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taba de probar á la ruda inteligencia de los tabascanos, cuan poco valian divinidades que así permitian su destruccion, sin desatar todas las furias de los elementos que representaban contra sus profanadores; pero si tal prueba se aceptase constantemente como buena, la religion de los católicos, herida igualmente en sus imágenes y en sus más altos misterios medio siglo despues, sobre las márgenes del Rhin y en las costas de Holanda, al impulso desolador de los sectários de Lutero, ¿cuánto detrimento no hubiera padecido, con escándalo de la fé y descrédito visible de sus más reconocidas verdades?

Por suerte de las piadosas doctrinas, esta vez en Tabasco fué completa la impresion que hubo de causar la indolente conformidad de aquellos ídolos extravagantes: de manera que, viendo Cortés así dispuestos los ánimos para entrar por la senda de la verdadera religion, erigió altares á la Vírgen en los propios templos del paganismo, como en nuestras conquistas peninsulares se acostumbraba durante las guerras contra moros: practicó algunas grandes ceremonias, tales como misas cantadas y procesiones, con asistencia de los indios, que arrobados y enternecidos escuchaban con pasmosa veneracion las cántigas de la Iglesia Cristiana; y finalmente; confiado en que sus oficios habian triunfado ya en pro del Evangelio, se despidió de aquella nacion con las mas sentidas protestas de eterna amistad, y vuelto á sus naves, se dispuso para dar la vela con rumbo á las costas que se divisaban más remotas al Occidente.

Por poco que se dilate la consideracion á vista de los sucesos que quedan referidos, no puede ménos de crear en la mente las más lisonjeras esperanzas para los ulteriores resultados, en virtud de las brillantes prendas con que Hernan Cortés comenzaba á manifestarse en la gran empresa que iba acometiendo.

Sus prudentes manifestaciones á los indios de Ta

basco, ántes de romper en franca guerra con ellos por sus tendencias agresivas: la firmeza de su carácter, cuando hubo que sustituir á los sentimientos de la generosidad los aprestos del combate: su valor en las ocasiones de la sangrienta pelea, que al cabo no se pudo evitar entre españoles y tabascanos: y sobre todo, su clemencia en la victoria, y sus inmediatos oficios para aprovecharla en pro de los intereses de España, tomando por base la propaganda de la religion, como lazo indisoluble que identifica y atrae unas á otras las naciones más distantes y opuestas en caracteres y costumbres, hubieran en todos tiempos y sin mejores pruebas descubierto al génio, donde la administracion gubernativa únicamente habia puesto al hombre.

Hernan Cortés acababa de echar los cimientos al gran pedestal de su gloria; pero tan robustos, que ni el anatema con que hoy amenaza la humanidad á guerreros y conquistadores será capaz de destruirlos, por lo que aquellas circunstancias que en él sobresalian fueron unidas al gran principio de cultura y universal civilizacion que aquellas partes estaban reclamando, para entrar de lleno en la comunion de la gran familia humana.

SORPRESA DE GIBRALTAR,

Y

COMBATE NAVAL DE ALBORAN,

EN EL MAR MEDITERRANEO: AÑO 1540.

Divididas se hallaban en dos armadas poderosas las fuerzas marítimas de España al comenzarse el segundo tercio del siglo XVI. Era una la de las galeras que surcaban las aguas mediterráneas y que tan famosos hicieron los nombres de D. Bernardino de Mendoza, Andrea Dória y D. Juan de Austria en aquella brillante centuria; y otra la de naos y galeones, en el Océano, donde tambien se hicieron celebrar el heroismo de los marqueses de Santa Cruz, y el génio de nuestros más insignes navegantes.

No vamos á hacer un relato de los muy gloriosos triunfos que entónces logramos por mar con la ciencia y con las armas. El más pequeño episodio de nuestra historia naval del siglo XVI daria materia para mu

chas columnas, por lo que se prestan todos y cada uno de ellos á largos comentarios de provechosa enseñanza. Unicamente en lo que conqierne á nuestro fin, queremos apuntar los rasgos más característicos de la victoria naval de Alboran, donde el célebre D. Bernardino de Mendoza, hijo del segundo conde de Tendilla marqués de Mondejar, y descendiente del primer marqués de Santillana, dando nuevo lustre á su familia, consolidó la gran reputacion que ya gozaba de estratégico y valiente, entre todos los cabos y generales de mar. del gran Emperador Cárlos V.

Corria á la sazon el año de 1540, y el insigne marino que ahora nos ocupa habia militado como uno de los mejores en la famosa empresa de Túnez, que se verificó cinco años ántes.

Tuviera el Emperador con tal motivo oportunidad de reconocer sus cualidades; y hallándolas de buena ley para el servicio naval, tras de algunos otros expe rimentos, llegó á nombrarle, al fin, capitan general de las galeras de España; título ya entonces preeminente y de gran reputacion, por más que se concretase á las operaciones del Mediterráneo, en los límites precisos de nuestras costas y fronteras.

Los enemigos más contumaces de España por aquellos tiempos eran turcos y franceses; pero entónces descansaban las armas de los segundos, ya que no sus rencores contra nosotros, y únicamente los primeros se esmeraban en invadir nuestras playas y asolarlas, á la más leve ocasion que la fortuna les ofrecia.

Es verdad que esto no era más que responder á los hechos evidentes de la política española; la cual, despues de haber conseguido la unidad nacional, arrojando de sus últimos reductos á los sectarios del Profeta, trataba de consolidarse, por medio de una cadena de fuertes en la propia tierra de los enemigos, desde la plaza de Túnez hasta la punta meridional del estrecho gaditano.

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Cuanto importase á los infieles sentar en éste el pié y fortificarse otra vez en la Península, como nosotros lo haciamos en Africa, no hay para qué demostrarlo. Aquel género de guerra naval era de sorpresas y rebatos; y un puerto seguro en las playas españolas habria dado á las operaciones de nuestros enemigos las mayores garantias, para neutralizar la importancia y desvanecer, en gran parte, las consecuencias naturales de los triunfos últimamente logrados en Túnez y la Goleta, por el Emperador Carlos V.

Barba-Roja, el más terrible adversario de la Cristiandad, y el que con escuadras poderosas habia puesto más de una vez en gran peligro á Cerdeña, Sicilia, Calabria y la Italia entera, destacó en el verano de 1540 contra Gibraltar á uno de sus más diestros capitanes, el virey de Argel Alí-Amet, renegado de la isla de Cerdeña; al cual dió de los mejores buques que en sus armadas se hallaron hasta diez y seis, bien provistos de gente de mar y guerra, artilleria y todos los otros útiles consiguientes á la calidad de tal empresa.

No habia de acometerse ésta en toda forma, segun los preceptos de la ciencia militar; pues para ello mayor caudal de recursos necesitarian los agresores, tratándose de una plaza como Gibraltar, cuya fortaleza es y ha sido en todos tiempos tan famosa; ántes bien para tomarla era forzoso valerse de la astucia: y al efecto dióse á Alí por auxiliar un cierto Caramaní, esclavo que habia sido en Gibrartar del Sr. D. Alvaro de Bazan, y el cual se habia hecho notar en las ocasiones por los ardides de su particular estratégia. De suerte que, segun la importancia del hecho meditado, y aun con arreglo á las fuerzas respectivas, la escuadra de Alí-Amet, compuesta de tres galeras, cinco galeotas, seis fustas y dos bergantines, salió de Argel el dia 24 de Agosto con rumbo á las costas de España hácia Poniente, y con el fin de apoderarse de

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