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CAPÍTULO VII.

Política de los Reyes de España en Berbería.—Cuál debe de ser en la actualidad la de España en Marruecos.

Hemos historiado las vicisitudes de España en África, narrando con fidelidad los hechos, y apuntado, si no desenvuelto, las observaciones que naturalmente sugerían.

Quien lea la presente historia, sabe ya cuál ha sido, á nuestro modo de ver, la política de España en África. Cúmplenos, sin embargo, llegados al fin del camino, volver la vista atrás por algunos momentos, y no estimamos ociosas algunas consideraciones generales sobre las miras que nuestros Reyes y hombres de estado tuvieron, y los pensamientos que abrigaron al llevar á Berbería las armas españolas. Ante todo, conviene no olvidar que hay un hecho que se ve ó se vislumbra al menos, desde los tiempos más remotos y obscuros hasta los presentes. Y este hecho histórico, nace, digámoslo así, de otro hecho natural.

La naturaleza ha colocado á España en el confín de Europa, y donde acaba Europa, comienza el África. Las divide un canal, puente por el que África pasa á Europa, ó Europa á África. España y Berbería, si alargan sus manos, se las estrechan. Este hecho natural ha engendrado el otro hecho histórico que arriba indicamos.

España en todos tiempos ha tratado de apoderarse ó de influir en Berbería, ó Berbería de apoderarse ó de influir en España; como si las dos quisieran hacerse una, dudándose sólo cuál ha de ser la vencedora ó la dominante.

La política de los antiguos Romanos era la de conquistar el mundo; pero sujetas á sus armas España y la Mauritania Tingitana, pusieron el gobierno de entrambas naciones en una sola mano, y según las vicisitudes de los tiempos, África obedecía á la Autoridad que mandaba en España, ó España obedecía á los Prefectos de África.

Los Vándalos se enseñorearon de la parte meridional de nuestra Península, mas no bien asentados en Andalucía, pasaron á África.

Los Godos, que les succedieron, como una ola succede á otra ola, pensaron también en apoderarse de las costas fronterizas.

Andando los tiempos, los hijos de Mahoma salvaron el Estrecho, y más aún que por sus armas, conquistaron por nuestros vicios á España, derramándose luego por Europa.

Pelayo se alzó en Asturias, y en Aragón Íñigo Arista.

Su política y la de todos los Reyes, que continuaron la más grande, más porfiada, y más heróica lucha que han presenciado los siglos; se redujo tan sólo á expulsar de la madre patria á sus bárbaros dominadores.

No podían mirar afuera los que dentro de casa tenían á sus mortales enemigos. Tiempos de fe y de hierro, en que los Reyes nacían en medio de los combates, vivían peleando y morían en los campos de batalla.

Los Reyes de Aragón, sin embargo, libres de invasores antes que los Reyes de Castilla, poderosos por la mar, dueños de Sicilia y de Nápoles; hicieron algunas expediciones al África, apoderándose de los Xerves y de los Querquenes 1: de una parte, obrando así, volvían golpe por golpe; de otra, apoderados de los Xerves, resguardaban de piratas á Sicilia.

Los Reyes de Castilla, al fin, acabaron el viaje que emprendieron desde Covadonga, subiendo á la Alhambra de Granada, y levantando á la faz del mundo la Cruz vencedora. Desde allí pudieron ya volver los ojos á la región que por espacio de siglos nos había oprimido. Ir á África, era devolverle la visita que le debíamos; guerrear en África, asegurar la paz en España.

Los Reyes Católicos, por esto y para abrir ancho campo al valor español, y principalmente para extender la fe de Cristo, en cuyo nombre habían peleado ochocientos años; cayeron sobre África y pasearon por

todo el litoral sus armas triunfadoras.

Una Reina santa, y la más grande de las Reinas, decía y rogaba en su inmortal testamento á los Españoles: «que no cesasen en la conquista de África, y de pugnar por la fe, contra los Infieles.»

El mismo encargo hizo al Emperador Carlos V, el Rey Católico, que había emprendido la jornada de Orán 2 por el servicio de Dios.

4 Tal era el poder y el orgullo de los Aragoneses por su marina, que disputando el Almirante Roger de Lauria con el Conde de Fox, enviado francés, y amenazándole éste con que su Rey pondría una escuadra de 300 velas, y que D. Pedro no podría presentarle otra igual; tras varias contestaciones, le dijo: «sin licencia de mi Rey no ha de atreverse á andar por el mar escuadra ó galera alguna; ¿qué digo, galera? los peces mismos, si quieren levantar la cabeza sobre las aguas, han de llevar un escudo con las armas de Aragón.» Sonrióse el Conde al oir esta jactancia, y mudando de conversación, se despidió de él y se volvió a sus reales.—Quintana.

2 Poder y patente de Capitán General expedido á favor del Cardenal, en Toledo á 20 de Agosto de 1508.

Un Ministro digno de Isabel y de Fernando, el Cardenal Cisneros, vistiendo la cota de malla sobre el hábito franciscano, conquistó á Orán: «pelean, decía á Pedro Navarro, Cristo y Mahoma.»>

Carlos V, de quien se decía que sus vacaciones en Europa, eran sus conquistas de África, cuando tomada la Goleta y deseoso de ir á Túnez, vió vacilantes á sus soldados, esforzó su ánimo, manifestándoles: «que >>estaba resuelto á no alzar mano en aquella guerra con los que por amor >>d Jesucristo y por el de su honra, quisieran quedarse en su compañía.»

En los combates, iba siempre delante de nuestros soldados la Cruz; los Frailes se ponían al frente de las columnas: después del triunfo se arrodillaban, y mirando al cielo decían: non nobis, Domine, non nobis sed nomini tuo da gloriam.

Es, pues, indudable, que la política de estos Reyes y del gran Cardenal; era extender la fe de Cristo, y para ello conquistar el África.

Aventurado sería decir que tenían en ánimo pelear con los Infieles por ser infieles; más cierto parece que peleaban con los Infieles por ha

cerlos fieles.

La conquista de África era un medio, no el fin. La Reina y Cisneros, para quienes todo desaparecía ante la idea religiosa, hubieran seguido adelante la conquista. Pensamiento grandioso, que tuvo que subordinarse en su realización á elevadas consideraciones de conveniencia política y de material posibilidad.

Por ello creemos nosotros, examinada atentamente la historia; que no estuvo en la intención del Rey Católico ni en el de sus succesores, por más que lo deseasen; conquistar á todo trance con la fuerza de las armas, el interior de África; sino apoderarse de la costa, y dominarla por medio de plazas militares, y desde ellas extender su influencia tierra adentro, impidiendo, en cuanto posible, la piratería, azote y baldón de las naciones cristianas.

Hechos muy significativos abonan nuestro concepto. Fernando el Católico cesa en sus guerras cuando le rinden vasallaje los Reyes de Argel, Tremecén y Túnez. En su testamento ya decía al Emperador: «que en cuanto buenamente pudiese, trabajase en hacer guerra á los Moros, con tal que no la hiciese con destruición y gran daño de sus súbditos.>>

Carlos V entra por fuerza de armas en Túnez; pero no se alza con ella, sino que asienta en el trono á su legítimo Soberano.

Felipe II establece alianzas con el Rey de Marruecos, que mantuvo inviolablemente.

Dilatar los dominios de la fe y asegurar las costas españolas con las

armas; pero sólo cuando eran inútiles las negociaciones, entendemos, según hemos dicho, que fué el pensamiento práctico de estos grandes Reyes. Si más altas eran sus aspiraciones, limitáronlas, sin duda, el temor de aventurar en las abrasadas arenas de África el poderío español; la necesidad de hacer frente á la prepotencia turca, amenaza continua de Europa, y la de conquistar ó mantener el Nuevo Mundo que descubrió Cris

tóbal Colón.

Así discurrían los Reyes; mas habrá quien crea, y no sin razón ó motivo, que algo más deseaban sus pueblos, siguiendo el pensamiento de la Reina Católica y de Cisneros, que era su pensamiento; porque no teniendo que pesar inconvenientes, sólo veía en la conquista de África, la prosecución de la guerra de Granada.

Un obscuro soldado la aconsejaba á uno de los Felipes, y hablándole con acentos libres, que ahora apenas sabemos usar; entre otras razones, le decía: «Averiguada cosa es que los más Príncipes del mundo católi>>co y paganos, tienen sus reinos y señoríos juntos y recogidos casi en un >>cuerpo, según una trabada y entera heredad: sólo V. M. R. tiene derra>>mados sus reinos y señoríos en varios puntos del mundo; de forma que >>este pedacito de terreno y antigua patria España, ella sola lleva el peso »y carga de todo, acudiendo á lo demás de ella, apartado, desmembrado, »y remoto, con armas y gobierno de sus hijos naturales y tesoros..... >>Para que en algún tiempo tenga alguna compañía y ayuda para alivio »de sus cargas y siempre se conserve en los siglos venideros, está bien >>que se extienda y se ensanche su monarquía, con la conquista, que ver>>daderamente le pertenece..... de los cuatro reinos de Berbería; Túnez, >>Tremecén, Fez y Marruecos, reinos fertilísimos y abundantes de todo, >>que si los ojos de V. M. los viesen, se enternecerian en verles en po»der de gente pagana.»

El pueblo español hablaba por boca de ese soldado, y sus Reyes, de seguro hubiesen al fin realizado su deseo, y hoy España y Berbería formarían una sola nación, teniendo por lago el Mediterráneo; pero nuestros Reyes estaban llamados por la Providencia á cumplir su triple destino: salvar la civilización de Europa de la barbarie turca; salvar á la Iglesia Católica de la rebelión protestante, y conquistar un nuevo mundo para el antiguo y para el cielo.

Lo cumplieron, y por eso han sido grandes, y grande el pueblo, nobilísimo instrumento de tan santas y levantadas empresas.

4 M. S. de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia.

La política de los Reyes Católicos, de Carlos V y de Felipe II, fué adoptada y continuada por los demás Reyes de la casa de Austria, y aun por el primero de la casa de Borbón.

Felipe III toma por fuerza de armas la Mahamora, y por tratos con Muley-Mahamet Xeque, á quien ayuda á recuperar su reino, á Larache. Felipe IV admite como tributario y favorece las empresas de Sidy Gaylan, Rey que se llamaba de Tetuán. Carlos II se apodera de Alhucemas. Felipe V, de la perdida Orán, y emprende la reconquista por no dejar separada del gremio de la Iglesia y de nuestra católica religión, parte alguna de los dominios que la Divina Providencia entregó á su cuidado, al colocarle en el trono de la Monarquía española 1.

Este intentó, además, la presa de Argel, y destruir en aquella soberbia ciudad la piratería que infestaba nuestras costas, no para conquistarlas, sino para robarlas; pero á Felipe V, aunque le sobraron alientos, faltóle ventura.

Sin embargo, ninguno de estos Reyes tentó avasallar el interior de África: aun brindándose la ocasión, no creyeron conveniente aprovecharla. Ciñéronse, como los Reyes anteriores, á fortificar las plazas que poseían en las costas, dominar éstas, impedir, y si no castigar la piratería; atreguarse con los Reyezuelos vecinos, conciliarse la buena voluntad de algunas tribus, y conservar á su devoción á los Moros de paz, que los abastecían, y en tiempos de guerra peleaban á su lado.

Después de Felipe V sufrió una modificación esencial la política de España en África: hasta entonces había extendido sus conquistas en el litoral, siempre arma al hombro, dispuesta á la pelea; entonces se decidió á dejar las armas, á entrar en negociaciones, y á concertar tratados de comercio.

Los tiempos ya no eran los mismos: Carlos III no era Fernando el Católico; ni Florida Blanca el Cardenal Ximénez de Cisneros.

Aquel espíritu religioso que dió á nuestra patria tantas ideas magnánimas, tan grandes bríos á su corazón, y que la hizo pasear por todo el mundo sus banderas victoriosas, vivía aún en el pueblo; pero no tan pujante al menos y vigoroso, en las cortes de los Reyes. Fernando el Católico y los de la casa de Austria hubieran vertido su sangre y la de España, por llevar el evangelio á regiones infieles: en sus palabras, en sus hechos, en sus tratados, descollaba como principio capital el sentimiento religioso; pero los últimos Reyes de la casa de Borbón, abandonaron

4 Manifiesto en Sevilla de 18 de Junio de 1732.

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