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Mehedía y Bona, que obedecían á los Cristianos de Sicilia; de Mers-al-kevir, Tremecén, Medina, Alghezair (Argel), Bugía y Constantina, y por traición, de Fez en el año 1145. En 1149 sublévase Ceuta, y comprime rápidamente á los sublevados, demuele la población, y destierra perpetuamente á los más distinguidos ciudadanos. Envía á sus Generales á España, que vencen á los Almoravides y los persiguen sin descanso, hasta que las miserables reliquias de aquellos terribles conquistadores evacuan la Península con rumbo á Mallorca. Sigue su triunfal camino: Marruecos le abre sus puertas en 1554 y decapita al hijo de Texfín,

Abu-Ysach.

Libre de sus enemigos en África, revuelve contra la Península, donde el Emperador Alfonso el VII de Castilla, había adelantado en gran manera la reconquista. Repugnaban los Bereberes nuevas empresas, cansados de tanto combate; pero frustrada en 1161 una conjura para impedirlo, pasa Abdol-Mumén á España, entrando por Ghebal Tharic; pelea por medio de sus Generales, vuélvese al África, prepara una expedición de 500.000 combatientes, y cuando aquel hombre tenía sojuzgada ya en su pensamiento la redondez de la tierra, muere, succediéndole, con agravio del primogénito, su hijo predilecto Yusef-Abu-Yacub. Sosegadas las divisiones intestinas, sitia Yacub á Lisboa, y es herido de muerte, dejando por heredero á su hijo Abu-Yusuf- Yacub-Almanzor, que teniendo el pnente de Ceuta y Gibraltar (transductiva promontoria, ó montes del Pasaje, como les llaman nuestras crónicas), inunda la Península con su ejército, abriéndose las hostilidades con una crueldad espantosa: <«furia

por furia; llama por llama; ruina por ruina.» El 18 de Julio de 11951, chocaron, por fin, de poder á poder, Alfonso VIII y el Almohade, y bajo de los cadáveres de los Fieles muertos en aquella tristísima jornada, desaparecieron los campos de Alarcos.

Después de Yacub-Almanzor, reinó Mohammad-al-Nasir ó Mahomad el Verde, que pasó á España con más de medio millón de soldados, y que, vencido en la batalla de las Navas, en aquella batalla en que «sólo la muerte hacía cautivos,» tornó al África á morir do pesadumbre.

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Algunos años pasaron en que las ambiciones de los Almohades es

El 19, según otros: seguimos al Marqués de Mondexar en su Crónica del Rey D. Alonso el Noble.

2 En el año 1200, según algunos, D. Sancho, Rey de Navarra, emprendió una expedición al Africa, y aliado con el Rey de Tremecén, marchó sobre Túnez. No tiene esto fundamento sólido: Mariana dice que la ida de D. Sancho fué para pedir el auxilio del Sultán Ben-Yusef contra Castilla y Aragón.

grimieron las armas contra sí mismos, hasta que los Xeques proclamaron por Rey al Gobernador de Sevilla, conocido entre los Cristianos por Almemún ó Almamón (el que confia en Dios, que, llevado de su deseo de reformas, hízose aborrecible á su pueblo, bien hallado con las antiguas costumbres.

Corría el año 1231, cuando su hermano Abu-Muza se subleva en Ceuta; dirijese allí Almamón; sabe en el camino que algunas tribus se habían levantado en tierra de Mequinéz, acude presuroso, sofoca la rebelión, y sitia á Ceuta; pero socorrida por el Xeque español Aben-Hud, que también se había declarado contra Almamón, tiene que levantar el cerco para combatir con Yahya, su rival, que marchaba contra Marruecos. Antes de llegar, le arrebató la vida súbita enfermedad, ó profunda tristeza, al convencerse de que llegaba á su término el imperio de los Almohades. Y así era: en España Mohammad-ben-Hud y el Santo Rey Fernando, les desposeyeron de cuanto dominaban: en África, el Mogreb-alAula rebelado; el Mogreb-al-Vasat, separado del Imperio por la traición del Gobernador Abu-Mohammad-Ybu; Tremecén en poder de las tribus de Beni-Zeyán; los Benimerines, de la poderosísima de los Zenetes, adquiriendo en las regiones de Zab una pujanza que les hacía considerarse como independientes; todo iba minando el poderío de los terribles Unitarios. Los Benimerines, por fin, se declaran en abierta rebelión, a poderándose de Fez, y el Mogreb queda dividido en dos reinos. El ambicioso Edris-Abú-Dabbus se concierta con ios rebeldes, ofreciéndoles acrecentamiento de territorio, si le hacían dueño de Marruecos, donde á la sazón reinaba su hermano Abú-Hafí. Aceptan los Benimerines, derrotan al Almohade; el usurpador entra en Marruecos, niégales las tierras acordadas, le declaran la guerra y muere á sus manos, concluyendo en él su dinastía; que raras veces se goza largo tiempo el fruto de la iniquidad.

Por este tiempo, Omar, Rey de Túnez, mantenía secretas correspondencias con el de Francia; según se creía, para conseguir ventajas comerciales. Astuto, y enterado del ardiente celo por la religión, que tenía el Santo Rey Luis, pensó que las lograría mayores, indicándole que abrazaría, quizá, la religión cristiana, si podía hacerlo sin arriesgar corona y vida. Deseoso San Luis de que, si eran verdaderos sus propósitos, seguro con la protección de las armas francesas pudiera convertirse; aje

Budebusio, según Mariana.

2 Almorcanda, según el mismo.

no á todo temor, y pensando que si le engañaba tendría justo motivo para la guerra, y tomado Túnez, riquezas para proseguir la empresa de la tierra santa, objeto de sus más ardientes deseos; juntó un numeroso ejército, y á fines de Marzo de 1270 desembarcó á tres leguas de la ciudad y envió cartas á Omar, recordándole su promesa de recibir el bautismo. No creyó nunca el Africano que su oferta se hubiese tomado tan por lo serio, ni que el poderoso Rey de Francia viniese en persona á reclamarle el cumplimiento. Pero la suerte estaba echada: no pudiendo eludir su oferta, negóse resueltamente á cumplirla.

<«<Decid á vuestro Rey, contestó á los mensajeros, que no tardaré en ir á que me bautice, al frente de 100.000 hombres.» Su intención no era equívoca, y las hostilidades comenzaron. Atacóse el puerto, y el puerto fué tomado con el fuerte que lo defendía; pero tan numerosa era la guarnición de Túnez, que creyóse imposible reducirla, si no por hambre. Los sitiadores, para ello, devastaron las inmediaciones de la plaza; mas aprovisionada de antemano, esta medida sólo produjo la carestía entre los sitiadores. Las enfermedades por el clima y las exhalaciones mefíticas de la laguna, que se extendía por un lado hasta los muros de la capital, empezaron á ejercer su maligno influjo: la mitad del ejército se hallaba enfermo. Decampó, y situóse en las inmediaciones de Cartago, en busca de aire respirable. Los expedicionarios asaltaron una fortaleza en que se decía haber abundosos víveres, pero nada encontraron. Enjambres de Alárabes los cercaban, les hostigaban sin descanso, huían, se dispersaban al ser acometidos, y volvían á aparecer, sin permitirles tregua ni reposo. Exhaustos los soldados por la fatiga, por la falta de buenos alimentos, por el insufrible calor y la carencia de medicinas; apenas podían resistir el peso de las armas. Agregábase á esto el temor creciente de ver desembocar á lo mejor el inmenso ejército egipcio que el Sultán Bondochard había ofrecido al Tunecí.

Sin tranquilidad el espíritu, sin descanso el cuerpo, se declaró la peste con tal furia, que en un mes quedó reducido el ejército á la mitad. Limitóse entonces á encerrarse en sus atrincheramientos y repeler las acometidas de los Moros. Sólo una esperanza lejana mantenía al resto de los Cruzados: el socorro de Carlos de Sicilia, hermano de Luis el Santo.

Pero el contagio cunde: el Legado del Papa, los más valientes Capitanes, el Príncipe Tristán, mueren; el mismo Rey vése atacado con irresistible violencia. El 22 de Agosto reune á su alrededor á su familia; exhorta á su hijo Felipe, también enfermo; le bendice tiernamente, y espira.

Resuenan los sollozos en el campamento; la fortaleza y el consuelo

de todos los Franceses han muerto con su Rey. Súbito, las brisas de la marina traen los sonidos de músicas alegres y entusiastas aclamaciones, cuájase el mar de naves; el pabellón siciliano cubre majestuoso las tranquilas ondas; pero nadie responde al grito de alegría con otro grito de alegría. Alármase Carlos; hiende las olas con su esquife; salta á tierra; sorprendido, nota la consternación en todos los semblantes, las lágrimas en todos los ojos, y como adivinando la terrible desgracia, corre desalado á la tienda Real. Sobre el fúnebre lecho reposaba, con las facciones tranquilas, resignadas, divinizadas por la muerte, el cadáver del Rey.

Arrójase sobre aquellos restos inanimados, que estrecha entre sus brazos; rompe el angustioso pecho en acerbas lágrimas, y con él llora el campamento; porque aquellos guerreros habían perdido nn hermano, un padre, un Rey justo, un valeroso Capitán. Satisfecho el debido tributo del fraterno dolor, Carlos toma el mando; provoca una batalla; vence; aprovecha la ocasión oportuna para volver á Francia, y entra en negociaciones con Omar. No las deseaba menos el Tunecí, y pronto se concertaron: franco el puerto de Túnez, exentas de impuestos las mercancías, libres los Franceses cautivos, licencia para construir Iglesias, facultad en los Musulmanes de convertirse, sin ser perseguidos; 200.000 onzas de oro para indemnizar á los Señores franceses, y un tributo durante los diez años de tregua en que convinieron.

Murmuran los soldados, porque no se pactaba el saqueo de Túnez, que no habían tomado; pero se embarcan, y pronto con el inmediato peligro olvidaron sus quejas.

Un deshecho temporal saltea á la flota en la rada de Trápani; 18 bude alto bordo é infinidad de vasos menores se traga el mar, y con ques ellos 4.000 hombres que ya tocaban al ansiado puerto.

El nuevo Rey Felipe el Hermoso, convaleciente aún, detiénese en Sicilia; muere á los quince días Teobaldo, Rey de Navarra, enfermo desde Túnez, y síguele su mujer y compañera en la expedición. Isabel de Aragón, la esposa de Felipe, en uno de sus paseos, cae del caballo y fallece. Alfonso, Conde de Tolosa, tío del Rey, y su esposa Doña Juana, mueren también. Felipe entra en Francia con los restos mortales de su padre, de su esposa, de su hermano, de su cuñado, de sus tios. Agólpase el pueblo; llora á su buen Rey, muerto en defensa de la fé, y recordando sus virtudes, aclámanle Santo, y poco después el mundo católico le venera en los altares.

Tal fué el fin de la famosa expedición francesa contra Túnez en el año de 1270.

CAPÍTULO V.

Los Benimerines. —Abu-Yusuf-Yacub pasa á España llamado por el Rey de Granada. - Se alía con Alfonso, Rey de Castilla. --Pedro III de Aragón repone en el trono al Rey de Túnez. —Expedición á Acoll.-Descripción de los Xerves y su conquista.-Sucede à YusufYacub, Abu-Yacub. Mohammad III toma á Ceuta. Solimán la recobra. - Rebeliones en los Xerves.-Abu-Said toma á Gibraltar.-Derrota y muerte del Almirante Don Jofre Tenorio.-Derrota de Abul-Hacén.-Succédele Abu-Yunán.-Anarquía á su muerte.- Estado de la España cristiana.

Mandaba en esta sazón á los Benimerines Abu-Yusuf, que, después de prolongadas campañas, quedó tranquilo poseedor del Mogreb, confirmándole el pueblo el título de Príncipe de los Muslimes con que se decoraba.

Como á los Almohades, sucedió á los Benimerines: Al-Hamar, Rey de Granada, les llamó en su auxilio en 1272, impidiéndole la muerte ver el funesto resultado de su imprudencia. Abu-Yusuf no se detuvo un punto: asegurado el paso de su ejército por la vanguardia, que se apoderó de Algeciras y Tarifa, cubrió el mar con sus buques, y las playas españolas con innumerable hueste.

Al poco tiempo se declaró contrario del Rey de Granada; alióse con Alfonso; le auxilió en la guerra contra su hijo D. Sancho, y rechazados ambos de Córdoba, repasó el Estrecho desembarcando en Tánger.

La clara inteligencia y el indisputable valor de Abu-Yusuf-Yacub empleado contra los Musulmanes de la Península, sólo sirvió para acelerar la ruina de la dominación del Islam. Debilitados los Reyes moros, teniendo que gastar sus fuerzas en resistir á los mismos que debieran defenderlos, dejaban ancho vagar á la reconstrucción y acrecentamiento de las monarquías cristianas.

Los Reyes de Aragón que habían expulsado de su territorio á los Infieles, se alzaban animosos, y no teniendo enemigos en su país, llevaban el terror de sus armas á los extraños.

Los Reyes de Túnez y Tremecén se les habían declarado tributarios 1;

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