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CAPÍTULO XVI.

Hazañas de los Portugueses en Mazagán.-Invasión berberisca en Mallorca.-Piérdese la escuadra de D. Juan de Mendoza.-Sitio de Mazalquivir.-Toman los Argelinos el fuerte de los Santos.-Llega su armada.-Asaltos al fuerte de San Miguel.-Lo abandonan los sitiados. - Asaltos á Mazalquivir.-La armada española obliga á Hascén á levantar el sitio.

Siendo Luis Lorero, Gobernador de la fortaleza de Mazagán, no cesaba de fatigar á los Moros con incesantes rebatos. Cuando se despobló la ciudad de Azamor por el Rey D. Juan III, la ocuparon de nuevo los Marroquíes. Luis Lorero cae de sorpresa, la entra á escala vista, pasa á cuchillo á sus moradores y se retira con el despojo á Mazagán. Felicísimas habían sido todas sus expediciones, y su valor llegó á rayar en temeridad; hasta que cayó en una emboscada, y de 500 hombres, sólo él y siete soldados que rompieron las líneas de los Marroquíes pudieron lograr la plaza.

ya

No se creyó que Lorero había obrado con la prudencia de Capitán, si su arrojo era innegable, y le substituyeron con D. Álvaro Carbalho. Era el Xerife Muley Abd-Allah, Señor de Fez y de Marruecos, y no pudo sufrir que en el corazón de su reino hubiese un punto sujeto á la servidumbre cristiana. En 4 de Marzo de 1562, dió vista á la fortaleza con 200.000 hombres y un tren de 24 piezas de batir 1, cercó estrechamente la plaza, cegó el foso, derribó los muros; pero careciendo de armada que prohibiese el mar á los Portugueses y rechazado en los dos asaltos que dió en 24 y 30 de Abril, levantó el sitio, con gloria de su Gobernador, que con solos 2.500 hombres, había resistido el ímpetu de fuerzas tan

numerosas.

A la par, en la costa mediterránea seguían continuos los estragos de los piratas. El 11 de Mayo de 1561, 22 velas fondearon en Coll de Illa, é Isuf Arráez con 1.700 hombres, acometió á Soller; pero defendiéndose animosamente los Mallorquines, le mataron en la refriega.

4 Según Luis de Sousa, una de ellas, llamada la Maimona, calzaba balas de cinco palmos y medio de circunferencia.

Las invasiones no se interrumpieron, y tan atemorizados estaban los costeños, que al despuntar una vela por el horizonte, huían creyendo ver tras ella la flota del temido Dragut. En esta sazón el Gran Turco, deseoso de habérselas desembarazadamente con España, su eterna opositora; firmó treguas con el Emperador Fernando de Alemania, mediante la libertad de los principales cautivos de los Xerves, y mandó al Dey de Argel atacase á Orán y á Mazalquivir. Reunieron los Argelinos en el siguiente año un poderoso ejército; súpolo Felipe, y para socorrer aquellas plazas aprestó en Málaga 28 galeras, las 16 italianas, con cerca de 4.000 soldados, sin la marinería y chusma, al mando de D. Juan de Mendoza.

Estalla una deshecha tempestad, se refugia la flota en el puerto de la Herradura, y el 19 de Octubre de 1662, las galeras y el ejército con su Jefe, fueron sepultados en las olas. El litoral español quedó completamente á merced de sus más encarnizados enemigos.

Al esparcirse entre los Berberiscos los sucesos de los Xerves y la completa destrucción de la armada, se destacan de todos sus cubiles, y confabulados con los Moriscos valencianos y granadinos, no dan vagar á las riberas españolas con frecuentes desembarcos, con sorpresas nocturnas, saqueando los pueblos, paralizando el comercio, reflejándose en las aguas del Mediterráneo el temido pabellón rojo, verde y amarillo de Argel, desde el Cabo de Creux hasta el de Finisterre.

Poseíamos entonces en África tan sólo á Orán, Mazalquivir, la Goleta y Melilla, escasas de fuerza, pertrechos y bastimentos, por la falta de naves. Hascén, obedeciendo las órdenes del Sultán, mandó predicar la guerra santa; respondieron los Xeques de Tremecén, Túnez, Milhiana y Constantina, y reunió 50.000 hombres, abundosamente provistos de víveres y artillería. Una formidable escuadra de 36 galeras, 3.000 soldados y 40 cañones gruesos, había de secundar al ejército de tierra, dis

4 Al ver la inminencia del peligro, D. Juan había mandado desherrar á los remeros; perdidas ya gran parte de las galeras y tronchado el árbol de la suya, ofreció á dos Turcos la libertad, si le sacaban á tierra. Pónenle en un pavés; ya casi tocaban la orilla de la que apenas les separaba un estado, cuando por apartarse de una postiza de la galera Estrella que les embestía por la espalda, tropiezan contra la aguja del timón de la patrona de Mario, y queda D. Juan muerto en el acto. Las naves, que si bien maltratadas, pudieron salvarse, fueron: de la escuadra española, la Mendoza, la San Juan y la Soberana; de la de Nápoles, la Capitana, que embistió en buena playa. De más de 400 personas que montaba la Capitana de España, se salvaron tan solo cuatro. Cipión Doria, General de las galeras de Nápoles, salvóse igualmente. (Relación MS. de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia por Martin de Figueroa, que se halló al perderse las galeras en la Herradura.)

tante unas 80 leguas de Orán. A principios de Abril de 1563, empren dió su marcha, y vencida la dificultad del camino, acampó en Areñuelas á una legua de la plaza.

Gobernábala el bizarro Conde de Alcaudete D. Alonso de Córdoba, y á sus órdenes, ya libre del cautiverio, su hermano D. Martín, de no menores bríos. Al rumor de la jornada, avisó á España, reforzando mientras las fortificaciones, recogiendo víveres y preparándose, como experto Capitán, á los azares del sitio. Felipe II, en cuidado por la suerte de las plazas, ordenó á Málaga, Sicilia, Nápoles, Milán, Malta, Florencia, Saboya, Génova y Venecia, que acudiesen con bastimento; pero antes que el socorro llegaron los sitiadores.

Orán y Mazalquivir, como tan próximos, pues que el segundo puede considerarse puerto del primero, se auxiliaban mutuamente, y para enlazarlos se fortificó una loma intermedia, con un castillo llamado de San Miguel, que servía de atalaya y defensa. Con el objeto de impedir que se aproximasen los sitiadores, se construyó también un castillejo cerca de la muralla, con nombre de Los Santos. Las tropas de Alcaudete eran pocas, los víveres escasos, la munición no larga.

Tentó el Conde una salida con 80 caballos y 600 infantes, para retardar la circunvalación; pero replegóse á la plaza, convencido del peligro que corría contra fuerzas tan desiguales.

Regularizado el sitio, Hascén embistió el fortín de los Santos: el puño de gente que lo defendía peleó con obstinación; pero hubo de entregarse, capitulando su libre paso á Orán, que se les ofreció sin que se les cumpliese. El sitiador entonces abrigó sus tropas tras del cerro Gordo, á fin de evitar el fuego de la plaza, y juzgando acertadamente, que la posición de San Miguel era la llave de Mazalquivir y ésta la de Orán, montó sus baterías contra el fuerte defendido por Francisco de Vivero, Pedro de Mendoza y el Capitán Gallarreta.

Pensando Hascén tomarlo á escala vista, ciega el foso con fagina y lo asalta bruscamente; pero los sitiados rechazan la acometida, y las fuerzas de Mazalquivir salen y dispersan la columna de asalto. Hascén entonces aumenta con el grueso del ejército el número de los sitiadores, dejando al frente de Orán 24.000 peones y 400 caballos, para tener en respeto á la guarnición. Alcaudete refuerza la de Mazalquivir y Don Martín la de San Miguel con la compañía de Bartolomé Morales. El jo

4 Quizá fuera Baltasar de Morales, autor del Diálogo de las guerras de Orán, que estuvo en este sitio de Mazalquivir.

ven Alcaudete con espolonadas continuas destruye los forrajes, quema las faginas, provee la plaza, y no deja ni un momento de reposo á los Argelinos.

Cierto que el asedio se llevaba con poco vigor: la escuadra no había llegado: acometida por contrarios vientos, tuvo que tornar á Argel para reponerse, y faltando á los sitiadores la artillería gruesa, limitóse el sitio á un estrechísimo bloqueo.

El 1.o de Mayo, los pífanos y atabales de los Moros, resuenan por el campamento, sus bajeles aparecen en las aguas de Mazalquivir, con refuerzo de tropas y provisión abundante. Asientan baterías con gruesos tiros, estrechan el cerco, baten rudamente la fortaleza, desmantelan las defensas, intiman la rendición, y recibido á arcabuzazos el parlamentario, asaltan furiosos, con no menos coraje resistidos: balas, flechas, piedras y alcancías, cuanto á mano encuentran sirve de arma á los defensores. Desmayan los Turcos, y muertos los más valientes, se replegan á sus líneas. Truena de nuevo el cañón, y al romper del alba, con ímpetu creciente se arrojan contra el muro; pero resisten los Españoles con igual denuedo. Ciega la cólera á Hascén, repite en el mismo día el tercero, el cuarto y el quinto asalto, y cada vez es rechazado con mayor pérdida. Llega la noche, forma con gente de refresco otras columnas, y ordena la sexta arremetida. Los Turcos por borrar sus derrotas, los Españoles por conservar sus ventajas, pelean con furor entre las tinieblas, que iluminan tan sólo el momentáneo relámpago de las explosiones y el resplandor siniestro de los fuegos de artificio. La constancia española por fin triunfa, y los Turcos se retiran: los fosos están repletos de cadáveres, y al pié de la muralla yace el Xeque de Constantina.

Comunicábanse los dos Gobernadores por medio de algunos renegados, que de noche se introducían en los fuertes; por intrépidos nadadores, que salvaban el trozo de mar que separa ambos lugares; y cuando los vientos repelían de la costa á la escuadra argelina, por las barcas con que enviaba D. Alonso refuerzos é instrucciones á su hermano; mas pronto quedaron privados de este consuelo, que Hascén mandó ocupar la isla intermedia con 600 Turcos, imposibilitando así que se comunicaran.

Avergonzado de la derrota de su numeroso ejército, solicitó de Don Martín permiso para recoger el cadáver del Xeque, ofreciendo levantar el sitio: accedió D. Martín, pero Hascén no pensaba en cumplir lo prometido. Las compañías de D. Francisco Cárcamo y D. Pedro de Mendoza, reforzaron la guarnición del fuerte, quedando apenas defensores en Mazalquivir.

Hascén en tanto redobla sus esfuerzos: el 7 de Mayo se pone á la cabeza de la columna de asalto, bate la muralla con furiosa artillería, y embisten los Argelinos en montón, como hombres desesperados: arriman las escalas á los muros, el estandarte del Profeta ondea en la barbacana. ¿Han cedido los Españoles? No: acuden con nuevo brío, despeñan desde el adarve á los asaltantes, rompen sus escalas y los abrasan con la pez y el alquitrán inflamados. No se oye un grito entre los que combaten, el duelo es á muerte y la ira traba las lenguas. Sólo en temeroso estruendo suenan el fragor de las armas, los ayes de los moribundos, la voz de los Capitanes animando á sus soldados. La carnicería es horrible: á las dos horas de esfuerzos sobrehumanos, los Turcos baten retirada: los gritos de victoria por la Cruz llenan por séptima vez el espacio, y resuenan de colina en colina ha sta perderse en Mazalquivir.

Breve fué el reposo: dos horas tardó Hascén en renovar sus columnas, las arenga y furiosas claman por el asalto. A los pocos defensores que restaban, agobiados por la fatiga; si no corazón, menguábanles las fuerzas, teniendo que pelear con enemigos incesantemente remudados. Juegan los cañones del campo, responden los de la fortaleza y los de Mazalquivir, y entre nubes de humo, como si nunca hubieran sido escarmentados, arremeten los Turcos, trepan por las escalas, y clavan dos banderas en los adarves. Acuden al reparo los Españoles, sueltan los mosquetes, y las picas y las espadas se cruzan con los alfanjes y los yataganes. Todo está perdido, triunfa el número, los sitiadores arrollan á los sitiados, que se replegan en las últimas defensas. Súbito arrojan granadas de alquitrán sobre los vencedores, cuyas ropas arden, y vacilan y se detienen: entonces los Españoles, con esfuerzo supremo, se arrojan contra ellos, les derriban del terraplén, y cayendo de rodillas, alzan al cielo sus manos en acción de gracias á Jesús Crucificado.

Pero rotos los lienzos, cuarteadas las torres, cegados los fosos, lo interior reducido á un montón de ruinas, moribundo Gallarreta, heridos todos los demás Capitanes, diezmada la guarnición, es imposible la resistencia. Además, cauto el enemigo, trata de ganar el fuerte por la zapa y emprende la mina. D. Martín de Córdoba envía para reconocerla al Capitán Melchor de Morales, quien aconseja el abandono de San Miguel. Para que el presidio de Mazalquivir asegurase la retirada, salen

4 <«<Y hicieron los soldados una cosa maravillosa (conviene a saber), que hicieron hoyos, donde se metieron para guardarse del artillería no los matase, por no tener ningún reparo ni defensa, por estar el foso y la muralla muy llena.» Baltasar de Morales, Diálogo de las guerras de Orán.

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