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volvían muchos los ojos hacia el Rey Felipe, que al menos era de su raza y de su ley.

Recibió la Regente el memorial, y en vez de tomar en cuenta las súplicas de sus vasallos, mandó al Gobernador, completamente de su devoción y cabeza del partido inglés, que los enviase presos; pero quedaban numerosos partidarios y maquinó el Gobernador su muerte. Con el doble juego de mostrarse parcial de los Españoles, mantenía ocultos tratos con Sidy Gaylán: pocos días antes, los Moros habían hecho una algarada, proclamó una salida y acudieron los habitantes de Tánger. Al mando del Adalid Simón de Mendoza formó una columna de 150 hombres, todos los más afectos á España, y préviamente avisó á Sidy Gaylán, que eran los que se oponían á la entrega de Tánger al Rey Felipe. Sidy Gaylán se emboscó, rodeando á los Portugueses con tal ventura, que no quedó hombre á vida 1.

En la bahía de Tánger estaba el Conde Peterborough con 4.000 infantes y 60 caballos en 39 buques. A la fama de la rota se finge el Gobernador temeroso por la seguridad de la plaza, demanda auxilios á los Ingleses, clama consternado el vecindario, el Conde acude á sus ruegos, y 300 hombres se encargan de custodiar las puertas. Seguro ya, desembarca el resto y se declara dueño de la ciudad.

Peterborough notifica á los Portugueses que si repugnan quedarse, serían trasladados á Lisboa con sus haberes. Reúnense los ciudadanos, se determinan, y la población cuasi en masa recoge el mobiliario y las sagradas imágenes y se refugia en las naves: abrázanse tristemente, y con amargos sollozos gimen por su patria, por las Santas Iglesias que abandonan á la impiedad sacrílega de los Protestantes, y por su irresolución en no haberse entregado primero á los Españoles. ¡Fundadas eran sus lágrimas! A los pocos días las casas del Señor, monumentos de la piedad portuguesa, servían de caballerizas.

Añaden los Ingleses nuevas fortificaciones á la plaza, ensanchan el puerto, ofrecen su amistad á Sidy Gaylán, que la rehusa; aventúranse á salir de los muros, y en dos emboscadas pierden 200 hombres. Entonces buscan contra Gaylán alianza en Argel, en Túnez y en Biserta,

4 Aun cuando esto corrió, asentimos al juicio que Cánovas del Castillo emite en su obra Apuntes para la historia de Marruecos. «Dijose por entonces en España, que la rota de los Caballeros Tangerinos había sido preparada por el Gobernador Avintes y la Reina Doña Luisa, á fin de que ellos no resistiesen la entrega de la plaza; pero no hay bastante fundamento para autorizar tan negra sospecha.» Sin embargo, la estratagema de que se valió contra D. Simón de Mendoza, que dejamos relatada, no hace improbable la maldad de la segunda.

mientras que Mustafá Xaylán, Gobernador de Arcilla, se niega á seguir subministrándoles víveres, escasos ya por el tenaz bloqueo del aliado español. Por fin, en 1666 lograron atreguarse con éste ; pero mientras derramaba su campo, levantaron con premura cinco fuertes en la parte de tierra, á fin de proteger las salidas de la guarnición. Duro se hizo á Gaylán, que volvió á bloquear á Tánger, y habiéndole muerto en una de las escaramuzas á su hermano, juró vengarse. A poco publica jornada á territorio lejano y abandona á Tánger: luego, por medio de los breñales, ocultándose en los bosques, culebreando por los barrancos, andando siempre de noche, logra emboscar su gente, sin ser visto, en los alrededores de la plaza. Allí, con la paciencia del tigre, espera un día y otro día: por fin alegres de ver levantado asedio tan tenaz, sale al campo el Gobernador, Conde de Teviot, con 500 hombres. Caen sobre ellos los Moros, y sólo nueve pudieron dar en Tánger la noticia de la derrota.

Tan desquiciada se hallaba entonces nuestra monarquía y tales eran los apuros del erario, que las posesiones de Africa, faltas de víveres, se sustentaban muchas veces sólo por la energía de los Gobernadores. En 1662 llegó á tal extremo la miseria del Peñón de Vélez, que hasta se permitió la deserción al campo del Moro; licencia que no se atrevieron á aprovechar los pobladores, seguros de morir entre tormentos á manos de los salvajes Amacirgas, que la bloqueaban constantemente. Provisiones con oportunidad venidas, libraron de una muerte segura á aquella mísera población.

A pesar de la indudable decadencia de España, aún miraban los extranjeros con envidia los restos de su dominación universal. Corría el año 1664 cuando los Franceses pensaron contrabalancear el poder español en Africa, y fijaron sus codiciosas miradas en el litoral argelino. El 2 de Julio, una armada de 77 velas con 5.000 soldados y 1.500 marine

1 Según la copia manuscrita del Tratado de paz, tuvo lugar en 2 de Abril de 1666, siendo partes contratantes el Excmo. Sr. D. Juan Bellasys, Conde de Berlaby, Gobernador de Tánger, y el Ilmo. Sr. Cidi Hamet, el Hader-Ben-Aly Gaylan, Principe de Berbería, el Poniente, Arcilla, Alcázar, Tetuán, Salé y su arrabal, Almocadén del Habet, Señor del Argarb y toda su kabila y distritos. Los principales artículos eran conceder á la plaza campo neutral que podía sembrar, pero no plantar en él árboles, ni viñas, ni levantar vallado, ni cavar foso; remitir la provisión de leña y proporcionarle vituallas, y no impedir la conducción de tierra para reparar las fortificaciones.

Los Ingleses se obligaban á no añadirlas nuevas, permitir la entrada en Tánger de los traficantes y regalarle 200 barriles de pólvora, y ambos, á ayudarse por mar y tierra contra cualquiera que los atacase; salvo si era potencia amiga de alguno de ellos.

Otros manuscritos que hemos consultado suponen que la paz fué en 1664, y esto dice también Ximénez y Sandoval en sus Memorias sobre la Argelia.

ros, á las órdenes del Duque de Beaufort, salió de los puertos de Francia, tocó en Mahón, dió vista á Bugía, con la que cambió algunos cañonazos, y el 22 desembarcó en Jígeri ó Jígel, plaza fuerte y uno de los centros piráticos del Mediterráneo, que cañoneada siete días tomó por asalto con pérdida de 200 hombres. Pensaba Beaufort fundar un establecimiento; pero el 20 de Octubre el Rey de Argel y los Xeques de Constantina y ruedos se presentaron con 40.000 hombres y acometieron el reducto: dejándoles acercar los Franceses á medio tiro, dispararon la artillería de la plaza y naves con tanta furia, que retrocedieron los asaltantes. Repiten el 23 el asalto y le sostienen hasta la mañana del 24; pero son de nuevo repelidos, con pérdida de 1.000 hombres. Reforzados por nuevas tribus, el 29 tornan á embestir desesperadamente y logran el reducto. Siguen con creciente brío y se apoderan de la primer línea fortificada: conoce el Duque la imposibilidad de la resistencia, y el 30 abandona la plaza con la artillería y se reembarca acosado por los enemigos, con muerte de muchos señores principales. La facción de Jígel, acometida en odio á España, sólo produjo lágrimas para Francia y crecimiento de soberbia en los Infieles.

CAPÍTULO XXII.

Muere Felipe IV y sube al trono Carlos II.-Dinastía de los Filelis, Emperadores de Marruecos. Asaltan los Moros à Larache y son rechazados.-Paz entre España y Portugal. Sitio de Orán por el Virrey de Argel.-Expulsión de los Judios de Orán.-Treguas entre el Gobernador de Ceuta y los Nicacises de Tetuán.-Conquista de Alhucemas. Derrota y muerte de Sidy Gaylan.-Emboscada contra Ceuta, que desbarata el Marqués de Trucifal.-Salida del Gobernador de Orán, D. Iñigo de Toledo Osorio, contra los Ben-Arajes.

A la muerte de Felipe IV, ocurrida en 12 de Septiembre de 1665, quedó la monarquía sin fuerzas y quebrantada. Felipe III, más entregado á sus devociones que al gobierno, conservó, sin embargo, lo heredado, y aumentó nuestras posesiones africanas con Larache y la Mahamora: los devaneos del hijo, perdieron á Portugal, y con él á Mazaghán y Tánger.

Subió al trono Carlos II, niño, débil de cuerpo y espíritu: hallábase en parcialidades la Corte, agotado el Tesoro, bullendo todas las ambiciones, sin crédito en el interior, sin fuerza en el exterior; probable por ello la perdición de lo que en Africa nos restaba.

Y en verdad que durante el periodo de este reinado, casi quedó destruido nuestro poder en aquellas regiones. Desdicha fué también de España que su estado de decadencia coincidiese con el encumbramiento de los Príncipes Filelís, que con su valor y su fortuna llegaron á apoderarse de los Reinos de Fez y de Marruecos, según veremos más adelante.

Muerto Muley Xeque, como escribimos, quedó en el reino su hijo mayor Abd-Allah, y castigados los asesinos de su padre marchó á Fez con ánimo de deshacerse de sus hermanos, que recelosos huyeron. Mahamet encontró refugio y partidarios en Tetuán; Alí-Barraizón, poderoso Morabito, levantó por él pendones, y dueño de Alcazarquivir, reunió numeroso ejército, á cuyo frente puesto Mahamet, marchó la vuelta de Fez. Pronto se encontraron los dos hermanos: Abd-Alláh fué vencido; pero acostumbrado á los trances de la guerra y á los desaires de la fortuna, no cayo de ánimo, juntó nuevas tropas, acometió á Mahamet y le derrotó completamente. El vencido se amparó de nuevo en el Hasbat, y rehízose

de tal manera, que el Rey de Fez no se atrevió á inquietarlo. Muerto á poco Abd-Allah por Muley Cidán, le succedió Muley Abd-el-Malek, cuya coronación Ꭹ fallecimiento casi se dieron la mano. Los Fecíes eligieron entonces al Rey del Hasbat, que se vió señor del codiciado trono 1.

Por entonces reinaba en Marruecos Muley Cidán, en guerra perpetua y generalmente ventajosa con los de Fez. A su muerte dejó cuatro hijos, Muley Abd-el-Melik, Muley Luelid 2, Muley Mahamet-ben-Cidan y Muley Hamet-Xeque. A poderóse del Imperio el primogénito, Príncipe cruelísimo, el primero que tomó el nombre de Sultan, siendo asesinado en una conjuración palaciega por unos renegados franceses que proclamaron á Muley Luelid, hijo de una esclava morisca, natural de Alcalá de Henares. Poco disfrutó Luelid de la dignidad Real. Por su avaricia; pues llegó á monopolizar la venta de alimentos, llamándole el Rey de la hambre, y por hijo de cristiana, el partido musulmán le quitó la vida, y ciñó á Muley Hamet-Xeque la ensangrentada corona.

Había, en tanto, fallecido Mohamed, Rey de Fez, y succedióle su hijo Muley Hamet-ben-Mohamet-Xeque, que fué despojado del reino por su tío Muley Mahamet-ben-Cidán, con el auxilio de su hermano el Rey de Marruecos. El nuevo Emperador de Fez, necesitado ó codicioso, acuñó moneda de baja ley: el Alcaide negro Abuba, prevalido del general descontento, le encerró en una fortaleza, y aunque logró evadirse después de siete años de prisión, murió pobremente; odiado de los suyos, y llorando el reino perdido, que no pudo recobrar.

Guerras continuas entre Fez y Marruecos, fratricidios, rebeliones victoriosas por todas partes, el asesinato, la usurpación y el desórden; tal era el estado del Imperio, que cayó por fin en una completa disolución.

Algunos años antes, Abí-ben-Mohamad-ben-Alí-ben-Iusuf, descendiente de Fátima, la hija de Mahoma, trabó amistad con unos peregrinos amacirgas de la tribu Filelí, que volvían de la peregrinación de la Meca, y marchó con ellos, estableciéndose cerca de Tafilete, donde fué proclamado Rey.

Succedióle su hijo Muley Xerife, que se mira como el tronco de la dinastía Filelí ú Hoceinita, y á su muerte, en 1652, ocupó el trono Maho

4 Es tan grande la confusión que reina entre los historiadores acerca de las dinastías y succesiones de los Reyes de Fez y de Marruecos, que apenas hay dos que concuerden. Pueden verse sobre esta materia el Spechio geográfico é statístico dell' impero di Marocco, del Conde Graberg de Hemsóo, y la Misión historial de Marruecos, del Misionero P. Fr. Francisco de San Juan de Puerto.

2 Muley-el-Valid, según otros.

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