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tomando la vuelta del Archipiélago que devastaba Andrea Doria; perdida mucha gente, levantaron el cerco los Argelinos, efectuando la retirada con el mayor orden; sin recibir daño de los Españoles que intentaron en balde picar la retaguardia, y pensando volver más adelante con mayores fuerzas y aparejo 1.

Por aquel tiempo, hallábase en Bruselas el Emperador, hastiado de las grandezas terrenas y deseando convertirse únicamente á Dios. En 26 de Octubre, firmó la abdicación, publicada solemnemente en el 28, de sus estados de Flandes y Borgoña, y en 16 de Enero del siguiente año 1556, la de los reinos de España 2.

Tan grandes pensamientos le apartaron de los sucesos de Berbería, encerrándose en el monasterio de Yuste, donde murió el 21 de Setiembre de 1558, «y cuando quiso espirar, lo conoció, y tomó el crucifijo en la mano y se abrazó con él hasta llegallo á la boca.»>

Varón magnánimo, piadoso, esforzado, de altos pensamientos; muchos más para reputación que para el útil de la monarquía; azote de Africanos, domador de Francia, escudo de la Cristiandad y árbitro de Europa. En su reinado el nombre español llenó el mundo. Tuvo enemigos á medida de su grandeza; graves defectos le achacan, pensión de todo el que manda. Contestaremos lo que él decía: «El que ha de gobernar se obliga á mucho; porque si es justo, le llaman cruel; si piadoso, le desprecian; si liberal, le tachan de pródigo; si se refrena, de avaro; si es animoso, le reputan por inquieto; si es grave, dicen que es soberbio; si es afable, vano; si es quieto, le tienen por hipócrita; si es alegre, por disoluto, y por fácil, si se aconseja: con que los hombres se tienen compasión, pero del Rey no; porque le miden los pasos, le cuentan los bocados, le notan las palabras, y casi, como si no fuera hombre de carne como los demás; quieren que en los afectos sea bronce, y en los dichos

Salomón 3.>>

4 En este sitio, los Argelinos emplearon piezas de batir de extraordinario calibre: «Metieron, dice Baltasar de Morales, las pelotas que habían tirado, y hallaron unas de grandeza admirable, que pesaban 85 libras cada pelota; ¡cosa terrible! y cuando se tiraban estas piezas, temblaba todo el lugar.»

2 Patxot, en sus Anales, asegura que fué la firma el 18 y la renuncia solemne el 25, que también pone en el mismo día Robertson; pero Sandoval, que copia el acta de la renuncia, señala las fechas que anotamos y que acepta igualmente San Miguel en su Historia de Felipe II.

3 En breves palabras hace su cumplido elogio Lafuente en su Historia de España. «Carlos V, dice, llenó mejor que todos los demás Principes Cristianos de su tiempo la misión que parecíale estaba encomendada: Salvó la Europa del yugo mahometano.»

CAPÍTULO XV.

Sube al trono Felipe II.-Se piensa en reconquistar á Bugía y Trípoli.-Entran los Turcos en Ciudadela de Menorca.-Muerte del Conde de Alcaudete, Gobernador de Orán. --Sale armada contra Tripoli.—Hazañas de Juan Cañete.-Conquista de los Xerves.-Derrota de la armada española.-Se apodera Sinán del Castillo de los Xerves.

A consecuencia de la abdicación de Carlos V, subió al trono Felipe II, y pronto tuvo que ocuparse en los asuntos de África.

Pensóse primeramente en reconquistar á Bugía. Los Reinos de Castilla, Valencia y Cataluña, ofrecieron hombres y dinero en el 1557, y el Cardenal D. Juan Martínez Silíceo, á imitación del Gran Cisneros, se ofreció para Capitán de la empresa, si se le ayudaba con 300.000 ducados. Consultóse al nuevo Rey, quien lo aplazó para cuando volviese á España; mas encrudeciéndose la guerra de Flandes, en ella se emplearon los subsidios otorgados para reconquistar á Bugía; que siempre la necesidad presente manda con más imperio.

La pérdida de Trípoli había cuajado de piratas los mares de Sicilia, campo habitual de los corsarios del terrible Dragut. La escuadra turca, al mando de Piali, investigando playas, codiciaba larga presa, y después de haber sembrado el espanto y la destrucción en su camino, el 2 de Julio de 1558 cayó sobre Menorca y sitió á Ciudadela que resistió cinco asaltos: sus últimos defensores, intentan romper las líneas; rechazados, entran los Turcos en la población y pasan á cuchillo á 150, resto de los 700 que encerraban sus muros.

Dolorosa pérdida, pero menor de la que algo después sufríamos en África. En el pasado año de 1557, Solimán, para aplacar las turbaciones de Argel abanderizada después de la muerte de Hascén Corzo, había nombrado por Gobernador á Hascén, hijo de Barbarroja. El Xerife de

4 Era su apellido Guijarro, pero siguiendo la costumbre de la época, lo latinizó cuando era estudiante, llamándose Siliceo: sus parientes dejaron también el apellido castellano y adoptaron el latino.

Marruecos con quien mantenía España buenas relaciones, vino á sitiar á Tremecén que obedecía á los Argelinos; pidió artillería al Gobernador de Orán, Conde de Alcaudete, quien no queriendo ponerla en aventura, se la negó: por ello, y por haber acudido Hascén al socorro con más de 20.000 hombres y una fuerte escuadra, levantó el cerco acosado por el Argelino que le derrotó junto á Fez. Alcaudete, como varón de larga experiencia, quiso aprovechar el enojo del Xerife y propúsole confederarse y atacar á Tremecén y á Mostagán, quedando aquella plaza por suya y ésta para España. Vino en ello el Xerife, y el Conde solevantó las tribus enemigas de Argel, y cuando lo creyó en sazón, marchó á la Corte, expuso sus planes, y aunque con repugnancia de los Consejos de Estado y Guerra, logró por fin que se le autorizase. El 26 de Agosto de 1558, dejando confiada la plaza á su hijo mayor D. Alonso, salió el Conde con 6.500 peones, 200 caballos y á más los aventureros, llevando por segundo á su hijo D. Martín de Córdoba, mancebo de grandes esperanzas.

Temiendo la veleidad natural de los Moros y no fiando en sus promesas el sustento del ejército, cargó de vitualla y munición nueve bergantines, que costeando habían de apoyarle en sus operaciones. Cual lo había sospechado, acontecióle: los Moros en vez de unírsele, según lo ofrecido, levantaron bienes y hacienda y se refugiaron en Mostagán. A los pocos días hambreaba el ejército y tuvo que torcer la ruta en busca de la flota. Acometióle gran golpe de Turcos y Alárabes, pero desbaratados con pérdida de 300, acogiéronse á Mostagán y el Conde hizo vía hacia Mazagrán, en busca de los víveres que necesitaba en gran manera. Desgraciadamente, una escuadra argelina, que venía de saquear á San Miguel del Condado de Niebla, topó con los bergantines, y apresándolos quedó sin vitualla el ejército. Acongojóse la gente, y quién quería volver á Orán por municiones y víveres; quién, combatir á Mostagán, donde encontrarían abundancia de bastimento y fácil defensa contra los enemigos. A esta opinión se arrimó el Conde, porque no se dijera había retrocedido; vano punto de honra, que no debió prevalecer contra la razón de la guerra.

Acometió la vanguardia, rompió á la guarnición que esperaba fuera de Mostagán, y tan brava siguió en la acometida, que algunos peones se encaramaron en los muros, y un Alférez llegó á plantar su bandera. Temiendo quizá un descalabro, el Conde, en lugar de favorecer, prohibió hasta usando de la fuerza, secundar tan venturoso ataque: obedecieron los soldados, que el mandar es de la cabeza, aunque el error del que manda lo hayan de pagar todos.

Formó campo, cañoneó sin efecto con dos piezas uno de los torreones, y tuvo noticia de que venía Hascén á toda prisa en socorro de Mostagán con 8.000 peones turcos, gente de nervio y bien disciplinada, 10.000 caballos y gran número de Alárabes.

Dicen que D. Martín, mozo de gran seso para las cosas de la guerra, que no todas las partes de buen Capitán se cifran en los años; pidió licencia á su padre para con 4.000 hombres caer de rebato sobre los Turcos cansados y dormidos, y al seguro derrotarlos en la trasnochada, y que se la negó el Conde. Limitóse por ello D. Martín á hacer un reconocimiento sobre las avanzadas del ejército argelino, que retrocedieron replegándose con algún desorden. Se criticó por ello después á Alcaudete; pero si se esperaba el suceso de las armas, de la sorpresa, se le criticó sin razón; que Hascén, diligentísimo Capitán, no aflojó un punto en su vigilancia y tuvo toda la noche ensillada y embridada la caballería, y no hay más fácil derrota que la del soldado que acomete pensando vencer sin combatir, y encuentra seguro el combate y en balanza la victoria.

Fiado el Conde en el valor de sus tropas, prefería la batalla abierta, pero no contaba con la insubordinación de su ejército. Mientras D. Martín escaramuzaba con los Turcos, los Capitanes que habían quedado en el campo, se presentaron en tumulto al Conde, exigiendo que se retirase en vista del número y fortaleza de los enemigos. Excusó el Conde la contestación, alegando que cuando volviese su hijo se trataría lo que debía hacerse. Quizá en esto faltó el Conde, no dando muestra de aquel severo espíritu militar que le distinguía, castigando en el acto en las principales cabezas, la sublevación de todos : quizá no tenía en aquel trance á quien volver los ojos, y esto es lo más cierto, y hubo de asentir á lo que no le era posible evitar.

De vuelta D. Martín, se opuso al abandono del campamento; mas los Capitanes no cedieron y entonces les dijo: «Caballeros, pues que queréis que nos retiremos, hágase; pero mañana veréis que es retirarse de Turcos y Moros, y cuán peligrosa cosa pelear con ellos retirándose.» Decidido levantar el campo, aquella misma noche se emprendió la ruta de

4 <«<Lo que el Conde había de hacer es, que después de idos á sus alojamientos había de enviar á llamar á cada uno de por sí, y comenzando por los que parecían más culpados, los había de mandar descabezar, y después de hecho, había de llamar á los soldados y mostrárselos degollados y decir por qué lo hizo, y elegir otros Capitanes luego; y con esto apaciguara el alboroto y desvergüenza. Esto dicen que dijo Juan de Vega, el Presidente, que era una de las mejores cabezas de España y de mejor juicio: esta es la culpa que se puede poner desta jornada, y no fué poca.-Morales, Diálogo de las guerras de Orán.

Mazagrán, y al conocerlo cargaron los Argelinos sobre la retaguardia, que sostenía D. Martín con los caballos y alguna infantería. Pareciéndole que se juntaban demasiado, mandó una carga; pero apenas si le siguieron 30 caballos, que al verle herido de un arcabuzazo, volvieron grupas cobardemente y con ellos toda la retaguardia.

En esta confusión ocurrió un grande estrago: el repuesto de la pólvora voló, con muerte de más de 500 hombres, y el valiente catalán Ginés de Osete, que con unas pecezuelas sostenía á los soldados viejos, tuvo que abandonarlas. A la explosión y al tumulto de la retaguardia que huía, se desordenan todos, y el escuadrón de la batalla tira las picas, y á todo correr se refugian en Mazagrán. Al ver el Conde la rota, pasa de la vanguardia à la retaguardia, y afrentando á unos y animando á otros, da dos veces del acicate al caballo, y á la tropa el grito de Santiago; pero nadie le sigue. Sólo quedaban en el campo sosteniendo el ímpetu de los Turcos y Moros, los soldados viejos de Orán, que si bien cedían el terreno, era en buena formación y defendiéndose con cargas muy ordenadas.

Tres veces entró en Mazagrán el Conde, herido ya de un brazo (según se dijo, por sus mismos soldados, que también mataron al valeroso Capitán Juan de Angulo), suplicando á los fugitivos que saliesen á pelear, pues ya veían que con los pocos que estaban firmes, detenía la victoria de los Turcos; pero soldados bisoños los más, y que habían roto el freno de la disciplina, volvíanle unos las espaldas y los más deslenguados le contestaban: «que saliese él, que ellos no querían salir.» Sin esperanza ya de reducirlos, el Conde los dejó diciendo: Salgamos á morir y no pierda su honra la casa de Montemayor; y al pasar por un postigo, arremolinóse la gente, se le enarmona el caballo, cae, y en aquella angostura muere pisoteado por la multitud.

Muerto el Conde, cierran los amotinados las puertas de Mazagrán á tiempo que llegaba Hascén y le envían parlamentarios, ofreciéndose por cautivos, con tal que pudieran rescatarse los principales. Si algún soldado ignorante de los tratos ó no decaído de valor, disparaba el arcabuz, los Capitanes le daban de cuchilladas, diciendo: «Sal fuera tú, que no eres de rescate.>>>

Cuando esta vileza supo D. Martín, que estaba curándose la herida, hizo que lo sacaran en brazos, y con lágrimas en los ojos les conjuró: <«que ya que por ellos había muerto su padre, no hicieran otra cosa peor vendiéndole á él: que tuvieran ánimo, que si resistían, él los sacaría á todos en salvo.>> Prometiéronselo; pero apenas se lo llevaron, siguieron sus

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