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cinco soldados, cuatro caen en poder de los sitiadores que habían apostado en el camino 100 escopeteros; salvóse empero el quinto que lo puso en noticia del Gobernador. Al oir los espingardazos de los Turcos que daban caza á los fugitivos, descuélganse por la sierra otros 20 soldados, creyendo que distraidos aquéllos en la persecución podrían burlar su vigilancia y refugiarse en Mazalquivir: sígueles toda la guarnición, desamparando artillería, municiones y heridos: acometen los Turcos, acude á contrastarlos D. Francisco de Cárcamo con 100 arcabuceros que protegen valientemente la retirada, hasta que abrigados bajo el cañón de la plaza, juega la artillería y obliga á los Argelinos á retroceder con graves pérdidas, cesando en la persecución de los Españoles, que las habían recibido no escasas, muerto ya el Capitán Gallarreta y el Alférez Quesada.

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A los pocos defensores del fuerte de San Miguel, que sobrevivieron, se les recibió con vítores y aplausos en Mazalquivir, cuyo estado no era sin embargo satisfactorio: debilitada su guarnición por los contínuos refuerzos enviados al fuerte, sólo contaba con 470 soldados útiles y 80 vecinos.

El 9 de Mayo, el sitiador, dueño de San Miguel, da recia batería á Mazalquivir, y manda un parlamentario á D. Martín de Córdoba, ofreciéndole honrosísimas capitulaciones si abría las puertas, ya que resistir era locura, falta la plaza de defensores, escasa de artillería y maltratada en sus reparos. La tenemos por el Rey de España y sólo la rendiremos con la vida: si tan pobre de defensas está, ¿por qué no venís á asaltarla? contestó D. Martín, y Hascén ofreció cumplirle colmadamente su deseo.

El 20 de Mayo forma dos columnas de 6.000 hombres; pónese al frente de la una; fía la otra á los Xeques más valerosos; envía por delante 12.000 Alárabes para que en ellos quebrase la furia de los fuegos de la plaza, y manda el asalto. Aquella noche recibe D. Martín refuerzos de Orán. Impávidos los defensores, dejan que se acerque la primera batalla, y á quema ropa disparan la artillería y arcabuceros. Espantoso fué el efecto; 500 Turcos pierden la vida. No vacilan, sin embargo, los que quedan; arriman las escalas al muro, y en una almena ondea el estandarte tricolor de los Argelinos; pero son desalojados por la indomable valentía de la guar

1 Hernando de Cárcamo, le llama Salazar; probablemente el que con el mismo nombre designa Baltasar de Morales, como el único que se negó á entrar en el convenio, que para rescatarse de la cautividad, concertaron los Capitanes del ejército de Alcaudete, derrotado en Mazagrán.

nición; el ímpetu de los asaltantes se estrella en la resistencia de los defensores, como la ola embravecida contra el peñasco inmoble que la rechaza. Retíranse; ruge mientras desencadenada tempestad, azota en el rostro á los Turcos, que, cegados por el viento y por el agua, apenas pueden defenderse del presidio, que les acosa por todas partes.

Murió en la defensa el Alcaide Luis Alvarez de Sotomayor, Capitán valeroso, y sitiados y sitiadores se preparaban para nuevos sucesos, cuando unas naves con vituallas y municiones esquivan, á favor de la obscuridad, el cuidado de los Argelinos, y entran en el puerto y animan á la guarnición con la noticia del próximo socorro.

Iguales noticias habían llegado ya á Hascén, que reunió á los Xeques para determinar la prosecución ó el levantamiento del sitio. Opinaban casi todos por lo último; prevaleció, sin embargo, lo primero, por más arrimado al parecer de Hascén; que siempre el inferior, de quien solicita consejo el poderoso, acomoda su juicio al paladar del que se lo pide, tan sólo para que le aconseje lo que desea.

Resuélvese en consecuencia para el 1.o de Junio un asalto general por mar y por tierra, con todas las tropas disponibles. D. Martín, confesada y comulgada su gente, recorre la línea con un Crucifijo en la mano, y anima al presidio á combatir. por la fe y por la patria, anunciándoles las recientes nuevas. Un grito de entusiasmo le interrumpe, y los soldados ocupan sus puestos para recibir á los Turcos, que con gentil compás se acercaban dando espantables alaridos. Caen 700 antes de tocar al muro; pueden, empero, fijar 24 escalas, y traban lucha terrible: con piedras, fuego, bombas y toda clase de tiros sostenían los sitiados la furia de los asaltantes, que sin embargo ganaban terreno. Aplican entonces mechas á unos barriles de pólvora, los arrojan desde los adar – ves y revientan en medio de las apiñadas masas de los Argelinos; despedazados miembros pueblan el aire; álzase un clamor de suprema agonía; las columnas retroceden; furioso Hascén quiere detenerlas; impo

sible.

Apuntata apenas el nuevo día, cuando el feroz Argelino, alfange en mano y embrazada la adarga, pónese al frente de los suyos; acomete una y otra vez, y dándoles ejemplo se arroja á los mayores peligros. Cinco horas de inútiles esfuerzos agotan su constancia; los fosos y ruedos de Mazalquivir están sembrados de cadáveres y tiene que ordenar la retirada; en su furor jura arrasar la ciudad. El 6 de Junio acomete de nuevo y de nuevo es rebotado; repite el 7 con desesperada temeridad, y se estrella contra el muro de hierro que forman los Españoles. Obstinado

Hascén, pasa la noche en juntar los restos de su ejército; rehace sus columnas y manda el asalto; pero súbito el estampido de la artillería española, las campanas de Orán y Mazalquivir al vuelo, gritos de júbilo, músicas marciales llenan el espacio; la armada sitiadora se arremolina; escapan algunas galeras; maniobran confusas las más desprevenidas; hacen todas señales al campamento para que se ponga en salvo, y á lo lejos descúbrese en el brumoso horizonte la deseada flota.

Al poco tiempo, D. Nicolás de Rocafull, en su ligera fusta, llega al puerto; la armada española da caza á la argelina, que huye á boga arrancada, perdiendo nueve buques. Cuatro mil soldados, é innumerables caballeros voluntarios, con los Generales D. Francisco de Mendoza, Don Alvaro Bazán y Juan Andrea Doria, precedidos de D. Francisco de Córdoba, desembarcan en Mazalquivir; abrázanse los Españoles; loan los recién venidos el valor de aquellos valientes, y prepáranse á recorrer el abandonado campamento de los sitiadores. Hascén, al ver la fuga de las fuerzas navales, y conociendo que las españolas se le echaban encima, levanta el sitio; inutiliza apresuradamente lo que no podía llevar, y revienta las piezas de batir para que no caigan en manos de los sitiados. Al mismo tiempo, entre las salvas de la artillería, el estridor de los clarines, el redoble de los atambores, y el confuso vocerío de la multitud, salen las guarniciones de Orán y Mazalquivir, incomunicadas desde el principio del sitio; corren á encontrarse, y los heróicos Gobernadores, los dos hermanos Córdobas, al par que los soldados de ambas fortalezas, se abrazan tiernamente con lágrimas en los ojos. Juntos ya con los expedicionarios, marchan á picar la retaguardia al enemigo; pero llevándoles mucha delantera, vuelven á la plaza. Reparadas las fortificaciones, abastecido y reforzado el presidio; la armada, compuesta de cinco galeras catalanas, cuatro de Nápoles, doce genovesas, cinco de Antonio Pascual Lomelín, igual número de Malta, tres de Saboya y una del Abad de Lupián, zarpó para Málaga, tocando á su paso en Cartagena.

Tal fué el cerco de Orán y Mazalquivir, en que Turcos y Españoles se mostraron dignos rivales. D. Felipe remuneró con larga mano á los defensores, y nombró á D. Alonso de Córdoba Virrey de Navarra, dándole una encomienda, y la de Hornachos á D. Martín. La pérdida de Orán

4 En la Biblioteca de la Real Academia de la liistoria existe una Relación de letra del siglo XVI, en la que se enumeran los Caballeros voluntarios, naturales de Madrid, que fueron al socorro de Orán. Aunque no indica el año, creemos que se refiere al cerco objeto de este capítulo.

y Mazalquivir hubiera llevado tras sí la despoblación del litoral de la Península, y en las costas de África la ruina completa del poderío español '.

1 Por tan herói a se estimó la defensa de Mazalquivir, que el Príncipe D. Carlos, hijo de Felipe II, previno en la 16.a manda de su testamento, que se hiciese una renta perpetua de 3.000 ducados para D. Martín de Córdoba, hermano del Conde de Alcaudete, en premio de la defensa de Mizalquivir, que hizo en 1563, por la voluntad que siempre ha tenido de hacer bien, y merce·l á los que aventajadamente sirven.

CAPÍTULO XVII.

Prueba inútilmente D. Sancho de Leiva la reconquista del Peñón de Vélez.-Tómalo D. Garcia de Toledo.-D. Alvaro Bazin obstruye la desembocadura del Martil.-Muere Dragut. -Ataques á Melilla.-Batalla de Lepanto.-Al-Uch-Alí se apodera de Túnez.-Expedición y toma de Túnez por D. Juan de Austria. -Al-Uch-Ali y Sinán conquistan la Goleta. -Intenta socorrerla D. Juan.-Piérdese Túnez.-Rindese el fortín del Estanque.-Sentimiento de D. Juan. —Refuérzanse las plazas africanas. -Abd-el-Malek destroza al Xerile negro.—Acude éste al Rey Felipe.-Después á D. Sebastián de Portugal.—Batalla de Alcazarquivir.-Unión de España y Portugal.-Treguas con Muley-Achmet. -Muerte de Felipe II.

Apenas se retiró la armada española, diseminada la argelina siguió desolando las costas de Andalucía, Valencia y Cataluña. A fines de Setiembre de 1563, en las Córtes que Felipe II celebró en Monzón, de tránsito para Barcelona, le expusieron los Procuradores el aflictivo estado de aquellos pueblos, ofreciéndole cuantioso servicio, y el Rey á los Procuradores, que destinaría una escuadra para defender las riberas. En ánimos estaba D. Felipe, de conquistar las plazas que nos habían pertenecido. Para ello sustentaba tratos y confidencias con los Moros. Pedro Venegas, Gobernador de Melilla, preciábase de saber por lenguas seguras que los naturales tenían desguarnecido y descuidado el Peñón de Vélez, fácil de ocupar por un golpe de mano. Con estos informes, dió orden el Rey á D. Francisco de Mendoza, para que tentase la empresa, y por su enfermedad á D. Sancho de Leiva, General de las galeras de Nápoles. El 22 de Julio de 1564 salió de Málaga, sin descubrir el objeto de la expedición; fondeó en la isla de Arbolán á 30 leguas de África; comunicó á los Jefes sus instrucciones; juzgaron los más que no podría tomarse el Peñón por el poco aparejo que llevaban; mas D. Sancho siguió su rumbo, que no se le había encomendado decidir, sino ejecutar.

Arribó al Peñón y tentó, aunque inútilmente, una sorpresa: acometido por los Moros, se replegó sobre la Ciudad de Vélez; envió por víveres á las galeras al Conde Sofrasco, Genovés, que hubo de ciar desordenado por los Cabilas que descolgaban grandísimas galgas desde las cumbres del Baba, Cantil y Morabito: un nuevo reconocimiento dió iguales

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