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tianos, y núcleo de todas las conjuras que estallaban periódicamente 1. El Gobernador determinó caer sobre ellos antes de que reuniesen todas sus fuerzas, y al anochecer del 28 de Enero, salió con 500 infantes y 250 caballos, y se emboscó en Mandor, á tres leguas de Orán. Anduvo toda la tarde del 29 y toda aquella noche, atravesando dos leguas de pantano de corta profundidad, para huir de los sitios trillados y dar de improviso sobre los aduares al amanecer del 30. Sea que los aliados tuvieran espías dobles ó que sospechasen la algara, habían apostado algunos ginetes que, al reconocer á los Españoles, dispararon sus espingardas, partiendo á rienda suelta á dar aviso á los aduares, que puestos ya en armas, reunieron instantáneamente 9.000 peones y 3.000 lanceros. Al salir del pantano, nuestra caballería fué atacada con tal empuje, que á la carrera tuvieron que acudir á darla abrigo dos mangas de infantería, mientras que el resto se despegaba de aquellos lodazales.

Llevaban los nuestros al enemigo por delante; pero formándose los Moros en círculo y apoderados de las alturas, con la espingardería diezmaban á los Españoles. Al mismo tiempo los ginetes Moros atacaban é introducían la confusión en la retaguardia: el Gobernador, pistola en mano, rehace y anima á los soldados, y manda una arremetida general á las alturas; los enemigos finjen ceder y abren paso; trepa la columna por aquellos breñales y baja á la playa de Chiquiznaque.

Extiéndese esta playa por breve espacio, desde la mar hasta la loma que acababan de atravesar los Españoles; por un lado la limita el río, á la sazón tan crecido, que la columna tuvo que desistir del esguazo, agrupándose en la orilla. Entonces los ginetes árabes se descuelgan de las alturas con furiosos alaridos y ocupan la playa: desmayan los soldados,

1 Las Cabilas ó tribus de los Ben-Arajes que fueron las más enemigas de los Españoles, y las que se les unían generalmente en todas sus guerras, eran las siguientes:

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sin municiones y muertos de fatiga; al frente las montañas, defendidas por un ejército diez y seis veces mayor; el río invadeable por un lado, la caballería mora por otro, á su espalda el mar. En tan críticos momentos, el General consulta con los Jefes, los pareceres varios, la muerte ó el cautiverio inevitable en concepto de todos.

De todos, pero no de Toledo, que acrece el ánimo del valeroso al compás del peligro y es la temeridad en los últimos trances, verdadera prudencia: Por donde hemos entrado, saldremos, les dice animoso, y esfuerza á los soldados, y revuelve sus escuadrones contra la caballería enemiga, y la dispersa, y mezclados salvan las montañas, y cerradas las filas, defendiéndose y ofendiendo, llegan al punto de la Celada, y el 1.° de Febrero á Orán, habiendo peleado desde el amanecer hasta las cuatro de la tarde, sin comer en veintiseis horas, muertos 1.500 Moros, y llevando 100 cautivos de presa, testigos de sus asombrosas hazañas. El indomable valor del Jefe salvó á los soldados 1.

1 Relación impresa en Madrid por Roque Rico de Miranda.

CAPÍTULO XXIII.

Peste en Orán.-Sitianla los Argelinos.-Penuria de las plazas africanas.—Alí-Fortaz sitia al Peñón.-Ataque á Ceuta, rechazado por el Conde de Puñonrostro. -Estado de la Mahamora.—Gánanla los Marroquíes.-Atacan á Tánger.-Muerte del Marqués de la Algaba, Gobernador de Orán.—Creación del Deyalato en Argel. --Bombardeo de esta ciudad por el Almirante francés Duquesne.-Mezzo Morte asesina y succede al Dey.-Abandonan los Ingleses á Tánger.- Mucrte de Frey D. Diego de Bracamonte, nuevo Gobernador de Orán. -El Dey de Argel sitia la plaza.-El Mariscal francés D'Etrees bombardea á Argel.—El Dey abandona el campo y se levanta el sitio de Orán.

gran

Afligió por entonces al África una peste desoladora, que se cebó demente en Orán: faltos de víveres y de facultativos, se habían ya entregado los habitantes á aquella inercia que apaga hasta el instinto de la propia conservación, cuando por fortuna llegó el Dr. Murillo que los animó y pudo combatir con éxito la enfermedad. Creyendo los Moros la ocasión oportuna para ganar la plaza, casi indefensa, acudieron á sitiarla, mandados por Ben-Zamor, General argelino, que dirigió sus ataques contra el castillo de Santa Cruz, y logrando que los Moros de paz se rebelasen, aumentó la congoja de la ciudad con la falta de subsistencias.

El 31 de Julio de 1677, avanzaron los sitiadores por la Alcazaba vieja. Aunque escaso de fuerzas, sobrábale corazón al Gobernador, que con los restos del presidio, repelió el ataque matándoles 300 hombres: creyólo Ben-Zamor traición de los Ponentinos que le auxiliaban, y mandó degollar á muchos, vendiendo á sus mujeres.

En la plaza la escasez aumentaba de día en día: los víveres que quedaban se iban consumiendo rápidamente; el socorro de España era incierto, y por ello y antes de llegar al último trance, resolvió el Gobernador; de acuerdo con los Moros de la tierra, agraviados por los de Argel; asaltar á los sitiadores. El día 12 de Noviembre hizo una salida, y con muerte de 300 Turcos de Tremecén, mandados por el Alcaide Haz Manú y cerca de 200 cautivos, volvieron á la plaza con un convoy de

4 Apéndice núm. 23.

trigo que les ayudó á sobrellevar la miseria que sufrían; hasta que recibieron víveres enviados desde Málaga, por el Obispo Enríquez, el Marqués de la Laguna, Capitán general de las galeras del Océano, y el Cardenal Aragón, Arzobispo de Toledo.

Tan lastimoso como el de Orán, era el estado de todas las plazas mediterráneas. El Gobierno olvidaba completamente á aquellas infelices guarniciones aisladas entre el mar y sus implacables enemigos. Hallábase el Peñón de la Gomera en el mayor apuro, sin más vitualla que un residuo de bizcocho mazmorrado. Sus habitantes clamaban por socorro al Rey, al General de Andalucía, al Obispo de Málaga, y hasta á particulares, conjurándoles en nombre de Dios, y de la patria; pero nadie respondía á sus clamores. En situación tan angustiosa, sin esperanza ya en los hombres, ponen de manifiesto al Señor Sacramentado, y con incesantes preces, imploran misericordia. Oyóles piadoso, y un convoy que llegó en aquellos aflictivos momentos, les libra de una muerte segura. Este era el estado crónico de nuestros presidios, tanto, que en Ceuta, algunos años después, el Obispo D. Juan Porras tuvo que vender hasta los muebles para alimentar á los pobladores, diezmados por el hambre, y desesperados por la frialdad y soberbia con que contestaba á sus lástimas el arrogante Gobernador D. Francisco de Velasco.

Aniquiladas las rebeliones interiores de Marruecos, no queriendo Muley Ismael que se entibiase el ardor de sus belicosas tribus; en cumplimiento de su propósito de arrojar de África á los Cristianos, combate por sí ó por sus Gobernadores todas las plazas españolas.

En 1680, Alí Fortaz cerca con 10.000 hombres el fuerte avanzado del Peñón, é intenta apoderarse de él á escala vista; pero es rechazado por el valiente Alférez Alfonso de Lara. El Gobernador D. Rodrigo Castel Blanco, con 200 hombres, acomete de improviso las trincheras, y derrota á los 6.000 Moros que habían quedado sosteniendo el bloqueo. Perdidos más de 1.000 hombres, lo levantan y dejan libre la plaza. Poco más adelante, acometen á Ceuta: opóneseles el Conde de Puñonrostro, y trabada la pelea, los dispersa, con muerte de 400 y 80 cautivos; no sin tener que lamentar la pérdida de algunos arrojados Caballeros que, con la codicia de pelear, tanto se metieron entre los Infieles, que fueron cortados.

1 Ya en 1648, decía D. Jorge de Mendoza de Francia, al Rey Felipe IV: «Orán que solía tener 1.500 plazas, tiene 700 apenas; Melilla y el Peñón cada día llorando miserias, defendidas solamente del amparo de Dios. La Mahamora tiene hoy las trincheras que le hizo Don Luis Fajardo, cuando le tomó. Larache, tenía 12 Capitanes, 4.200 infantes y 50 caballos, y tiene hoy 500 soldados desnudos.»>

Al ganarse por Felipe III la Mahamora, quedó una guarnición de 3.000 hombres, que se redujo succesivamente en el reinado de Felipe IV 1. En 1681, cuando por todas partes hervía la guerra, contábanse en la plaza 160 soldados útiles y hasta 273 pobladores, inclusas las mujeres. Ya en los pasados años de 1668, 1671, 1675 y 1678, había sufrido algunos rebatos, mas fué siempre socorrida: en el año anterior de 1680, el Alcaide Omar le había dado un tiento con 6.000 hombres, sin poder ganarla. El Gobernador, temiendo lo que después aconteció, se había apresurado á demandar socorros, especialmente de tropa; y por todo refuerzo, en 2 de Noviembre se le enviaron 14 galeotes, uno de ellos con un pie amputado 2; mientras el Duque de Ciudad-Real le manifestaba desde Andalucía, serle imposible abastecer la plaza; porque para avituallar las de Melilla, el Peñón y Alhucemas, se había empeñado, de bienes propios, en más de 20.000 escudos.

Corría el 26 de Abril de 1681, cuando de improviso, á las ocho de la noche, el Alcaide Omar, con un numeroso ejército, asalta la plaza por las puertas de Santa Ana y Cortina de San Francisco: rechazado, carga sobre la torre de San Antonio, que el presidio abandona cobardemente. Se apoderan de ella los Marroquíes, sin disparar un tiro, y del mismo modo ganan las plataformas y torres que fuera del recinto defendían los pozos. Alguna oposición hizo la torre de San José, pero á la hora y media ardía y la entraron los sitiadores.

Cortada el agua á la plaza, donde no había repuesto, y sin fuerzas ni ánimo la guarnición para recuperarla, era seguro el rendirse. Así lo conoció Omar, que suspendió el ataque, y para impedir socorros, levantó baterías en las dos puntas de la entrada de la barra, y otra á tiro de arcabuz del muelle. Aconteció, que al reconocer el Gobernador D. Juan Peñalosa y Estrada, Maestre de Campo, con otros varios, el almacén de proyectiles y pólvora, se prendió fuego, saltó el almacén y murieron algunos, quedando el Gobernador con la cabeza, cara y manos abrasadas.

Habíanse sostenido hasta entonces los defensores, con el agua destinada al riego de un huertecillo perteneciente á la casa del Gobernador,

4 En 1633, la dotación era de 1.250 hombres; y en 1651, de 600, que nunca se completaron.

2 Así lo alega el Gobernador en su defensa ante el Tribunal, según Relación que se halla en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia; pero es de advertir, que aunque la guarnición era tan poca y en gran parte de gente forzada, más estorbo que defensa; confiesa que tenía víveres y municiones abundantes, achacando su entrega, principalmente, á la falta de agua.

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