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do á sus parciales, nombró Gobernador del campo de Ceuta á Abd-elNagid, uno de los refugiados que más vivo conservaba en su pecho la memoria de los beneficios de los Españoles. Renovando las antiguas alianzas, pidióles artillería para conquistar á Tetuán, declaró la guerra á los Ingleses, apresando un barco argelino que mandaba un Capitán britano, y tanto agasajó al enviado de Ceuta, D. Francisco Moreno, que todas las alabanzas de éste al Mustady le parecían cortas, «y faltó poco (decían émulos y envidiosos) para que panegerizase á Mahoma.»> A tal punto llegó la intimidad de relaciones entre la guarnición y los Moros, que necesitando Muley Abú-Fers recoger las tropas del campo de Ceuta para reforzar su ejército, dejó al cuidado del Gobernador que había entonces, D. José Orcasitas y Oleaga, sus mujeres y sus hijos.

CAPÍTULO III.

Muerte de Felipe V. -Rota de los Berberiscos en Canarias y de los corsarios que infestaban las costas.-Muerte de Fernando VI. —Abandonan los Portugueses á Mazaghán.—Establécese Jorge Glarr en Santa Cruz de Mar pequeña.—Embajada de D. Jorge Juan.—Tratado de paz de 1767.

Las nuevas guerras que sostuvo el Rey D. Felipe contra Austria é Inglaterra, sus hostilidades con Francia, las múltiples y complicadas negociaciones para la paz general, las esperanzas que de cuando en cuando brotaban en su corazón de sentarse en el trono de Luis XIV, las dolencias que le impulsaron dos veces á tratar de su abdicación, su obesidad que en los últimos años casi le privaba de movimiento; le impidieron dedicar su atención á los asuntos de África, y en tal estado, en 9 de Julio de 1746, le sorprendió la muerte por un ataque de apoplegía.

Felipe V el Animoso, infundió nuevo vigor á la nación española: ciencias, artes, literatura, recibieron desconocido impulso, si bien, desgraciadamente, amoldándolo todo en las turquesas de Francia que imponía gustos, opiniones, leyes y costumbres. En lo exterior pesó España otra vez en los destinos de Europa, y ¡ojalá que la Reina Doña Isabel de Farnesio hubiera espoleado menos la ingénita ambición de su marido, y en vez de inducirle á reivindicar por la fuerza, derechos dudosos é intereses puramente de familia, hubiese empleado su natural influencia en reprimir los instintos belicosos del Rey, inclinándole á procurar la tranquilidad de los pueblos, tan trabajados con las contínuas guerras!

Succedióle Fernando VI llamado el Pacífico. Durante su reinado, ningún suceso importante ocurrió en la perpetua guerra contra los Infieles. Alhucemas, sitiada por los Moros, hallóse en trances de rendirse; pero socorrida á tiempo, se libró de caer bajo el yugo de los Marroquíes, que hicieron también un desembarque en las Canarias, donde fueron derrotados y muertos casi todos los invasores.

En 1758, los Berberiscos de las costas, corrieron las de España; salió á darles caza D. Isidoro del Postigo que, acometiendo á un navío y

á una fragata, se apoderó de aquél, librándose ésta á favor de una tempestad que obligó á la escuadra á guarecerse en el puerto.

El dolor por la muerte de su esposa muy querida, Doña María Bárbara de Portugal, llevó al sepulcro, en 10 de Agosto de 1759, á Fernando VI, Príncipe bondadoso, y que en la paz buscó la felicidad de sus vasallos.

En Marruecos había á la sazón sobrevenido un cambio, que auguraba días mejores al trabajado imperio. En 12 de Noviembre de 1757, había muerto el Emperador Muley Abd-Alláh, y ocupado el trono Sidy-Mohammet-ben-Abd-Alláh, uno de los Príncipes más insignes de su tiempo y que había aprendido el arte de gobernar, en la escuela de su padre, de quien había sido Corregente. Siguiendo la política de Muley Ismael, reunió un ejército de 120.000 hombres, y el 4 de Diciembre de 1768 púsose sobre Mazaghán, que con un corto y valeroso presidio, defendía D. Dionisio Gregorio de Melho, Castro y Mendoza. Intimóle el Emperador la rendición, ya que la defensa era imposible; pero negóse aquél á entregar la plaza, sufriendo un horrible bombardeo y rechazando valientemente las acometidas. Clamaban los vecinos y guarnición por socorro y lo esperaban confiados; porque en Lisboa no les faltaban valedores, y era procuradora incansable la esposa del Gobernador, que pocos días antes del sitio había dejado á Mazaghán. El 8 de Marzo se dibujaron en el lejano horizonte las velas portuguesas, y los defensores de la plaza prorrumpen en exclamaciones de júbilo. En lugar de refuerzos, recibe el Gobernador orden del Rey, para que, embarcados todos los moradores en las naves de la armada, entregue la fortaleza al Sultán de Marruecos. El asombro les deja sin palabra; pero repuestos, corre la noticia de boca en boca, el pueblo se amotina, el furor les subministra armas, y en confuso tropel y con espantosa gritería sitian la casa de Melho y le amenazan de muerte, y á todos los que se opusieran á continuar la defensa. Los que nada perdían con que se perdiera Mazaghán; los que con la obligación de obedecer excusaban su deseo de evitar los peligros del sitio; los muy prudentes, y los partidarios de las nuevas ideas que prosperaban en la Corte; suavizaron la exaltación de los amotinados con palabras artificiosas, y poco a poco, con reflexiones del peligro en desobedecer al Rey, y con fáciles promesas de que se les indemnizaría y aun recompensaría largamente; lograron que se resignasen: se comunicó al Sultán la determinación del Gobierno de evacuar la plaza, y convenida una suspensión de hostilidades, se señaló para el embarque el día 11. Al verificarlo las familias con los más preciosos objetos, se les advierte por el Gobernador que nada podían lle

á

varse. Estalla entonces de nuevo la cólera del pueblo; pero en su impotencia de contrarrestar la entrega, derrámanse furiosos por la ciudad, incendian los muebles, desjarretan los caballos, degüellan las reses, rompen las armas, clavan la artillería, minan los baluartes, que hace saltar después del embarque el herrero Pedro de la Rosa; hacen pedazos las aras, que arrojan al mar, y sólo se salvan de la común destrucción las sagradas imágenes y los libros parroquiales que llevan consigo.

Se asegura que la causa de tanta vergüenza fué la rapacidad sacrílega del enciclopedista Pombal. Las limosnas de las bulas de la Santa Cruzada se invertían en el sustento de Mazaghán como empresa contra Infieles: el Ministro volteriano ideó la cesión, para disponer á su arbitrio del importe de las bulas 1. Quizá creyendo indiscutible regla de buen gobierno, la utilidad material, estimó como gravoso á la Monarquía, invertir en la conservación de la plaza cantidades que no habían de compensarse con conquistas por entonces imposibles. Algo hubo de alegarse en este sentido al débil José I, que autorizó la política del Ministro, que sin creencias, y empujado por la tenebrosa conspiración de los sectarios contra todo que formaba la antigua constitución social de Europa; tiró con desprecio los últimos restos del poderío portugués en África, adquirido con el trabajo de tres siglos, y con torrentes de sangre, y que concluyó para siempre con el desamparo de Mazaghán.

lo

Apenas Carlos III cambió su reino de Nápoles por el español, pensó en dar término á la piratería; aunque por entonces las hazañas del intrépido Barceló eran tantas, que á su nombre huían los corsarios y el litoral respiraba tranquilo.

De nuestro perdido establecimiento de Guáder en la costa berberisca, ni se hacía mención. Algunos pescadores de Canarias, habían solicitado en tiempo de Carlos II el envío de una fragata que cruzase las aguas de Santa Cruz para asegurarles de las violencias de los naturales; mas sólo pudieron conseguir permiso de equiparla y armarla á sus costas, si les convenía; empresa superior á sus fuerzas, y que no llevaron á ejecución. El incendio de siete buques corsarios en el Cabo de Aguer, por D. Alvaro Bazán, y el tratado de paz con el Emperador de Marruecos, les dieron alguna seguridad; no se atrevieron, sin embargo, á aprovecharse del puerto de Guáder.

4 Amador Patrino, en su Chronica da Fidelisima Rahina Senhora Doña Maria I de Portugal, afirma, que la única razón de la torpe política del Marqués de Pombal, fué disponer à su arbitrio de todos los réditos de las bulas, que en gran parte se aplicaban al sostenimiento de la plaza.

Ocurrióle hacerlo en 1764 al intrépido Escocés Jorge Glarr, y con su familia se trasladó á aquel punto, fundando un establecimiento comercial, al que llamó Hilsborough. La corte de Marruecos le miró con desconfianza; la de Madrid se alarmó al ver Ingleses en tierra que estimaba propia, y mandó arrestarle en una de sus excursiones á Canarias, bajo el pretexto de que defraudaba á la Real Hacienda. Tras largas desdichas, puesto en libertad por las reclamaciones del Gobierno inglés; mas perdidos bienes y esperanzas, abandonó aquel país inhospitalario, víctima de la suspicacia de Gobiernos que hubieran debido protegerle en su empresa: temióse la rapacidad británica, que siempre convierte en derechos los favores, y fué la víctima el emprendedor Escocés.

Tratábase por entonces en el Consejo, de si atendidos los gastos que ocasionaban nuestras posesiones en África, convendría su abandono, á excepción de Ceuta y Orán: inclinábanse muchos á ello; otros, á que siendo la guerra la que los originaba, se procurase la paz con los Marroquíes 1. Admitióse en principio esta opinión y se pensó seriamente en negociarla.

Ya habían mediado papeles entre Samuel Sumbel, Judío de Marsella, encargado de Sidy Mohammet y el Gobernador de Ceuta, y si bien se manifestaba aquél propicio á que los Españoles pudieran dedicarse á la pesca en Santa Cruz, no se comprometía á garantizarla al Sur de este puerto, por ser los habitantes gente incivilizada y montaráz; negándose por completo á que los de Ceuta comerciaran tierra adentro.

Acontecían estos sucesos á fines de 1765, y para tentar el terreno, comisionó el Gobierno reservadamente al ex-Prefecto apostólico de las Misiones Fray Bartolomé Girón, de la Concepción, fraile muy versado en los usos del país, quien en Marruecos, de tal modo supo ganarse voluntades, que logró por fin en 2 de Febrero de 1766, una audiencia en que leyó á Sidy Mohammet una memoria, si difusa, hábil; manifestándole los deseos que tenía el Rey de España de celebrar un tratado de paz de comercio. Ponderábale los beneficios hechos á los Marroquíes; habiendo puesto en libertad á los que se hallaban cautivos, mandando que se proveyese á los buques del Imperio de cuanto necesitaren, y que su propósito era que Moros y Españoles se trataran como hermanos; para cuyo logro sólo esperaba saber la forma y circunstancias con que S. M. Impe

4 Muriel, en sus Notas à la Instrucción reservada, afirma que se pensó también en el abandono de Orán: niégalo Ferrer del Río. Es muy probable que los individuos que componían el Gobierno, anduvieran divididos en esta cuestión, como lo estaban muchos hombres importantes; mas juzgando por lo que después se hizo, nos inclinamos à creer en la certeza de la afirmación de Muriel.

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