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Lisboa su proyecto; y que la noticia del Inca, relativa al piloto andaluz parece que no es anterior al de 1484, todavia á la buena crítica no se esconde cuán vaga é incierta quedaria la probanza, por el carácter especial de las palabras del dicho Inca.

En efecto, Garcilaso no dice que lo del piloto haya sucedido el año de 1484, sino cerca del año de 1484; lo cual con las mismas palabras repite D. Francisco Pizarro, uno y otro en los lugares ya referidos.

Y porque á la buena crítica, cuando por el camino de la imparcialidad camina, no deben ocultarse los más pequeños accidentes que puedan conducir á la verdad de los hechos, bien debia haber considerado el eminente escritor de los Estados-Unidos, que Colon vino á España precisamente en el año que como aproximado, y no en absoluto cita el Inca; y por tanto, que la fecha está fundada en esta circunstancia, más bien que en la que pudiera haber recibido de su padre el historiador que denuncia el descubrimiento casual de la isla Española.

lo

Tal vez si Garcilaso hubiera tomado nota para sus comentarios de los pasos anteriores de Colon en las demas naciones, habria escrito algo más antigua la citada fecha; sin faltar por ello á la grave madurez de la historia, ni aun ponerse en desacuerdo con lo que ha dicho; pues el adverbio que, como de tiempo, ha empleado en lo de la noticia, viene á hacerla amovible hasta á los más antiguos preliminares del descubrimiento. Por otra parte, nada habria de particular en que fuese cierta la noticia y equivocada la fecha; habiendo pasado tantos años desde que el Inca la supo, hasta que estuvo en ocasion de publicarla; y así vuelvo á repetir que, Dios me libre de dejar la justa fama de Colon entregada á tan débil argumento.

La que por su hazaña le tributa el mundo, al valor de su corazon, á la sabiduría de su entendimiento

y á la perseverancia de su voluntad hemos de fiarla. En la antigüedad no hay héroc que se le pueda igualar por lo tocante al primer punto; pues ademas de que todavía no eran conocidas las gentes y naciones de lo más oriental del Asia sino por relaciones oscuras, su bravura se lanza á luchar con un elemente rodeado de ficciones en extremo fantásticas y horribles; pudiéndose decir que, nuevo Icaro, pretendió escalar el templo de la inmortalidad, con la buena dicha de que el sol respetara sus alas; ó bien que, como el filósofo, se entregó al mar para que lo confundiese, si por desdicha él no habia llegado á patentizar sus secretos (1). Como sábio y filósofo nadie supo coordinar mayor caudal y más exquisita doctrina, sin quedarse con nada de lo ageno; antes creo que Séneca, Aristóteles, Platon, Ptolomeo y Plinio, no lograron el precio de su bondad hasta que Colon lo puso en evidencia. Finalmente, su perseverancia deja muy atrás cuanto de hombres consecuentes se halla escrito en las profanas historias, y no va rezagada de lo que nos enseñan las divinas; pues nadie mejor que Colon supo apreciar las palabras del Apóstol en la definicion de la fé, como sustancia de las cosas que se expresan, y argu mento de las que no aparecen (2); ni otro alguno tuvo más cuenta de las creencias religiosas, para alcanzar el fin de su maravilloso descubrimiento.

El más moderno de sus historiadores y más entusiasta de sus apologistas, justamente afamado Washington Irving, dice con motivo de su perseverancia: «Los que sientan desfallecer su ánimo y desvanecerse su voluntad, cuando graves dificultades se opongan á la prosecucion de un objeto grande y digno, acuér

[1] Qua non possum capere te capias me. [De Regimine Vitæ humanæ: de Aristótele et ejus morte. Cap. XXI].

[2] San Pablo á los hebreos. Cap. VI. vers. I.

dense de que se pasaron diez y ocho largos años desde que Colon concibió su proyecto, hasta el dia en que se vió habilitado para llevarlo á cabo (1).» No dice mal el erudito historiógrafo; ántes yo creo que anda corto en el elogio, si se ha de tener cuenta con las contradicciones que la época, más que los hombres, amontonó en contra de su proyecto; pero el temple de su alma justificaba la sentencia del filósofo, haciendo ver cómo el ánimo del sábio ni con la prosperidad se engrandece, ni se intimida con la desgracia (2): y no parece sino que con su persona y empresa tenian relacion las más calificadas y sublimes de las profecías evangélicas. Por que nada hay encubierto que no se haya de descubrir, ni oculto que no se haya de saber (3).

(1) Vida y viajes de Colon. Lib. II, cap. VIII.

(2) Libio: Histor. Lib. XXXVII.

(3) San Mateo (Evangélio de) Cap. X, vers. XXVI.

ORIGEN DE LOS INDIOS

DEL NUEVO-MUNDO. (1)'

Otro viernes, el segundo notable en esta famosa expedicion, á los doce dias de octubre de 1492 años, amaneció á la vista de nuestros marineros un Eden encantado; un verdadero Paraiso: que tal debió parecer á los ojos más excudriñadores aquella isla que delante tenian: verde como la primavera, fresca como el rocio de la aurora y cubierta de unos árboles tan frondosos como en Europa no se habian visto

nunca.

A la par que la luz del crepúsculo se levantaba perezosa del ancho mar que la expedicion habia cru

[1] Está copiado del primer tomo de la Historia de la Marina Real Española escrita por mí hace trece años: y aquí se inserta por ser cumplidero al objeto de la obra.

zado, la isla iba ofreciendo á la vista más grandes atractivos, y despertando mayores deseos de poseerla en el ánimo de aquellos navegantes, sus descubridores. Porque viendo primeramente que su circuito no era escaso, lo cual para desembarcarles brindaba las seguridades más apetecidas, advirtieron tambien que era de tierra llana, y que tenia dilatadas florestas; y ante tan excelente perspectiva no pudieron ménos de fortificar sus creencias, respecto al hallazgo de los paises que buscaban. Además, que cuando el torcedor de la duda comenzaba á exagerar en la fantasía, con natural recelo, las cualidades de los habitantes de aquella region desconocida, empezaron á distinguirse sobre la playa algunos hombres, que por la desnudez de sus cuerpos no pudieron ocultar más la sencillez de sus costumbres.

Nada, pues, habia que recelar en presencia de tan suave espectáculo. La isla estaba, habitada; ofrecia, más bien que cómodo, delicioso albergue; y el aspecto inofensivo de los naturales convidaba á no perder momento, para tocar con la planta la tierra que tantas veces en alta mar habia fingido la vista.

En tal situacion mando dar fondo el Almirante á las tres carabelas, y disponer los botes para ir á tierra en son de conquista; con las armas bien aderezadas y el ánimo dispuesto á las eventualidades de un acontecimiento tan grandioso. Pero bien pronto hubieron de cambiarse las disposiciones hostiles; pues así como se dirigieron á la playa aquellas lanchas, más relucientes que la luz del sol, cuyos rayos reflejaban en las aceradas armaduras, como si quisiesen mostrar á los indios en cada huésped un ser sobrenatural, diéronse aquellos á huir para ocultarse en la espesura de sus bosques; y los españoles saltaron á tierra sin oposicion ni contratiempo.

El pendon de Castilla y las banderas de la empresa se humillaron ante el Dios de la creacion, á cuya

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