1 Antequera. Según Masdeu, tuvo lugar esta invasión el año 170 o 171.

que, escondidos en una cala, ó tras de un promontorio, aprovechando las tinieblas, entraban guiados por los Moriscos del país, caían de improviso sobre poblaciones indefensas, y antes que las milicias pudieran reunirse, volvían á sus naves cargados de despojos y con rica presa de esclavos.

La toma de Granada lanzó al África los restos de los Árabes. En vez de la dulce hospitalidad debida á la desgracia, sus hermanos los maltrataron, los robaron, les fijaron para residencia pueblos costeños, prohibiéndoles internarse en el país. En su desesperación determinaron vengarse en los Españoles, causa primera de sus infortunios; armaron naves, aumentaron el corso, y la Berbería se convirtió en patria y asiento de todos los piratas del mundo conocido.

Abrigados de la marina turca, los más valientes ó los más afortunados, llegan á reunir gruesas armadas, á fortificar ciudades; lidian de poder á poder con las potencias cristianas, triunfan muchas veces, y toman el orgulloso, pero justo título, de Reyes del mar. Hervía de tal modo el Mediterráneo en corsarios, que no se podía navegar por él, ni vivir en las costas de España.

Los lances de este perpetuo combate entre las dos razas eran varios; los Moros, astutos para el ataque, y diestros en la retirada, hacían una guerra continua de sorpresas. La marina española decayó visiblemente: la ordenanza, que prohibía á una nave tripulada por Catalanes retirarse ante dos moras, yacía en el olvido. Tiempo hubo en que ¡oh ignominia! una galera turca resistió á dos aragonesas; «porque los Capitanes tenían más en el ánimo robar al Rey, que ganarlo á los Infieles. >>

El Mediterráneo era un lago argelino. Pensaron los Monarcas españoles en concluir con los piratas, atacándoles en tierra firme, destruyendoles los astilleros, impidiéndoles los puertos; y en virtud de este plan, se apoderaron de las principales ciudades de las costas del Africa, siendo Bugía el centro de acción contra los Berberiscos.

De Argel, más lejana de Bugía, y por lo tanto menos vigilada, era el mayor número de corsarios; y aun después de haberse declarado tributaria, hacía sus cruceros por el litoral español. Para evitarlo y enfrenarla, el Rey Católico dispuso labrar un castillo en la isleta Be

4 Este castillo parece se labró por Pedro Navarro, después de la toma de Bugía, y con arreglo al art. 5.o del tratado de 24 de Abril de 1550, en que Argel se declaró tributaria. «E cada é cuando que yo quisiere pueda facer é faga en la dicha ciudad de Algecer ó en la isla que le está delante ó donde á mi bien visto fuere, una fortaleza para guarda é defensión del puerto é de la dicha ciudad, é de los vecinos della.»-Jiménez y Sandoval en sus

ni-Mesegrenna, hoy, por medio de un arrecife, unida al puerto. En el mes de Enero de 1516 se reparó la fortaleza, temiendo la rebelión de los naturales, inquietos de suyo, y en demasía amigos de armas y de alborotos.

A los corsarios berberiscos uniéronse por este tiempo otros tan feroces como ellos, y más instruidos en las artes de la guerra; los corsarios Turcos. De Mitilene, capital de la isla de Lesbos, salieron cuatro hermanos conocidos por los Barbarrojas. Los menores, Arudj y Kair-el-eddin', pasaron al África, y con cuatro fustas llegaron á Túnez en el año 1505; el Bajá les abrió las puertas de su reino y señalóles después las islas de los Xerves, donde establecieron arsenales, aumentando hasta en 12 buques su escuadra. Arudj ú Horruch, el mayor de ellos, pensó en hacerse Rey de Bugía, y ya hemos visto el resultado. Retiráronse los dos al pueblo de Gígel, que pronto convirtieron en una opulenta ciudad, depósito del fruto de sus rapiñas.

Por este tiempo murió en Madrigalejos, á 23 de Enero de 1506, el Rey Católico; varón perspicuo, de corazón para altas empresas, severo, inteligente, valeroso, constante en las adversidades, sin par en las artes políticas; tildado de no muy firme en su palabra, por quien menos la guardaba; de doble en sus tratos, por quien trabajó inútilmente para engañarle, y de avariento, por cortesanos codiciosos y estragados. Murió tan pobre, que en el tesoro apenas había para las exequias. Desconfió demasiado de los que mucho sobresalían; injusto, por lo tanto, con Cisneros y con Gonzalo de Córdoba, espejo de lealtad y caballería. Excúsale el trabajo que tuvo para domar á aquella turbulenta Grandeza, con la que luchó en sus primeros años, y el celo de su autoridad, que no sufría ni sombra de igual en ninguno 2.

A la muerte de Fernando, quedó Cisneros de Gobernador hasta que

Memorias sobre la Argelia, así lo asegura. Llamabanse las islas de Beni-Mesegrenna, del nombre de la tribu à que pertenecían los habitantes que en su mayor parte moraban en la ciudad y sus cercanias. La guarnición que dejó Pedro Navarro en el Peñón de Argel fue de 200 hombres.

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Illescas los designa con los nombres de Horruccio y Hariadeno; otros con los de Horuch ú Horue y Haredin; otros, al primero con el de Horruch, y al segundo con los de Cheredin, Heredin y Queredin. Nosotros, siguiendo al común de los escritores, les flamaremos Horruch y Queredín, aunque sus verdaderos nombres estimamos son Arudj y Kairel-eddín.

2 Mandóse enterrar con su mujer Doña Isabel, y fueron ambos sepultados en la capilla Real de Granada. El epitafio dice asi: Mahometice sectæ postratores et hereticæ pertinatiæ extintores, Ferdinandus Aragonii, Elisabetha Castellæ, vir et uxor unanimes; et CATHOLICI appellati, marmoreo clauduntur hoc tumulo.

viniese el nuevo Soberano Carlos de Gante, aún mancebo, que en breve había de llenar el mundo con su nombre. Creyendo la ocasión propicia, por las dificultades de un nuevo reinado, los piratas doblaron sus presas y sus lamentos las costas. No era Cisneros de natural para sufrirlo pa cientemente. Encargó su exterminio á D. Alonso de Granada y Venegas, quien barrió los mares y apresó la famosa galeota de Ragusa, llamada La Negra, terror de los Cristianos y sin par entre los piratas. También á los Argelinos les pareció buena coyuntura para sacudir el aborrecido yugo: deseábalo en gran manera su Dey Selím Ectemí; pero recelaba emprenderlo con solas sus fuerzas, y por ello se concertó con los terribles Barbarrojas. Quien pide ayuda se confiesa inferior; y los protectores poderosos, usan fueros de necesarios. Entregarse á un aliado con ambición, es trocar los azares de la guerra, por la certidumbre de la total ruina. Esto aconteció al sin ventura Selím: con 18 navíos y tres ga-. leras entró Barbarroja en el puerto de Argel, donde le recibió con grandes regocijos, hospedándole en su palacio. A los pocos días lo asesina Horruch, á quien la plebe aclama por Dey. Un hijo del imprudente Selím se refugia en Orán, lo acoge el Gobernador y determina devolverle el trono, creyendo en la ayuda de sus partidarios.

No se descuidaba Barbarroja un punto, y trató de apoderarse del peñón o isleta del puerto en donde estaban fortificados los Españoles. Recurren éstos al Cardenal, quien manda á Diego de Vera que tome á Argel. Feliz fué la travesía, y desembarca sin tropiezo con 8.000 hombres. Componíase el ejército de gente allegadiza: la disciplina poca, los fieros muchos, la práctica de la guerra ninguna.

Diego de Vera pensó apoderarse de Argel por un golpe de mano, y el 30 de Setiembre de 1516 la atacó de improviso, divididas sus tropas en cuatro cuerpos. Horruch, que observaba el fraccionamiento de las tropas, hace una espolonada vigorosa: la caballería númida que se le había agregado, cerca á los sitiadores que huyen llenos de terror, quedan do tendidos en el campo de batalla casi 3.000 hombres y cautivos 400. Diego de Vera, que pudo ocultarse en una gruta, se reembarca con las reliquias del ejército, dejando mal parado el nombre español '.

Una tempestad dispersa los buques, y en aquella deshecha fortuna, muchos son echados á las playas que huían, y gran número de gente

4 El autor del manuscrito árabe el Zohrat-el-Nayerát, asegura que Diego de Vera desembarcó y fortificó su campo, donde fué atacado y desbaratado por Horruch, antes de emprender operación ninguna contra la ciudad.

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