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Defendiéronlas bravamente más de 12.000 Moros, pero fueron poco á poco perdiendo terreno hasta llegar á unas fuentes donde, por ganarlas, se recrudeció la pelea; quedando, al fin, por los Españoles, con gran consuelo suyo; que andaban rendidos por la sed. Navarro entonces plantó cuatro culebrinas, que dañaron mucho á los Moros, y tras breve descanso, dióles otra arremetida, tan recia, que se apoderó del cerro. Al verlos huir, á pesar de las prevenciones del General, no fué posible contener á la tropa que, con la codicia de alcanzarlos, se desbandó en el mayor desorden. Tan de cerca picaba á los fugitivos, que Orán no se atrevió á abrir las puertas, ó temiendo que con ellos entrasen revueltos los vencedores, ó por estar así concertado entre el Cardenal y los Judíos de la Ciudad, según algunos aseguran 1.

Llegan en esto los Cristianos con la furia del que vence; apoyan las picas en los muros y principian la escalada, á tiempo que la flota, combatiendo la parte de la marina, y apagados los fuegos enemigos, desembarca el marinaje y secunda el asalto. Sosa, el valiente Sosa, Jefe de los Guardias del Cardenal, sube el primero á la muralla; clava el pendón de Cisneros con un Crucifijo, y en el reverso las armas de su Señor; y gritando Santiago y Ximénez, da la señal de la victoria; tras él siguen otros, derrámanse por la ciudad, se apodera de una puerta D. Bernardino de Meneses, con sus Talaveranos, y entra el ejército. El triunfo manchóse con la crueldad: se empapó la tierra con la sangre de los rendidos, y sólo la embriaguez y el cansancio fueron bastantes para que concluyesen el saqueo y la matanza. La luz del día mostró el estrago: horrorizados los mismos vencedores, concedieron cuartel á todos los que se habían refugiado en las mezquitas. Treinta Cristianos murieron; en la toma de la montaña casi todos; 4.000 Moros, en cambio, y cautivos 5.000. Grande fué la presa, que se estimó en 500.000 escudos de oro. Nada quiso Cisneros para sí; puso en libertad á 300 esclavos, y repartió el botín entre los vencedores, premiando á los más valerosos; consagró las mezquitas; mandó reparar las fortificaciones; proveyó las cosas todas de la ciudad, y envió al Rey noticia de la victoria, con Fernando de Vera, hijo del general de la artillería, Diego, y después, por su tardanza, con Fray Francisco Ruiz, compañero y privado suyo 2.

4 Mármol, Descripción de Africa, lib. 5.o

2 Corrió entonces muy acreditada la voz de que el día de la toma de Orán se había repetido el milagro de Josué. Cierto que al considerar los diversos lances de la jornada, no se comprende cómo pudieron efectuarse en tres horas y media escasas que quedarían de tarde al comenzarse la pelea. Aludiendo á esta tradición, Francisco Santos, en su obra El

Es indudable que á la resolución de Cisneros se debió tan rápida conquista: tres horas después de tomada la ciudad, llegó el ejército del Rey de Tremecén, tan numeroso, que el ganarla hubiera sido, si no imposible, largo y difícil.

Meditó detenidamente el Cardenal si continuaría en África, según le aconsejaba su gran corazón; pero, bien conociendo lo árduo de conservar su dignidad entre las libertades de la soldadesca, su edad avanzada y las fatigas de los campamentos; bien, y es más seguro, pesando en su ánimo las demasías del Conde de Oliveto, cada vez más irrespetuoso, porque con la toma de Orán suponía haber concluido la comisión de Cisneros, y la discordia que su presencia engendraba en el ejército, por la animosidad creciente entre sus parciales y los del Conde, determinó su marcha.

Influyó, y no poco, en esta resolución, el conocimiento que tenía del carácter del Rey, quien, llevado de su natural, miraba receloso á toda la Grandeza, y más á Cisneros, por su amistad estrechísima con Gonzalo de Córdoba, de gran cuenta entre los nobles castellanos, y de cuya fidelidad nunca estuvo seguro. Desabrido el Rey con la estrecha unión de personas tan poderosas, escribió por entonces á Pedro Navarro, con quien secretamente se entendía: Detened d este buen hombre; que no vuelva tan á prisa á España; conviene usar de su persona y dinero, entre tanto que se pueda. Detenedle, si podéis, en Orán, y pensad en una nueva empresa.

No cumplió el encargo Oliveto, que, poco cortesano y sobradamente. ambicioso, creíase humillado sirviendo á las órdenes de Cisneros. Este, resuelto ya, reunió á los Cabos del ejército y les anunció su partida, dándoles consejos, y asegurándoles que iba á la corte, no para excusar trabajo, sino para mirar por ellos; y diciendo á Pedro Navarro: Que por ser tan esclarecido Capitán le estaba reservada la gloria de sojuzgar al África entera 2.

Lastimáronse los Generales, y Navarro, causa principal de su resolución, más que todos; ó arrepentido de su proceder, ó temiendo la responsabilidad, ó para excusar á los ojos del Rey la marcha de Cisneros, que

Rey Gallo, pone en boca del Tiempo las siguientes palabras: Camino yo al paso del sol y luna sin poder detenerme; sólo una vez lo hice en tiempo de Josué, y otra con el gran Cisneros; y así vosotros, aprovechaos de la ocasión, no la soltéis, que assida la teneis por los cabellos.

Vide el Apéndice num. 4.

1 Alvaro Gómez, De rebus gestis Franciscii Ximenii.

2 Idem id.

sabía le desagradaba, ó recelando que éste influyese con el Monarca en su perjuicio. El 23 de Mayo, con tiempo favorable, zarpó y arribó en el mismo día á Cartagena, sin escolta ninguna; dió providencias para el mantenimiento del ejército, y siguiendo hacia su diócesis, entró á los quince días de su salida, aclamado por los pueblos y llena el alma de amargura. La Universidad de Alcalá diputó dos Doctores para recibirle, y Hernando Balba, á quien mucho estimaba Cisneros, viendo que no decía palabra sobre la conquista de Orán, se atrevió á insinuarle: Que lo pálido y flaco de su rostro demostraba las fatigas sufridas y la razón del descanso. Entonces el Cardenal le contestó vivamente: Si la Providencia me hubiese concedido un ejército fiel; seco y pálido como me veis, hubiese plantado la Cruz de Jesucristo en las principales ciudades del Africa.

¡Tan grandes pensamientos revolvía en su mente aquel Fraile tuagenario!

sep

CAPÍTULO III.

Desórdenes en Orán.-Quiere Cisneros establecer la Orden de Caballeros de Santiago.-Asalto y toma de Bugía.-Asaltan los Españoles el campo de Abdurra Hamel.-Muerte del Conde de Altamira.-Argel, Tunez, Tedeliz, Téndoles, Guixar, Tremecén y Mostagan se declaran tributarios y vasallos de España.-Asalto y toma de Trípoli.-Piensa Pedro Navarro apoderarse de Túnez.

Pronto estallaron desórdenes gravísimos en la conquista: el Veneciano Vianelli, consentido y apoyado por el Conde de Oliveto, que, excelente militar, carecía de dotes de gobierno, monopolizaba con codicia italiana los víveres, prohibía la importación, vendía á precios excesivos y saqueaba por igual á los Moros y á los Españoles. Viniéronle quejas á Cisneros, que acudió al Rey suplicándole que reuniese los mandos de Orán y Mazalquivir en el Gobernador de ésta, D. Diego Fernández de Córdoba, é hiciese salir al Conde á nuevas conquistas.

Estaba el Rey entonces ocupado en preparativos de guerra contra el Turco, que decía iba á hacer en persona, contra el dictamen del Cardenal, que no estimaba prudente la ausencia del Monarca. Su intento, en verdad, era proseguir las conquistas en Berbería, animado por el Papa, que celebró en Roma la presa de Orán con grandes demostraciones y fiestas religiosas, en el templo de San Agustín, Obispo africano.

Había propuesto también Cisneros establecer en Orán la Orden de Caballería de Santiago: el Rey no lo contradijo, y aun mandó formar los reglamentos; mas procuró bajo cuerda, según se murmuró entonces, que no llegasen á ejecución, temeroso de que los Arzobispos de Toledo, como conquistadores de la plaza á sus costas, pretendiesen el derecho de conferir la encomienda.

Teniendo, sin embargo, en cuenta las instancias del Cardenal, las quejas contra el Conde de Oliveto, y que en Africa encontraba ocupación toda la gente aventurera y baldía, de que con tantas guerras estaba plagado el reino; mandó que se publicara nueva expedición contra Infieles. Corriéronse las órdenes; el Conde Pedro Navarro equipó, con gente de Orán, trece naos muy bien abastecidas que tenía en Mazalquivir, y dando la voz de que el desembarco era en las Alpujarras, tomó la vuelta de las

Baleares, reuniéndose con la flota que comandaba Jerónimo Vianelli; pero el rigor de la estación les obligó á detenerse en Ibiza, hasta el día 1.° de Enero de 1510, en que zarparon, publicando su marcha contra Bugía.

Perteneció esta Ciudad á la Mauritania Cesariense 1, después á Tremecén, y á Túnez; entonces formaba un estado independiente. Dista de Argel 30 leguas, y 12 del Castillo de Gigel. Tiene su asiento en un encumbrado monte, que cae sobre el Mediterráneo. El pueblo se extiende por la falda, y corona la cúspide una fortísima alcazaba, unida con el muro que defiende á la ciudad y al puerto, no muy abrigado. La tierra abundante en frutos, no propia para granos por ser agria y doblada en demasía: población mucha, pero muelle y voluptuosa.

El día 5 de Enero llegó la escuadra á Bugía, con Diego de Vera, los Condes de San Esteban del Puerto y Altamira, y otros principales, y hasta 5.000 hombres escogidos de pelea, con gran tren de cañones. Declaróse un viento terral que contrariaba la aproximación, y sólo cuatro naves pudieron fondear aquella mañana, verificándolo el resto, hasta dos horas después de mediodía. Mandaba en la Ciudad el Reyezuelo AbdurraHamel, quien, aprovechando las dilaciones de los expedicionarios, reunió sus tropas, en número de más de 10.000 Alárabes, y por las alturas de la sierra, descendió á la marina á fin de impedir el desembarco, que había de efectuarse á un tiro de ballesta de la ciudad. Rompió el fuego la plaza, con más de 100 cañones, tan mal servidos, que no hicieron daño alguno. Grande, en cambio, lo causó la artillería de los buques, barriendo la costa, de modo que los Infieles tuvieron que abrigarse en las aspe rezas, y el ejército tomó tierra sin obstáculo.

El Conde Pedro Navarro formó á los suyos en cuatro escuadrones, y emprendió sierra arriba para desalojar á los Moros y combatir la ciudad desde lo alto; mas tal fué la flaqueza de éstos, que abandonaron sin resistir el punto, y se metieron en Bugía, seguidos de los Españoles. Al mismo tiempo, por la otra parte que llamaban la ciudad vieja, y estaba sin guarnición, atacaron algunas compañías, y á escala vista penetraron en ella, siendo de los primeros Pedro de Arias, el justador, que mató á un Alférez moro, y enarboló la bandera de España. El Rey Abdurra-Hamel 2 escapó por un lado, cuando los Cristianos entraban por el opuesto. De esta forma se ganó Bugía en la mañana del 6 de Ene

Zurita y Mariana la colocan en la Numidia, no muy distante de los limites de la Mauritania Cesariense; pero Luis del Mármol terminantemente dice, que es la última y más oriental parte de la Mauritania Cesariense, que confina al Mediodía con la Numidia. 2 Abderrhamén, le llaman otros Historiadores.

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