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entre las breñas, y por tercera vez derrotaron á las tropas de Alí.

Queria el Mahedi tener una ciudad fuerte, en la cual pudiera con seguridad hacer sus preparativos para las grandes conquistas que ya meditaba. Fortificóse, pues, en Tinmal, situada en la cima de un peñasco inexpugnable, rodeada de espantosos desfiladeros y precipicios, y á la cual se subia por escalones cortados en la misma piedra. Desde allí hacian los Almohades contínuas irrupciones en el llano. Al cabo de tres años creyéronse bastante fuertes para dar un golpe á la misma capital de Marruecos, y bajando de Tinmal en número de treinta mil marcharon en derechura sobre la corte de los Almoravides. Juntó el emperador Alí para oponer á los Almohades un ejército de cien mil hombres, con los cuales les salió al encuentro: pero vencidos otra vez los Almohades, Marruecos vió acercarse hasta sus muros las entusiasmadas huestes del Mahedi. Sin embargo, mas bravos los almohades en la pelea que diestros en tomar plazas, se dejaron sorprender una noche, y fueron la mayor parte pasados á cuchillo. Cuando la noticia de este desastre llegó á Tinmal, el Mahedi que se habia quedado allí enfermo preguntó si se habia salvado Abdelmumen, y como le dijesen que sí, exclamó: «pues entonces nuestro imperio no está perdido.» Necesitaban, no obstante, los Almohades algun tiempo para reponerse de aquella desgracia (1125).

El estado de la España les favorecia mucho. Era cuando Alfonso de Aragon el Batallador, despues de tomada Zaragoza, habia hecho aquella atrevida irrupcion en Andalucía en que venció á tantos régulos musulmanes, y estuvo á pique de apoderarse de la misma Córdoba, y cuando los mozárabes de las sierras de Granada y Jaen se incorporaron á las banderas del rey de Aragon: motivo por el cual adoptaron desde entonces los Almoravides el partido y sistema de trasportar á Africa cuantos cristianos españoles cogian, para hacerlos servir allí en la guerra contra los Almohades.

Cuando el Mahedi se creyó bastante reparado de su pasada pérdida, dispuso emprender de nuevo la campaña; mas como su salud no se hubiese mejorado, encomendó el mando de las tropas al hombre de su confianza, á Abdelmumen; el cual salió con treinta mil ginetes y gran número de gente de á pie resuelto á lavar la mancha que en la anterior derrota habia caido sobre los Almohades. Grandemente lo consiguió Abdelmumen desbaratando á los morabitas y persiguiéndolos otra vez hasta las puertas de Marruecos; pero ahora no se atrevió á sitiar la ciudad, y se volvió á Tinmal.

La salud del profeta habia seguido empeorándose; y sintiéndose ya cercano á la muerte, congregó la tropa y el pueblo, les exhortó á perseverar en la doctrina que les habia enseñado, entregó á su predilecto

discípulo Abdelmumen el libro de su fé, que él habia recibido de manos del mismo Algazalí, y cuatro dias despues murió en la luna de Moharran del año 524 (diciembre de 1129). Despues de su muerte los principales caudillos reconocieron por califa ó Emir Almumenin al valiente general y discípulo de su profeta, Abdelmumen, que tal habia sido la última voluntad de el Mahedi (1).

Este intrépido guerrero llegó en tres años á reducir á muy estrechos límites el imperio de los Almoravides en Africa, habiéndose hecho dueño de todas las tierras que están entre las montañas de Darah y Salé (1132). Aterrado Alí con tan repetidas derrotas,

(1) El autor del libro de los Príncipes (Kitab el Moluk) cuenta haberse hecho la eleccion y nombramiento de Abdelmumen de la siguiente dramática manera. La muerte de el Mahedi estuvo algun tiempo oculta, y Abdelmumen gobernaba en su nombre como si viviese. Entretanto Abdelmumen acostumbró á un leoncillo que criaba á hacerle caricias, y enseñó á un pájaro á pronunciar en árabe y en berberisco estas palabras: «Abdelmumen es el defensor y el apoyo del Estado.» Llegado el dia en que ya fué preciso publicar la muerte de el Mahedi y proceder á la eleccion de nuevo emir. congregó Abdelmumen á los jeques y caudillos en una sala bien preparada de antemano para su proyecto. Pronunció Abdelmumen una arenga, manifestando el objeto de la reunion y la necesidad de nombrar un califa que gobernara y sostuviera el imperio. En un

momento de silencio que guardó la asamblea se oyó una voz que dijo: «Victoria y poder á nuestro Señor, el califa Abdelmumen, emir de los creyentes, amparo y sosten del imperio.» Era el pájaro que estaba oculto en la parte superior de una columna del salon. Al propio tiempo se abrió una puerta, de donde salió un leon, cuya presencia aterró á todos los circunstantes: solo Abdelmumen se dirigió con mucha calma á la fiera, la cual moviendo su larga cola comenzó á hacerle caricias y á lamerle suavemente las manos..No podian darse señales mas claras y evidentes de la voluntad de Dios en favor de Abdelmumen: aclamáronle todos á una voz y le juraron obediencia y fidelidad. El leon le seguia y acompañaba á todas partes, y el poeta Abi Aly Anas celebró esta eleccion en elegantes versos.

y al ver la pujanza que iban tomando los Almohades, no sabiendo ya qué partido tomar contra tan poderoso enemigo, adoptó, siguiendo el dictámen de sus consejeros, el de asociar al imperio á su hijo Tachfin, que se hallaba en España, donde se habia grangeado gran reputacion de guerrero esforzado y valiente. Pero los negocios de España tampoco marchaban en prosperidad para los Almoravides: porque si durante las turbulencias del reinado de doña Urraca habian ganado algo por la parte de Castilla y Portugal, tenian que habérselas ahora con su hijo Alfonso VII. el emperador, que no era menos terrible contrario que el otro Alfonso aragonés. Fué no obstante necesario que Tachfin pasase á Africa, puesto que allí era el asiento principal del imperio de los lamtunas, y asi lo hizo, llevándose consigo cuantos cristianos españoles pudo, ya por sistema, ya en venganza de la ejecucion hecha en los musulmanes por las tropas de Alfonso VII. en el sitio de Coria. Con la ausencia de Tachfin de España empeoró acá la situacion de los almoravides y no ganó mucho en la Mauritania. Rebeláronse los agarenos de Algarbe y Andalucía, y vinieron las sangrientas escenas que hemos descrito entre andaluces y africanos, mientras en Africa el formidable Abdelmumen continuaba ganando victorias y poniendo cada vez en situacion mas apurada el soberbio imperio de los Almoravides.

Murió el emperador Alí agoviado de disgustos

(1143), y sucedióle su hijo Tachfin, el cual trató de dar nuevo y mayor impulso á la guerra para ver de sostener el vacilante imperio. Favorecióle la fortuna en los primeros combates; pero fué luego otra vez vencido por Abdelmumen, que le persiguió hasta encerrarle en Tremecén, y aun dió á la ciudad varios asaltos. Despues, dejando bastante número de tropas para que continuáran el asedio, marchó contra Orán. Encerrado el emperador almoravide en Tremecén, hizo ya aparejar sus naves para refugiarse en España en el caso de ver perderse el Africa enteramente. Mas como tuviese sus tesoros en Orán, y por otra parte no pudiese resistir ya mas tiempo en Tremecén, acudió á aquella ciudad por si podia salvarla y salvar sus riquezas, llegando á punto que estaba ya para venir á capitulacion. Aunque al pronto su presencia alentó á los sitiados, conoció, no obstante, que no le quedaba otro recurso que pasar á España, y con el deseo y propósito de ganar otra vez el puerto en que tenia sus naves, salió una noche de Orán: el caballo se espantó y cayó despeñado en un precipicio: á la mañana siguiente fué hallado el caballo muerto y junto á él el cadáver del rey Tachfin magullado. Abdelmumen le hizo cortar la cabeza, que envió á Tinmal, el cuerpo fué clavado en un sauce. Orán capituló y Abdelmumen entró en ella triunfante en la egira 540 (junio de 1145).

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Las ciudades que aun quedaban sujetas al impe

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