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do, y guarecido por la parte opuesta con las olas del mar.

Corrió Boabdil á toda furia; y apoderándose de la villa, por entrega de los mudejares que en ella residian, supo que los pocos cristianos que dentro del castillo se hallaban, ni aun tiempo habian tenido de proveerse de mantenimientos, viéndose reducidos para apagar la sed en aquella estacion ardentísima al agua que les suministrase una escasa cisterna (46). Con ánimo y deseo de apretar mas y mas el dogal que los afligia, quitándoles de una vez toda vislumbre de esperanza, cubrió de gente el llano, enseñoreóse de la playa, ciñó el pie de los muros; y no queriendo comprar con daño de los suyos, si tentaba el dificil asalto, lo que el hambre y la sed iban á poner en sus manos, aguardó de un instante á otro la rendicion de aquel castillo.

Entre tanto no parecia sino que la fortuna habia vuelto un momento la espalda á los pendones de Castilla: ya se hallaban en poder del rey moro las fortalezas del Padul y Alhendin, sin que hubiese podido el Rey Fernando acudir con tiempo á socorrerlas; el famoso Gonzalo de Córdoba se habia encerrado casi solo en los flacos muros de la Malaha, aventurando con escasa gloria su libertad y vida, á trueque de evitar á su monarca nuevas pérdidas y sinsabores; y si bien el conde de Tendilla, Adelantado de la frontera, rompió por medio de la Vega con osada resolucion, para llamar sobre sí las fuerzas enemigas, supo con pesadumbre y desconsuelo, casi á la vista de la ciudad, que no podia volar al socorro de los puertos amenazados.

Próxima, segura, inminente, contaba ya su pérdida, cuando quiso la buena suerte que se le presentase un guerrero, de los que en aquella arriesgada empresa le habian

acompañado; ofreciéndose á partir en aquel mismo instante para acudir con otros pocos valientes en defensa de Salobreña, y salvarla del peligroso trance ó quedar sepultado en sus ruinas.

Pero mejor será (que no es fácil al cabo de tres siglos copiar fielmente un hecho semejante), oirlo de boca misma de un historiador contemporáneo, que refiere con cany lisura lo que vió con sus propios ojos, y en lo que tuvo no pequeña parte.

dor

"Y en aquel tiempo el conde de Tendilla, que capitan. general en la frontera era, corrió á Granada; y de lenguas que tomó en la Vega supo como el moro estaba sobre Salobreña, con la gente de Granada y de las Alpujarras. E la villa entrada, estaba sobre la fortaleza, y aquello le certificaron en el escaramuza. E al conde aquí uno que llegó le dijo: Estos moros han dicho á vuestra señoría que la causa que al Rey llevó á Salobreña fue por la certenidad que tiene de la poca agua y menos gente que está en ella. Yo iré, y con el ayuda de Dios en la fortaleza entraré; que con luego, Señor, ocurrir, se remediará lo que despues del daño venido no aprovechará. Este con setenta hombres, dellos escuderos, y los mas espingarderos y ballesteros, por el postigo á la fortaleza de Salobreña entró, al trocar de las guardas que los moros hacian al alba; los cuales la fortaleza combatian, donde no menos daño recibian que los cercados afan. Los de dentro soltaron un peon á declarar su necesidad de agua á don Iñigo, que con él vinieron las ciudades de Málaga, Antequera, Loja, Alhama y Velez, y otros muchos caballeros y gentes que trujo por la mar al socorro, el cual con asaz daño que cada hora de la tierra les daban, estaba en el peñon junto á el

que es allí poco dentro en la mar; de él á la fortaleza no se puede mandar, habiendo en el arenal como estaba grau cantidad de moros que lo estorbaban. Y en el tormente deste peon, que al dicho capitan don Iñigo Manrique enviaba, supieron la poca agua y no vino que tenian, y como aquella por cuartillos se repartia. Testimonio de lo creer fue los caballos muertos de sed que del adarve abajo echaban; y con esto ovo causa tener esperanza haber presto la fortaleza. Los del cerco á menudo decian á los cercados con amenazas fieras breve serian entrados. Y que pues no tenian agua, se diesen y no esperasen tiempo á ser tomados por fuerza, lo que á la hora serian recebidos de grado con partidos provechosos, que el Rey en mansedumbre ventajoso les haria. Aquel que los setenta hombres metió, un cántaro de agua (de que bien poca quedaba) les dió; y en albricias del combate con que le amenazaban, fuese en la covacha, que era su estancia, les arrojó y dió una taza de plata; y el alcaide Bejir, alferez del pendon real del Rey, le retificaba las amenazas con que furor mezcladas con mucha buena razon, poniéndole delante la toma del Padul y Alhendin, y el cativerio y muertes de aquellos que en ellas se tomaron. O señor alcaide (dijo aquel) sabed que vuestras amenazas no dan temor á la codicia que los desta fortaleza tienen de ser combatidos; porque si á vosotros conviene salir con vuestra empresa, estos caballeros y gente han de sostener su defensa: por ende certificad á S. A., de cuya parte, señor, venis, que antes moriremos defendiendo, que salvarnos rendiendo. Pues mas nos teneis cercados que combatidos, haciéndonos ruido y no fuerza; cá su Señoría verá como esta casa se le defenderá; y vuestras razones mas osadia que temor nos

añaden. E vuelta la habla á los cercados, lo que de la razon destos moros se toma (dijo aquel) es: que como hombres flojos en osadía mueven tratos, y cautelosos en engaños ofrecen cosas para dañar nuestras almas y mancillar nuestras honras: y no debemos desahuciar nuestra ayuda y no seremos de todas partes heridos con injuria; pues estan en este cerco mas por tentar nuestros ánimos, que ánimos tengan para sofrir vuestras fuerzas; las cuales bien como á los temerosos en el afrenta mengua, ansi los fuertes en el peligro acrecienta; y no nos deben poner espanto las palabras soberbiosas con que amenazan; que el temor que os tienen empedirá su hecho. Ansi que, señores, á nosotros conviene trabajemos con perseverancia en defendernos: cá mas son las cosas destos dar espanto que hacer daño; y aparejad los ánimos y manos, que al presente nos son necesarios para salvar las vidas y guardar las honras, y gozaos que á la puerta teneis el socorro con la real, persona y usad de vuestra loable fortaleza con sofrimiento de sed, cuanto podreis, y podreis cuanto querreis. Cá cuanto mayor es el peligro que el bueno defiende, tanto mayor gloria y fama se le debe. Fenecida la razon de aquel, todos fueron tan animados que á la hora deseaban combate, teniendo por cierto cosa alguna les podia ofender ni ser aquejados en él. E con esta esperanza gastaban tiempo en reparar sus adarves y contraminar las minas que por debajo de aquellos les dañaban. Luego á la fortaleza recio combate dieron, donde en él mataron á Mahomad Lentin, alcaide que fue de Cambil. La muerte del cual con muchos que allí mataron los entristeció; y egado á esto creer el Rey tener agua, y mas nueva que e llegó los condes de Tendilla y de Cifuentes, y Rodrigo

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de Ulloa, contador mayor de Castilla, con la frontera y Sevilla y Jerez en Almuñecar estaban, y el Rey que le despertaba la toma de Alhendin, recio vino á socorrer á Salobreña, y llegó á la Vega, y de camino al Val de Lecrin para tomar el paso de la entrada á Granada. El Rey della alzó el cerco, y por las faldas de la Sierra Nevada entró en ella; y al tiempo de levantar el real, el dicho don Iñigo Manrique con apresuramiento salió en tierra, y fecho fuerte en ella, ansi con tiros como con otros amparos, soltó gente ligera, que mató y cativó muchos de aquellos moros, que no se recogieron con el avanguarda dellos.»

El historiador que nos ha dejado esta relacion fiel y sencilla, es Hernan Perez del Pulgar, cuya vida estamos bosquejando; y aquel guerrero desconocido, á cuyo denuedo y constancia se debió la defensa de Salobreña, y que con ella se desvaneciesen las esperanzas en que libraba su salud Granada, fue aquel mismo Pulgar, que ni siquiera nos reveló su nombre (47).

Tal vez no desplacerá á nuestros lectores cotejar con la relacion que precede la que nos dejó por su parte el famoso cronista de los Reyes Católicos (tambien Hernando y Pulgar de apellido), que refiere de esta manera el cerco el descerco de Salobreña:

y

"Los moros que habian quedado por mudexares en la villa, pospuesto el juramento de fidelidad que ficieron al Rey é á la Reina, dieron lugar al rey moro para que entrase en la villa, é ayudaron á los moros con armas e viandas, é las otras cosas que ovieron necesario para cercar la fortaleza. El alcaide que en ella estaba, puesto por Francisco Ramirez de Madrid, que tenia el cargo princi

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