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largo tiempo por él acariciada. Preparándose para la ejecución, con el mayor secreto encargó á Jerónimo Vianelli, hábil marino veneciano, el estudio del litoral de África, y en breve recibió puntualísimas noticias, con diseños y exactas descripciones de las ensenadas, puertos y topografía de los terrenos inmediatos. Vianelli juzgaba, y logró persuadir al Cardenal, de que la guerra debía dirigirse contra Orán y Mazalquivir; y resuelta ya en su ánimo la conquista, emprendió la no menos difícil tarea de convencer al Rey Fernando que le confiase la dirección de tan ardua empresa.

Mazalquivir, llamado también Almarza-quivir, Maza-el-quivir y Almarza, en el Reino de Tremecén, está contrapuesto á Almería, un poco hacia Levante, y á una legua al Poniente de Orán, en la parte de mar conocida por Mediterráneo Sardoo. Llamóse en lo antiguo Portus magnus, á cuyo significado corresponde en árabe Mers-al-Kebir. Es fuerte pór naturaleza, situado sobre una peña, estribo de la falda del monte del Santo, de 120 piés sobre el nivel del mar, en su mayor altura. En la punta de la Mona de Orán, tiene comienzo el puerto; ciérralo á una legua, en línea recta, el promontorio roquizo en que se asienta Mazalquivir; y aunque resguardado del Norte y Nordeste, queda abierto al Sudoeste, llamado por los naturales el polvorista.

Juzgó el Cardenal, que siendo aquel punto tan capaz, le serviría para pasar libremente al África cuantas fuerzas quisiere, y conquistar á Orán, objeto y fin de sus escondidos planes. Con tales intentos, escribía reservadamente al Rey para que discurriera sobre este designio, que no tardó mucho en traslucirse, con grande aplauso de la nobleza, ansiosa de guerra contra Infieles, y más aún de lisonjear al Rey, que á ella parecía incli

narse.

No debía Fernando, albacea de su mujer, la heróica Isabel, olvidar el expreso encargo á sus hijos, de que no cesasen de la conquista de Africa, é de puñar por la fé contra los Infieles ; pero no era Fernando liberal, y su tesoro andaba también por demás corto, con los gastos que le ocasionaba la Sicilia y los hechos en la conquista de Granada. «Deseo la expedición, decía, pero no tengo dinero.» El Cardenal le ofreció once

«E ruego é mando á la Princesa, mi hija, y al Príncipe, su marido, que sean muy obedientes á los mandamientos de la Sancta Madre Iglesia, é protectores é defensores della, como son obligados; é que no cesen de la conquista de África, é de puñar por la fé contra los Infieles, é que siempre favorezcan mucho las cosas de la Santa Inquisición contra la herética pravedad.»— Testamento de la Reina Doña Isabel, en Medina del Campo, á 12 de Octubre de 1504, ante Gaspar de Crisio.

cuentos de la moneda de Castilla, y sustentar dos meses la armada que sitiase á Mazalquivir.

Por medio del Virrey de Mallorca, D. Juan Aymerich, andaba el Rey en tratos para la entrega del pueblo de Tedeliz, entre Bugía y Argel, ya entrado en 1398 por las tropas de D. Martín de Aragón; pero como sagacísimo, y tan prudente que otro más que él no le hubo en aquella era; envió primero á Martín de Robles, Contino de su casa, á fin de que, con achaque de compras de caballos, se enterase de la posición del pueblo, entradas, salidas y ventajas que traería su conquista y fortificación. Pareció que no era plaza de tal valer, que debiera sustentarse, y animado el Rey con los ofrecimientos de Cisneros, determinó la empresa de Orán y de Mazalquivir. Diéronse órdenes; hiciéronse levas; se unieron los voluntarios á los tercios de la tropa vieja española, y en 29 de Agosto, viernes 1, día de feliz augurio para los Españoles, sin publicarse el objeto, zarpó de las playas de Málaga la escuadra, compuesta de seis galeras y gran número de carabelas y otros bajeles, llevando á bordo hasta 5.000 hombres; número que aumenta en su relación Gonzalo de Ayora.

D. Diego Fernández de Córdoba 2, Alcaide de los Donceles (sobrino á lo que entiendo del Gran Capitán), mandaba la expedición, y á sus órdenes, D. Ramón de Cardona, para las cosas de mar; D. Diego de Vera, Comisario general de la Artillería; Gonzalo de Ayora, Capitán de los Guardias, y Vianelli el marino, como guía y director de la armada. Mas el tiempo fué contrario, y tuvo que detenerse en el cantal de Velez el Blanco, á dos leguas de Málaga, de donde salió con viento largo de Poniente, el dia 3 de Setiembre de 1505. Un fuerte Levante que sopló de improviso, obligó á la escuadra á refugiarse en Almería, donde se entretuvo hasta el 9, en que mudado el viento y pregonado el punto á donde marchaba; levó anclas y abordó las playas de Berbería el 11, tras el cerro del Falcón, á una legua de Mazalquivir; que la fuerza del Poniente les impidió el puerto. Allí esperó el General á que todos los bajeles se reuniesen, porque diversos en el porte y en el andar, se atrasaron algunos hasta cuatro horas; juntos, enderezó proas hacia Mazalquivir.

Desde que la noticia del armamento llegó á oidos de los Moros, con

4 Zurita dice que en sábado, pero con manifiesto error; puesto que después asienta que acabó de salir la escuadra de Almeria en martes 9 de Setiembre, y que se dieron á partido el sábado 13 de Setiembre; por lo tanto, el 29 de Agosto era viernes.

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D. Fernando de Córdoba, le llama Flechier en su Vida del Cardenal Ximénez de Cisneros, error que no cuidó de enmendar el que la tradujo.

la gran aprensión, cargaron de gente por aquellos contornos; pero la forzosa demora de la armada les hizo creer se había dirigido hacia Levante, y se derramaron por los pueblos, quedando sólo un corto número con algunos vigías en las cumbres de los montes.

¡Cuál sería su sorpresa al ver dibujarse á lo lejos las velas españolas! Alarman la tierra con repetidos ángaros; corren en tropel á la ribera; y á lengua de agua, y en unas ramblas y en un espeso higueral cercano, se emboscan hasta 3.000 peones y 150 caballos. De Orán acuden muchos; en los puntos de fácil desembarco colocan artillería, y en la punta del Cabo, un baluarte con grandes traveses que barría con sus fuegos mar y tierra.

Una tempestad estalla; entre la lluvia, el fulgor de los relámpagos y el bramido del trueno, adelántanse las naves gruesas de Lezcano y de Flores de Marquina, grandemente provistas de artillería, que bombardean la fortaleza. El mar, furioso, impide que las galeras se acerquen; montan los Españoles en varias fustas, y desembarcan atropelladamente. Defendían los Moros la entrada con ánimo resuelto; pero López el Zagal toma tierra el primero, y en pos Lope Sánchez de Valenzuela y Luis Diaz Cerón, que se sostienen con valentía, engrosados por los que iban desembarcando; hasta que acudiendo D. Ramón de Cardona, Gonzalo Ayora y otros valientes Capitanes, con la gente llamada de ordenanza, pudieron rechazar á los Infieles y tomar posición en los collados inmediatos. Ya en la playa el ejército, manda el General formar sus batallas muy ordenadas, y acometer un cerro entre el higueral y la sierra, distinguiéndose entre todos el valiente Capitán Pero López con tres compañeros.

Los Moros abandonan aquella posición, y llegada la noche se replegan á Orán, dejando 400 hombres en Mazalquivir. No fué parte la abundantísima lluvia, para que los nuestros no atacasen la sierra alta que domina la población, y que por haberse corrido la mayor parte de los enemigos hacia Orán, tomaron sin mucha resistencia, fortificándola á toda prisa, con grandes reparos y harta fatiga de agua, frío y hambre.

Al día siguiente, atrincherados ya, principió á cargar gran golpe de Moros, que recudía de todos los lugares vecinos, y 300 lanzas, y unos 2.000 peones de Tremecén, al mando del Mezuar. A su opósito envió el Alcayde de los Donceles hasta 1.600 hombres, con dos ribadoquines que les impidieron socorrer la plaza.

Aprestaron el cerco por mar y por tierra, entrando la escuadra en el puerto, y aconteció que, á los primeros tiros de la artillería, fué muerto

el Alcayde de Mazalquivir, con lo cual, y descabalgadas las mayores piezas del castillo, desmayaron los defensores y pactaron una tregua hasta el 13 de Setiembre, en que prometieron rendirse, si el Rey de Tremecén no los socorría.

Concluyó el plazo sin que el socorro apareciese: D. Diego Fernández de Córdoba preparó el asalto; mas diéronse á partido los sitiados, y concedióles tres días para salir libres de Mazalquivir, con sus mujeres, hijos y cuanto pudiesen llevar encima: el mismo Córdoba vigiló en persona á la puerta de la ciudad para impedir desmanes de la soldadesca, cumpliéndose tan lealmente las capitulaciones, que un peón que maltrató á una Mora, fué incontinente arcabuceado.

¡Gozoso momento para los Españoles el de izar las banderas y el pendón Real en las torres de las fortalezas, al grito de «Africa por el Rey nuestro Señor!» Ventura fué la pronta capitulación; que en el mismo día у а росо de haberse entregado la plaza, acudió á socorrerla innumerable morisma; que visto lo vano de la empresa, se recogió á Orán, y apostóse en la sierra, y sobre todo en la atalaya más cercana á Mazalquivir, observando á los invasores.

El valiente Alcayde de los Donceles, imaginando ser acometido de rebato, estuvo sin desarmarse cuatro días y el ejército en formación ordenada; pero el Mezuar y los Tunecíes, que se descolgaban de la sierra, viniendo hacia el campo cristiano con grandes algazaras; se reparaban luego y por la tarde volvían á sus posiciones; de modo que perdido el miedo, osaban los nuestros más de lo que debieran, que fué causa de grandísimo desastre.

Aconteció, pues, que la caballería mora prohibía al ejército forrajes; y los Españoles, lozanos de corazón por las victorias pasadas, se derramaron en busca unos de leña, otros de agua para la flota, que asaz la necesitaba. Los Moros, emboscados tras de unas peñas, cayeron sobre los forrajeadores, que sostuvieron la arremetida, y aun por fuerza de puños, la compañía de D. Alonso Girón de Rebolledo, los llevó delante gran pieza, hasta un cerrejón en que hicieron pié firme, resistiendo tenazmente el ímpetu de los nuestros. Renovóse la pelea, y socorridos los soldados por la gente de Córdoba, mandada por el Alguacil mayor D. Íñigo de Ayala, después de porfioso combate, desalojaron á los Moros con pérdida de más de 500. Pero al perseguir á les fugitivos, se desbandan las tropas, revuelven los Alárabes, derrotan á los vencedores, y con muerte de muchos y vergüenza de todos, los persiguen hasta el mismo. Mazalquivir; dejando en el campo muchos Capitanes y gente principal,

á quienes el valor aconsejó la resistencia ó la honra les vedó la fuga. Prudentes ya por el conocimiento de las artes contrarias, limitose el Alcayde de los Donceles á reparar y abastecer suficientemente la fortaleza y el pueblo; envió por Comisionados á Orán á D. Alonso Girón de Rebolledo, Jerónimo Vianelli, Vargas y Gonzalo de Ayora, á fin de concertar treguas y arreglar el orden que había de guardarse en sus contrataciones y cambios, en lo que vinieron los Moros, que por el puerto de Mazalquivir recibían gruesas ganancias del comercio de Levante, sostenido por galeazas venecianas.

Esto arreglado, en 24 de Setiembre, D. Ramón Cardona con la armada, ya sin objeto, movió á Málaga, yendo D. Diego de Vera y Gonzalo de Ayora á dar al Rey cuenta de la conquista y al Cardenal como homenaje, alguna presa, con un bastón de ébano, de primorosa labor y admirable negrura, que había pertenecido á un Alfaquí principal. Estimó Ximénez la memoria, y cedió el bastón á su Universidad de Alcalá, que lo conservó largo tiempo. Grandes regocijos se hicieron en todo el reino, que sin noticias de la flota, temíala perdida. Ordenáronse ocho días de funciones en acción de gracias á Dios, con cuya ayuda se había ganado el puerto de Mazalquivir, nido de piratas, y ahora paso franco á las tropas españolas para la invasión de Africa.

Llamó el Rey á la Corte á D. Diego de Córdoba, hízole muchas mercedes, y entre ellas la de nombrarle Gobernador de la plaza, cuya guarnición se reforzó con 100 caballos y 500 infantes, al mando del Lugarteniente Rodrigo Díaz.

Al conferir la gobernación del país adquirido al Alcayde de los Donceles, habíale dicho el Cardenal Cisneros: que nadie más capaz de defender la plaza, que el que la habia conquistado; y que España podía prometerse que llevaría muy adelante sus victorias, en un pais en que acababa de abrirse camino.

Pero turbaciones sobrevenidas en Castilla no permitieron ni al Rey, ni al animoso Cardenal, ejecutar por entonces sus levantados pensa

mientos.

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