Imágenes de páginas
PDF
EPUB

tomado posesion de la mezquita: en esta misma noche tiene de arder Granada.» Y sin perder momento, se encaminó con los suyos á un parage de allí muy cercano (de Alcoicería ha conservado el nombre), donde se custodiaban para el mercado los mayores tesoros del mundo en ricas telas y sedería. Llevaba Pulgar por intento reducir á cenizas aquel cúmulo de riquezas, para enconar mas y mas contra Boabdil los ánimos ya ulcerados, y apresurar tal vez la rendicion de la ciudad, mostrando hasta dónde llegaba el arrojo de los castellanos.

Mas al tiempo mismo de ir á poner por obra su designio, y como pidiese á Tristan de Montemayor la cuerda ya encendida, contestóle aquel escudero que la habia dejado eu la mezquita; de lo cual recibió tanto enojo Pulgar, que en el primer arranque de la ira le tiró con la espada al soslayo, hiriéndole levemente en el rostro. “¿Qué has hecho, mal hombre? Esta noche quedaba abrasada Granada; y me has quitado la mayor hazaña que en el mundo se hubiera oido:>> Y al decir esto, hizo ademan de acometerle; pero poniéndose de por medio Bedmar y los otros hidalgos, dijole Diego de Baena, como único medio de calmarle: "Sosiégate, señor, y aguarda un solo instante, que fuego he de traerte para abrasar mil veces á Granada.» Y echó á correr hácia la mezquita, seguido de otros dos compañeros.

Tornaban ya con la cuerda y hachos ardiendo, cuando al revolver por la esquina del Zacatin, en busca de la puerta principal de la Alcaicería, sintieron pasos y vieron acercarse unos cuántos moros, que velaban en guarda de aquel opulentísimo barrio. Divisarłos, oir zumbar una piedra, y acometerles Baena con espada en mano, todo fue un

solo punto: gritaron los alarbes, acudieron los castellanos, trabóse entre unos y otros empeñada refriega; mas temiendo Pulgar que con aquel estruendo y vocería cayese sobre ellos una nube de moros y se alzasc la ciudad en armas, gritó á sus compañeros: "por el mismo camino, amigos mios; y la espada abra paso. »

Quedóse detras el caudillo, para hacerles espalda: y á favor de la oscuridad, cada cual por la senda que pudo, llegaron á la margen del rio y se arrojaron en su cauce, como único medio de salvacion. Desde allí mismo oian la grita de los moros; y cada vez mas presurosos y azorados, huyendo de un peligro y dando en otros ciento, por entre quiebras y simas y regolfos que formaban las aguas, siguieron á ciegas la peligrosa via, con riesgo á cada instante de quedar sepultados. El sin ventura Gerónimo Aguilera cayó en uno de los noques, de que aquella ribera abundaba: y sin auxilio humano para salir de aquel estrecho, Y anteviendo con horror los cruelísimos tormentos que le aguardaban, invocaba en su corazon al Dios de las misericordias, cuando oyó cercano un acento, que creyó ser la voz de Pulgar, y le clamó con mortal desconsuelo: "por Dios, Ilernando, no me dejes con vida!....» Arrojóle Pulgar la lansin atinar con el parage donde aquel desdichado gemia, tan cerrada estaba la noche: pero uno de los escuderos, que le seguia de cerca, tuvo mas acierto ó ventura; y con el arrimo del asta, tras uno y otro esfuerzo, casi ya sin aliento y sin vida, salió Aguilera á salvo, y corrió desatentado en busca de sus compañeros.

za,

Los que en el puente se quedaron, habian acudido solícitos, para amparar á sus amigos: salíanles al encuentro, les prestaban ayuda, los recibian en sus brazos; á cada uno

[ocr errors]

y s

[ocr errors]

que llegaba, daban gracias a Dios; pero crecia su afan angustia por los desventurados cuya suerte ignoraban. Llegó Pulgar uno de los postreros: y cuando se vieron reunidos cuantos le habian acompañado, sintieron tal gozo en el alma, y creció á tal punto su confianza y aliento, que al pronto no pensaron en el riesgo que allí corrian: des– gastadas las fuerzas con la humedad, el frio y el cansancio, pocos ellos en número, acorralados en estrecho recinto, y á las puertas de la ciudad.

"No hay que perder momento (les dijo al fin el prudente caudillo): y ya que Dios nos ha sacado con bien de tan aventurada empresa, no perdonemos afan ni diligencia hasta vernos en salvo. »

Al decir esto ya estaba cabalgando Pulgar: y lo mismo hicieron los demas guerreros, encaminándose tras él por el cauce del rio. Inutil era ya el silencio, inutil el recato: la salud estaba en la presteza. Oian la algazara y estruendo que resonaba en la ciudad; repetíase de torre en torre la grita y vocería; y de un instante á otro veian venir en su seguimiento á un tropel de enemigos.

Pero quiso su buena dicha que asi no aconteciese; que tal es el privilegio de las empresas estraordinarias; llevar en su magnitud misma la fianza del bucu éxito. No podian imaginar los moros que hubiesen penetrado unos pocos cristianos dentro de la ciudad; y no en parage retrahido, con miedo y á hurtadillas, amparados de las tinieblas, sino en el barrio mas rico y populoso, por en medio de guardas y custodias, llevando los mismos agresores teas encendidas en la mano. Así no es maravilla que creyesen al pronto los alarbes que en aquel sucesó sé escondia alguna trama de gente descontenta, que viendo mâl apagadas las

cenizas de la guerra civil, trataban de encenderla de nuevo, provocando á media noche disturbios y desdichas.

Los mismos que habian tropezado con los tres escuderos, si bien extrañaron al pronto el hábito y arreos, apenas daban crédito á sus ojos, y dudaban de lo que habian visto; corrian de boca en boca mil rumores diversos: el pasmo, la sorpresa, el recordar repentinamente del sueño, el arrojo en unos, el pavor en otros, el desaliento en todos, acrecentaban la confusion; y tardóse larguísimo espacio hasta que se supo en la ciudad el rótulo que habia aparecido en la puerta de la mezquita, clavado al parecer por manos castellanas.

Ni aun asi lo creyeron muchos; y no faltó quien juzgase mas verosimil (tan suspicaces y recelosos se vuelven los ánimos con los escarmientos de la guerra civil) que aquellas voces se difundian de industria, para malquistar con el pueblo á Boabdil el desventuradillo; mostrando tan cercano á cumplirse el pronóstico de su estrella, cuanto que ya habian pisado cristianos el suelo de Granada.

Como quiera que fuese, arreciaba por momentos el bullicio, el tumulto, el escándalo en la ciudad: corrian de tropel á las armas: gritaban por todas partes á la traicion y alevosía; demandaban que se mostrase el Rey... Bajó al fin de la Alhambra ocultando apenas en el pérfido rostro su inquietud y desasosiego; temia á los extraños, á los propios, á su misma sombra: condicion de tirano,

Sosegóse al cabo el tumulto, sin que corriesen arroyos de sangre, como muchos con razon temicron: pero quedó tan vivo el recuerdo de aquella alteracion y escándalo, no menos que de la rara causa que lo habia promovido, que muchos años adelante, cuando ya se hallaban los

cristianos en pacífica posesion de Granada, repetian los ancianos de la tierra, cual si acabasen entonces de ser dello testigos, los acontecimientos y azares de aquella noche de tribulacion (54).

Mientras andaba la ciudad tan confusa y revuelta, alejábanse de ella Hernando del Pulgar y sus compañeros, corriendo á brida suelta así que salvaron uno y otro rio y se vieron libres en el campo. Como una exhalacion cruzaron aquel llano espacioso; y al romper el alba, viéronse ya seguros al abrigo de la fortaleza de Alhendin (recobrada pocos meses habia), si bien estenuados de fatiga, arrecidos de frio, los caballos hijadeando, sin poder sustentarse en pie.

Lo que allí pasó no es para contado: baste decir que á duras penas pudieron Hernando del Pulgar y los suyos desasirse de los brazos de sus amigos, y tomar á la mañana siguiente el camino de Alhama. Habian corrido voces en esta ciudad de que Pulgar se habia ausentado, apercibido en secreto para alguna empresa; mas por acostumbrados que estuviesen á verle acometer las mas árduas y peligrosas, á nadie le pasó por el pensamiento que hubiese logrado penetrar dentro de Granada. Sueño les parecia, cuando despues lo oyeron; demandábanlo una y otra vez; inquirian hasta la menor circunstancia: teníanlo á portento: únicamente el modesto caudillo parecia no conocer el precio de tan grande hazaña (55).

Llegó el rumor á oidos de los Reyes, y apenas se atrevieron á darle crédito; mas cuando despues tuvieron la certísima nueva, empeñaron su palabra y fé real á los quince escuderos, que habian acompañado á Pulgar en aquella demanda, de darles haciendas y bienes en la mis

« AnteriorContinuar »